Lincoln Clarkes fotografió a las drogadictas de Vancouver en los años noventa

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Lincoln Clarkes fotografió a las drogadictas de Vancouver en los años noventa

El fotógrafo nos ha cedido algunas fotos de su serie "Heroines"

En 1997, el fotógrafo torontoniano Lincoln Clarkes empezó a trabajar en su impresionante serie de fotografías de adictas a la heroína en el centro de Vancouver. Un año más tarde, cuando la serie Heroines fue publicada y expuesta por primera vez, tuvo reacciones de todo tipo: por un lado elogiaron el trabajo por humanizar a un sector olvidado de la sociedad, pero por el otro lo condenaron por ser explotador y voyeur. Fuera como fuese, no hay duda de que la atención de los medios internacionales consiguió que la sociedad se interesara por estas mujeres en situación de riesgo, algunas de las cuales desaparecieron (los restos de las cinco últimas fueron encontrados en la granja del asesino en serie Robert Pikton), y tuvo un papel importante a la hora de ayudar a una comunidad que, hasta entonces, había sido totalmente ignorada por al ciudad.

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VICE: ¿Cómo empezaste la serie?

Lincoln Clarkes: Leah, una buena amiga mía que murió en 1999 de una sobredosis de heroína, me introdujo a esta subcultura de drogadictos. Pero todo comenzó la mañana de verano en la que conocí a Patricia Johnson, que desapareció, y sus otras dos amigas. Mientras estaba fotografiando al trío, se convirtió en un drama de cine negro. El retrato que les hice en los escalones del hotel Evergreen me hizo llorar. Así es como me obsesioné con documentar, al estilo de Lewis Hine y Jacob Riis, esta comunidad de drogadictas.

¿Fue difícil acceder a estas mujeres?

Todo el mundo es muy desconfiado en el gueto de la heroína/crack, pero también es un lugar muy amigable. Al caminar por esas calles y callejones es como si caminaras literalmente por sus salones y sus habitaciones. Normalmente, cuando iba a hacer las fotos, me acompañaba una asistente, alguien a quien las "Heroínas" respetaban, alguien que realmente se preocupaba por su situación, les daba comida, les ponía tiritas, les encendía los cigarros, etc. Siempre intentábamos hacerlas reír, para que no se pusieran a contar historias tristes. Les prometimos que les daríamos a cada una copia de su retrato, y también les prometimos que jamás revelaríamos su identidad, a menos que murieran.

¿Las conocías o eran desconocidas?

Todas eran desconocidas la primera vez que les pedí hacerles un retrato, pero también eran literalmente mis vecinas, así que las veía cada día. Me saludaban cuando me veían por la calle. Sus vidas eran muy trágicas, así que disfrutaban de una buena risa entre tantas lágrimas. Todas estaban en el mismo carro y los hombres siempre eran sinónimo de malas noticias: policías, garrulos, camellos, proxenetas y asesinos, todos iban a por ellas. Por eso estaban muy unidas, compartían lo poco que tenían. Si una tenía sitio en casa, dejaba que otras se quedaran a dormir, aunque fueran cinco durmiendo en una misma cama. Una vez vi una pelea de gatas por una piedra de cocaína de 10 dólares y al día siguiente estaban tan contentas fumando juntas mostrando orgullosas sus heridas de guerra.

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Has dicho que lo que le faltaba a esas mujeres era el amor. ¿Qué más les faltaba?

La mayoría de las mujeres tuvieron una infancia abusiva; lo que no tienen es una historia feliz. Acabaron cayendo en un agujero negro, deprimidas. Necesitaban terapia: pautas para saber controlar su salud y nutrición, un lugar al que llamar hogar, educación y trabajo. Creo que todo eso les hubiera servido de mucha ayuda. Cuando llegaban a la ciudad no tenían las mismas ventajas que tenían los locales, es decir, las conexiones para conseguir una casa o un trabajo, por ejemplo.

¿Qué clase de historias escuchaste durante el periodo que hiciste las fotos? He visto que también existe un documental.

Una historia que me impactó mucho fue la de una mujer que acababa de llegar a Vancouver en autobús desde Columbia Británica y su hija había fallecido en un accidente de coche porque su marido conducía el coche borracho por una carretera montañosa. Había perdido su trabajo en la panadería local y posteriormente su casa. Todo lo que le quedaba era la fiambrera de su hija. Cuando le pregunté qué sucedió con su marido, me contestó que había sido asesinado; le pregunté cómo, y contestó que "de forma misteriosa" mientras sonreía…

¿Sigues en contacto con ellas?

Sí, a veces me mandan unos emails un tanto extraños. Por alguna extraña razón les gusta recordar aquella época y están muy orgullosas de seguir con vida y haber sobrevivido a la oleada de asesinatos de Robert Pickton. Cuando alguna fallece, sus hijos me escriben para informarme del fallecimiento.

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