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Cultură

¡DETENTE, CASCANTE! #1 – Mírate en el puño de Dredd

Una charla en torno a la verdad, la justicia y el rozamiento de los cuerpos con un guardia civil borracho.

Hay una casa-cuartel de la Guardia Civil enfrente del hogar de mi familia. La parcela que ocupa tiene forma de triángulo y en el vértice más próximo a mi ventana se levanta una torre de vigilancia en la que por lo menos dos noches a la semana varios guardias civiles juegan al "Call of Duty: Modern Warfare 2". Se trata de un videojuego, o juego de video sin tilde, desarrollado, entre otras plataformas, para la popular consola "Xbox 360", que es la que tienen ellos. Esta casa-cuartel tan consabida para mí parece haber sufrido una relajación progresiva de las costumbres desde hace ya veinte años, cuando el último atentado de la ETA. Con las luces apagadas y la pantalla LED iluminando sus caras a modo de farolillo a la veneciana, desde hace dos años estos gendarmes con licencia de arma corta, mitad-policías mitad-soldados, montan pequeños campeonatos de "Call of Duty: Modern Warfare 2". Da la sensación de que se lo pasan muy bien. En una reunión de vecinos –todos lo hemos visto– un señor mayor en chándal desarrolló la teoría de que estos hombres –nunca se ven mujeres en la torre– aplacan así el natural anhelo de Acción, Verdad y Justicia que pasea por sus venas españolas y tanto se les niega en el curso de sus carreras.

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Guardias civiles armados se reparten el perímetro exterior de la casa-cuartel que hay enfrente del hogar de mi familia. Lo hacen para evitar sorpresas. Un día, camino de mi disco-pub preferido, pasé por delante de uno de ellos y el tío se marcó un eructo de veinte segundos proyectando sus adentros –pareceres, recuerdos, emociones– sobre los muros del edificio. Una sorpresa difícil de regatear. Nada mas poner punto final a su logro le dio la risa floja y se palmeó el pecho a dos manos en plan "esto no lo hace cualquiera"; un cuadro.

¿Qué es la Guardia Civil? Este vídeo lo explica bastante bien. Al parecer lo han realizado desde dentro del organigrama. Es una pieza emocionante que no esconde sus referencias (Hasbro, Basil Poledouris, el cámara que grabó mi primera comunión) y que contiene al menos diez estampas finísimas de diente contra ladrillo y uña contra pizarra; entre los segundos cincuenta y seis y cincuenta y siete vive incrustado el inevitable primer plano de paquetón castellano.

¿Qué subyace bajo este vídeo? La Guardia Civil, cuerpo de seguridad de penes contenidos, quiere decir algo pero no encuentra la forma correcta de decirlo. Sabemos –apenas intuimos– qué es la Guardia Civil, pero aún queda otra cuestión por aclarar a su respecto: en esta España desmantelada, ¿sigue siendo necesaria su presencia? ¿Cuál es su realidad? El martes pasado decidí visitar el bar no-oficial de los habitantes de la casa-cuartel de la que me separa poco más de metro escaso para buscar, al menos, una media respuesta.

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El bar-restorán "La Benemérita", enclavado entre un Supersol y una copistería, es, por esta zona, el punto de encuentro preferido de los defensores del Estado de las Cosas. El interior presenta fuerte olor a calamardo, suelos limpios que resbalan y memorabilia vengadora colgando de las paredes. Por fuera se puede ver una gamba dibujada encima del cristal construyendo el gesto del "OK" con la unión del pulgar y el índice de una mano enguantada imposible. Su sello de identidad –más allá del mesmerismo de la gamba– es un plato combinado compuesto por patatas fritas, chorizo picante, morcilla, ketchup, cebolla y ajo al que los habituales se refieren como "Crimen de Cuenca". En el bar-restorán "La Benemérita" conocí a José Carlos, guardia civil natural de Burgo de Osma. José Carlos bebía Larios con cola, yo me pedí "un refresco".

José Carlos tenía la cara picada y una sudadera blanca de la marca Kelme dos tallas por encima de la suya con unos motivos laterales de raquetas de tenis cruzadas. Me gané su confianza tratando el tema de lo mal que "estamos" con Lo De La Crisis y comentando la vital circunstancia de unas chicas como de polideportivo que estaban afuera esperando el autobús y a las que podíamos ver a través de los claros del ventanal de la gamba. Le pregunté con curiosidad real por su vida dentro del cuartel. "Este pabellón", me dijo, "ya no es ni la sombra de lo que fue". Asentí convencido. "No queda compañerismo", dijo, "fue mi cumpleaños y no vino nadie". "Hay mucho peloteo". José Carlos no estaba nada contento. "Yo respeto este uniforme", dijo. Le advertí que vestía combo de sudadera y vaqueros del Carrefour. "El uniforme se lleva por dentro", respondió. Podía estar echando mano de figura retórica pero también podía ser un chalao de dos trajes a la vez, no supe discernir.

"No puedo mantener una relación seria", dijo, "a las mujeres que me convienen les da miedo el pabellón". "No es posible", dije. "Se imaginan mesa con dos velas en gran terraza con orquesta de zíngaros y todo lo que yo puedo darles es un camastro individual, mi energía y unas ricas fajitas «Old El Paso» para desayunar", dijo. "Aparte, mis compañeros no quieren que ligue". No le creí. "Hay mucho peloteo… y mucho maricón", dijo, "aquí por lo menos la mitad son maricones". Le dije que no me parecía correcto su comentario. "¿Te parecen pocos?", replicó, "¿cuántos maricones son suficientes maricones?". Le dije que no me había entendido. "José Carlos, por favor", le dije, "por el amor de Dios, José Carlos". "Si no tienes mujer e hijos y eres ya mayor y vives en el cuartel, es que eres maricón", dijo, "menos yo, que yo lo que soy es solitario". Traté de darle un toque de consuelo en el hombro pero apartó mi mano con asco. "Es como una cárcel… una cárcel del alma". José Carlos iba ya muy mal, y no eran ni las cuatro de la tarde. "Este país, con estas ganas de sangre". Yo echaba miradas a los dueños, ¿serían parte de su perfil semejantes meadas fuera de tiesto? "Un chaval guapo de cara, tras esos muros no representa más que una moneda de cambio… un chaval guapo de…". Las chicas de la parada del bus habían desaparecido. "A mí, más de una y de dos veces…" José Carlos apretó con fuerza unas almendras. "Y si te quejas es peor, te toca fichar extramuros de noche, con este frío: tú solo, quieto y sin habla, pelao de verde lagarto". "Echo de menos mi pueblo; las tórtolas, los arroyuelos, unos árboles así altos que conozco".

En este último agosto tres guardias civiles de los de aquí enfrente salvaron la vida de un hombre sudamericano apuñalado siete veces por su esposa con un punzón en la mismísima entrada del cuartel haciéndole un torniquete con una Bandera Nacional que tenían a mano manchando en el proceso la franja del centro. A la mujer se la llevaron detenida. La gente de la calle armó corrillo alrededor de la escena durante más de dos horas mirando al hombre sudamericano boquear como un pez de la Disney sacado del mar.

Yendo yo al instituto conocí a la hija de un Teniente Coronel que vivía en la casa-cuartel (futuro infierno sicalíptico de bigotes en movimiento colonizado por el fisting) que hay enfrente del hogar de mi familia. Se llamaba Laura, lo que más le gustaba era escuchar Música Negra. Recorríamos el mismo camino de vuelta cada tarde pero ni me hablaba. Un día, a las puertas del cuartel, le dije lo que sentía por ella y huyó hacia el interior –en apariencia– horrorizada; quise perseguirla para colocar un par de notas a pie de página en mi discurso pero el guardia de la entrada me placó, me tiró al suelo y, alejándose de sus limitadas funciones de Vigilar y Castigar, tuvo a bien ofrecerme un consejo: "vete a casa chaval, vete ya". Aquel bloqueo, aquel firme cockblock de tricornios tapando el sol, sacude mi memoria y refuerza mis dudas. Ni un pelo me fío. Desde la modernidad que demandan los Nuevos Tiempos, en esta España desmantelada, ¿puede acaso tener cabida entre nosotros una Guardia Civil formada por personas que no creen en el amor?