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Nico Rosberg

Fórmula 1: Temporada 67, episodio 21

Terminó la temporada, una de cruces entre Rosberg y Hamilton, una que el alemán le ganó en la última carrera al inglés.
Foto: Valdrin Xhemaj/EPA

Empecemos por la seducción del porvenir. Sigamos, después por la eterna espiral del presente. Y acabemos, finalmente, en el instante del pasado.

Cada tanto, como en un loop tan urgente como predecible, la Fórmula 1 se reinventa. Más preciso sería decir que al interior del Kremlin, como se conoce al motorhome de Bernie Ecclestone, se barajean e imponen los futuros cambios que actualizarán al gran circo de cara a las nuevas demandas del discurso social para su consumo sin culpa u ofensa. El capitalismo, se sabe, o te normaliza o te devora. Así, desaparecieron las tabacaleras de los alerones y sidepods y, con ellas, el flujo de capital que inyectaban; también, las trampas de arena en favor de permisivas amplias zonas de escape más allá de la línea blanca del circuito; aparecieron llantas acanaladas para disminuir el agarre mecánico y la velocidad. La última adaptación: eficiencia en consumo de combustible, motores híbridos y sistemas de recuperación de energía cinética. La serie de cambios que se implementarán la próxima temporada prometen producir el auto de Fórmula 1 más rápido de la historia y, según Aldo Costa, uno más complicado de manejar que los actuales y de previas temporadas. Veremos, veremos si esas modificaciones en la reglamentación consiguen, por fin, capturar el animal mítico preferido de todo militante de la Fórmula 1: los viejos días de gloria en que todo era más puro, más rápido, menos sanitizado, menos complaciente. Mientras esperamos podemos abismarnos en el lúcido presente de la Fórmula 1, fuera de la pista.

Por momentos esta ha sido una temporada menos interesante en la pista que dentro de ese desierto de generación de contenido que es internet. Bernie parece haber entendido que la supervivencia de su producto pasa por la captación de un porcentaje de los miles de millones de personas que están pegados a internet y ya no a la televisión. Y que quienes vieron salir campeón a Keke Rosberg no van a vivir para siempre. Así las cosas, el cambio parece venir desde adentro, desde la llegada de los Verstappen, los Wehrlein, los Stroll. Adolescentes nativos de internet a bordo de algo que, antes, sólo conducían personas con bigote. Kimi, Alonso, Hamilton parecen tipos de otra época. Dinosaurios. Dinosaurios hervíboros, no dinosaurios en el estilo de un Nigel Mansell, por ejemplo, pero dinosaurios a fin de cuentas. Se nos va el siglo XX. Vienen otros dueños, se va Bernie. Y, mientras tanto, en Twitter, Facebook, Instagram y YouTube no puedo sino imaginar un grupo de milenials generando todo ese contenido levemente irónico, semi enmarcado en los límites cortantes de la lógica de un meme listo para consumirse y revalorizar el producto. Y es que en el uso de sus redes sociales la F1 no se asume como marca sino como usuario de las mismas. ¡Oh, truco del marketing digital! Y de ahí mismo que el contenido que producen, por momentos, sea más entretenido de consumir que una carrera en un circuito en el Cáucaso con largas rectas y curvas de 90º. Para decirlo de otro modo, no hay DRS que haga más faveable un tuit que la sencilla dinámica copy-imagen-coyuntura.

Pero la temporada 2016 ya es historia. Y el dulce final trae a la memoria palabras de Ayrton Senna que, aunque son un lugar común no por ello son menos necesarias: "todos los años tenemos campeón del mundo, pero no todos los años tenemos un gran campeón". ¿Este año, es lo primero o lo segundo? Ha sido una temporada con cruces en el liderato del mundial de pilotos entre Nico Rosberg y Lewis Hamilton, con nueve victorias uno, diez el otro, superávit de 43 puntos, déficit de 19, etcétera. Además, está ese otro cruce en mayo, en Cataluña. Son demasiadas las variables como para intentar ahora un juicio que, además, no cambiaría la realidad: Nico le ganó un título mundial a Lewis. Pocos. Menos aún en maquinaria, teóricamente, idéntica. Porque no importa qué tan rápido vayas, Lewis siempre irá una milésima de milímetro más que tú sobre la superficie de la pista. Y de ahí que las palabras de Senna resuenen tanto hoy. Nico es eso que tanto seduce a los británicos: el que trabaja la victoria, el underdog que pone de rodillas a la estratosférica estrella multicampeona (James Hunt-Niki Lauda, Nigel Mansell-Nelson Piquet, Damon Hill-Michael Schumacher). Lo de Nico tiene que ver menos con el talento que con el overol. No es el elegido por el dios terrible del deporte que baja y te toca con una varita. Y a diferencia de, digamos, Jenson Button, en el otro garage tiene a un tipo visitado por ese dios. Nico ha remado el campeonato desde 2013 y, como alguna vez le dijeron a Gilles Villeneuve, en la vida sólo tienes un oprtunidad de salir campeón, no la puedes desaprovechar. Así, al final de cada temporada quedan tres tipos de pilotos: los que no se atreven a mirar atrás (Vettel), los que sólo pueden ver hacia adelante (Verstappen). Y uno para el que el tiempo se detiene y se le revela el proceso en el que lo absoluto e irrevocable de un instante empieza a mutar en el destello oscuro de un recuerdo inmortal. El día en que pasas de ser un piloto de Fórmula 1 a ser el Campeón de pilotos de Fórmula 1 del 2016. Algo que, por más que pase el tiempo, como a Farina, como a Rindt, como a como a su propio padre, a Nico, nadie, nunca, se lo podrá quitar.