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Juliane Koepcke: la mujer que cayó del cielo

Hablamos con Juliane Koepcke, la única superviviente del accidente de avión en la que está basada "Wings of Hope" de Werner Herzog

Retrato por Martin Fengel

Juliane Koepcke es una alemana nacida en Lima, Perú, en 1954. Hija de un reconocido zoólogo (Hans-Wilhelm) y de una ornitóloga igualmente reconocida (Maria). En su juventud, Juliane estuvo inscrita en un instituto peruano. Sus padres estaban a cientos de kilómetros de distancia, a cargo de una estación de investigación remota en el corazón de la Amazonia. Juliane se había acostumbrado al calor asfixiante de la zona y conocía bien el funcionamiento de su ecosistema volátil. Ese conocimiento le salvaría la vida.

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En la víspera de Navidad de 1971, unas horas antes de su ceremonia de graduación, Juliane, que entonces tenía 17 años, y su madre, subieron a un avión en el que atravesarían la selva peruana. Iban rumbo a casa para celebrarlo con su padre. El avión entró en una turbulencia y quedó hecho pedazos en segundos, matando a todos los pasajeros (eran 92) excepto a Juliane. Después de once días de haber sido declarada muerta, salió de la selva y regresó con su padre.

Los detalles de esta increíble historia se pueden encontrar en Wings of Hope [Alas de esperanza], un documental poco conocido que Werner Herzog hizo para la televisión en 2000. No mucha gente ha visto esta película u oído la historia de Juliane, así que hablamos con ella y le pedimos que nos contara toda su historia otra vez.

Vice: ¿Puedes describir la atmósfera en el aeropuerto cuando subiste a bordo de ese vuelo de la muerte? ¿Hubo algo que te pareciera extraño?
Juliane Koepcke: Fue completamente normal. El vuelo se retrasó, pero en Perú siempre se retrasan, así que nadie le prestó atención. Recuerdo que el aeropuerto estaba lleno y todo mundo quería ir a casa para pasar la Navidad con sus familias. Vimos la máquina fuera, un Electra con turbopropulsores. Parecía que estaba bien. Claro que no lo puedes saber si no eres un técnico, pero a mí me pareció perfecto. Después embarcamos y, durante los primeros 30 minutos, todo fue bien.

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¿Tú elegiste sentarte junto a la ventana?
Sí, porque me encantaba mirar por la ventanilla durante el vuelo. A mi madre no le importaba mucho. Nos sentamos en la parte de atrás. Pero eso fue pura coincidencia. Estábamos en la penúltima fila. ¿Cuándo te diste cuenta de que algo no iba bien?
Solo cuando entramos la turbulencia. Nos dieron sándwiches media hora después del despegue, y debíamos aterrizar 20 minutos después. Era un vuelo de 50 a 60 minutos hasta donde íbamos, un lugar llamado Pucallpa. ¿Cómo empezaron los problemas?
Las nubes se hicieron más densas. Me encantaba volar, así que no presté mucha atención al clima. Mi madre se empezó a poner nerviosa y dijo: «Esto no me gusta». Las nubes si hicieron más y más oscuras, y el vuelo se hizo más accidentado. Después quedamos atrapados entre unas nubes completamente oscuras y una gran tormenta, con rayos y truenos. ¿Los otros pasajeros estaban igual de nerviosos que tu madre?
Mi madre no estaba exactamente nerviosa. Solo estaba preocupada, pero no era tan evidente. Los otros pasajeros estaban tranquilos. No estaban contentos, pero realmente no lo podías notar. Todo a nuestro alrededor estaba oscuro y constantemente había relámpagos. Después vi una luz resplandeciente en el ala derecha y mi madre dijo: «Ahora sí se acabó». Un rayo cayó en el motor. Era un avión con motores de hélice. Después de eso, todo pasó muy rápido. Lo que realmente pasó es algo que solo puedes intentar reconstruir en tu mente. Fue hasta algún tiempo después que nos enteramos de que los aviones Electra no están diseñados para resistir esa clase de turbulencia. Sus alas son muy rígidas. El rayo que golpeó el avión probablemente la rompió en pleno vuelo, porque definitivamente no explotó.

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Cuando tu madre dijo, «Ahora sí se acabó», ¿significó algo para ti?
No, realmente no tuve tiempo de pensarlo. Lo registré y después me desmayé. Hay algo que sí recuerdo: escuché el ruido del motor increíblemente fuerte y los gritos de la gente, y después el avión cayó en picado. Luego todo estaba tranquilo, increíblemente tranquilo en comparación con el estruendo de antes. Solo podía oír el aire. Seguía atada a mi asiento. Mi madre y el hombre sentado junto a ella habían salido volando de sus asientos. Estaba cayendo, eso fue lo que pude registrar. Estaba cayendo. Vi el bosque debajo, como una «coliflor verde, como brócoli», así lo describí más tarde. Perdí el conocimiento y desperté mucho tiempo después, al día siguiente.

¿Qué sentías mientras pasaba todo esto? ¿Terror o estabas en estado de shock?
No tenía miedo; no tuve tiempo para eso. Solo me di cuenta de que el cinturón estaba apretando mi estómago y que estaba de cabeza. Pero eso es todo, seguramente solo fueron unos segundos. O quizá mi mente bloqueó ese momento. Sea como sea, no lo recuerdo. Entiendo. Y ¿al día siguiente despertaste en la selva?
A la mañana siguiente. Nos estrellamos alrededor de las 13:30, y miré el reloj a la siguiente mañana como a las nueve. Seguía intacto, y solo dejó de funcionar más tarde. Entonces me di cuenta de que estaba en tierra, y supe en un instante lo que había sucedido. Sufrí una fuerte contusión, así que no me podía sentar. Tenía el ojo hinchado. Mi gafas, que tenía desde los 14 porque tengo miopía, ya no estaban. Estaba tirada debajo de mi asiento y ya no estaba atada. Podía ver parte de la selva, pero también el cielo. Sabía que había sobrevivido a un accidente aéreo. La contusión y el shock sólo me dejaron comprender los hechos más básicos. Realmente no pensé en mí. Estaba más preocupada por el paradero de mi madre. Eso es lo primero que recuerdo. Probablemente me volví a desmayar un par de veces antes de eso, por la fuerte contusión. Supongo que me desabroché el cinturón, porque definitivamente lo llevaba puesto mientras caía. Esa es la reconstrucción de lo sucedido que hizo Werner Herzog después. Sabemos que estaba atada al asiento, lo que seguro amortiguó el impacto. De lo contrario no habría sobrevivido. También sé que me arrastré debajo del asiento porque estaba lloviendo. Solía soñar con esto. Soñaba que estaba sucia y empapada, y solo me tenía que levantar para bañarme. Después tengo un pequeño recuerdo, cuando me metí debajo del asiento para protegerme de la lluvia. Luego pensaba: «Solo tengo que levantarme» y, cuando me decidía a hacerlo, me despertaba.

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¿Recuerdas cómo te sentías por la contusión?
Realmente no sentía nada; fue como estar rodeada de pelotas de algodón. Si me esforzaba mucho, apenas me podía arrodillar, después todo se volvía negro otra vez. No podía ver bien con un ojo. Más tarde me enteré de que el impacto y la diferencia de presión entre el interior y el exterior del avión me habían reventado los capilares del ojo. Por eso los tenía rojos. Probablemente tenía el aspecto de un zombi salido de una película. Pero no lo sentía. No sentía dolor y la cabeza tampoco me molestaba. Sólo estaba mareada y de vez en cuando todo se volvía oscuro. Al principio, caía inconsciente todo el tiempo. Me costó medio día poder volver a caminar.

Juliane Koepcke el 4 de enero de 1972, en el avión a Pucallpa, justo después de que la encontraran en la selva. Foto por Harold Sells Jr., cortesía de Juliane Koepke.

Y naturalmente, lo primero que querías era encontrar a tu madre.
La busqué un día entero, y después me di cuenta de que no había nadie. Me arrastré por todo el lugar y grité, pero no oía nada. Esa misma tarde, encontré un pequeño pozo y recordé lo que mi padre me había dicho una vez: si te pierdes en la selva y encuentras agua, síguela.

¿Por qué?
Un pequeño arroyo fluye hasta uno más grande, y después a otro más grande, y uno todavía más grande, y en algún momento vas a encontrar ayuda. Cuando encontré el agua, me puse un objetivo y sabía lo que tenía que hacer para alcanzarlo. Para mí fue fácil irme porque no había encontrado sobrevivientes en el lugar donde nos estrellamos. Si hubiera encontrado un herido, probablemente me habría quedado y ambos habríamos muerto. ¿Te topaste con cadáveres?
Sí, una vez. Era el cuarto día después del accidente. Encontré una hilera de asientos, enterrada en el suelo. El impacto debió de haber sido tan fuerte que había atravesado un metro de tierra. Las tres personas en los asientos probablemente murieron instantáneamente. Fue un momento terrible. Era la segunda vez que veía un cadáver. La primera vez había sido un niño. Había visto un niño que no conocía, en un funeral.

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¿Cómo reaccionaste cuando viste a estas víctimas del accidente?
Ya me había imaginado que encontraría algunos cuerpos, porque había oído ese ruido, el sonido que hacen los cóndores reales cuando aterrizan. El cóndor real es enorme, el más grande de Sudamérica, y conocía ese sonido porque había vivido en la estación de mis padres durante año y medio. Cuando oí ese sonido, sabía que debía haber un animal grande o un humano muerto por ahí. Y así fue. Salí de una curva en el arroyo y encontré esta fila de asientos. Realmente no pude ver gran cosa, solo los pies de las personas en el aire. Los toqué con un palo. No pude tocar lo cuerpos. No pude oler nada y no se los habían comido, tampoco habían empezado a descomponerse. Bueno, seguro ya habían empezado a descomponerse, pero no se notaba. Supe que era una mujer porque traía las uñas de los pies limadas, y los otros dos debían de ser hombres, a juzgar por sus pantalones y sus zapatos. Después de un rato seguí avanzando, pero el momento en el que los encontré me quedé paralizada.

¿Por miedo?
No lo sé exactamente. Quizá fue por respeto a la muerte y por el hecho de que no habían sobrevivido… Poco tiempo después, empezaste a oír y a ver aviones de rescate en el cielo.
Sí, pero no pude llamar su atención, y después de un rato, ya no los vi. Fue cuando supe que habían dejado de buscar. Me vinieron varias cosas a la mente: o encontraron el avión o se habían dado por vencidos. Como fuera, yo sabía que estaba sola y que ya no me buscarían.

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¿Cómo te sentiste?
Fue un sentimiento de desesperanza. No sentí dolor ni pánico, pero sabía que tenía que usar mi propia fuerza para salir de ahí. No sabía que el río que había encontrado estaba deshabitado y todavía esperaba encontrar a alguien pronto, porque era un río muy grande. Pero a medida que avanzó el día, me pareció extraño que los animales salvajes fueran tan dóciles: uno normalmente no ve monos, martas, cabritos. Además, había muchos árboles caídos en el agua, un indicador de que no se ha recorrido el río. Eso me hizo pensar, pero deseché esos pensamientos, la posibilidad de que no hubiera ninguna ayuda.

Además, no habías salido completamente ilesa del accidente…
Tenía una herida profunda en la pantorrilla izquierda, pero no sangraba mucho. Eso es algo común cuando la gente está en shock, no hay mucha sangre sin importar lo profunda que sea la herida. Terminé con mucho tejido cicatrizado en esa zona por haber pasado tanto tiempo en el agua, flotando río abajo y nadando. También tenía la clavícula derecha rota. Podía sentir el hueso roto y cómo se movía. Pero nada atravesó la piel. No era una herida abierta.

¿Solo te rompiste un hueso después de caer del cielo?
Bueno, encontraron otras cosas cuando me llevaron a un médico. Me había lesionado las vértebras del cuello y tenía la espinilla parcialmente fracturada, pero solo una fisura, no era tan grave. Y me desgarré el ligamento cruzado anterior, eso fue lo peor de todo, pero no me enteré de ello hasta que estuve en la cama del hospital. Ahí fue cuando comenzó la inflamación y la fiebre de 40 grados.

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En la selva, no solo bloqueaste cosas mentalmente, también físicamente.
Lo único que me tenía nerviosa, o que me preocupaba, era un golpe en el antebrazo. No era una herida trágica ni nada, pero era pequeña y estaba expuesta, y las moscas habían puesto huevos en ella. Nacieron gusanos debajo de mi piel y me hicieron un hoyo en el brazo. Dios mío.
Me dio miedo de que me tuvieran que amputar el brazo. Le pasó lo mismo a mi perro, creo que fue el mismo tipo de mosca, se le infectó. Estaba preocupada y pensaba: «Tengo que hacer algo al respecto. Tengo que sacar estos gusanos de mi brazo». Pero no era fácil. Tenía un anillo abierto por los extremos y que podía apretar, así que intenté con eso. No funcionó porque el hoyo era demasiado profundo. Así que intenté con una rama, pero tampoco funcionó. No fue hasta diez días después, cuando encontré un bote con motor y un barril de gasóleo, que pude hacer lo que habíamos hecho con mi perro: echarle gasolina a la herida. Eso hizo que los gusanos salieran a la superficie. No salieron todos, pero sí la mayoría. Las personas que me encontraron y el médico que me atendió sacaron el resto.

Centrémonos en el barco por un momento. ¿Llevabas diez días en la selva y lo acababas de encontrar?
Fue extraño. Al principio no lo podía creer. Estaba muy débil. Era la tarde del décimo día. Ya no podía más, así que me hundí en la orilla del río y me dormí. Me dije que tenía que encontrar un lugar para dormir, ahora que estaba oscureciendo. Mi reloj había dejado de funcionar y tenía que usar el sol. Siempre buscaba un lugar elevado, un pequeño risco o una pendiente, o quizá un árbol grande, para que nada me pudiera atacar. Entonces me senté y vi el bote. Al principio creí que estaba alucinando, que me estaba volviendo loca. Miré el bote y me acerqué lentamente. No me podía mover rápido porque estaba muy débil. Entonces lo toqué. Era un bote de verdad, con un motor externo, no era un bote con remos ni nada. Vi un pequeño camino que se perdía en la selva. Lo tomé y me intenté arrastrar por la colina. Fue muy difícil porque estaba muy débil. Apenas me podía mover. Tuve la sensación de tardar años en subir esa colina.

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¿Qué encontraste en la cima?
Una pequeño cobertizo. Un refugio sin paredes, un suelo hecho de madera de palmera y un techo. Ahí encontré el motor y el barril, cubiertos con una lona. Intenté curarme. Encontré un pequeño tubo para sacar el gasóleo y lo usé para echarme un poco en la herida. El dolor fue agonizante. Cayó la noche y me dormí bajo la lona. El suelo estaba demasiado duro así que regresé al río y me acosté en la arena. Al siguiente día regresé al cobertizo porque estaba diluviando. Pasé toda la mañana ahí. Había ranas por todos lados. Pensé que quizá me debería comer una o me moriría.

Eso suena tan despreocupado.
Siempre creí que morirse de hambre sería agonizante, pero no sentía dolor. Estaba tan débil y apática que ya no me importaba. Sin embargo, intenté atrapar algunas ranas.

¿Te las ibas a comer?
Sí, pero no habría sido muy buena idea. Eran ranas rojas, muy venenosas. De todas formas fui muy lenta para atraparlas. Después dejó de llover y debí haber seguido adelante, pero había perdido la fuerza de voluntad. Pensé: «Me puedo quedar otra noche y seguir mañana». Cuando tomé esa decisión de quedarme otra noche, después de darme cuenta de que no tenía sentido seguir avanzando, oí voces. Al principio no lo podía creer. Como dijo Herzog, fue como oír a unos ángeles. Tres personas salieron de la selva. Cuando me vieron se asustaron. Mis ojos estaban rojos. Incluso después de diez días, seguían rojos. Debía de tener un aspecto terrible. Hablaba un perfecto español, así que les dije lo que había sucedido y quién era yo. Habían oído hablar del accidente en la radio. Me dieron comida y me curaron, y pasamos la noche en su cobertizo.

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¿Qué pensaron las personas que te encontraron?
Estas personas creen en toda clase de fantasmas, así que al principio creyeron que era un espíritu del agua, un Yemanjá. Se supone que son rubios. Me dijeron que eso fue lo primero que pensaron. Al siguiente día me llevaron río abajo en su bote. Por la tarde llegamos a un pequeño pueblo y fuimos al hospital del lugar. Ahí fue donde atendieron mis heridas por primera vez. Había una piloto trabajando para unos misioneros que se estaban quedando en un pueblo cerca de Pucallpa. Me llevó ahí en su pequeño avión. Un avión con dos turbinas. Aunque fue un viaje bastante corto, no fue muy agradable. Pero llegamos en 15 minutos a la casa de estos misioneros, donde me atendieron hasta que me recuperé.

¿Cómo fue volver a ver a tu padre?
No nos dijimos mucho, pero estábamos juntos otra vez. Por supuesto, no podíamos dejar de pensar en qué había sucedido con mi madre. Encontraron el avión con mi ayuda, pero les costó un par de días encontrar e identificar los cadáveres. Cuando identificaron a mi madre, nosotros… entonces no cupo duda de que yo era la única sobreviviente y que la había perdido. El duelo no empezó hasta después, porque la fuerza aérea y la policía me estaban interrogando constantemente sobre el accidente. Mi padre vendió la exclusiva de la historia a la revista alemana Stern. Vinieron al momento y tuve que concederles la entrevista. Fue una enorme distracción. No pude manejar la fama muy bien. Me había vuelto famosa de la noche a la mañana. Todos me conocían. Recibí cartas de todo el mundo, lo cual fue muy conmovedor. Al principio no entendía por qué la gente me escribía.

¿Qué sentiste cuando regresaste al lugar del accidente con Werner Herzog?
Fue extraño. Tuvieron que buscar el sitio exacto. Todo estaba cubierto de plantas, era una selva muy densa. Tuvieron que abrir caminos a los restos, que seguían en los mismos lugares donde habían caído. Limpiaron una zona para el helicóptero. Cuando llegamos, me sentí desconectada. Bueno, no desconectada, pero no me sentí triste.

¿Crees que has sacado algo positivo de la experiencia?
Aprendí muchas cosas nuevas, cosas que completaron mis recuerdos y mi experiencia. Fue casi terapéutico. Me ayudó psicológicamente. Ahí fue donde le conté toda la historia a Herzog. Realmente me concentré en hacerlo bien, así que no tuve tiempo para deprimirme. Lo que más me impresionó fue cuando llegamos a las ruedas del avión; una parte del avión estaba boca abajo con las ruedas hacia arriba. Fue una imagen tan clara. Fue como ver un animal muerto. Simbolizaba el fin, que todo había terminado.

En la película hablas directamente a la cámara. Eso es bastante impresionante y valiente por tu parte.
Esa fue su idea. Fue muy amable a la hora de dirigirme. Quería que dijera las cosas como si me las dijera a mí misma, introspectivamente, sin mucha emoción, sin estar nerviosa. No quería que fuera demasiado emotivo, más bien algo deliberado. Eso se ve en la película.

Es increíble que hayas podido lidiar con este trauma, con ese suceso tan terrible que vivste.

Sí y has que tener en cuenta que tampoco recibí ayuda psicológica. Hoy en día, uno recibe ese tipo de ayuda de inmediato, pero a principios de los setenta las cosas eran muy distintas y eso no le pasaba a la gente por la cabeza. Si no hubiera podido lidiar con ello, ese habría sido mi problema. Tuve pesadillas durante mucho tiempo, durante años, y el duelo por la muerte de mi madre y las otras personas seguía vivo. Pensar: «¿por qué fui la única sobreviviente?», es algo que todavía me atormenta. Siempre lo hará.

Esta entrevista fue originalmente publicada en 2010