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Cultură

Entrevistamos al padrino de los autores del tartazo a Barcina

Noel Godin es “el entartador belga”

Noël Godin. Todas las fotos de Victor Musetti.

Después de los tartazos a Yolanda Barcina en Toulouse, los activistas de Mugitu! han sido condenados a dos años de prisión. Pero lo que parece una simple broma-protesta contra las obras de la Y vasca pertenece a una corriente con mucho linaje.

Al norte de Bruselas, en un barrio humilde, reside Noël Godin, más conocido como “el entartador de Bruselas”. Desde que dio su primer tartazo a Marguerite Durás en 1969, Noel ha llegado a ‘atentar’ contra un largo listado de empresarios, políticos y figuras culturales como Bill Gates, Sarkozy o Bernard Henri-levy (a éste último, en siete ocasiones).

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Hace unas semanas, decidí visitar a la máxima autoridad en atentados pasteleros, quien me recibió con una sonrisa de oreja a oreja. En el interior, las paredes estaban repletas de libros elegantemente expuestos como si se tratase de una librería. Una sala contigua al salón estaba tapizada con estanterías repletas de viejos VHS catalogados con números de hasta cuatro cifras. Godin había salido de fiesta la noche anterior, por lo que aún estaba un poco dormido. La voz ronca se le aclaró mientras hablamos de la última noticia de los tartalaris.

VICE: ¿Por qué siempre la tarta como arma principal?

Noel Godin: También hemos probado otros modos de combate lúdico: los huevos, los tomates… Ninguno de ellos está a la altura. Nada vale tanto a nivel simbólico como un buen tartazo de toda la vida. Es algo que conocemos, que hemos visto infinidad de veces en películas o dibujos animados. Lanzarle una tarta a alguien supone un verdadero esperanto que cualquier persona en el mundo comprende al instante. Aún no he encontrado un sustituto mejor como arma burlesca.

A esto hay que añadir que todos nuestros objetivos han sido siempre personajes extremadamente antipáticos y coléricos. Para la mayoría de ellos, un tartazo supone una auténtica catástrofe, lo llevan muy mal. No hay que olvidar que la mayoría de los personajes públicos viven de su imagen. Al darles un buen tartazo cometemos el más delicioso de los atentados: pringamos su imagen.

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Aparentemente, lo que hacéis resulta la respuesta más lógica a todos los impresentables que nos rodean. ¿Por qué no hay más pasteleros armados en el mundo?

¡Claro que los hay! Cada vez hay más personas que hacen lo mismo que nosotros. De hecho, es un fenómeno que ha acabado por generalizarse, como queríamos desde el comienzo. En 2000, tras lanzarle una tarta a Bill Gates, varias secciones de asalto pasteleras se pusieron en marcha en EEUU como los BBB (Biotic Baking Brigade), que adaptaban cada tarta metiendo ingredientes relacionados con cada víctima. También existen los Entartistes de Montreal u otros grupos similares en Australia, Polonia, Holanda o Alemania.

El movimiento ha ido creciendo hasta límites insospechados. Por esto, un día decidimos reunirnos todos en Montreal, en una especie de simposium de locos. En un ambiente desenfrenado y entre carcajadas, constituimos la Internacional Pastelera. Para firmar nuestro acuerdo, como éramos muchos, decidimos atacar un congreso de la patronal que se celebraba cerca de donde estábamos. En total había unos 150 directivos. Fue una auténtica masacre, como en las películas de los hermanos Marx. Algo verdaderamente hermoso. Era prácticamente imposible fallar el tartazo.

A la hora de pasar a la acción, ¿llegas furioso con tu tarta o más bien ves todo con un cierto sentido del humor?

Primero de todo, no hay que olvidar que se trata de un auténtico acto terrorista. Se trata de algo extremadamente violento, pero desde un punto de vista simbólico siempre. No herimos físicamente a nuestras víctimas, pero sí sus imágenes, su ego o su amor propio. Ver la nata caer lentamente en la cara de alguien que representa la autoridad es algo voluptuoso. Por mi parte, cada vez que lanzo una tarta a alguien, siento un verdadero orgasmo. Te sientes genial, es bueno para la salud. Toda mi rabia está contenida en cada una de esas tartas.

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¿Cuál ha sido la acción que peor os ha ido?

Siempre pensamos que habrá algo que no marche al final, que algo va a fallar, pero no, por lo general, el número de atentados con éxito es enorme.

Mira, cuando intentamos atentar contra Georges W. Bush fue un fracaso. El entonces presidente de EEUU visitaba Bruselas y las peticiones para darle un tartazo eran enormes. Parecía evidente que íbamos a intentar algo. De pronto, leemos en los periódicos que había más de trescientos soldados, francotiradores en los tejados y guardaespaldas vigilando la seguridad del presidente. Simplemente, era un suicidio.

Hoy han sentenciado a los tartalaris que entartaron a la presidenta de Navarra Yolanda Barcina en Toulouse. La pena ha sido de dos años. ¿Cómo te quedas?

¡Es horrible! Una auténtica pesadilla, dos años de prisión por una tarta de nada es una brutalidad. Hasta ahora la pena máxima había sido de seis meses para los BBB cuando atentaron contra Willie Brown. En Holanda han puesto multas, en Montreal han castigado a tartalis a relaizar trabajos públicos y aquí, en Bélgica, somos uno de los países donde podemos entartar impunemente. En una ocasión, durante un tribunal en Francia, Jan Bucquoy explicó que “el entartar” era una antigua tradición belga y como tal debía ser respetada.

En principio, se pidieron penas de cinco a nueve años. Esto parece una medida para asustar a quien quiera seguir el relevo.

El gran riesgo es que esto puede desalentar a los “guerrilleros” pasteleros, evidentemente. Es lógico, porque así, poco a poco, el sistema intenta defenderse de nosotros. Por mi parte, puedo decir que espero que esa tal Barcina aparezca un día por Bruselas. Si viene, no fallaremos.

¿Vendréis algún día a entartar a Rajoy?

Evidentemente. Intentaremos atraparle aquí, en Bélgica. Es más fácil, tenemos varios cómplices que podrían ayudarnos. En cualquier caso, hará falta que alguien nos facilite alguna pista, horarios, rutinas y detalles. Siempre es así, necesitamos la colaboración de la gente. Bill Gates fue traicionado por un trabajador de Microsoft en Bélgica y Patric Poivre d'Arvor fue traicionado también por varios jóvenes periodistas a los que había despreciado.