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Sexo

El club gay, vecino al Vaticano, es el lugar más triste sobre la Tierra

Prometo que puse todo de mi parte para coger y pasarla bien ahí, pero parece que el lugar sólo recibe a sacerdotes llenos de culpa.

Imagen tomada de la página Europa Multiclub.

El mes pasado, el periódico italiano La Republica descubrió que el Vaticano había pagado 35 millones de dólares por una serie de edificios donde se encontraba el Europa Multiclub, el cual se hace llamar el “sauna gay número uno en Italia”. Los medios usaron la historia como ejemplo para decir que la iglesia Católica es tan gay que simplemente debería salir del clóset. Como un ex católico que solía creer en Dios hasta que vi a Hugh Jackman en The Boy from Oz, un musical de Broadway sobre el primer esposo homosexual de Liza Minnelli, esto no me sorprendió. Recuerdo cómo mi entrenador de béisbol acosaba sexualmente a sus estudiantes y cómo la asistente de mi maestro de primero casi pierde su trabajo por un supuesto faje lésbico con una entrenadora; los católicos y las travesuras sexuales van de la mano, como el vino y el queso.

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Por supuesto, ahora que fui a Roma, el Multiclub estaba en mi lista de atracciones, aunque estaba un poco nervioso. La última vez que estuve en un baño público fue en mi último año de la prepa, cuando mi amigo Diva D y yo estuvimos en Miami. Salimos corriendo del edificio después de 20 minutos porque un güey que se hacía pasar por el “bailarín” de Gloria Estefan encerró a Diva D, desnudo, en un locker. Nunca he podido olvidar esa terrible escena. Por suerte, el club, así como los departamentos del Vaticano, se encontraban en Salustiano, una zona linda (léase: burguesa) que no parecía albergar homosexuales desquiciados.

Después de matar el tiempo unos minutos, me tragué mi miedo y toqué la puerta del Multiclub. Una especie de Tarzán en toalla apareció y me barrió de pies a cabeza (¿para decidir si era suficientemente atractivo?) antes de abrir la puerta.

Una vez adentro, hice fila detrás de un grupo de ejecutivos trajeados con mochilas (supongo que era la hora de los homosexuales de clóset) y examiné el retrato de dos hombros masturbándose entre ellos en una disco vacía, hasta que el recepcionista me gritó en italiano.

“Sólo hablo inglés”, le expliqué. “Soy americano y estoy de vacaciones”. Silencio.

Miró a Tarzán como si yo acabara de decir que era Amanda Knox de visita en Roma para asesinar a unos cuantos sodomitas.

“¿Eres nuevo?” preguntó.

“Sí”.

“Son 26 euros”.

La página decía que el club costaba sólo 13 euros, pero le di el dinero sin quejarme; a cambio, me dio una pila de papeles más grande que los documentos que había presentado para entrar a Italia. “Firma esto”, me dijo. El contrato estipulaba que para entrar a cualquier club gay romano, los hombres deben pagar una membresía y aceptar no revelar la identidad de los demás. Cada miembro recibe una tarjeta y debe entregarla al entrar. El club devuelve la tarjeta al cliente al salir.

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Una vez que entregué los papeles, un joven asiático con un tank top se acercó desde el otro lado de la recepción. Me entregó unas sandalias y me llevó hasta los vestidores donde escuchaban los Bee Gees a todo volumen. Mientras mi guía cantaba “How Deep is Your Love” y rociaba desinfectante sobre toda superficie posible, yo miraba cómo los hombres mayores se quitaban sus trajes y los jóvenes se deshacían de sus boxers sudados. Estaba rodeado de extraños en busca de un pito que chupar. Estaba en mundo parecido al de las porno gays que veía de pequeño, hombres reunidos para tener sexo con desconocidos, y sentí cómo mis nervios se evaporaban. Ya no tenía miedo. Sólo quería coger.

La única pregunta era con quien. Miré a la docena de hombres desnudos frente a sus casilleros anaranjados. Un hombre hermoso con una camisa de tirantes me llamó la atención; así como la gota de semen que tenía sobre sus labios. Si tan sólo no fuera de salida…

Corrí por las escaleras con nada más que una toalla y mis chanclas para buscar a su equivalente. Pasé junto a un hombre que podría haber sido su clon en el bar, donde escuchaban VH1 Classic en una televisión de plasma, pero cambió mi mirada masculina por el trasero de alguien más. Salí del bar, con la esperanza de encontrar a alguien, pero terminé en un laberinto de largos pasillos que llevaban a más y más puertas; una de estas estaba abierta, y adentro estaba un hombre gordo y peludo jalándosela con porno que sonaba a Tim Allen gritándole a sus hijos en Home Improvement. Estaba en la Zona de Osos que había anunciada en la página.

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Otra puerta me llevó hasta un sauna en completa oscuridad. Me quité al toalla y me senté. Una mano me frotó la pierna. “No, no, no”, dije. “No puedo ver tu cara”. Acercó su pierna hacia mi pito; salí corriendo de la habitación hacia otro pasillo, como una Alicia homosexual en el País de los Maravillosos Pitos.

Este pasillo me llevó hasta un lugar lleno de agua: una tina gigante. Hombres desnudos recargados contra el Plexiglas azul me recordaban a vidrios manchados. Una vez más, me quité la toalla y me encaminé hacia la acción, aunque no podía ver muy bien sin mis lentes y terminé por tropezarme con una escalera. Vi cómo el clon apuesto pasaba junto a mí y entraba al agua, la cual era diez por ciento líquido de pre eyaculación. Lo seguí hasta la alberca, pero sacudió la cabeza desde una cascada que salía de la pared y me ignoró mientras veía a un oso sentado sobre el pito de otro oso.

Salí de la alberca y me escondí en la regadera comunal de al lado. Mientras me quitaba el agua sucia de encima, vi cómo un hombre mayor me veía las bolas. Lo ignoré, así como el clon me había ignorado a mí, me sequé, y después me colapsé en una silla de playa en el pasillo. Podía escuchar “You and Me” de Penny and the Quarters desde una bocina escondida en la pared. Igual que en It’s A Small World de Disney, las bocinas escondidas tocaban la misma canción en cada habitación, así que caminé por el club cantando, aunque la letra me pareció una burla de mi situación: “Si las estrellas no brillan / Si la luna no sale / Si nunca vuelvo a ver un atardecer / No me escucharás llorar… Siempre y cuando estemos / Tú y yo”.

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Conforme caía la tarde y yo seguía sin encontrar una pareja adecuada, vi cómo más y más hombres disfrutaban de un rato a solas más que del “tú y yo”. Un gordo acostado en el sauna levantaba una pierna mientras se la jalaba; en el bar, un hombre cantaba y escuchaba “I’m Like a Bird” en VH1. Me reía de su soledad, pero yo estaba igual de desesperado; al poco tiempo, estaba listo para romper mi regla de No Gordos e iba camino a la Zona de Osos. Ahí, en un sillón, encontré a mi amado clon a solas, masturbándose porque ni siquiera él había encontrado quién correspondiera su amor.

No tendría sexo, así que decidí partir, pero camino a los vestidores, vi la espalda de un hombre cuyo cuerpo parecía el de David Beckham en los anuncios de H&M; sobra decir que lo seguí hasta la siguiente puerta.

Se sentó desnudo en el sillón, tocando sus 18 centímetros de verga, mientras veía tres diferentes películas porno en la pared. Me senté junto a él y empecé a masturbarme. Se acercó hacia mí en el sillón, se giró para mirarme, y me puse flácido. Sí, tenía el cuerpo de David Beckham, pero la cara del esposo Anna Nicole Smith. Sin saber cómo rechazar a un hombre mayor desnudo, seguí tocándome, pero mi pene se rehusaba a cooperar. Sacudí la cabeza; empezó a masturbarse con más fuerza. “No”, dije. Elevó la velocidad al punto que me preocupó que su pito se fuera a caer. “No”, dije una vez más. Pero no dejaba de jalársela y de mirarme. Una lágrima se asomó en uno de sus ojos.

Lleno de esa culpa católica por haber lastimado a un extraño, huí del cuarto. Necesitaba confesar o purificarme. En otras palabras, necesitaba salir del club. Pero como dijera Mary McCarthy en Memories of a Catholic Girlhood, incluso los católicos arrepentidos actúan como católicos, y encuentran placer en lo inútil y regresan a las instituciones que los lastiman, esperando que llegue el bien; volví al pasillo lleno de agua en busca de mi joven ideal. Pero todos los hombres se veían solos y miserables.

Varios minutos después, volví a ver al esposo de Anna Nicole Smith caminando hacia otro jovencito con el pito parado. Justo en ese momento, entendí porque la iglesia católica querría tener su sede junto a un club de sexo gay. Igual que los parques de atracciones, las iglesias y los clubs de sexo venden fantasías. Y las fantasías nunca se vuelven realidad. Sólo rompen corazones.

@mitchsunderland