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El primer día de los próximos seis años en Venezuela

¿Miedo y odio en San Antonio? Nah.

Para empezar, quiero aceptar que me equivoqué.

Si —como un servidor— temías violencia, la situación no pudo resolverse mejor. Una persona menos confiada diría que parece escrito por guionista especialista en finales felices. A pesar de que para 45% de los venezolanos —y 80% de mis conocidos— la noticia de aún otra victoria del Comandante Chávez fue una daga en el corazón, la verdad es que esquivamos una bala. Muchas balas.

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La jornada estuvo llena de civismo y la alegría delusoria que producía el que ambos bandos estaban seguros de la victoria, y me complace reportar que el clima por San Antonio de los Altos fue de absoluta normalidad. Por otro lado, el ambiente estaba enrarecido; no había que ser psíquico para sentir la tensión.

A las 4:30 AM me bañé y a las cinco llegué al gigantesco ciempiés humano que emergía del liceo Luis Eduardo Egui Arocha, donde he votado toda la vida.

No venía con la esperanza de ejercer mi deber ciudadano, la experiencia me ha enseñado que al venezolano le encanta pasar la noche en una cola, convertir cualquier evento en un día de campo. Vine a tomar fotos del proceso con la luz de la mañana, tenía asignado este artículo y quería enviar el mejor material gráfico posible. Lamentablemente estaba nublado, soy terrible con la cámara y la que me prestaron era una mierda. En la cola encontré varias caras del pasado, de mi prácticamente extinta vida en San Antonio, pero no me acerqué a saludar a nadie. Fotografié y me fui a dormir.

A las 2:30 PM me despierta una llamada de mi hermano con la noticia de que ya no había cola afuera del Egui. Me tomé un café, desayuné y salí a votar. En el camino tuve dos encuentros diferentes con madres de ex compañeros de estudio que se fueron del país hace más de una década. Me enteré de las novedades en sus vidas, les mandé saludos y me disculpé. Debía cumplir mi deber con la patria, mejor excusa imposible.

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El ciempiés había desaparecido, ni una persona en cola, y la actitud despreocupada y distraída de los Guardias Nacionales que resguardaban el proceso me hizo concluir que la situación tenía tiempo. Me busqué en el listado, me encontré, pasé a la zona de las laptop, aparecí en una base de datos y me dieron un ticket. Subí al segundo piso, busqué el salón que alojaba la mesa #10, pasé sin hacer cola y voté en menos de un minuto. Al salir pregunté por qué había tan poca gente y me respondieron que aparentemente era por el partido (Madrid vs. Barcelona), pero que la mañana había estado muy activa y en esa mesa sólo faltaban por votar 100 de los 500 asignados. Me di por satisfecho y me fui a dar un paseo.

Al salir noté la cara de aburrimiento y decepción de las personas que atendían los varios puestos de comida que habían aparecido a lo largo de lo que en algún momento fue una inmensa cola. En San Antonio era un domingo cualquiera, sólo que las calles tenían más peatones y menos automóviles que de costumbre. Y casi ningún autobús. Igual, era una tensa calma, no había que ser psíquico para percibir el nerviosismo general. Pasaron cuatro camionetas llenas de Guardias Nacionales. Pasó una pareja en bicicletas iguales.

Subí para casa de mis padres y aunque supongo que hubiera sido conveniente ver la cobertura noticiosa en busca de material para escribir esto, puse una película y apagué el cerebro por un rato. El país (mi madre) se preocupaba por los resultados, yo temía por lo que podía pasar después, por las consecuencias de que a alguno de los dos grupos le explotara la burbuja. Terminó y chequé Twitter por primera vez: histeria colectiva, todo mundo se declaraba ganador. La colectividad hacía un live blogging aburridísimo de la ya de por sí aburrida cobertura noticiosa, y con ellos me quedé.

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A eso de las 7PM todo cambió. Varios periodistas opositores concedieron la victoria al Comandante a través de sus cuentas de Twitter, todos al mismo tiempo. Una persona más suspicaz sospecharía, la obra daba la sensación de estar ensayada. Primera etapa: Shock y negación. Los opositores no podían creer lo que estaba pasando, las redes sociales se llenaron de lágrimas e insultos mientras unos pocos llamaban a esperar los resultados oficiales. ¿La victoria no era segura? ¿Era acaso posible que sus medios de comunicación les hubieran mentido? Fotos en Twitter me informaban que bajo el Balcón del Pueblo en Miraflores la fiesta ya tenía rato, y ahora es que comenzaba a llegar gente.

Foto de Edmundo Villarroel.

Cuando Tibisay Lucena, Rectora del Consejo Nacional Electoral, anunció los resultados oficiales. —El Comandante por más de un millón de votos —comenzó el veneno. Las redes sociales de los opositores se llenaron de mensajes de odio y confusión: ¿Cómo había pasado esto? ¿Es que acaso la victoria no era segura? ¿Porqué nadie cantaba fraude? ¿En qué estaba pensando la otra mitad +1 del país? ¿Dónde estaba Henrique Capriles? Esas preguntas enmarcadas en una ola de insultos y expresiones de furia que no repetiremos, culpemos a la emoción del momento.

Cuando Capriles reconoció la derrota en televisión nacional y se puso a la orden para todos los venezolanos, no sólo los que votaron por él, respiré. Aparentemente saldríamos de este impase sin violencia de ningún tipo, ¿quién lo hubiera dicho? El discurso fue aburridísimo, ni lo pude ver completo. En Twitter sus adeptos lo felicitaba por la gran campaña, la clase y el gran trabajo.

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Cuando El Comandante salió al Balcón del Pueblo a recibir su título de campeón invicto peso pesado, eso estaba que se caía. Marea roja. Me temía un discurso infinito pero el presidente electo estuvo lo más concreto que puede llegar a ser, a la media hora se estaba despidiendo. Aburridísimo también, no crean. A pesar de que algunos analistas (mi papá) esperaban una retórica conciliadora, El Comandante sólo le reconoció a la oposición el haber reconocido su victoria y el no haber caído en juegos desestabilizadores.

Foto de Edmundo Villarroel.

Declaró al evento “La batalla perfecta. La victoria perfecta”, y a pesar de que tiene 45% del país en contra es difícil no estar de acuerdo con él. Más del 80% de los registrados participó en el proceso electoral y no hubo violencia de ningún tipo. Además, ganó aplastantemente y sin discusión. Muy pocos cantaron fraude al día siguiente.

Pasé toda la noche leyendo mensajes desesperanzados de mis compatriotas en las diferentes redes sociales, el amargo sabor de la derrota no los dejaba ver de la que se salvaron. En el estado delusorio en el que los tenían los medios de comunicación jamás vieron las nubes negras, lo cerca que estuvimos de abrir una brecha irreparable.

¿O estaré equivocado? Quizá nunca estuvimos cerca de nada. ¿Será posible que yo haya inventado estos escenarios apocalípticos en mi mente? El ambiente fue de fiesta en todo momento y, a parte de reportes de tanquetas en varios lugares del país al momento de anunciar los resultados, y con excepción de incidentes aislados, no hubo violencia de ningún tipo. ¿Será posible que sólo estuvimos al borde de una guerra civil en mi mente? No lo sé, así como tampoco puedo decidir si es sospechoso que se haya dado el único resultado que garantizaba la paz: victoria aplastante del El Comandante y reconocimiento inmediato de la misma por parte de la oposición.

Al día siguiente, a eso de las 7 PM, todavía en San Antonio, comenzó un cacerolazo leve que eventualmente creció hasta convertirse en uno parecido a los de antaño. Al ritmo metálico de los implementos de cocina salí un rato, como para tomarle la temperatura al pueblo. La noche estaba particularmente oscura y no había mucha gente en circulación, tampoco vehículos. Cuando llegué a la avenida principal ya no escuchaba nada.