El futbol es el arte del imprevisto. Lo dijo Dante Panzeri. También dijo que el futbol se juega para ganar, obvio. "Jamás se hizo nada para perder". El marcador final, 4-1, Argentina contra Venezuela –dos goles de Higuaín, uno del "prestidigitador del balón", Messi (también Panzeri, pero sobre Pelé)–, no es un imprevisto. Lo imprevisto acaso sea el penal que falló Seijas, el poste luminoso del minuto 41 y la atajada del tiro rebanado que hizo Romero.
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Así transcurrió el primer tiempo del partido, un ir y venir cadencioso de una área a la otra. Parada, frente a la televisión, pensaba que Venezuela empataría antes del descanso. El arte del imprevisto. Por eso, desde que recuerdo, veo futbol. Lo veo porque siempre, por más improbable que sea, puede suceder. El fenómeno del caballo negro lo respalda. El imprevisto: un cabezazo de Rendón que puso a Venezuela 3-1. Lo previsto: el 4-1 un minuto después. Lo imprevisto: Seijas falló un penal que, cobrado del mismo modo, en diciembre metió contra un equipo argentino. Lo previsto: Messi alcanzó a Batistuta como mayor goleador de Argentina.Algún espectador despistado podrá pensar que debió pasar Argentina sin jugar siquiera el partido; se equivoca. El futbol se juega porque se quiere ganar. Pero también se juega para jugar bien, "para una satisfacción artesanal". En el oficio del espectador del futbol sucede lo mismo, se ven 90 minutos de un partido para ver el imprevisto mecanismo de juego que vive de imprevistos y de artesanos en la ciencia del pie y el balón.Quizás por eso soy aficionada del Cruz Azul, el equipo con más finales perdidas, con menos imprevisto en el fracaso. El arte del imprevisto es mi vocación. El 4-1, tan previsible como era, fue un deleite: por unos centímetros, ese penal, ese tiro de Feltscher, habrían trastocado el destino último del resultado final.Por eso veo futbol.