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Música

Bienvenido al huapanrap (o rapeado) del Trío Amanecer Huasteco

Gracias a Godofredo Garay, el son huasteco vive un momento importante. Embajadores mundiales de esta tradición, el Trío Amanecer Huasteco también ha tendido puentes con el hip hop.

Gran parte de mi infancia está cifrada en huapango. Durante muchos años, las vacaciones de verano o de invierno significaban que mis padres y mis hermanos viajáramos “al pueblo”, “al rancho”, para visitar a mi abuela, mis tías y primos. Tomábamos un autobús en la Central del Norte directo a Xilitla, el mítico y enigmático pueblo mágico de San Luis Potosí. Siempre llegábamos al amanecer, cuando la neblina iba subiendo a las montañas y el paisaje cristalino de pequeñas casitas de techos de dos aguas quedaba al descubierto.

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De la central de Xilitla subíamos a otro autobús hacia un pueblo vecino, El Lobo, en Querétaro, y de ahí a Agua Zarca, la cabecera municipal del municipio de Landa de Matamoros. Una vez ahí subíamos las maletas a mulas o caballos (ahora hay una carretera de terracería, luz eléctrica y el viaje se hace en camionetas) para tomar algunos caminos en la montaña y llegar por fin a La Mesa del Corozo, un pueblito de no más de 200 habitantes incrustado entre los cerros a más de mil 200 metros sobre el nivel del mar, en plena Huasteca, donde vivía mi abuela y muchas de sus hijas, nietos y sobrinos.

En el pueblo pasábamos los días y las noches entre las visitas familiares, la ordeña de las vacas, los paseos por el campo cuidándonos de las serpientes, los columpios, el café, el aguardiente, el basquetbol en la cancha de la iglesia, los bailes, los domingos de mercado en Agua Zarca y los relatos de los mayores al fogón y todo lo que después sabría es la cultura huasteca. Una expresión cuyo soundtrack es el huapango. El zapateado, los versos, las rimas, la improvisación, el querreque y la memoria de mis padres.

La onda y los ruidos de la ciudad me llevaron primero al rock y luego al hip hop y al rap casi de forma natural durante la pubertad. Seguíamos viajando al pueblo de manera cada vez más esporádica y reservé aquel paisaje de la niñez en los archivos de mi memoria. Además, sabíamos que durante todo este tiempo uno de mis primos mayores de allá, Godofredo Garay, se había embarcado en una tarea titánica: rescatar al huapango en Agua Zarca y la región; formar nuevas generaciones en la tradición, que se veía afectada debido a la migración hacia Estados Unidos, además de otros factores locales.

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En 1996, Godofredo inició un programa de enseñanza del huapango a niños y jóvenes en la casa de cultura de Agua Zarca. El huapango, dice, “es la música que nos da identidad, nuestra tradición ancestral. El son huasteco, aquí en Querétaro, se caracteriza por su alegría; se baila libre y también se trova o improvisa. Es una música viva, muy alegre, presente en todas las festividades sociales y religiosas”. El huapango es tocado por tríos conformados por el violín, la quinta hupanguera —una especie de guitarra, pero de 5 a 8 cuerdas y una caja de resonancia de mayor tamaño— y la jarana.

Quizá el huapango sea la música tradicional mexicana con mayor “vida”. Más que un género, se trata de una experiencia que se cifra en la interpretación del trío, el baile “zapateado” sobre tablones de madera o directamente en el piso, y la improvisación. “La trova lo hace único”, agrega Godofredo. El huapango es parte de la poesía lírica. Los trovadores (cantores) riman sus décimas a una o dos voces, sobre la jarana y la quinta llevando el ritmo y la armonía, mientras el violín hace la melodía de cada pieza. El baile huapango se realiza en parejas, sin sujetarse, o bien en ruedas o cyphers libres que lo hacen un ritual colectivo de pasos firmes sobre el piso. Un tac, tac, tac envolvente.

Los tríos abrevan de piezas que le han dado forma a su tradición, canciones de la región huasteca y serrana que son parte de la memoria colectiva, como el “El Querreque”, “Serenata huasteca”, “Corre caballo”, “El caimán” y “María Chuchena”, y de composiciones propias, que definen a un trovador y su aporte al repertorio histórico de la oralidad de su tierra. Generalmente el huapango se canta décimas (estrofas de diez versos octosílabos) y la presencia del falsete en la voz es definitoria, además de la improvisación, es decir, la capacidad de crear versos en el momento, generalmente en una especie de batalla contra otro trovador, denominadas “topadas” o “controversias”.

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Uno de los resultados del proceso de formación y promoción que inició Godofredo en Agua Zarca fue la formación del Trío Amanecer Huasteco en 2005. Conformado por él mismo en la quinta, Luis Enrique Sastre en la jarana y Hernán Andablo en el violín y en la voz. Con seis discos grabados de manera independiente, el Trío se ha ganado un lugar en la expresión huapanguera debido a su intensa labor como promotores del género allende fronteras. “Hemos recorrido muchos estados del país. Fuera hemos hecho 16 giras en Estados Unidos, una en Panamá, dos en Cuba, otra más en Suecia, Colombia e Italia”.

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"Somos trovadores de la Sierra Gorda, de una zona muy rica en costumbres y tradiciones”, dice Godofredo. El huapango, agrega, “es básicamente tradición, no es comercial en comparación con otros géneros, pero no pasa de moda”. El Trío dibuja la Huasteca como un lugar vasto en el que el huapango tiene subgéneros y ramificaciones, como el arribeño, “que usa dos violines o la vihuela en lugar de jarana (como el mariachi), el trovador siempre es el de la guitarra y tiene por regla estricta tocar solo composiciones propias”, dice Andablo. El arribeño se toca en la parte norte de la Huasteca, conformada en su poder histórico por la veracruzana, hidalguense y potosina, pero extendida a Querétaro, Tamaulipas y Puebla. Ejemplo del estilo son los Leones de la Sierra de Xichú.

“La tradición es variada y la experiencia frente al huapango depende de cada región. Por ejemplo, el estado de Hidalgo es el que más tríos concentra a nivel nacional, el problema es que ellos, de cada 10 temas que tocan, siete son covers y tres son huapangos, que para acabarla son también covers. Otras zonas y eventos, por ejemplo, sólo se concentran en concursos de violín, pero no se valora la letra o improvisación”, agrega Enrique Sastre. “A nosotros nos buscan para que toquemos huapango, tal cual. Porque pasa que mucha gente contrata tríos de renombre, pero que se dedican a las rancheras, corridos o norteñas; nos ha pasado en Hidalgo que nos llevan, con otros grupos o tríos, que lo primero que hacen es tocar una cumbia. Y la gente se molesta, les grita”.

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“También tocamos otros géneros —agrega Andablo—, pero no es nuestra prioridad. Y si nos dicen que toquemos seis horas de puro huapango, lo hacemos, felices. Hemos tocado ocho horas y media seguidas. Aquella vez, fue en una fiesta particular, nos pidieron más y nos arrancamos con 'El Querreque', pero comenzamos a improvisar; hemos hecho temas improvisados de más de una hora. Es importante remarcar que vivimos cierto revival por el huapango. Hoy mismo, incluso con los jóvenes, fiesta donde no haya huapango no se le llama fiesta. Y en cuestiones como la improvisada, la trova, las redes sociales expanden esa experiencia y más gente se entera”.

Con una agenda tan apretada, el Trío podría dedicarse sólo a sus presentaciones formales y a grabaciones de temas tradicionales; han tocado en recintos como la Casa Blanca y el Vaticano, e internet está poblado de videos de sus presentaciones en topadas, festivales, fiestas de pueblo, fiestas particulares, museos y plazas públicas. Pero, dice Godofredo, se quedaría ahí. Por eso dedican parte de su proceso musical a enseñar el arte a las nuevas generaciones y en comunidades alejadas. En el caso de Hernán, su capacidad de improvisar y de que el Trío remarque esta cualidad que, apuntan, se había olvidado, los ha posicionado como un referente nacional e internacional. “Una vez, cuando apenas comenzaba a improvisar, nos programaron en un festival en Xilitla antes que los legendarios Camperos de Valles y nos defendimos bien, a la gente le encantó”.

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Otra ocasión, recuerda Hernán, asistió como público a una huapangueada en el municipio de Jalpan. “Ahí andaban dos raperos, Danger y Aczino, a quienes les dijeron que yo trovaba. Nos subieron al escenario para improvisar, luego nos comentaron que por qué no grabábamos algo juntos, que podían ir hasta el pueblo si era necesario. Y ahí empezó eso.

En noviembre de 2017, el video de una batalla sui generis fue publicado en los canales de Red Bull Batalla de Gallos: Aczino, el beatboxer Grizzy y Danger vs. El Trío Amanecer Huasteco, grabada en Agua Zarca. Un encuentro particular de dos tradiciones líricas, la del rap y la del huapango. El ejercicio no era nuevo, se sumaba a la exploración que han realizado raperos como Danger para convertir los ya tradicionales eventos de batallas de freestyle o de rimas escritas en encuentros de vanguardias artísticas que tienen a la oralidad como eje combustible. En 2016, Danger trajo a México el proyecto Secretos de Sócrates, liga fundada en Argentina, y sumó a la programación batallas entre raperos y tríos y trovadores, como el Gorrión Serrano, Vincent Velázquez y Gerardo Ayala.

En una charla que tuve con Danger en 2016, me explicó cómo se dio este cruce: “He tenido la maravillosa experiencia de conocer lo que hace el huapango. Hace unos dos años estuve en la sierra buscando gente, y fui a un evento cultural del huapango, en el que la gente lo vive, baila y canta. Ellos son poetas, en realidad. La huasteca mexicana está llena de estos lugares. Conocí a Vincent e intercambiamos ideas, nos maravillamos de lo que hacía cada uno, de cómo vemos las cosas y de algunas similitudes entre el rap y el huapango, desde las topadas, que son sus batallas, hasta las formas de plasmar las ideas”.

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En un proceso similar se produjo el encuentro con Amanecer Huasteco. Nos visitaron para grabar el video de la batalla y después nos invitaron a la apertura de la competencia internacional de Red Bull Batalla de Gallos en diciembre pasado, en la Arena México”, explica Godofredo. Para él, aunque géneros muy distintos, el punto de encuentro entre el rap y el huapango es la improvisación, la capacidad de un rapero de sostener un diálogo en versos con un trovador y viceversa. Un encuentro de dos culturas musicales que representa un reconocimiento y una apertura de estilos y públicos para ambas.

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En su edición 2018, el Festival Poesía en Voz Alta de la Casa del Lago “Juan José Arreola” de la UNAM, dedicó gran parte de su inaudito programa de tres días al rap y su relación con la poesía desde una perspectiva libre y diversa. El sábado 11 de agosto se realizó un concurso abierto de freestyle (cuyo ganador fue Alex-Mental); una batalla de rimas escritas entre dos de los raperos de la nueva escuela más feroces con el lenguaje, Faruz Feet y Proof; una batalla épica entre Ximbo y Danger, encarnando a los escritores Rosario Castellanos y Juan José Arreola, respectivamente; una serie de conciertos de cierre con el torreonense Mime871, la poderosa y sensual Hispana (Mamba Negra), y la reunidora de una multitud alocada como perro con rabia que se hizo caber mediante un portazo en una de las entradas del bosque en avenida Reforma: La Banda Bastön.

Y entre todo ese lodazal de rimas, barras, punchs lines y evocaciones literarias se realizó el encuentro entre el Trío Amanecer Huasteco y Danger y Azcino, acompañados estos últimos por los beatboxers Grizzy y Yosef en la magia bocal. El encuentro de Agua Zarca tuvo su revancha en un ejercicio que brilló por su capacidad de generar un diálogo entre las dos disciplinas frente a un público masivo. La competencia inició con una improvisación de los raperos frente a Hernán Andablo, a capela, con algunas palabras previamente seleccionadas, que giraron básicamente en torno a ciertos temas calientes de la discusión pública, como el feminismo; o bien sobre palabras como el hip hop. Posteriormente se dio un fuego cruzado con el beatbox y el huapango como bases.

“Me sentía nervioso —confiesa Andablo—, pero tenía con qué darles. Entiendo que ellos representan a los mejores en esto de las batallas de rap, así que no era fácil; además, ya nos habíamos dado duro allá en Agua Zarca, existía ese precedente”. La improvisación tuvo un efecto contundente frente a un público muy joven y urbano que en su mayoría no es cercano al huapango. Cada que sonaba el violín para que empezará el turno de Hernán o “el huasteco”, como coreaba público, un halo imponente de sonido abrazaba la tarde frente al lago verde y taciturno de Chapultepec. El espíritu del huapango hacía su presencia en la trepidante Ciudad de México y su amor-odio encarnizado.

La puesta en escena de estas confrontaciones y su arribo en la era de la red como principal distribuidor de contenidos musicales, representa la apertura de una puerta más en la gran casa d l rap mexicano contemporáneo, fuera de posiciones folcloristas huecas o asépticas y de dogmatismos musicales. La respuesta está en la palabra: rapeada o huapangueada. “El futuro del huapango —dice Godofredo— es afianzar con mucha más fuerza su presencia en la sociedad”. Y en esta afirmación, la palabra “huapango” se podría sustituir por la de “rap”. Gran parte de mi infancia está cifrada en huapango… mi adolescencia y vida adulta en el rap. La palabra me ha permitido presenciar está poderosa unión.

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