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Cultură

"Estamos en manos de analfabetas", Guillermo Fadanelli

Lanzó su nuevo libro de ensayos en Almadía. Y ama leer Vice.

Hablé con Fadanelli hace unos días, aprovechando la publicación de su libro de ensayos Insolencia. Literatura y mundo (Almadía, 2012). La conversación sucedió de la única forma que imaginé posible: en los paréntesis entre cada trago que le daba a mi ginebra y los que él le daba a una bebida misteriosa a la que le echaba granos de café enteros. Tal vez las preguntas más importantes que debí hacerle fueron qué chingados estaba tomando y si por favor podía pasarme la receta (que viniendo de él, sólo podía tratarse de un trago para ganadores). En vez de eso, le dije alguna estupidez para disculparme de mi falta de olfato como entrevistador y él comenzó a hablarme de la inutilidad del método inductivo, libros que se leen empezando por cualquier página y las mejores porras que ha recibido Vice México en la memoria reciente.

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VICE: En tu libro hablas del positivismo y la fe ciega en estadística como una enfermedad cada vez más común. ¿Será que cada vez somos menos capaces de leer?
Fadanelli: El positivismo es una mentira ingenua y las estadísticas son una forma degradada de la verdad. Hoy en día, todo mundo tiene una estadística que lanzarte a la jeta. Desde el taxista hasta el mesero, todos, para justificar sus argumentos, tienen una estadística. La cuestión es que siempre existe otra estadística que se contrapone a la primera. Por esto es que la estadística es otra forma vulgar de mentirle a las personas.

¿Se habrá vuelto otra forma de la retórica o algo así?
Sí. Es una forma científica, positivista y moderna de la retórica… Yo detesto ir al médico. Para mí los médicos y los abogados, y hoy en día los hombres de negocios, conforman el trío más cínico y monstruoso que se ha creado en la historia de la humanidad. No voy al médico. Y si fuera a un médico que me detectara una enfermedad incurable, me buscaría otro médico que me detectara lo contrario.

Porque también se puede, siempre.
Siempre se puede.

En el libro comentas que no había un plan A-B-C para escribirlo. Parece que va tomando forma y los temas emergen como sin querer mientras uno lo lee. ¿Hubo un hecho concreto que te llevara a escribirlo?
No, siempre es un… [suena su teléfono]. Este hijo de la chingada, perdón… yo creo que siempre es un impulso que no controlas. Si tratamos de explicar cuál es el origen de nuestros actos, estamos contando también una mentira. Sin embargo, déjame contarte una mentira, la mía: este libro es consecuencia de la vagancia y de la digresión. De hecho, el libro comienza diciendo que uno no es nunca principio ni fin de nada, sino que siempre está en medio de una historia. Entonces, puede comenzar a leerse desde cualquier capítulo. Eliges cualquier letra y comienzas la lectura, y tú como lector reconstruyes el camino o mejoras el contenido, o de plano lo destruyes. A mi edad y después de leer los libros que he leído, que no son muchos, pero son algunos, nunca leo de principio a fin. Comienzo hojeando, leo las primeras páginas o las últimas… soy un holgazán y un distraído. Soy un mal lector.

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¿Con cualquier libro es igual?
Bueno… Regularmente las novelas te exigen una ortodoxia. Es decir, con una novela que cuente una historia lineal, con un principio y un fin, lo deseable es que comiences por el principio. Pero ni aun así: comienzo por alguna hoja, y si el lenguaje o el tono del escritor me simpatizan, entonces empiezo a seguir sus reglas. Primero husmeo, porque si no, es como ir al paredón, sin saber que te van a fusilar. Ahora, los libros de ensayo son magníficos, porque puedes comenzarlos por cualquier punto. ¿Sabes cuál es mi debilidad? Las transcripciones de las conferencias de los filósofos. George Steiner, Bryan Magee, Peter Sloterdijk, Habermas y demás, cuando dan una conferencia que se transcribe, me transmiten mayor conocimiento que el de la escritura cínica.

Y eso que me dices, me parece de lo más logrado en este libro, porque aquí parece que algo va tomando forma como cuando se platica…
Pues, conversando. Si no, te propones como dictador, líder moral o el guía de la epopeya. Siempre es un poco ridícula la escritura, la idea de transmitir mensajes. Por fortuna el lenguaje siempre es ambiguo, no lo puedes dominar. Y cada quien entiende lo que se le da la gana. Es una desgracia, pero también una fortuna.

Al leer el libro, me pareció que es como conocer a alguien. Al principio me chocaron algunas cosas, pero cuando cedí y dejé que hablara, fue mucho más fácil y placentero. ¿Cómo fue para ti escribirlo?
Pues es un conjunto de digresiones. Es como la columna vertebral de un jorobado. Lo escribí en cinco años, sin prisa, invitando a mis autores preferidos, sumando todas mis lecturas y divagando. Cinco años de divagaciones es este libro. Ahora, el divagar o el reflexionar no impiden que camines en una dirección, no en una dirección determinada, pero sí rumbo a un horizonte. ¿Cuál es el horizonte hacia el que camina este libro? No sé. Pero sí creo que tendría que ver con la reflexión sobre literatura y realidad, sobre hecho e imaginación. También sobre política y ficción. Digamos que hacia allá es donde camina este libro, después de cinco años de reescribirlo, de destruirlo, de reinventarlo y sobre todo, de desordenarlo. Sería una especie de monumento al desorden. Pero debe tener una íntima coherencia. Yo todavía no se la he encontrado.

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Me gusta que lo digas, porque me costó mucho trabajo resumirlo, aunque al final sí me queda una impresión muy clara, como muy compacta, de él.
Yo sugeriría que comenzaras desde cualquier lugar. Hay un filósofo, Tomas Nagel, que nos dice que no puedes juzgar el mundo o las cosas desde un lugar absoluto. No hay un lugar moral o virtuoso desde el cual juzgar las cosas, no existe ese lugar. Todos los juicios son relativos, dependen del lugar donde te encuentres. Entonces, esto que en filosofía se conoce como perspectivismo es bueno para la literatura, para las artes, para la política y para la vida misma. Los dogmatismos, a no ser que sean de orden estético, son repugnantes. Yo prefiero el relativismo a todo dogmatismo. Yo por eso prefiero Vice, por ejemplo, y no es cebollazo, a la revista que intenta indicarte el camino. Prefiero una revista autodestructiva, amante del absurdo y de la payasada, porque también hay una inteligencia siempre allí, soterrada. Hay cinismo, hay arte en general… digo, es mi revista favorita. Yo hice una Vice, pero hace 20 años, que era Moho. De algún modo tenemos una muy buena relación.

Hablas de la literatura y la lectura como una forma de tender puentes entre las personas. ¿De dónde crees que venga el lugar común del hombre que por leer ya no puede ser capaz de comunicarse con sus vecinos y se vuelve como un ermitaño?
Mira, de Kafka, de Walser, Fernando Pessoa, viene una tradición de la soledad. Yo soy amante de la soledad, pero el hombre público, el hombre que da entrevistas o el payaso metafísico, forman todos ellos parte de la vida de un hombre. Yo amo el aislamiento y de algún modo tengo cierta vergüenza de existir [risas], y espero en algún momento retirarme a mis habitaciones, pero a mis habitaciones metafísicas. La tensión entre soledad y hombre público, o artista público, te lleva hacia la esquizofrenia. Yo lo puedo hacer, porque tengo cierta experiencia, pero no pasará mucho tiempo antes de que me encierre. Así que…

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Hay que aprovechar…
Un par de añitos más y a la chingada.

Dices tener confianza en el papel de la literatura como cimiento ético pero, ¿qué crees que pasa con los políticos que leen? Nos acordamos por ejemplo del caso de Salinas de Gortari, que parecía ser un lector. Leí también una vez una entrevista con Roberto Madrazo en la que citaba autores con soltura, autores que me habían significado muchas cosas. ¿Qué es lo que hace cortocircuito ahí?
Yo no creo que los políticos que has mencionado hayan sido buenos lectores. El político regularmente cita libros sin haberlos leído. Miente cínicamente, o se quiere arrogar virtudes que no tiene. Si hiciéramos un examen a profundidad de las lecturas de nuestros políticos, nos daríamos cuenta de que estamos en manos de analfabetas. Ahora, la lectura no siempre puede hacerte un buen ciudadano. También puede convertirte en un loco, o en un hombre desgraciado, porque el lenguaje transforma, hace la vida más compleja. A partir del lenguaje construyes problemas. A veces el lenguaje complica y nos hace más infelices. Pero el político tiene obligación de ser honesto, de no mentir, de no enriquecerse con los bienes públicos, de no traicionar a las personas que representa. Al político no debemos considerarlo ni un triunfador ni un hombre exitoso. Es un sirviente de la cosa pública. Es como un jardinero. ¿Por qué aparecen en televisión? ¿Por qué tenemos que dedicarle tiempo a esos maleantes, a esa basura? Ellos que hagan su trabajo, y lo tienen que hacer bien. Si existiera una ciudadanía sólida, y no solamente un sistema de partidos, podríamos exigirles hacer bien su trabajo. El político debe descender de categoría, dejar de aparecer y hacer bien su trabajo. Como verás, les tengo cierta fobia.

Cada vez se oyen más planes y programas para hacer este trabajo al que llaman, de forma tan horrible, el fomento a la lectura. ¿Crees que haya necesidad de acercar, sobre todo, a niños y jóvenes a los libros?
No, yo creo que con una buena educación básica, que no esté dominada por los sindicatos, mayor inversión e investigación en la educación pública, los lectores nacen por sí mismos. Digo, porque repartir libros a una sociedad destruida, desprotegida en sus raíces educativas, no sirve de nada.