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CIVIC TV - Ven y Mira

Rubén Lardín y amigos han publicado un libro sobre el cine que nos quieren escamotear los meapilas.

¿Es una historia absurda, ridícula con lo que tiene de penosa, una historia que nunca tuvo que haber sido, más aceptable si tiene final feliz? Esta pregunta me hice al saber que a Ángel Sala, director del Festival de Cine de Sitges e involuntario catalizador de esta entrega de Civic TV, le han retirado los cargos que pesaban sobre él desde octubre de 2010, cuando, a resultas del pase (nocturno, mas no alevoso; la platea era adulta e iba avisada) de la truculenta pero inocua A Serbian Film, la Asociación de Defensa del Menor, otro de esos somatenes con coartada cívica cuya existencia responde, sospecha uno, a la necesidad de figurar a toda costa, pintar algo, alzarse portavoz de lo que sea y corroborarse así ante ellos mismos, le puso una denuncia por un presunto delito de pornografía infantil.

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Presunción, ahí estamos. Una conjetura, una sospecha, una posibilidad. También quimera y juicio de valor, un apuntar con el dedo y tomar lo subjetivo por ley grabada en piedra. Su ley. Hoy se recurre al código penal como antaño se recurría a la soga en la rama de un árbol, y si la víctima sale, si no intacta al menos viva, tanto da, porque a lo que se juega es al “acusa que algo queda”. Y lo que queda, en este grotesco episodio, son unos señores muy crecidos en su papel de paladines de yo qué sé qué, unos minutos de zafio gallineo televisivo, diez mil imbéciles liberando en internet sus frustraciones y miserias cotidianas, un mal precedente –suspensión cautelar del film en el Festival de San Sebastián, falta de huevos para editarlo en España en DVD– y dieciséis meses de sinvivir para Sala, objeto de linchamiento por haber programado una película en la que un actor simula que se folla a un monigote.

“Alguien dijo la frase clave: ‘Se follan a un recién nacido’, Obviamente no se follan a ningún niño, se follan a un muñeco, además de una manera muy esquiva en el tratamiento de la imagen. No se ve, y la escena está contextualizada en la película, que no es más ofensiva que muchas otras de terror que hemos visto toda la vida”. Colaborador nuestro y hombre que conserva indemne esa capacidad de cabreo que gran parte de la sociedad ha trocado por la resignación y el creerlo todo a pies juntillas, Rubén Lardín vivió en directo las consecuencias de la denuncia, y así nos lo cuenta: “Estaba en San Sebastián con [el crítico] Jesús Palacios, sentado en la sala, y salió el director del festival diciendo que había llegado este papel que pone que todos vosotros, que sois adultos, no podéis ver esta película. Y eso, en caliente, te ofende. ¡Es que es acojonante! Ni a Jesús ni a mí nos convencía la película, nos parecía moralista, pero aquello nos cabreó mucho. ¡Yo veré las películas que me salgan a mí de los cojones, tío! Cada uno es libre de pensar como le dé la gana. El pensamiento de uno sólo lo puede coartar uno mismo y sus propias circunstancias íntimas y personales. No puede ser que venga alguien y te diga que tal obra de ficción no la puedes ver o leer”.

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Thriller, a Cruel Picture (Bo Arne Vibenius, 1974)

Rubén ve y lee; vive rodeado de libros y películas, de las cuales muchas “en los 70 eran normales y hoy no estará bien visto ni que se vean ni que se comercie con ellas, pero existen”. Pone como ejemplo Maladolescencia, de Pier Giuseppe Murgia, y añade: “El día que entren en nuestras casas yo creo que se nos llevan por delante. ¡Seguro que encuentran algo denunciable!” Tal como marchan las cosas, nadie puede descartar la instauración de una nueva ley Corcuera. En una pared luce, enmarcado, uno de esos pósters que ya no se hacen, el de La invasión de los zombies atómicos, y detrás de Rubén atisbo el Psychopathia Sexualis de Miguel Ángel Martín, cómic que en 1995 sufrió secuestro de las autoridades italianas por inducir “al homicidio, el suicidio y la pedofilia”, teniendo su editor, el argentino Jorge Vacca, que afrontar un proceso jurídico del que salió absuelto, pero no antes de cinco años en vilo. “Aquello se quedó en nada, pero fue acojonante”, dice Rubén. “Entraron en casa de ese tipo y se incautaron de todo lo que pillaron. Me acuerdo de que tenía los cortometrajes de Jaume Balagueró, Aliciay todo eso, y creo que la policía requisó hasta una foto que tenía el editor de su niña en la bañera. Una cosa bastante loca. La pedofilia y el Holocausto son los últimos tabúes. ¡Tabúes en la ficción! En la realidad, la pederastia es un delito, obviamente, pero la pedofilia, como filia y como representación artística, no tiene por qué. Se suelen confundir ambas cosas”. A Lewis Carroll, hoy, le denunciaría alguna asociación de manoseadores de rosarios. A Caravaggio probablemente también.

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Y, sin embargo, la carne púber abunda en la publicidad, sin que nadie –ya por costumbre de verla, ya por velarse su utilización con subterfugios- lo encuentre punible. “Es algo que está en todas partes. En los media está todo el tiempo, porque la vejez no vende. Lo que vende son las niñas. Y a mí me parece bien, lo que me parece obsceno es que digan… ¿Cómo era? Que la pornografía es igual que utilice una víctima real que un muñeco, como en el caso de A Serbian Film, y que de ser una persona real ‘sólo supondría un agravante’. ¿Estamos locos o qué? Es penoso. No saben ni lo que dicen, es gente muy inculta y el arte no tiene ninguna función en sus vidas. Les basta con esa idea de arte que emiten nuestros gobiernos de Museo del Prado y etcétera. Todo lo demás lo consideran otra cosa que les viene bien como blanco de sus intereses. Están chiflados”.

Mas no nos libres del mal (Joël Séria, 1971)

Quiérase que por desgracia –o por fortuna, que ya los conocemos– las únicas armas de las que gente como Rubén dispone para enfrentarse a aquellos que enturbian las aguas para ver qué peces sacan son el raciocinio, la instrucción y la capacidad de explicar las cosas dentro de un contexto para quien quiera entender que entienda, aquel cabreo en caliente, una vez frío, ha cristalizado en un libro cuyo título apela a lo bíblico y a una película soviética de 1985 que los que denunciaron a Ángel Sala, y otros como ellos, probablemente no han visto y de hacerlo seguro que no les gustaría. Subtitulado de forma elocuente ‘El cine fantástico y de terror en la zona prohibida’, Ven y mira (Donostia Kultura), es un volumen que ya desde el título reta e invita. Un título que me gusta; exhorta al potencial lector a que tenga huevos y a la vez le propone, con amabilidad, que abra los cuatro primeros sellos y escuche las trompetas que soplan no siete, sino ocho jinetes, entre ellos Jorge de Cascante, Jordi Costa, Jesús Palacios, Joan Ripollès Iranzo y el mismo Lardín. Apocalipsis, ¿no?

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Según Rubén, no. “Yo creo que, de entrada, publicar un libro no sirve para nada. Este lo van a leer los conversos y, con suerte, algún lector coyuntural que se tope con él y sea capaz de engancharle”. En otra entrevista definía este Ven y mira que él ha coordinado y en parte escrito como “un alarido, un coger la antorcha y salir a la calle un poco engorilados”, eso que tanto apetece hacer visto lo visto, y aquí, en esta que le hago, matiza: “Hoy en día no tiene sentido prohibir una película, porque lo que consiguen con eso es multiplicar sus descargas en internet. Cuando escribíamos el libro, en muchos momentos yo me sentía estúpido: ‘¿Por qué estamos haciendo esta tontería? Si todo esto ya se sabe. ¿Qué vamos a conseguir con esto?’ Pues nada, divertirnos es lo que hicimos”. Aunque las cosas se sepan, opongo, no está de más repetirlas un poquito; sin ponerse pesados, dejándolas caer, porque en los tiempos presentes, a la cultura no oficial, en países goyescos como el nuestro se le dice si te he visto no me acuerdo, y la aparición de un volumen como Ven y mira puede contribuir a desmitificar películas como A Serbian Film, y otras; quitarles el aura de peligrosidad, normalizarlas, mostrar que no muerden. Desdramatizar el hecho de que se hagan y se vean. ¡Porque las cosas hay que hablarlas, coño!

Miedo en la ciudad de los muertos vivientes (Lucio Fulci, 1980)

Para que no se nos despisten: de lo que en Ven y mira se habla, largo y tendido y bien, es de cine mondo y del marqués de Sade; del derivativo (y divertidísimo) cine de explotación italiano de los 80 y de Jan Svankmajer; de Luis Buñuel y de Snake Plissken, un personaje al margen de los percales que trata el libro y al margen de todo, pero que en 2013: Rescate en LA apaga ese mundo en el que, fuera coñas, ya casi nos han metido, y eso le convierte en el Espartaco nihilista que me da que sus autores desearían ser. Se habla del giallo y del cine underground neoyorquino, como también de Pasolini y de los nudies de los años 50, de los video nasties de los 70, del cine de monjas cachondas y poseídas y del de nazis viciosos, y de los cortometrajes del movimiento accionista vienés. De sexo y de violencia, del ejercicio de la libertad, de la perversión de censurar, de morales dobles y sencillas, de religión, del poder de la transgresión, del poder de los que van y miran y del poder de los que podan y vendan, del poder que siempre ha tenido el rebaño sobre el lobo (¿os creíais que era al revés?) y de poder sacarle los cuartos al espectador –yo, ninguna pega– ofreciéndole lo nunca visto: un tren que llega a la estación, un cohete que se clava en el ojo de la luna, tribus salvajes del África negra, delincuentes juveniles, sacrificios rituales, rock’n’roll, un sumidero en primer plano, un par de tetas en blanco negro, un vello público a todo color, una cuchillada, un psicópata o dos o tres, un cohete que se clava en el ojete de una, la fascinación por la muerte y así hasta llegar al muñeco que se lo follan. Aquí estamos.

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Volvamos a Rubén, repantingado en el sofá en plano medio. El libro se centra en el cine que incomoda en occidente por uno u otro tabú, pero los tabúes varían según la geografía. En Japón se pixelan los genitales, con lo que eso tiene que doler, y un beso en pantalla es en la India suficiente para que se monte la de Shiva. “Valoramos tocar la cinematografía asiática, pero eso daba para otro libro”, dice. “Además, como el libro surgía, como te digo, en caliente, de lo que directamente nos había afectado, lo que nos apetecía era hablar de lo que ocurre aquí. De la Iglesia católica y de los que nos toca. Lo otro nos queda lejos y podríamos haber incurrido en muchas inexactitudes. Te vas a Japón, a todas esas cinematografías, y flipas. Hay cosas que para nosotros son incomprensibles. En Japón puedes meterle un paraguas por el coño a una niña y abrirlo dentro pero mostrar vello púbico, no. Cosas incomprensibles para nosotros, y se descartó. Asia es otro mundo”.

Macabro (Romolo Marcellini, 1966)

También España empieza a algunos a parecernos otro mundo, uno en que pululan en libertad y bajo régimen de protección oficial los ofendidos de piel fina, los mojigatos en público, los inquisidores, los acusicas miserables, los interesados, los apóstoles de la corrección, los que gritan alto pero no dicen nada, los vacuos, la mayoría anónima, el dedo que señala. ¿Es la censura en España más virulenta, y a la vez más esperpéntica que en otros países? Rubén responde rápido: “¡Aquí hemos tenido 40 años de tío Paco! Eso marca lo suyo. Y luego, cuando salimos de eso, con nuestros complejitos y nuestro ser berlanguiano nos metemos en la idea de querer ser Europa y esas polladas y la censura cambia de sesgo. Ahora la censura es jodida porque viene del otro lado, de lo que se supone que es la izquierda”.

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“El lenguaje, por ejemplo. Según qué cosas ya no puedes decirlas porque es políticamente incorrecto y tienes que cambiar los términos. Ahora ya no se puede decir ‘monguer’, hay que decir ‘discapacitado intelectual’. Y seguro que escribo un libro en el que sale un enano y me viene un enano diciendo, ‘oiga, que yo formo parte de una asociación para la protección de la gente enana y esto usted no lo puede escribir’. Te puede venir por el sitio menos pensado, hoy en día hay todo tipo de asociaciones de hijos de puta que van a saltar para hacerse publicidad. Porque esta gente lo hace por interés propio, absolutamente, del todo, está clarísimo. Y si esa asociación no existe, se va a constituir sólo para denunciarte, como ocurrió con Pepe Rubianes. Cuando hizo aquellas declaraciones sobre España, le denunció una asociación que se había constituido la noche anterior”. Y del Rubianes al que fustigaran y lapidaran por el grave delito de expresar en TV3, con lenguaje reconfortantemente llano, sus opiniones sobre temas tan de mírame y no me toques como la transición y la unidad de España, volvemos al principio. Al atribulado Ángel Sala y A Serbian Film. “Alguien soltó la frase aquella, el tema salió por la tele en un programa de esos matinales de Concha García Campoy y gente que no la había visto empezó a insultar a los que sí la habían visto, a los que la hacían, a los que consumen este tipo de cine, y se lió la de dios. El problema es que a esta gente se la escucha. A cualquier cantamañanas que salte con afán de protagonismo se le escucha, se le da espacio en prensa”.

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La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971)

En el tramo final de Ven y mira se incluye un apéndice del que extracto unas declaraciones de David Cronenberg a raíz de su comparecencia en 1983 ante la Junta de Toronto por su película Cromosoma 3: “El censor tiene tendencia a hacer lo que sólo hace un psicópata: confundir la realidad con la ilusión […] Charles Manson encontró un mensaje en una canción de los Beatles que le decía lo que tenía que hacer y por qué tenía que matar. El hecho de suprimir todo aquello que alguien podría considerar potencialmente peligroso, explosivo o provocativo, no evitaría que un auténtico psicópata encontrara algo que disparara su propia psicosis particular […] Los censores no entienden cómo funciona el ser humano, ni entienden el proceso creativo. Ni siquiera entienden la función social del arte y la expresión mediante el arte. Alguien podría decir, y puede que tuviera razón, que no tienen por qué hacerlo. Si crees que el de censor es un oficio noble, entonces no hace falta que entiendas nada. Solo tienes que entender la censura”.

¿Y qué es mejor para enfrentarse a esta gente, ser hábil o ser lanzado? ¿Hábil para saber sortear la censura o lanzado para que no te importe? Rubén: “Hay que ser lanzado. No creo que haya que hacer política ni proponerse nada. Como autor, hay que hacer lo que quieres hacer y disfrutar el proceso de creación. El otro día leía a Svankmajer, que decía, ‘Una gran idea no sirve para nada’. Joder, yo tengo grandes ideas todas las noches antes de dormirme, todos las tenemos, pero lo que mola de verdad es hacer. Hacer. Y que el propio hecho de la concepción te lleve a alguna parte y de ahí emane tu discurso, sea el que sea. Lo mejor para combatir la censura es ignorarla”.

¿Desea saber más?

Entrevista en caliente de Rubén Lardín a Stdjan Spasojevic, director de A Serbian Film.