FYI.

This story is over 5 years old.

Música

Cuando no hay plata para pagar la boleta

Lo más sensato es ponerse a llorar.
Foto vía

El 7 de diciembre de 2015 es una fecha que nunca voy a olvidar. Ese día se presentaron en Bogotá los Chemichal Brothers con su live set, algo que nunca antes había pasado en mi ciudad, y yo lloraba por no poder ir. Esa noche de velitas todo el mundo iba a estar congregado en Corferias, todos habían podido comprar sus entradas menos yo, incluso aquellos que ni les gusta esa música. Fue una real mierda.

Publicidad

¿Acaso alguna vez han sentido que les toca botar a la caneca todos sus deseos de ver a una banda porque la economía no les alcanza? ¿Alguna vez les ha tocado mamarse esa tusa asquerosa en la que toda la gente a su alrededor celebra porque van a un evento? Y es que listo, digamos que si a uno no le importa el evento no pasa nada, pero si es porque no hay plata, es frustrantemente aterrador.

El sufrimiento es algo así como sentir que se te arruga el corazón de a poquitos, una leve presión en el pecho y un nudo constante en la garganta. Todo empeora el día del toque porque el resto del mes se controla con pajazos mentales y excusas consoladoras. Esa mañana para ti empieza gris aunque este soleada, estás bajoneado y realmente no quieres saber nada del concierto, pero lo primero con lo que te tienes que enfrentar, quieras o no, es ver a todo el mundo hablando del tema y lo hijueputamente increíble que estará. Prendes el puto radio para distraerte y es como si ese objeto te hiciera pistola con el dedo, el locutor está hablando de "Las diez cosas que no sabías de tal banda", "Así fueron las primeras diez horas de equis banda en la ciudad". No importa donde mires, el mundo se encarga de restregarte que no vas a ir.

La gente amablemente te pregunta una, dos y hasta cinco veces si vas a ir al evento y a ti se te aguan los ojitos cada vez que tienes que contestar que no. Luego de un tiempo, crees que debes dejar la pendejada y ahogarte por dentro con las lagrimas que todavía te quedan. "Ya está bien de auto-torturarme" piensas, mientras te das cuenta que llevas escuchando todo el día un playlist en YouTube de esa agrupación, que solo le agrega drama a tu miserable vida. Crees que ya es hora de relajarte, y ponerle una cara más optimista al día. Te das cuenta de que en realidad ¡No vas a ir al concierto! Lo aceptas.

Aunque sientas que es lo mejor, esta decisión te transforma en un loco de mierda. Durante las siguientes cuatro horas de tu día te la pasas actualizando compulsivamente el fan page del evento a ver si por suerte alguien pone una boleta barata por ahí. Le escribes a gente con la que no te hablas hace mucho tiempo, a ver si te puede ayudar a conseguir alguna entradita. Te craneas a la perfección un sistema para colarte en el concierto, y finalmente te rindes. En un impulso inesperado coges un teléfono y le pides a un amigo que por favor te llame cuando estén tocando x canción, sin pensar que esa persona no tiene un culo de ganas de andar con su celular en la mano durante todo esa canción porque simplemente quiere disfrutar. La verdad es que tú y tu tusa de concierto le importan un culo a tu amigo. Nadie se pone triste por ti, esa es la verdad. De repente se te ocurre que, obvio, la manera de superar el dolor es armar un parche para hacer algo que aparentemente es más cool. Alistas todo y te preparas para pegarte una farra fuerte.

Al final del día, cuando ya va a empezar el concierto en cuestión, entras en una etapa de ilusión. Imaginas qué estará pasando y te sonríes con ternura idealizando que estás en la fiesta, luego piensas: "Bueno, no importa, es solo una noche. La próxima no falto". Pero no es así de fácil. Si ya pasaron por esta situación saben que al día siguiente regresa la tortura cuando la gente empieza a subir millones de videos en Facebook, chorros de fotos en Instagram con noticas y corazones, y miles de comentarios por todos lados. Incluso siempre va a estar ese alguien que te dice: "ay mi hermana la estaba vendiendo más barata". Tranquilo, la vida siempre se encargará de rayarte la cara y restregarte no haber podido estar en el que pudo ser el concierto de tu vida.

Pero bueno, es hora de sonarse los mocos, ahogar el llanto y dejar de poner esa maldita playlist por un tiempo.