Festival Centro: Candelita pa’ todo el mundo
Índigo, la voz del despegue de Systema Solar, gigante que dio cierre al Festival Centro 2015. Foto por Alejandro Gómez.

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Música

Festival Centro: Candelita pa’ todo el mundo

La semana pasada, se celebró la sexta edición del festival para curiosos con curiosidades. La mejor forma de arrancar el año.

Ya van seis versiones. Ya son demasiadas las bandas que han pasado por el Festival Centro. Por La Candelaria. Por este barrio que lleva su propio ritmo. El de sus entrañas.

Y es la mejor manera de arrancar el año. De sosegar el retorno. El Festival Centro, que se celebró toda la semana pasada, desde el lunes festivo 12 hasta el domingo 18 de enero, pone al servicio de la gente el espíritu que carga este barrio histórico.

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Y lo mejor: ya tiene memoria.

La Fundación Gilberto Alzate Avendaño es un lugar acogedor. Tiene dos escenarios, un auditorio y un "muelle". Se siente como una casa. Está a kilómetros de ser un festival con mil activaciones y que restriega cada vez que puede sus marcas en la cara de los asistentes. Si hay hambre, el festival no sufre de inflación. Es cuestión de salir, caminar por el barrio viejo y empedrado, pedir un croissant de almendra o un pan de rollito en la pastelería de al lado, un roscón, una gaseosa o un tintico en la cafetería del frente. Encontrarse con los amigos por ahí en el break que hay entre bandas para retomar el aliento mientras atardece o anochece en este rincón de la ciudad que si tiene algo, es magia. No es un festival para enloquecer.

Es un espacio para contemplar.

Por esto, es un festejo particular. Es un festival a otra velocidad, en el que la música se mastica, se saborea, se aprecia sin afanes. Una semana donde se le da vida a un lugar que se compadece de una ciudad que perdió los estribos. Los sentidos. Y es eso: el Festival Centro es un festival con sentido. Con los sentidos bien abiertos y por eso lo festejamos tanto. Y como cantaba la clásica agrupación bogotana Distrito Especial: Candelita pa usted, candelita pa todo el mundo.

Candelita porque el festival sabe usar los ojos. Enfoca diferente. Su sensibilidad está por fuera del mercado. Y por eso en 2014 trajeron a un grupo llamado DakhaBrakha. Un cuarteto de folk ucraniano que combina la música de varios grupos étnicos. Un sonido armado con una instrumentación india, árabe, africana, rusa y australiana, un aire transnacional pero arraigado en la cultura de ese país. Un caos étnico, como ellos lo denominan. También por eso, en 2013, el auditorio de la Gilberto Alzate se pudo enajenar con el estilo blusero, folkero y con tintes punk de la estadounidense Sunny War.

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Y esos mismos ojos bien abiertos se mantienen. Son los que este año trajeron a Alsarah & The Nubatones: un grupo unido por la música de Nubia, una región ubicada entre el sur de Egipto y el norte de Sudán. Un sonido alegroso inspirado en la escala pentatónica e influenciado por la música árabe tradicional. O los que permitieron que el día de rock se animara con los riffs del grupo mexicano Las Navajas: una comba de mujeres al servicio del rock. Punkeritas. Y que la Gilberto Alzate se transformara con la distorsión de las guitarras de los Peyotes, esa banda peruano-argentina que incrusta en su música el sonido del órgano electrónico de los sesenta, el Farfisa, con un ritmo que va de afán y que, como montaña rusa, juega con la afinación y con el volumen de cada nota. Y ni hablar de la construcción de ritmos y melodías a cargo de la potente voz de Xenia Rubinos, quien, con un teclado y una batería, arma un show en vivo exuberante y medio esquizoide.

Es eso. En este festival se ve y se viaja. Y no a los lugares comunes. No a los que se va por darle un chulo a la lista. Se va a esos lugares que se descubren cuando uno se pierde y no sabe con lo que se va a encontrar.

Candelita para los oídos, porque oyen lo del mundo y también lo nacional. En 2012 sonó la marimba de chonta con esa bandota que es Herencia de Timbiquí, héroes del Petronio, gigantes mitológicos en su tierra de viche y tumbacatre. Y qué decir de Bambarabanda, esa banda pastusa que "del galeritas y para el mundo" explotó y puso un estandarte en los nuevos sonidos nacionales, un paisaje musical que hermana los sonidos de su Nariño con el ska, la polka, los balcanes… O los versos de Velandia, ya en 2014, que se colaron en los oídos de la gente que duró citándolo durante días: Usted con semejante reino y no lo pone a gobernar … ¿Entons qué mamita? … ¿Me va a coronar o no me va a coronar?

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Este año, en la Plazoleta del Barrio Egipto, el festival arrancó con las bandas fiesteras de los municipios de Zipáquirá, Anapoima, Sibaté y Facatativá, quienes dieron la cuota de lo que ya hace rato es una línea del evento: el sonido de la fiesta popular colombiana. Lo que bailamos en las ferias, en los carnavales, en el bazar. Y conquistar así nuevos espacios, nuevo público, nuevos oídos.

Y el sábado fue la fiesta. El grupo caleño Sángo Groove calentó los oídos con un sancocho auditivo que tenía algo jazz a lo New Orleans, de afrobeat, de sonidos del Pacífico. Una potencia que se reforzó el domingo con Nelda Piña y Tambores que puso la dosis necesaria de música del Caribe. Ese domingo no fue domingo.

Es eso. Es un festival que abre los oídos.

Candelita por el tacto. Porque son capaces de agarrar lo que está ofreciendo la ciudad. Lo tuvieron en el 2011 cuando incluyeron en la programación a De Juepuchas, que, con su beat electrónico e hipercolorido, sus pistas de Show de las Estrellas y esos recuerdos auditivos que se han instalado en el imaginario colectivo, apuntalan nuestra identidad. O cuando en el 2013 sonaron los Meridian Brothers, una banda que al 2015, con sus sonidos populares con toques psicodélicos y eclécticos, sigue confirmando su nivel y cada año nos ha dado con qué guarachear.

Y lo siguen teniendo hoy cuando se presenta una banda como Pedrina y Rio, que donde pisa deja un buen sabor. O con el sonido de Fatso, que a lo Tom Waits, cautiva con rugidos y melancolía. Qué proyecto.

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Tacto para incluir a los niños y que también sea su festival. Su Candelaria. Una franja para niños que tuvo a dos personajes inmensos: Marta Gómez y Juan Andrés Ospina. La primera nominada al Grammy Latino por sus canciones infantiles y quien ha estado presente en compilaciones con voces del calibre de Susana Baca, Totó la Momposina y Tania Libertad. El segundo, quien le produjo el disco a Marta en 2014 y quizás muy conocido por el dúo Inténtalo Carito (¡qué difícil es hablar el español!), es uno de los músicos más activos de este país. Ha escrito y tocado con la Big Band Bogotá. Fue el pianista para el tributo a Mercedes Sosa realizado en el 2010 en el Lincoln Center de Nueva York. Y su álbum BBB (Barcelona, Bogotá, Boston), es tarea obligada de oír.

Es eso. El tacto de un festival que lleva años involucrando a artistas cuidadosamente seleccionados y que ha convencido a su público con una propuesta de calidad, que juega entre lo arriesgado y la raíz. Lo de muy afuera y lo de muy adentro. Lo de ayer y lo del mañana. Un evento repleto de texturas al que todos, y de todas las edades, están invitados.

Candelita por el gusto. Por el sabor de mirar hacia atrás. Fue un placer oír los porros, las cumbias, mosaicos y tropicalidad de los Golden Boy, un conjunto que viene desde los sesenta y que se presentó en el festival en el 2012. U oír en el 2013 las coplas campesinas nariñenses, de ingeniosa ingenuidad, de Los Alegres de Genoy. Y que en 2015, de zapato blanco, pantalón verde, chaleco verde y camisa de leopardo, saltara al escenario la leyenda de Moyobamba, los mismísimos Mirlos. Esa banda de los setenta, de cumbia amazónica peruana, que hizo que los asientos del auditorio sobraran por completo.

Y Peste Mutantex. Lo que fue saborear a Peste Mutantex. Una pinta punk sobre barrigas que muestran que ese punk de Medellín de los ochenta es un referente histórico pero vivo. Un Jorge Montoya que a sus cuarenta y tantos años le canta a su mamá: "no triunfé". Y una juventud que grita con el mismo vigor de hace treinta años las letras de "Dinero", "Metido", "Sin reacción" o "No te desanimes, mátate".

Es eso. La variedad de gustos que se satisfacen. La variedad de pasados y presentes que confluyen.

Y entre acto y acto se vuelve a las calles de La Candelaria. Se respira centro. Todos los carritos de venta ambulante esperan a la salida. La décima huele a canelazo. Al tinto y al cigarrillo que se consumen mientras se comenta lo que pasó o que sirven de antesala de lo que vendrá. A la cerveza que acompaña la sensación de fiesta. A la personal de aguardiente que se toma con prudencia, porque es miércoles y está mal que sea una botella entera.

El Festival Centro es un festival para curiosos y para todo tipo de curiosidades. Ese es su embrujo. Además, es un festival con una decoración que dura ahí todo el año. Que lleva ahí muchas décadas y que cuando se acaba no se desmonta. La magia es permanente. Una magia que solo entregan los lugares con historia, impávidos ante el desemboque del crecimiento. Candelita pa usted, candelita pa todo el mundo, llave…