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ESPAÑA

Los momentos más jodidos del vídeo de la señora que se queda dormida en el programa de Juan y Medio

Después de unos días digiriéndolo, hemos sido capaces de analizar en profundidad el primer gran vídeo del año.

Bien, ahora que ya han pasado varios días desde el pequeño incidente de La-Mujer-Que-Se-Quedaba-Dormida-En-Un-Plató-De-Televisión —recordemos, el suceso sucedió el pasado 10 de enero— podemos formarnos una opinión madurada y pensada del fenómeno. Ya sabéis que es mejor esperar la calma después de la tempestad. Las opiniones que se vierten justo después de un atentado supuestamente terrorista o de unas elecciones pueden resultar vergonzosamente lamentables leídos semanas, o incluso días, después.

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En fin, ahora que ya he justificado mi tardanza a la hora de redactar este artículo de un tema curioso de actualidad, quizás sería recomendable —a nivel periodístico— informar un poco del suceso que ha desencadenado la creación de este mismo artículo —o "articulillo" como algunas personas se refieren en las redes a lo que escribo—, más que nada para que todos aquellos que no saben de qué va la cosa no se sientan excluidos.

Por lo que parece sucedió un martes por la tarde —es por esto que el susodicho programa se llama La Tarde, aquí y ahora y no La Mañana, aquí y ahora o La Noche aquí y ahora o Sinfonía de Muerte y Destrucción— en el espacio presentado por Juan y Medio, ese entrañable, educado y divertido cómico almeriense, cuyo nombre real no es "Juan y Medio" sino Juan José Bautista Martín, un apelativo, sin ninguna duda y sin ánimo de ofender, mucho menos jocundo. Incluso podríamos decir que es un nombre un poco deprimente, pero eso ya no es de nuestra incumbencia.

En fin, el programa de Canal Sur —cuya página oficial es esta (he encontrado conveniente enlazarla ya que este programa nos ha ayudado a generar contenido)— tiene el  objetivo de "ayudar a las personas mayores que sufren por estar solas a encontrar una compañía para acabar con su soledad", según podemos leer en su web oficial. Pues fue durante la sesión de flirteo del pasado martes cuando una de las protagonistas se quedó dormida en medio del plató. El presentador evidenció el incidente y, según han titulado algunos medios españoles, le gastó una broma, que consistió en apagar las luces, mantener el plató en silencio y despertar a la mujer para decirle que el programa ya había acabado hacía rato. La broma es de perfil bajo, nada especial, pero no pasa nada, no deja de ser entrañable.

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Recordemos que reírse de alguien que está durmiendo es un clásico que no caduca, ya sabéis, todas esas fotos de gente durmiendo en aviones con la boca abierta. Es el poder que nos otorga el hecho de estar delante de alguien que está inconsciente, desprotegido, carente de las máscaras que llevamos durante el día a día.

Hay varias cosas que creo que deben decirse de este vídeo, instantes, digamos, "complicados" que siento la necesidad de evidenciar. Antes de nada, quiero alabar a esta gran mujer por haber centrado la atención de gran cantidad de gente a base de una total inactividad. Por un lado es una triste metáfora sobre la idea del estrellato fácil televisivo —y, directamente, de esta sociedad occidental—, un mundo en el que se premia a esos individuos que lo único que hacen es vender la moto y no hacer una mierda. De todas formas, la pasividad de la señora también se merece un gran aplauso pues, su acto supone la derrota del enemigo desde dentro de su propio imperio. Esta mujer se ha colado dentro de las entrañas del mal y ha perforado la lógica interna de la industria audiovisual, tan pendiente de generar atención y visionados, ya que esta, en su propio seno, no ha podido evitar que una señora se aburra, se duerma e ignore las fantasías que ofrece la pequeña pantalla.

Pero hay otras cosas. En este vídeo hay otras cosas mucho más interesantes.

Mirad a esta mujer. Mirad fijamente a esta mujer. Toda la atención recae sobre la bella durmiente pero, ¿qué pasa con este ser de suéter rosa y bufanda plateada? En el momento en el que Juan y Medio pide silencio absoluto  —bueno, que se aplauda con las "manos mudas", como dice él—, enfocan a este triunvirato femenino que funciona como un elemento narrativo fascinante de cuatro segundos. Estructurado en tres fases —las tres señoras—, se trata de una pequeña fábula de aprendizaje. Al principio, la mujer del medio comprende el mensaje de Juan —aplaudir en silencio— y hace ese gesto de mover las manos sobre su propio eje, sin emitir ruido. Luego, la de la izquierda, empieza aplaudiendo pero, al ver que la del medio hace ese gesto nuevo con las manos que resulta menos atronador, aprende y la imita. Y ahora, en el tercer punto, es cuando llega la nota discordante.

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Nuestra amiga —suéter rosa y bufanda plateada— no se entera de nada y va aplaudiendo sin control, no se interesa por nada ni nadie y no necesita saber qué hacen las demás personas para saber si lo que hace es potencialmente peligroso. Vive, en definitiva, en una burbuja de autocomplacencia. Es exactamente igual que todos esos países que van a la suya y les importa una mierda si están destruyendo el planeta o si se desmoronan fábricas textiles que fabrican prendas para sus empresas. Vale, la metáfora es excesiva pero es que esta mujer se está cargando la bromita de Juan. Y eso no se hace.

Luego hay otro momento incómodo. Este:

El momento exacto en el que Juan cede en su indumentaria de tipo simpático y agradable y se le hinchan las pelotas y se indigna. Esa pequeña ranura a través de la cual el mal saca su mano y muestra al mundo entero que está vivo y que sigue ahí, dentro de todas y cada una de las personas vivas de este mundo. Incluso de las que menos nos lo esperamos.

También tenemos el señor al que todos ignoran. Es el tipo con el que empieza el vídeo, ese que está contando sus historias de no sé qué de un tocadiscos y no sé qué de que era el más joven de no sé dónde. El tema es que él está ahí con sus historias, viviéndolo, recordando su juventud y disfrutando de su momento televisivo cuando, de repente, Juan le interrumpe y le clava esa espada en forma de frase: "perdone un segundito". Le corta y el pobre se queda colgado, como aquel que espera a su cita con ese "me reconocerás por el sombrero amarillo que llevaré" y la cita nunca llega porque nunca ha querido llegar. Nuestro amigo se queda sin poder terminar de contar su gran anécdota, esa que le permitiría encandilar a alguna de esas mujeres que tiene al lado, bueno, la que queda despierta. Pobre señor, pobre señor. Todos nos podemos sentir identificados con este pobre señor. En el fondo este vídeo lo que viene a decirnos es que el relato de este Don Juan es tremendamente aburrido y que nunca conseguirá una compañía femenina y que siempre estará solo. El hombre que lo dormía todo. El tipo más aburrido de la historia de la humanidad.

Con todo esto no podemos olvidar el cuarto personaje en discordia: la señora silenciosa. Esa mujer que se ha vestido con la chaqueta más elegante que tiene, que se ha alisado el pelo y que decide no abrir boca, no comentar nada sobre lo que está aconteciendo a su alrededor. Es casi como el narrador de esta historia, el ente que, sin intervenir ni opinar, nos presenta uno de los momentos más bonitos de la historia de la televisión.

Finalmente nos vemos con la obligación de mencionar el estado de aturdimiento con el que se despierta la señora, totalmente confundida. La tipa se va sin saber qué está pasando y sin tener claro si la han grabado durmiendo o no, si está en directo o no o si todo esto es real o no. Esta criatura, en los últimos latidos de este vídeo, se nos presenta como un ser totalmente desviado de nuestro plano de existencia.

Podría decir que este programa retrata una España de señores antipáticos, abuelos aburridísimos, señoras que no dicen absolutamente nada, señoras que se duermen y gente que no se entera de una mierda en general pero prefiero quedarme con el acto heroico de una señora que está por encima de todo —de los prejuicios y de los miedos— y que nos recuerda que, al fin y al cabo, tampoco hay nada que sea excesivamente importante en este mundo.