Todos tenemos en mente el estereotipo un saltador de clase mundial. Le imaginamos andando con determinación hacia el final del trampolín, el gesto serio, la mirada serena. Le vemos dando los saltitos de preparación: son calculados, medidos, precisos. Entonces se levanta hacia el cielo, como si los ángeles mismos le llevaran en brazos. Su cuerpo se contorsiona en el aire ofreciendo un grácil espectáculo: pura poesía en movimiento. Se aproxima a la superficie del agua, el telón que cerrará su espectacular actuación, y entonces…
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