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Yogi Berra

Yogi, la estrella arrumbada de los Yankees

Tras su muerte, Yogi Berra incrementa aún más su leyenda-
The Star-Ledger-USA TODAY Sports

Cuando toqué el timbre de la casa de Yogi Berra en Nueva Jersey la mañana después de que George Steinbrenner lo despidió como manager de los New York Yankees después de 16 juegos disputados en la temporada del 85 —sin duda el acto más repugnante infligido a este equipo por los Donald Trump del béisbol—, no solo era un escritor en busca de una historia. Yo era un fan que buscaba expresarle mi sentir a Yogi, o su esposa, o su hijo, o su perro, de parte de todos los que crecimos vestidos de franjas, que Steinbrenner había cometido un crimen capital.

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Realmente no esperaba nada de mi inesperada visita a los suburbios, pero Carmen Berra, la esposa de Yogi, abrió la puerta y amablemente escuchó lo que tenía que decir: trabajé para el Miami Herald, en el buró de Nueva York, pero había crecido en esa ciudad y había estado mucho tiempo en la parte superior del Yankee Stadium cuando la asistencia promedio era de 11,000 y Joe Pepitone era nuestra única esperanza; ese día estaba apenado por ella y por su esposo. ¿Aún así estaba dispuesta a hablar del tema?

Sí. Me pasó a la sala de estar, puso café, y después habló, apasionadamente, por mucho tiempo sobre lo dolido que Yogi había estado por el despido, y de cómo se había sentido traicionado ("Un mal arranque no afectará el estado de Yogi", Steinbrenner había dicho en febrero). Me habló de lo molesta que se encontraba, y de lo cobarde que había sido algo así. Pero también me dijo que los Berras lo olvidarían y que nadie se interpondría en su felicidad (habían estado casados por 66 años, hasta que Carmen falleció el año pasado).

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Cuando entregué mi historia, el editor me preguntó si había estado con otros escritores en la casa. Le dije que no, y cuando se preguntó porqué no, le dije que ninguno había visto por televisión de pequeño a Yogi conectar un cuadrangular al jardín central, donde había un letrero que decía "Buy DiNoto's Bread" pintado de amarillo sobre un campo rojo, blanco, y verde detrás de un edificio de apartamentos sobre Gerard Avenue, justo al sur de la estación de tren.

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El anuncio de la panadería desapareció a finales de los 80, uno de los últimos recuerdos de una era diferente. Ahora Yogi también se ha desvanecido, pero solo físicamente. La gracia de Yogi que lo seguía a todas partes siempre se quedará con nosotros; el talismán de los Yankees permanecerá siempre que existan las franjas. Las intrigas incesantes y de mal gusto de la familia a cargo nunca se compararán con los valores que Yogi dejó en el equipo: el béisbol por el béisbol, nada más, nada menos. Con su muerte, la figura de Yogi se hace más grande. Algunas cosas cambian, otras no.

Yogi Berra poseía una engañosa seriedad. Foto por Matt May-USA TODAY Sports

Las hazañas de Berra como jugador —tres veces MVP de la Liga Americana en la década de 1950— han sido casi olvidadas, pero solo porque después de jugar, al menos para los neoyorkinos, su diminuto ser se hizo más grande que la vida misma, una luz en la eterna noche de las actuaciones de Billy Martin. También perdida en la historia ha sido su contribución a los equipos de campeonato de los Yankees, desde Joe DiMaggio y Mickey Mantle, hasta Roger Maris —un tipo trabajador, con una rara forma de caminar, y con una sonrisa jamás forzada ante las cámaras.

Después de que su carrera de 19 años culminó, Berra dirigió a los Yankees (a una Serie Mundial) y a los Mets (a una Serie Mundial), pero nunca le importó la fama. A este hombre solo le gustaba vivir, y lo que veías, como jugador o como manager, era él mismo, algo poco tradicional en los chicos vestidos de franjas. Incluso se reputación como el maestro del malapropismo, lo cual generó libros y apariciones en televisión era claramente parte de su personalidad. Lo disfrutaba, nosotros también.

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Este hombre tenía una seriedad engañosa, y cuando regresó al Bronx como manager en 1984, esa sensibilidad desinteresada vaya que hacía falta. Para ese entonces, Steinbrenner ya había dañado la marca de muchas formas y por muchos años, desde el horrible hábito de contratar hombres que lo habían vencido temporadas atrás (Tiant, Gullet, Tommy John) hasta la impura alianza con el tóxico Martin ("Hombre sin oreja es agredido en corredor de un bar topless").

Por eso es que cuando Berra regresó al dugout en 1984, fuimos muy tontos al pensar que la cordura había sido restaurada. Los Yankees quedaron 87-75, bien para un tercer lugar. Para el siguiente abril, después de tres derrotas consecutivas en Chicago, Berra se fue. El equipo tenía una marca de 6-10. ¿Se quejó Berra? No. No tenía porqué. La sádica falta de sentido de los chupasangre habló hasta el cansancio. Con su salida, Yogi, de alguna forma, como embajador de lo bueno de este deporte, había llegado.

George Steinbrenner y Yogi Berra, las dos caras de la moneda Yankee. Foto por Matt May-USA TODAY Sports

Le tomó 14 años a Steinbrenner disculparse con Yogi, cuando se celebró el Yogi Berra Day en el Yankee Stadium el 18 de julio de 1999. Si es que existe la suprema evidencia en el archivo de Yogi Berra, un momento que parezca místico donde se hable del significado cósmico de un deleitoso hombre terrenal, tienen que ser los eventos extraordinarios de ese día.

Mientras que George presumía el cómo de la organización, Yogi era simplemente Yogi: entrando al estadio parado sobre un T-Bird vintage convertible, vistiendo un abrigo, una corbata, y con una sonrisa, después realizó el lanzamiento inaugural frente a Don Larsen.

Después Berra vio al abridor Yankee, David Cone, lanzar un juego perfecto.

De vez en cuando, las cosas salen bien. Que ese día los planetas se hayan alineado para celebrar el eterno vínculo entre Yogi, los Yankees, los fans, y la panadería DiNoto's, es algo para recordar. Una afirmación, en realidad, tan poco probable como que Carmen Berra me haya invitado a tomar café: ese hombre, al vivir intencionalmente tan humilde como haya sido posible, puede revelarse como el héroe más significativo de todos.