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Sexo

La asexualidad está de moda

La asexualidad está de moda.

La asexualidad está de moda. Será el nuevo movimiento del momento, al menos según un nuevo artículo sobre el hipster asexual David Jay en la página de The Atlantic, y tengo que admitir que tengo sentimientos encontrados al respecto. Por un lado, cuadra con mi desgaste hormonal menopáusico (no te preocupes, también te pasará, eventualmente), y después de haber chupado miles de pitos en mi vida, la asexualidad suena como unas vacaciones placenteras. Por otro lado, también suena demasiado a la nueva ola de conservadurismo que se opone al sexo, la misma que tiene a los republicanos en los programas de televisión llamando putas a todas las mujeres que están a favor de que los anticonceptivos estén incluidos en los seguros médicos, y a los candidatos republicanos acusando a los anticonceptivos de promover el sexo premarital. Sólo hace falta ver Twilight para entender la tendencia contemporanea, empezando por el rompecorazones de Robert Pattison (el vámpiro más reprimido sexualmente de todos los tiempos) promoviendo la eterna abstinencia entre los adolescentes, con el fin de alcanzar la monogamia eterna con Kristen Stewart. Las cosas eran mucho más emocionantes en 1980, cuando los calenturientos de 15 años, Kristy McNichol y Tatum O’Neal, competían en el campamento de verano para ver quién perdía su virginidad primero. Eso es a lo que yo llamo entretenimiento.

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No tengo nada contra la asexualidad. He conocido a algunos asexuales divertidos e interesantes. Pero aceptémoslo, la asexualidad como un movimiento popular no es algo fácil de vender. Gran parte del entretenimiento pop, literatura, poseía, historietas, comerciales, moda, deportes y lo que quieras, se basan en el sexo y el romance. Aunque sabemos que todos son unos sinvergüenzas exagerados al momento de decir con que frecuencia cogen (y sospecho que el número de asexuales es mucho más alto que lo que dicen las estadísticas), los asexuales podrían fácilmente remplazar a los homosexuales como la subcultura sexual más odiada. Quién sabe, la "afobia" podría ser lo que finalmente una a heterosexuales y homosexuales, así como distintas religiones comparten su desprecio por la homosexualidad. Eso es darle un giro positivo a las cosas.

El artículo del Atlantic no aborda mucho la idea de que la asexualidad podría ser un problema de salud. Uno podría argumentar que el deseo sexual, igual que el hambre, o el deseo de desperdiciar tu tiempo viendo televisión, es una necesidad biológica, algo que necesita cualquier mente y cuerpo saludable. En su ensayo “No Law in the Arena” (No hay ley en la arena), la crítica de la cultura Camille Paglia habla de la homosexualidad como si se tratara de una lucha diaria contra la naturaleza que, irónicamente, no es para maricas; una lucha diaria contra esa necesidad biológica tan básica que es procrear. Los asexuales, al negar su deseo sexual (o decir que simplemente no existe para ellos), lo llevan al siguiente nivel: un duelo con la biología que no puede acabar bien. Por cierto, buena suerte con la reproducción asexual.

Por último, ¿cómo será el porno para asexuales? No es fácil encontrar monjas jugando voleibol. Quizá puedan ver cómo un insecto, del género Timema, se reproduce partenogenéticamente (asexualmente) en National Geographic. O, algo similar pero más accesible, simplemente ver cómo Ann Coulter recita su dogma en Fox News.

Lo que realmente me preocupa sobre el movimiento asexual es lo que harán para divertirse, y esto es donde su argumento contra todo interés sexual se queda corto: como homosexual, el sexo heterosexual me entretiene sin excitarme. Permítanme darles un ejemplo. Hace algunos veranos en Johannesburgo tuve el gusto de visitar un antro llamado Gringo’s, un lugar que no tenía nada que ver con los otros bares gay a los que he ido, durante dos semanas seguidas. Hubo una presentación de sexo en vivo con actrices femeninas a las que los negros, casi todos homosexuales, más influyentes les metían el dedo. Sin embargo no me pareció una explotación, y definitivamente no me pareció muy sexual. La segunda vez que fui, algunas personas se subieron al escenario, se pusieron condones y cogieron con las chicas mientras el público, cinco o diez por ciento mujeres negras (probablemente lesbianas) echaban porras. (La propaganda para esa noche decía noche "lésbica"). Nada en mi experiencia occidental como homosexual podría haberme preparado para esto, ni los negros de Johannesburgo con los que fui al club tenían palabras para explicarme. Sólo sé que, aunque no me pareció ni remotamente estimulante, fue divertido. Hasta David Jay tendría que admitirlo.

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