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boxeo

Noche de combate en el oeste de Texas

En una decadente arena en Fort Stockton, Texas, un joven contendiente busca oponentes decididos a resolver sus asuntos con sus propias manos y así promover su carta como peleador.
Photo by Graham Dickie, KRTS Marfa

Los peleadores comenzaron a llegar cerca de las 5 en punto. Con ellos vino la tormenta. Nubes gigantes, musculosas, amenazaban el Pecos Coliseum en Fort Stockton, Texas. Pero los adolescentes, en su mayoría, salían de las pick-ups apenas mirando al cielo, y cuando empezó el aguacero, ninguno corrió. Los contendientes ya vendados, cargando mochilas deportivas y galones de agua, entraron al coliseo empapados. Sin sombrillas. Sin quejas.

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Entre ellos estaba Abel Mendoza, de 18 años, actualmente entrenando en El Paso, pero originario del área. "Para ser honesto, esta es, probablemente, la pelea más importante de mi vida porque nunca he peleado en casa," me contó Mendoza esa mañana en su oscura habitación del hotel.

No es una sorpresa que Mendoza, quien competirá en los próximos torneos clasificatorios para las Olimpiadas este verano, no haya peleado antes en Fort Stockton. Para muchos, el pueblo desolado de 8,000 habitantes solo es un lugar donde se puede agarrar gasolina. Carreteras tan rectas como una regla se extienden de su intersección central hacia todas direcciones. Al este, las grandes ciudades: Houston, Dallas, y San Antonio. Al oeste: El Paso. Al sur: México. Al norte: la nada —a 402 kilómetros la ciudad más cercana es Albuquerque. Entrar o salir del poblado implica cruzar cientos de kilómetros de desierto rojo.

A pesar del desamparo de Fort Stockton, el sábado 13 de junio de 2015, docenas de boxeadores llegaron aquí para participar en la primera "West Texas Fight Night", un espectáculo de pugilismo con un pie en la organización boxística (USA Boxing, la asociación amateur más grande del país, supervisó las contiendas), y con otro en los pleitos en lugares desiertos (el evento era BYOB).

Mendoza mismo organizó el evento. Con la ayuda de su familia, Mendoza solicitó patrocinio de docenas de negocios locales para juntar los $10,000 dólares necesarios para rentar el lugar y pagar a los réferis y doctores.

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"Nunca me imaginé haciendo otra cosa. He boxeado toda mi vida. Es todo lo que sé. Esto es lo que quiero hacer y quiero ser parte del equipo estadounidense," dijo Mendoza.

¿Qué impulsa a un niño como Mendoza a tomar el espantoso control logístico para organizar una noche de combates de 15 peleas? Una preocupante falta de competición local. El problema es perenne en el Oeste de Texas, donde la población en algunos condados promedia de una a dos personas por milla cuadrada. A los jugadores de futbol americano de preparatoria les toma dos horas para ir a entrenar, y de forma similar, los boxeadores recorren una distancia entre Nueva York y Philadelphia para ir a la práctica. Los contendientes más comprometidos recorren distancias aún más largas. Michael Dutchover de 17 años, quien también estará peleando en las eliminatorias olímpicas, dijo haber ido hasta San Antonio para solo hacer ocho rounds de sparring. El viaje —sin tráfico— toma más de cuatro horas.

"No hay muchos atletas profesionales en el área," dice Mendoza. "Ni un solo promotor."

Foto por Graham Dickie, KRTS Marfa

Mendoza dejó su hogar a los 16, mudándose tres veces en dos años para encontrar peleas más desafiantes y mejor calidad en los entrenamientos. Fabian Mendoza, el papá de Mendoza, tiene suerte de haber ahorrado, gracias a la reciente explotación petrolera en la cercana laguna de Permian, para poder financiar los viajes de su hijo, pero dice que ha sido difícil ver a su hijo ir y venir.

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"Lo extraño todo el tiempo. Tengo que ser fuerte. Cuando más me preocupo es cuando está viajando," dice Fabian. No es menos difícil para la madre de Mendoza. En el evento, ella estuvo a cargo de los puestos. Alma Mendoza y otros voluntarios —en su mayoría familiares— vendieron hot dogs y quesadillas que habían preparado en sus casas. "Sí pues, hemos hecho muchos sacrificios, hemos trabajado duro, hemos tenido muchos gastos para ayudarlo, para que él pueda triunfar."

De acuerdo con Frank Guerrero, fundador del Alpine Boxing Club en Alpine, Texas, cada vez más personas están dispuestas a hacer sacrificios para encontrar mejores peleas. "Queremos juntarnos y pelear. De esta forma hay más competencia, más atletas, y hay mejores chances de que el boxeo crezca en nuestra área," dice Guerrero.

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En este caso, la mejor competencia era Víctor Ramírez. Con el doble de edad de Mendoza, dos divisiones de peso arriba de él, y al menos siete centímetros más alto, Víctor Ramírez es el tipo de retador que Mendoza busca. Llegó al lugar con un equipo de nueve personas —entrenadores, manejadores, y otros peleadores, incluyendo unos cuantos niños de diez años (llevó a todo su gimnasio). Nos habíamos visto en el almuerzo, pero él no comió nada. Durante la entrevista traté de descifrar el tatuaje gigante en su cuello, hasta que decidí que era un cráneo de una rata. "Es fuerte. Se ve que es duro," Mendoza dijo de Ramírez. Pude ver de lo que hablaba.

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Ramírez habló de la comunión en su gimnasio, Heavy Artillery, en El Paso. "Somos una familia. Somos amigos. Siempre estamos juntos, unidos, en todo," dijo.

A lo largo del día otros peleadores repitieron este mismo sentimiento. Ya que los boxeadores pasan mucho tiempo entrenando y viajando juntos, han desarrollado un profundo sentido de camaradería.

Cuando le pregunté cómo se sentía acerca de pelear con un adolescente, Ramírez, a regañadientes, contestó, "Cómodo."

Este fanfarroneo es lo que llevó a estos dos peleadores a encontrarse en el ring. "Ramírez y yo tenemos una rivalidad," dijo Mendoza. "Estábamos en el mismo torneo, viendo las peleas de cada uno. Después de verme noquear a una persona de 23 años, lo escuché decir, 'Voy a noquear a este niño en el primer round.' Desde entonces, ha tratado de enfrentarme."

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Al entrar al coliseo, si no estuviera un ring rojo, blanco y azul en el centro, pensarías que has entrado a una pista de rodeo: tierra en el piso, jaulas de animales de granja rodeando la arena, y anuncios que dicen "Cuidado con las serpientes cascabel" en todas partes.

Gimnasios representados incluyendo Heavy Artillery, Midtown Soldiers de Midland, y Rival de Odessa, tomaron las esquinas de la arena y empezaron a calentar. Más de 500 espectadores entraron poco después. Los papás llevaban hieleras de cerveza Lone Star; las mamás cargaban a sus bebés; las abuelas con bastones entraron por puertas detenidas por amables texanos vistiendo sombreros de vaquero.

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Mientras tanto, Mendoza perdía la cabeza. Aún sin desvestirse, caminaba de un lado a otro en un cuarto detrás de la cocina, gritándole a su celular en español y en inglés. Un malentendido (después resuelto) con la USA Boxing sobre la venta de boletos amenazó con sabotear la inversión de Mendoza.

"¿Vas a poder concentrarte una vez que comience la pelea?", le pregunté.

"No tengo otra opción," dijo Mendoza.

Foto por Graham Dickie, KRTS Marfa

De regreso a la arena, las peleas habían comenzado. Había concursantes desde adolescentes en el peso gallo hasta jóvenes peleadores apenas más altos que las rodillas de sus entrenadores. Hubo dos peleas de mujeres. La mayoría de los encuentros eran cortos —tres rounds en total. Para los niños más pequeños, cada round duraba un minuto; para los más grandes, 90 segundos o dos minutos. En muchas ocasiones, los combatientes se enfrentaron a oponentes familiares —boxeadores de poblados cercanos que viajan por los mismos circuitos. "En el ring somos enemigos, fuero de él somos amigos," dijo Damien Sánchez, boxeador de 11 años.

Sin embargo, cuando dieron las 9, los dos hombres mostraron poco afecto el uno al otro. En el momento en que Mendoza y Ramírez se acercaban al ring, el DJ puso algo de hip-hop y el anunciador introdujo a "dos de los mejores peleadores de Texas." El amigo más cercano de Mendoza se paró y chifló. Mendoza chocó sus guantes. No había seguridad o una cuerda que separara a los atletas de los espectadores.

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Mendoza y Ramírez pelearon cuatro rounds de tres minutos, una pelea larga para los estándares amateur. En un intento por aimular una pelea profesional, ninguno se puso careta. Ramírez balbuceaba, y mientras bloqueaba los jabs de Mendoza, sacudía la cabeza de forma burlona. Mendoza poseía mejor técnica y terminó dándole una clase de boxeo a Ramírez en los cuatro rounds. Cuando el anunciador lo declaró el ganador, la arena explotó.

"¡Abel!, ¡Abel!, ¡Abel!" la multitud gritaba. Bajó del ring con su cinturón de plástico de campeón sobre sus hombros. Los espectadores se le acercaron. Abrazos y selfies.

"Abel, ¿cómo se siente haber ganado esta pelea?", le pregunté.

"Lo logré en mi propia casa. Estoy emocionado. ¡Muy emocionado! Esto es todo lo que he soñado," dijo.

Para cuando la gente comenzó a irse, la lluvia volvía a caer. Esta vez hubo relámpagos. Los boxeadores y sus familias subieron a sus camionetas, y emprendieron el largo viaje a casa."