Fútbol político: de cómo Egipto convirtió este deporte en un asunto de seguridad nacional
Pro-Ultras graffiti in Maadi, an affluent district in Cairo. Photos by Karim Alwi and Diaa Adel

FYI.

This story is over 5 years old.

Sal de mi camino que aquí voy yo

Fútbol político: de cómo Egipto convirtió este deporte en un asunto de seguridad nacional

El gobierno está tomando medidas represivas contra los aficionados, algo que muchos consideran una campaña de venganza dirigida por las fuerzas de seguridad que dominaban al país antes de la revolución.

El 17 de agosto de 2014, cuando salía de su oficina, el presidente del club de fútbol de Zamalek, Egipto, fue víctima de lo que considera un intento de asesinato. Mortada Mansour les dijo a las autoridades que fue atacado por los propios fanáticos de su equipo, un grupo altamente organizado de hinchas conocido como los Ultras. En las semanas siguientes al ataque, aproximadamente 50 ultras fueron arrestados y presuntamente torturados, y muchos de los miembros de este movimiento compuesto por miles de jóvenes egipcios enfrentan cargos de terrorismo. Sin embargo, he hablado con abogados, periodistas y ultras que creen que detrás de esta represión hay mucho más que la denuncia de una celebridad deportiva o el aumento en el hooliganismo futbolero. Muchos de ellos sienten que es una campaña de venganza dirigida por las fuerzas de seguridad del Estado que dominaban a Egipto antes de la revolución.

Publicidad

El abogado egipcio Tarek al Awady lidera el equipo de defensa de los Ultras. "No hay ninguna evidencia para nada de esto", me dijo. "Mansour tenía cámara de televisión allí a las 3:00 a.m. y un abogado en su oficina, como si supieran lo que iba a ocurrir. Sus heridas, según los doctores, no podían ser de un arma de fuego. Él afirma que le dispararon 14 veces, pero la policía únicamente pudo encontrar un solo casquillo de escopeta, a 500 metros. Es imposible alcanzar un objetivo con una escopeta desde esa distancia".

Recientemente visité la oficina de Al Awady, escondida en un callejón polvoriento al norte de El Cairo. El equipo de defensa que lidera junto al doctor Walid al Kateeb es todo lo que se interpone entre estos jóvenes y el sistema carcelario de Egipto. Al Awady fue sorprendentemente audaz y me dijo que las denuncias fueron completamente cocinadas: "los diez detenidos no fueron capturados en el lugar, sus casas fueron allanadas después. ¿Cómo podía alguien saber quiénes eran?".

Al Awady insistió además en que los detenidos fueron maltratados: "los torturaron en presencia del presidente Mansour. Sus confesiones fueron transmitidas en televisión, y cuando los chicos llegaron a la Corte todos lo negaron".

Cuando millones de egipcios se tomaron las calles en 2011 con la consigna "pan, libertad y justicia social", la respuesta de Hosni Mubarak, el presidente del país por 30 años, fue todo menos cálida. Los ciudadanos que marcharon a la plaza Tahrir, con la esperanza de que podían presionar por un mejor país, se encontraron con las balas y los bolillos de la única estructura eficiente que tiene Egipto: sus fuerzas de seguridad. Todavía está por demostarse si las órdenes de disparar vinieron directamente de arriba, de la oficina de Mubarak. Pero lo que sí es seguro es que la victoria llegó desde abajo, y los Ultras desempeñaron un papel fundamental a la hora de tomarse las calles y derrocar al líder de la nación más antigua del mundo.

Publicidad

Ahora, después de cuatro presidentes y tres años de convulsión, la sensación en el nuevo Egipto, dirigido por el exgeneral Abdulfatah al Sisi, es que las cosas están peor que antes. En nombre de la lucha contra el extremismo, el gobierno está reprimiendo a cualquier grupo que exprese disenso. La Hermandad Musulmana, la organización que gobernó el país tras la salida de Mubarak, hoy es considerada ilegal y terrorista por parte de las autoridades, y los activistas de izquierda, los secularistas, los periodistas, las personas gay y las ONG deben estar en regla o arriesgarse a terminar en prisión.

En respuesta a las injusticias que dicen haber presenciado luego del supuesto ataque al técnico de fútbol, los Ultras de Zamalek rápidamente se organizaron para protestar; la situación se tornó violenta y al día siguiente 78 de ellos habían sido arrestados. La mitad fue liberada al azar, y el resto se unió a la huelga de hambre que llevan a cabo los periodistas y los activistas encarcelados luego de que entrara en vigor la Ley de Protesta, que tipifica como delito cualquier manifestación. Como si esto fuera poco, el presidente Mansour, aprovechando la histeria, interpuso una demanda para que el movimiento de los Ultra sea declarado ilegal y terrorista, tal como ya sucedió con la Hermandad Musulmana.

Mansour es una figura notoria del establecimiento prerrevolucionario, un abogado y comentarista que previamente había enfrentado investigaciones por orquestar la extraña Batalla de los Camellos, en la que matones con espadas irrumpieron en la plaza Tahrir y atacaron a los manifestantes durante el primer día de protestas. El periodo de Mansour como presidente del Zamalek ha causado poco entusiasmo entre los hinchas: el 12 de octubre, le dijo a la prensa que los Ultras le habían arrojado ácido nítrico mientras se preparaba para dar a conocer al nuevo entrenador del equipo. Los hinchas respondieron publicando un video del incidente en su página de Facebook en el que le gritaban "perro del sistema" y además le aclaraban que en realidad se trataba de orines.

Publicidad

Al Awady también cree que Mansour es una "herramienta que está siendo usada por una fuerza mayor" y que las autoridades están ejercitando sus músculos. "Su estrategia es: si no podemos controlarlos, al menos mandémoslos a la cárcel".

Muchos comparten el sentimiento de que el gobierno arremete contra los Ultras con el fin de ponerlos en su lugar como desquite por la fuerza que han demostrado desde la revolución. A principios de 2012, un partido entre el club Al Masry de Puerto Saíd y los visitantes de Al Ahly de El Cairo se convirtió en uno de los encuentros más sangrientos en la historia del fútbol. Cuando el juego estaba terminado, los hombres del palco de Al Masry invadieron el terreno de juego, saltando por las gradas, y atacaron a los fanáticos de Al Ahly con cuchillos, piedras y botellas. Fue un baño de sangre con personas arrojadas desde las gradas y fanáticos muriendo en los brazos de los entrenadores de fútbol escondidos en los vestuarios.

No pasó mucho tiempo antes de que aparecieran testigos asegurando que este episodio había sido orquestado. Según estos testimonios, las requisas que usualmente se realizan a la entrada no se llevaron a cabo, las rejas que separan a los aficionados habían sido abiertas, las luces fueron apagadas y las puertas de salida se mantuvieron cerradas cuando las personas intentaban escapar. Muchos ultras creen que los baltageya (asesinos a sueldo) estaban presentes y que las fuerzas de seguridad ignoraron la masacre que se desplegaba ante sus ojos o, lo que es peor, observaban cómo su plan salía de acuerdo a lo previsto.

Publicidad

Lo de Puerto Saíd es una tragedia que está profundamente arraigada en la identidad de los ultras de Al Ahly. Sus 74 mártires son recordados en innumerables camisetas y en varias paredes de El Cairo. Desde entonces, cada torneo importante ha estado clausurado para las barras bravas.

En Egipto, los Ultras tienen un extenso historial de actos violentos —al partido más importante de la temporada se le llama "la competencia más violenta del mundo"—, pero ¿son las barras bravas de Medio Oriente una cuna de terroristas?

Cualesquiera que sean los motivos de la violencia, las tensiones solo aumentarán si el gobierno se niega a aliviarlas. "El principal motor de los Ultras es el fútbol", me dice James M. Dorsey, un experto en política y fútbol en Medio Oriente. "Pero los intentos de criminalizar a los Ultras, junto a la prohibición de los espectadores y la represión generalizada en el país, es una receta para su intensificación y radicalización".

Les comparto esa idea a dos aficionados, Nino y Mohammed, en un café de El Cairo. "Nadie va a olvidar la sangre de sus hermanos, asesinados ante ellos. Claro que se van a vengar", me dice Mohammed, aunque añade que pocos querrían esta última forma de castigo. "No queremos mártires. No queremos revancha en contra de alguien que es hermano de otro… pero no sabemos qué hacer. Después de la masacre de Puerto Saíd retuvimos a uno que era responsable, y la gente tenía armas, pero no pudimos matarlo. No fuimos capaces de hacer lo que él hizo".

Nino concluye describiendo la sombría lógica que, a su parecer, opera por estos días. "Están intentado empujarnos a ser más violentos, para que en lugar de utilizar un bolillo puedan usar balas".

Nino participó en los enfrentamientos previos a la revolución, pero debido al clima político actual, está ansioso por distanciarse de esas actividades. Golpea nuestra mesa con rabia y frustración y asegura: "No sé con quién debería estar enojado, si con el Ministerio del Interior, los servicios de seguridad, la gente de Puerto Saíd… ¿Cómo puedo definir mi ira hacia ellos? Estoy desarmado. No tengo la habilidad para enfrentar a la gente contra la que debería tomar venganza".

Cuando les pregunto sobre la posibilidad de unir las acciones de todos los ultras de Egipto contra el Estado, Nino inclina la cabeza mientras Mohammed me dice: "ahora todos estamos en la misma línea. Tenemos una causa, estamos luchando para volver a los estadios en contra de la voluntad del gobierno".

De vuelta a la oficina de Al Awady, le pregunto si los Ultras podrían llegar a ser más combativos si continúa el dominio del gobierno sobre ellos. Él me indica lo que está en juego: "espero que eso no suceda. Espero que el gobierno no continúe presionándolos, porque en este punto esto podría convertirse en una situación muy crítica. Podría ser un asunto de seguridad nacional".