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Cultură

Albert Hoffmann y los grandes descubrimientos del LSD

El LSD no sólo ha aportado viajes y buenas fiestas a la humanidad.
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Como suele ser el caso de los acontecimientos que cambian el mundo, el primer viaje de ácido no fue planeado.

Albert Hoffmann sintetizó la dietilamida de ácido lisérgico, o LSD, por primera vez en noviembre de 1938 mientras estudiaba los usos medicinales del hongo en un cultivo. Pero el científico suizo se olvidó de ello durante unos años para concentrar su atención en otras áreas del laboratorio. Sin embargo, el 16 de abril de 1943, hace sesenta y nueve años, Hoffmann volvió al LSD e ingirió, por accidente, un poco de la sustancia, lo que desencadenó su primer viaje.

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Vale la pena releer su historia:

“El pasado viernes 16 de abril de 1943 me vi obligado a interrumpir mi trabajo en el laboratorio a media tarde y a retirarme a mi hogar, pues había sido abordado por un fuerte sentimiento de agitación, acompañado de un ligero mareo. Una vez en casa, caí en un estado nada desagradable de intoxicación, caracterizado por una imaginación extremadamente estimulada. En un estado somnoliento, con los ojos cerrados (la luz del día me parecía particularmente deslumbrante), empecé a percibir un flujo ininterrumpido de imágenes fantásticas, y un juego caleidoscópico de colores y formas extraordinarias. Después de unas dos horas, el efecto se desvaneció”.

Esta experiencia accidental dejó a Hoffmann tan intrigado con el LSD que unos días después se drogó como es debido y salió a dar el mejor paseo en bici de toda su vida. Hasta el día de su muerte, en 2008, fue un ferviente promotor de las cualidades terapéuticas del ácido.

Pero fue ese párrafo lo que desató ese mar de cambios en la conciencia popular. ¿Tenía Hoffmann idea alguna de las implicaciones que supondría la puerta que acaba de abrir? Es poco probable. Y no cabe duda de que el hombre estaba (y estaría) avergonzado por esa ola de abusos legítimos (estoy pensando en Their Satanic Majesties Request de los Stones, y en todas esas chicas hula hula) que se propagó entre la juventud conforme la droga se fue popularizando.

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Aun así, podemos adjudicarle algunos logros y avances al accidente de Hoffmann. Bueno, quizá. Hay viajes normales (la fuente creativa de Steve Jobs y Timothy Leary), y también hay viajes legendarios cuyos frutos son tan monumentales que casi parecen demasiado buenos para ser verdad. Sin embargo, queremos creer en ellos. Simplemente son demasiado buenos.

Como es viernes, he aquí una lista nada exhaustiva de los frutos de algunos de los viajes más extraños.

EL NO NO

Empezaré por aquí para quitárnoslo de encima. ¿Cómo no iba a contarlo? La historia de Dock Ellis en la que el lanzador se bombardea con ácidos y después no deja que le metan un solo hit es la mejor historia para sentirse bien. Toma ya. Acabo de anotar un touchdown.

EL ADN

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(Cortesía de la National Library of Medicine)

Es igual que con Dock. Tenía que mencionar la supuesta visión de Francis Crick de la doble hélice mientras estaba puesto hasta las cejas. Lo siento.

ÁCIDO CLANDESTINO (BÁSICAMENTE TODO EL ÁCIDO)

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El tío de la izquierda es Owsley “Bear” Stanley. Kesey, Leary, Garcia y todos los demás eran rostros conocidos en la época psicodélica de Haight-Ashbury, pero Bear era quien manejaba el cotarro tras las bambalinas. Bear no sólo era uno de los pocos químicos que cocinaban las enormes cantidades de LSD necesarias para mandar de viaje a todo dios en San Francisco (algunos estiman que cocinó 1,25 millones de dosis entre 1965 y 1967), sino que patrocinó a los Grateful Dead durante sus primeros días y trabajó también como su ingeniero de sonido.

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No importa si “sabes de música” o no. Owsley Stanley estaba organizando, grabando y mezclando los espectáculos de los Dead en una época en la que el único otro gurú que estaba diseñando su propio equipo de sonido de alta fidelidad era Les Paul. Te guste o no todo ese rollo hippie, tienes que reconocer que este tío fue el pionero de las grabaciones independientes.

EL LIBRO MÁS ATERRADORAMENTE ESCRUPULOSO JAMÁS ESCRITO

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(Cortesía de Foucault Society)

Vigilar y castigar es, sin lugar a dudas, e uno de los textos más jodidos y aterradores jamás escritos. En él, Michel Foucault narra la terrible historia del control corporal y la vigilancia ejercidos en las escuelas, filas militares, hospitales psiquiátricos y prisiones europeas, y básicamente predice el Big Brother que vivimos actualmente en Internet.

Y no creo que fuera coincidencia que Foucault abandonara su obra maestra el mismo año (1975) que se tropezó en el Parque Nacional de Death Valley, y lo que, al recobrar la conciencia, describió como la mejor experiencia de su vida. ¿Qué pico escogió? La Punta Zabriskie. Joder, mirad este lugar.