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Yo también estuve enamorado de Natalie Portman

La triste historia de cómo el tiempo lo destruye todo.
Un fotograma de "Beautiful Girls"

Natalie Portman es una de las actrices más reconocidas y respetadas del panorama actual. En 2010 fue galardonada con un Óscar por su interpretación en la película Cisne Negro de Darren Aronofsky y actualmente se encuentra promocionando "Una historia de amor y oscuridad", la primera película de larga duración que dirige y produce a la vez. Anteriormente ya se había puesto tras las cámaras en un par de cortos pero esta es la… ¡bah!… A nadie le interesa esta información. No quiero convertir este artículo en un puñado de datos mal encadenados. Este artículo no trata de esto, yo he venido a hablar de sentimientos.

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A ver cómo coño os cuento esto. Vamos a tomárnoslo con calma esta vez. ¿Vale? No os lo toméis mal, os estoy abriendo mi corazón. Aquí no hay ni un ápice de ironía, solamente sinceridad. La ironía y el cinismo, esas armaduras del hombre moderno. Maldita sea, a ver si algún día podemos llegar a desprendernos de ellas y generar imágenes bellas sin recurrir a este distanciamiento defensivo. En fin, vayamos al tema. Nunca me he atrevido a hablar abiertamente de esto porque nunca hablo abiertamente sobre mis sentimientos pero creo que a muchos de mi generación nos pasó algo similar. Estoy hablando de una generación que engloba a todos aquellos nacidos entre el 75 y el 85 —creo que esta es más o menos la franja de edad de los afectados, ya que en el momento cumbre de los sucesos nosotros éramos los que teníamos la edad adecuada para sentir todo lo que llegamos a sentir dentro de nuestros cuerpos y mentes.

No sé por dónde empezar. ESTOY NERVIOSO. Esto de abrir mi corazón es algo nuevo. "Beautiful Girls" de Ted Demme, creo que todo empezó con esta película. Sí, creo que ese fue mi primer contacto con la musa. Yo tendría unos 17 años o así y ella, claro —en la ficción—, como unos 13. Evidentemente ese personaje enamoraba a todo el mundo —básicamente ese era su papel en la película— pero era un "enamorar" distinto. Era una mezcla de fascinación, aprecio y amor platónico, al fin y al cabo era una puta niña de 13 años o así. Más tarde vi "El Profesional (Léon)" y la cinta insistió en esa idea del "lolitismo" ilustrado, en ese amor más allá de lo físico, más allá de lo emocional. Una especie de conexión espiritual, de hermandad existencial. Hasta aquí todo iba bien, el aprecio se movía dentro de las propias ficciones y no saltaba fuera de la pantalla, no convivía conmigo en la vida real. Aquí aún no estaba enfermo.

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Pasó un año y a los 18 llegó internet a mi casa. También coincidió con el estreno de la primera parte de la penosa primera trilogía de Star Wars. Estoy hablando de 1999, de "La Amenaza Fantasma". Esta vez el personaje que interpretaba Natalie Portman ya era un ser adulto y pese a disponer de unos tímidos pechos (sus icónicas pequeñas tetas) y un cuerpo desarrollado debo decir que no fue su físico el que me cautivó. Su rostro era precioso y era capaz destruir imperios pero la verdad es que la tipa nunca ha tenido ni tendrá un cuerpo explosivo por lo que todo aprecio únicamente carnal resulta imposible. Natalie Portman no se mueve por estos derroteros. Cuando enlacé la idea de lo platónico de sus anteriores películas con el individuo maduro de la primera entrega de la saga estalló algo raro dentro de mi cerebro y tuve una primera —e inocente— necesidad de conocer un poco más a esta chavala. Leía artículos y entrevistas en los periódicos en los que Nat —así la llamábamos— hablaba sobre cómo no quería dedicarse únicamente a esto de actuar y quería seguir estudiando en la universidad —la tía estudió no sé qué de psicología en Harvard. Leía esto y pensaba "qué chica más inteligente, no quiere ahogarse en las miserias de Hollywood". En definitiva, resultaba ser una persona normal, "como yo" pensaba, "incluso tiene la misma edad que yo, es del 81. Exactamente del 9 de junio. Nació solamente 48 días antes que yo y ESTO TIENE QUE SER UNA SEÑAL". Estos datos fueron incrustándose dentro de mi corazón y afincándose en mi cerebelo, generándome una sensación parecida a lo que algunos llaman amor.

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Natalie Portman en "La Amenaza Fantasma"

Una cosa llevó a la otra y gracias a la útil herramienta de internet me registré en foros de debate sobre Nat, consultaba a menudo portales que hablaban sobre ella, miraba blogs que reposteaban fotos de su vida en Harvard y me descargaba biografías no oficiales en PDF para leerlas tranquilamente los viernes por la noche mientras soñaba con un mundo mejor (un mundo en el que Nat y yo éramos una pareja que se llevaba de puta madre, nunca discutíamos y ella lo pagaba todo). La falsa idea de que teníamos CIENTOS de cosas en común empezó a arraigar en mí. Creía que de algún modo teníamos puntos de vista parecidos sobre la existencia y el tiempo. Pese a que ella estaba estudiando en Harvard y grabando películas con George Lucas y yo viviendo en un piso del Eixample de Barcelona con mi madre e intentando deducir qué hacer con mi vida, ambos teníamos CIENTOS de cosas en común. Menudo palurdo. Durante esos días, los peores, recuerdo que, a veces, cuando andaba por la calle me detenía delante de una parada de autobús durante media hora (30 minutos, no exagero) para mirar el cartel de "La Amenaza Fantasma" que había colgado a modo de publicidad. Había varios carteles para promocionar la película, cada uno con un personaje distinto. Yo, evidentemente, me quedaba embobado con el de la reina Amidala. Me quedaba ahí parado, dejando volar mi imaginación, proyectándome viviendo con Nat en Nueva York y viajando hacia planetas lejanos con el puto Halcón milenario (el chaval —yo— mezclaba realidad y ficción, estaba loco). Incluso llegué a abrir el aparato ese y extraer el poster para tenerlo colgado en mi habitación (aún lo conservo, enrollado y oculto, como ese amor latente que no quiero volver a despertar). Con todo este imaginario a mi alrededor, la tortura y la obsesión se triplicaron y me hundí más en la miseria, en la imposibilidad de la realización de este amor maldito. El champán del amor estaba descorchado y por el amor de Dios que nadie iba a brindar con él. Noches y noches de tristeza escuchando a Pedro The Lion en mi habitación y regocijándome en el dolor.

Si pensamos con la cabeza, no tiene ningún tipo de sentido empezar a sentir esto ni alimentar estos pensamientos. ¿Qué sentido tiene obsesionarse con un ser que no vas a conocer en tu puta vida? Claro que esto es algo que también puede pasar con las personas cercanas, y ya puestos a sufrir, siempre es mejor que te pase con una gran estrella de Hollywood que con una compañera de clase que se compra camisetas de mierda en el H&M y que encima le quedan MAL.

Uno de los momentos cumbre de mi pasión fue descubrir el apellido real de Natalie. Ahora es algo sencillo de averiguar, ya que aparece en las primeras líneas de la entrada de Wikipedia sobre Nat pero antes era algo muy complicado de encontrar. La familia de la actriz no quería que se supiera su apellido real y por eso optaron por utilizar lo de "Portman". Me pasé noches y más noches de viernes y sábado buscando su apellido, leyendo biografías, páginas inmensas de información sobre ella y nada de nada. Finalmente, una noche, me descargué un enorme compendio de 250 páginas hecho por un fan (un archivo con casi toda la información que existía en la red sobre ella) en el que aparecía por ahí perdido su apellido real. No me lo podía creer. "Hershlag". Ese nombre resonaba dentro de mi cabeza como mi Rosebud particular. Un nombre que se ha quedado grabado en mi mente ya para siempre, un fiel tatuaje de amor imposible de borrar.

Pero llegó un punto en que todo empezó a desvanecerse. Quizás me enamoré de chicas más reales o simplemente me fui olvidando de ella al ir desapareciendo la presencia de Nat en los medios. Quién sabe. El caso es que un día me levanté y esa tipa ya no estaba en mi cabeza. Ahora miro hacia atrás y toda esa belleza que antes no me dejaba respirar me parece mediocre. No entiendo cómo pude gastar tanta energía en una sola persona, cómo pude perder tanto tiempo pensando en ella, arrebatándome pedazos de vida por nada. Cuando ahora veo fotos de la actriz no siento absolutamente nada, incluso me da pena, es como una imagen que representa todo el horror que puede generar la mente humana en vano. Hay una verdad intrínseca en todo esto y es que por bien o por mal el tiempo lo destruye todo. Me pone triste pensar que todo lo que me importa a día de hoy mañana no significará absolutamente nada para mí, y todo lo que en un futuro me apasione, terminará, irremediablemente, olvidado.