El esperma de mi marido es oro líquido y una pareja de lesbianas está loca por él
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El esperma de mi marido es oro líquido y una pareja de lesbianas está loca por él

Mi marido, Michael, es un sueño de 193 cm, fornido, con una mezcla de sangre alemana, irlandesa y sueca. Procede de una familia de deportistas de élite. Su abuelo murió a los 90 años. Su esperma es oro líquido.

Mi marido, Michael, es un sueño de 193 cm, fornido, con una mezcla de sangre alemana, irlandesa y sueca. Procede de una familia de deportistas de élite. Su abuelo murió a los 90 años. Su esperma es oro líquido.

Valentina y Alissa, una pareja de lesbianas y grandes amigas, llevan ya dos años y medio y 20.000 dólares [18.300 euros] invertidos en intentar que Alissa se quede embarazada sin éxito. Volvieron a los bancos de esperma de Oakland para buscar más jugo de la vida, pero se encontraron con que el de su donante se había agotado.

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El verano pasado, en nuestra boda, nuestras amigas le preguntaron formalmente a mi prometido si estaría dispuesto a donar su simiente, a lo que él accedió con entusiasmo. Varios meses y dos vuelos desde Berlín más tarde, nos encontrábamos en la bahía de California para que Michael diera a las chicas todo el esperma que fuera capaz de generar en dos semanas. Eso implicaba que yo pasaría dos semanas de sequía sexual y él acabaría escocido. Son esos pequeños compromisos que uno hace por el bien de la procreación.

El acto en sí era bien sencillo: Michael se corría en un recipiente y se lo entregaba a Alissa y Valentina, quienes se encerraban en su dormitorio para realizar la inseminación mediante una jeringa sin aguja. Michael también hizo varias donaciones al banco de criogenización de California para futuros intentos o posibles hermanos.

Luego estaba el papeleo. Firmamos contratos ante notario por los que nos comprometíamos a no demandarlos por la custodia y ellas se comprometían a no exigir ningún tipo de compensación por manutención. Lo típico. No iban a pagarnos por el esperma —nos pareció poco ético y tampoco se ofrecieron a hacerlo—, pero cubrieron los costes de los vuelos, el alojamiento, el alquiler del coche, las consultas médicas, las terapias y la asesoría médica independiente. Antes de poder donar su leche, Michael tuvo que someterse a todo tipo de pruebas genéticas, ejercicios físicos y análisis de sangre exigidos por el banco de esperma para quedar exento de toda responsabilidad.

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La primera noche, asamos un pollo y hablamos de nuestros miedos e intenciones. Valentina y Alissa nos aseguraron que querían que estuviéramos presentes en la vida de su hijo o hija, tanto como la distancia que nos separaba lo permitiera. Seríamos como sus tíos, una responsabilidad que asumiríamos con gusto y que esperábamos cumplir de la mejor forma. Michael temía que al conocer al fruto de su esperma se le despertara a él también el instinto paternal. A mí me preocupaba que la madre de Michael no fuera capaz de reprimirse e inundara el buzón de las chicas con patucos de punto y cosas por el estilo, excediéndose quizá en sus funciones de abuela de donante.

En la consulta médica, Michael escuchaba sereno el historial de defectos genéticos de su familia —Asperger, cáncer de pecho, colitis…—, pero a mí me invadía la ansiedad. Valentina empezaba a agitarse en su asiento, y pensé que quizá yo podría ofrecer información de mi linaje, pero después de un breve repaso mental, me di cuenta de que no sonaba mucho mejor que el de Michael.

Traté de distraerme con la cámara y me fui al baño con la intención de colarme en el masturbatorio del banco de esperma y echar un vistazo rápido: un baño para minusválidos reconvertido en una sala de visionado de películas porno analógicas y digitales. Estaba a punto de poner el grito en el cielo por la falta de títulos orientados a homosexuales cuando vi un par de DVD de folladas a pelo y soldados. No me sorprendió descubrir que la mayoría de los títulos del catálogo contenían escenas de creampies y sexo sin protección.

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Mientras Michael estaba ocupado en dejar su semen en un bote (no pude estar presente, pese a que lo pedí), Valentina buscaba nerviosa en Google información sobre las enfermedades que Michael había mencionado. Al poco, mi marido apareció triunfante y un poco avergonzado, pero rápidamente lo interceptó una enfermera y se lo llevó para hacerle unas extracciones de sangre.

Más tarde participamos en una sesión de terapia grupal para comentar algunas de las sutilezas que supone una donación por parte de una persona conocida. Se nos advirtió de los peligros del lenguaje: el uso del término "padre biológico" podría inculcar conceptos no deseados en el subconsciente. También aprendimos a conceder espacio al recién llegado. Los cuatro podemos expresar nuestras intenciones y Valentina y Alissa pueden expresar las suyas como madres, pero ninguno de nosotros sabe qué es lo que querrá la criatura o por qué sentirá curiosidad.

Al día siguiente nos comunicaron que Valentina había experimentado un aumento de LH —una hormona que sirve como indicativo de que el cuerpo está preparado para ovular. Generalmente, la ovulación dura entre 24 y 48 horas, por lo que esa misma noche habría que practicar la inseminación.

Así que Valentina, Alissa y yo nos pusimos a ver una serie en el salón, fingiendo no ser conscientes de que Michael se estaba masturbando en la habitación de al lado. Cuando les hubo entregado su cosecha, Michael y yo cogimos el coche y nos fuimos a tomar una hamburguesa mientras Alissa ayudaba a Valentina a inyectarse el esperma en el dormitorio. Mi marido y yo comimos patatas fritas bien grasientas y bromeamos sobre cómo podríamos estar concibiendo un futuro Premio Nobel de la Paz o al próximo Adolf Hitler. Nos habíamos liberado de la gran responsabilidad y ahora todo quedaba en manos de Valentina y Alissa.

De vuelta a casa, me sentí aliviado de que todo se hubiera acabado y a la vez me di cuenta de que ya no tenía tanto miedo como al principio. Había dejado de sentirme como un intermediario y más importante en ese cuarteto particular nuestro. Poco después de aterrizar en Berlín, supimos que a Valentina le había venido la regla. No hubo suerte. Los primeros intentos no suelen tener éxito, pero la próxima vez quizá tuvieran más suerte, o la siguiente. O quizá tarden cinco años. O tal vez mis amigas nunca consigan tener hijos con el esperma de Michael. No podemos controlar la biología, pero al menos hicimos lo que pudimos. De una cosa estoy seguro, y es que los amigos son la familia que puedes escoger.

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Traducción por Mario Abad.