Sesenta años enseñando a dar puñetazos en un ring

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Sesenta años enseñando a dar puñetazos en un ring

Manolo del Río ha entrenado a grandes campeones como Urtain o Carrasco. El boxeo es su pasión y a sus 83 años no piensa en la jubilación.

Nació en Madrid, en uno de los barrios más castizos de la ciudad, en 1931. Ahora vive en Moratalaz y va todos los días a las 8 de la mañana al gimnasio que se encuentra en los bajos del estadio del Rayo Vallecano. Allí se encuentra el Club de Boxeo El Rayo que es el lugar donde ahora mismo entrena. Se marcha a las 10 de la noche. Más de doce horas entre aspirantes a boxeadores. Solo para a la hora de la comida y lo hace para ir hasta El Cota, "aquí al lado", y vuelve a encerrarse con sus pupilos.

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"Mientras el cuerpo aguante, seguiremos aquí. Tengo 83 años y voy ya camino de 84", dice cuando le preguntamos por una posible jubilación. Algo que viendo su vitalidad resulta imposible. Se mueve despacio entre sacos y el gran ring que preside el gimnasio, va dando órdenes sin elevar la voz, aunque de manera muy firme. Pregunta a una chica si ha terminado con lo que estaba previsto y pasa al siguiente. Entre estas cuatro paredes, nada escapa a su mirada. Hace calor, es un plomizo de verano en Madrid y los boxeadores sudan. Él los mira con orgullo y hace una parada para responder a nuestras preguntas.

Vice: ¿Te acuerdas cómo llegaste al boxeo?

Manolo del Río: Sobre el año 1955 o por ahí.

¿A practicarlo o ya directamente a entrenar?

No, a practicarlo. Lo dejé en el 57 para entrenar. Entonces competía, mira, en una semana llegué a hacer cuatro combates, porque entonces había boxeo y bastante. Mi hermano también boxeaba y nos tocó enfrentarnos en un semifinal del Campeonato de Madrid; ahí lo dejé, no iba a pelear con un hermano. Empecé a entrenarlo a él. Luego él fue campeón de España tres años consecutivos y fue internacional… Estuvo mucho tiempo.

O sea que fue un acierto dejarle paso.

Sí, por supuesto. Yo luego comencé a entrenar en la Ferroviaria, que estaba en la calle Amor de Dios número 4, cerca de Antón Martín. Primero con mi hermano y luego a otros chicos del club.

¿Cuál es el primer campeón que cae en sus manos?

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Puff. De amateur habré tenido más de veinte chicos campeones de España y de profesional otros tantos. Hasta que el mánager de Pedro Carrasco me llamó para que fuera con ellos a entrenar a Leiza y me tiré en Navarra tres meses. Allí estaba también Urtain. Y ya me dediqué a entrenarlos solo a ellos, sería como el año 68.

¿Cómo eran esos dos boxeadores?

Buenísimos. A Carrasco no había que obligarle mucho a entrenar. Vino de Italia a España para cumplir el servicio militar, que no lo había hecho. Gracias a Vicente Gil, que era el médico de Franco, pudo venir. Estaba en la Marina, mientras yo le entrenaba, primero en Cádiz y luego aquí, en Arturo Soria. Era inteligente, casi de las mismas chichas que yo, muy delgadito, pero tenía muchas facultades a base de entrenar todos los días. Íbamos al campo a correr y al gimnasio y había que pararlo, decirle: "No hagas más". No era muy fuerte físicamente pero tenía reflejos, movilidad y habilidad. La habilidad es muy importante, si la tienes puedes esquivar y pegar.

¿Y Urtain?

Era más vago para los entrenamientos. Había que levantarle todos los días y obligarle a trabajar y correr. No le gustaba tanto como a Carrasco, que se sentía más débil. Pero Urtain era fuertísimo, un peso pesado, con facultades de querer pegar.

Y peleas memorables de ambos…

Carrasco con Mando Ramos, el Campeonato del Mundo que se hizo aquí, en Los Angeles y otra vez aquí. Y con Urtain la que más recuerdo es cuando se pegó con Cooper en Londres, Campeonato de Europa, y le tire la toalla porque se le cerró un ojo. Se cabreó y le dije: "No te preocupes que lo llevamos a Madrid". Luego Cooper dejó el boxeo y en su lugar vino el alemán Peter Weiland aquí a Madrid. Ganó Urtain en el octavo asalto, antes del límite. Fue campeón de Europa tres veces.

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Y, ¿por qué acabó tan mal su carrera?

No es que acabara mal. Ganó mucho dinero, calculo que unos 50 millones de pesetas. Solo con Cooper en Londres se llevó siete millones y medio. Iba para defender título, era el año 70.

Estamos hablando de una década que es la época dorada del boxeo.

Es que entonces había gente muy buena. Estaban Velázquez, Legrá, Pacheco, Antonio Ortiz… había mucha gente, ya te digo, y todos buenos.

Y qué paso en las décadas posteriores que parece que el boxeo profesional se haya perdido.

Todo es política, prácticamente lo prohibieron. Y los medios no dan información, no dan ni una nota en televisión. Antiguamente se retransmitían los combates, aunque fuera en Los Angeles. El Campeonato de Europa de Urtain se dio por la tele, desde el Palacio de los Deportes de Madrid. Antes, con Franco, el boxeo estaba hasta en los cuarteles, yo he llegado a pelear en cuarteles. Luego tampoco ha salido gente que arrastre al público.

Hombre, estuvo Poli.

Sí y Castillejo. Poli Díaz tenía más para llegar al espectador, pero Castillejo ha sido de lo mejorcito que ha habido. Pero no ha sido conocido. Cuando yo iba con Urtain y Carrasco, los niños, los mayores y todo el mundo les conocía. Fueran por donde fueran.

¿Y ya no salen campeones?

Es que no hay salida, esto tenía que ser más continuo. Pelear cada cierto tiempo, de otra manera no se puede tener motivación. Pelear de forma constante, es lo que les hace falta. Ahora no saben cuándo van a tener su siguiente combate.

Después de tanto tiempo, ¿qué te sigue enamorando del boxeo?

Es muy bonito, aunque la gente tenga una mala imagen de este deporte. Me gustaría que vinieran un día a ver lo que es un entrenamiento de boxeo. Y luego están las peleas, que pueden ser muy bonitas, lo que pasa es que muchas veces no hay esa calidad que tenía que haber para gustar al público. No es lo mismo cuando se hace bonito. El boxeo siempre se ha dicho que es un arte, cuando se hace bien… las distancias, los giros, pegar.