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Feminisme

De víctimas a heroínas: el problema de las denuncias de abuso por Internet

OPINIÓN | Si bien el fenómeno ha redundado en una denuncia masiva, a veces parece una estrategia lastimera, como si las mujeres fuéramos niñas indefensas.
Zave Smith | Getty Images. Vía, VICE Estados Unidos. 

Artículo publicado por VICE Colombia.


***Hace unos meses escribí un artículo que planteaba un punto de vista controversial acerca del tema del abuso y la violencia de género en Colombia. Justo hace unas semanas fue viral en el país el caso de maltrato de Eileen Moreno, una actriz colombiana que fue agredida por su novio Alejandro García el 23 de julio en Ciudad de México. Después de dos meses del suceso, salió a la luz la noticia de que Eileen había sufrido daños físicos y psicológicos e hizo una campaña en la que publicó una foto de su cara tapándose el ojo derecho (donde estaban las marcas de los golpes) acompañada de un hashtag que decía #YoSíDenuncioAMiAgresor. Fueron cientos los actores, personajes públicos y civiles que apoyaron y repostearon la campaña de Eileen en contra de la violencia hacia las mujeres. Quisiera aclarar, entonces, que aunque no escribí este artículo sobre el caso de Eileen, ni de nadie en particular, parece un momento perfecto para poner sobre la mesa otro punto de vista sobre este tema escabroso y escandaloso.

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Las denuncias de abuso han ido cogiendo fuerza en los últimos años y se han expandido con campañas de hashtags como: #MeToo, #TimesUp, en países angloparlantes, o #NiUnaMenos #SiMeMatan y #YoTambién, en Latinoamérica.

Ese movimiento en contra del abuso ha servido como catalizador para que muchas mujeres que viven la desgracia de tener una relación abusiva sean capaces de denunciar, exigir respeto y dignificar su condición. También ha generado una cadena de solidaridad e indignación social, especialmente en mujeres y núcleos feministas, que al tiempo de hacer algo tan favorable como lo anterior, alientan la conducta de que salir a denunciar merece una medalla.

Con capas de heroínas neo feministas, estas nuevas denunciantes han puesto en evidencia uno de los problemas que enfrenta el bien llamado feminismo pop o light, que nació de la mano de reconocidas artistas estadounidenses, como Beyonce, Miley Cyrus y Emma Watson, y sus campañas de equidad como #HeforShe, y es, a mi juicio, defender esa equidad desde un lugar de debilidad y compasión.

El movimiento detrás de esos hashtags manifiesta una realidad que cada vez se hace más visible y que fortalece la lucha por los derechos, la equidad y el respeto hacia las mujeres. Sin embargo, las denuncias por abuso hechas desde redes sociales, especialmente por mujeres jóvenes de estrato 5 y 6, blancas y de "familias distinguidas" en Bogotá se han vuelto la carta de presentación de las nuevas representantes virtuales del feminismo contemporáneo.

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Y aunque si bien ha impulsado a otras mujeres a denunciar, también ha instaurado una ola mediática sometida a la lógica efímera de Internet, que sirve como un espacio para compartir posts en búsqueda de la aprobación y admiración de seguidores. Esta pantalla de exposición que son las redes sociales encarnan un interés implícito de mostrar algo o saber qué piensan otros, por eso sirven como una ventana para conocer lo que algunos tratan de proyectar sobre ellos mismos.

La mayoría de las denuncias por abuso o violencia en Colombia son por parte de mujeres: tan solo a octubre de 2017, en Colombia se presentaron 71.466 casos de violencia de género: 76,8 por ciento fueron contra mujeres y 23,2 por ciento fueron a hombres. Las mujeres hemos sido víctimas de muchos tipos de violencia, algunas evidentes, otras más sutiles. Y hablar de lo que nos pasa o las agresiones que recibimos no nos hace menos fuertes ni debería ser un asunto que nos avergüence. Sin embargo, la forma en la que recientemente se han visibilizado y viralizado esos casos de violencia resulta problemática porque, en el fondo, pareciera que a veces son usadas como estrategias caprichosas y lastimeras en busca de ayuda o una mano indispensable para caminar, como si las mujeres fuéramos niñas indefensas.

Es importante entender, antes de seguir, que mi intención no es señalar a nadie, ni criticar hechos como los de Eilleen o de otras mujeres que han denunciado abuso a través de las redes sociales. Más bien este artículo pretende hacer una crítica a los formatos de esa denuncia y la búsqueda del reconocimiento individual que esconde matices justificados con una bandera feminista.

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Hay que ser claros: nada en el mundo justifica que un hombre lastime físicamente a una mujer, o viceversa. Y poner en discusión la valentía y el movimiento feminista que se ha encargado de visibilizar el abuso es un tema controversial, pero repito, este artículo no está dirigido al movimiento, sino al formato en el que algunas de sus representantes publican lo que les ha pasado.

Dicho eso, vamos por partes.

El primer problema con este tipo de denuncias virtuales es que automáticamente despiertan una solidaridad intuitiva que no permite cuestionar más allá de los hechos. La foto de una mujer golpeada despierta una reacción visceral: ira, indignación, dolor. Desde esos sentimientos la gente reacciona y opina con inmediatez, y pocos se interesan por saber qué más hay detrás de esa foto, qué está pasando o cómo son las relaciones o las reacciones de los implicados. Detrás de la violencia reflejada en una foto viral no hay contexto, no hay historia o en el mejor de los casos hay solo una versión lo cual provoca una opinión subjetiva y apresurada que se enfoca en la consecuencia, no en el problema. Esto desencadena una ráfaga de comentarios, juicios apresurados y opiniones desinformadas.

Por otro lado, si bien es valioso que estas situaciones de abuso sean conocidas y que las víctimas no guarden silencio, hay un mercado del chisme y del morbo alrededor de esas denuncias que nubla su sentido. Las rápidas reacciones de indignación que despierta la visibilización de los problemas de las parejas, ha hecho que todos podamos opinar sobre conflictos personales que, a menudo, son causados por infidelidades, obsesiones, peleas, rencores y locuras de personas que no conocemos. El asunto personal se vuelve público en la medida que denuncia un tipo de violencia que aunque inaceptable, vuelve a todos jueces de un caso entre buenos y malos. Reconforta y defiende a las víctimas mientras que deshumaniza y endemonia el nombre de los perpetuadores de la violencia para siempre.

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El segundo problema es que la cadena de solidaridad e indignación social que despierta el movimiento de denuncia ha traído como consecuencia que el lado “bueno” de la moneda, es decir, de algunas denunciantes (especialmente en redes sociales) termine por representarlas como una especie de heroínas y modelos a seguir gracias a la valentía de volver su humillación un tema público. (ejemplos mediáticos: “la joven siente que lo que le pasó le puso una nueva misión de vida”, “decidió hacerlo, servir como ejemplo para prevenir y por eso en redes sociales publicó las fotos de las duras huellas que le dejó su novio”). Es importante reconocer cuándo la valentía se cruza con el privilegio del protagonismo. Pues si bien cumple el objetivo de visibilizar y enjuiciar lo que está pasando, se vuelve un arma de doble filo porque intentan alcanzar otros fines que nada tienen que ver con su causa inicial, y terminan por centrarse en el ego. La causa colectiva se vuelve una causa individual. Es valioso que el feminismo sea un tema relevante hoy en día, pero es peligroso que a veces se vuelva tan frágil o momentáneo, como el tiempo que dura un hashtag. Pues estos movimientos sociales/digitales se reducen a un formato de acusación que reafirma las nociones de debilidad de las mujeres, y refuerza una forma de reclamo en clave de pesar y debilidad.

Por último, tal vez el problema más grande con esta ola de denuncias virtuales y con la indignación en línea que despiertan, es que por lo general dan paso a reacciones lastimeras que incluso pueden reincidir en el machismo. No es raro encontrar reacciones del tipo "a una mujer no se le pega ni con el pétalo de una rosa", una frase en la que se asume que las mujeres son tan delicadas o tan débiles como un pétalo y que es en virtud de esa indefensión y vulnerabilidad que no deberían ser golpeadas.

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Para ponerle la cara a los problemas de abuso, la feminista y escritora Camille Paglia propuso la idea de un feminismo dragqueen o feminismo de la calle (street smart feminism), y habló de cómo las primeras drag queens debían defenderse con sus propios puños y tacones cuando salían por las noches en las ciudades. Del otro lado de ese feminismo que propone Paglia, está este otro feminismo que intenta proteger a mujeres aniñadas, blancas y de clase alta (que son las que vemos normalmente en estos casos en los noticieros nacionales), diciéndoles que todo va a estar bien y que son unas berracas.

El feminismo contemporáneo debe mirar de frente la sociedad en la que vivimos y entender que esta se encuentra lejos de dejar de ser violenta y machista; en ese sentido, debemos dejar los idealismos de lado y ser conscientes de la violencia que existe, detectarla, y no permitir que nos alcance ni que nos manipule. Hay señales que nos indican que podríamos correr peligro, como cuando nos levantan la voz con irrespeto y con ira. Con esto en mente, y sin que justifique o culpe a las víctimas de ser abusadas, ¿habrá pasos o señales previas al abuso que nos indiquen que nuestra próxima pelea podría terminar en golpes?

Lo que está en cuestión acá es el formato de exposición auto-amarillista justificado con pruebas fotográficas que incluyen morados, sangre, rasguños y caras tristes. ¿Por qué esa manera de expresar los problemas? ¿El abuso físico sin evidencias físicas califica como abuso? ¿Sin pruebas no habría credibilidad? ¿Es necesario publicar fotos, videos y hematomas en la piel para que la gente sienta lástima por las víctimas de abuso y sean escuchadas? Tal vez, sí. En un sistema de comunicación donde registramos todo lo que nos pasa, a dónde vamos, con quién, cuándo, etc., quizá nos hemos acostumbrado a creer que solo las noticias exageradas o untadas de sangre llamen nuestra atención.

Las mujeres tenemos la libertad de arriesgarnos y defender nuestro punto de vista, pero también (y esto es muy importante), ¡debemos cuidarnos! Y si bien es valioso que estos movimientos y campañas pongan sobre la mesa un tema tan importante que además debe erradicarse, debemos ser conscientes del hecho de que vivimos en una sociedad que difícilmente podremos cambiar si no hacemos un esfuerzo consciente por defender nuestros derechos desde un lugar empoderado, que evite llegar a estos casos de denuncia irremediable.

Esto resulta problemático en muchas ocasiones, pues detrás de esas denuncias y campañas de solidaridad por violencia de género, las mujeres estamos pidiendo, además de respeto y protección, un nuevo paternalismo digital sobre las relaciones con nuestras parejas.

* Esta es una columna de opinión. Por tanto, no representa las posturas de VICE en Español.