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Cultură

Si no hubiera mala tv, mis crudas serían insoportables: Fadanelli

Entrevistamos al escritor sobre su nueva novela, ‘El hombre nacido en Danzig’, que se presenta esta noche.

La novela más reciente de Guillermo Fadanelli, El hombre nacido en Danzig (Almadía, 2014), tiene de protagonista a un hombre que contrata a un detective para espiar a su ex mujer. Como cualquier hombre que haga eso, el protagonista está en el hoyo y condenado a quedarse ahí, a medio camino de la locura, platicando con filósofos muertos.

Fadanelli y yo quedamos de vernos para platicar del libro. De entre varios lugares que me propuso para encontrarnos, recomendó especialmente una cantina por sola y fea. Eso quería decir: pocas probabilidades de que nos distrajéramos o de que llegara alguien a saludarlo.

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Algo que necesito contar es que cuando se acercaba el mesero para ofrecer otra ronda, se dirigía a él como “Señor Fadanelli”. Si en un bar te llevan los tragos llamándote por tu nombre, quiere decir que has hecho varias cosas bien en la vida.

VICE: Cuando estaba haciendo notas para la entrevista, me di cuenta de que estaba comentando la novela y no llegaba a la pregunta. Y es que el libro parece hecho de eso, preguntas o perplejidades. Ése era el problema: ¿Cómo interrogas a una pregunta?
Guillermo Fadanelli: Yo soy muy desordenado. Una vez que empiezo no sé dónde voy a terminar. Tengo una noción y un impulso, como cuando sabes que la fiesta se va a poner buena o va a haber una pelea. Algo va a suceder, pero nunca sé exactamente qué. Ese desorden está hecho de preguntas. Pero no es (en eso me exculpo) una novela con intenciones filosóficas o que haga preguntas a mansalva. Lo que sucede es que ésa es la forma que va tomando la novela, en la que el personaje va narrando su historia. Más que preguntas directas, son rodeos, como pasos perdidos. Yo soy muy distraído… aparentemente. Sin embargo, siempre he llegado a mi casa. Puedo salir de un antro a las seis de la mañana en Tlatelolco y caminar hasta la Escandón, durante una hora, hora y media, y llegar perfectamente. Entonces, regularmente sé que mis pasos me llevarán a casa, aunque no sé por cuál camino. Como cuando una atracción te lleva al coño de una mujer. Lo intuyes. A mi edad, tendría que estar muerto si no supiera, más o menos, hacia dónde camina mi intuición. Por eso la novela es un conjunto de preguntas. Y si me pongo pedante, en contra el espíritu pragmático, diría que prefiero preguntar a responder. La respuesta es estúpida. El que responde con seguridad, no lo ha pensado lo suficiente. Y si continuara pensando, llegaría a una respuesta distinta. Entiendo lo que me dices, de que la novela es un conjunto de preguntas. Yo añadiría: un conjunto de distracciones y obsesiones amontonadas.

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En una entrevista que te hicieron, leí que hablabas de por qué no te interesa contar una historia. Decías que las historias no están en las novelas. Me gustó, como comentario sobre la “ingeniería de la narración” que hoy es tan común en la tele o el cine.
Bueno, yo no tengo ambiciones formales. No escribo para revolucionar la literatura ni mi vida. Intento ser sencillo. Quizás porque en la vida cotidiana llego a ser muy arrogante o muy duro. No quiero sumergir a nadie con un ladrillo de trescientas páginas. Ya lo hice dos veces, y me arrepiento. Entonces, si no cuento con una estrategia, por lo menos tengo intuiciones y la ambición de ser sencillo. Aunque no parezca, y menos después de tantas entrevistas, siempre me siento un farsante cuando estoy hablando acerca de lo que escribí, porque lo escrito y la charla son dos géneros distintos. El comentario acerca de lo escrito, y lo escrito, pertenecen a mundos separados. Cioran decía que un escritor no debe hablar demasiado de su obra, explorarla demasiado, porque corre el riesgo de convertirse en un científico. Y diría que también en un charlatán, un vendedor de su propio producto.

Un merolico de sí mismo.
Sí, trato de hacerlo lo menos posible. Aunque hay que vender libros y yo vivo de la escritura. A veces tienes que mostrarte un poco y después correr a tu cuarto, avergonzado, y encerrarte una semana, con una o dos botellas de ginebra.

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Hasta que se te olvide lo que dijiste.
Siempre que alguien me pregunta al final de una entrevista si deseo añadir algo, le digo: “No. Quisiera quitar casi todo”.

¿Te sucedió con esta novela que buscaran leerte desde la filosofía?
Lo que sucede es que en la novela aparecen algunos filósofos, pero no aparecen como académicos o profesionales de la filosofía, sino como personajes de novela. Habría sido excesivo que, encima de la caricatura del filósofo que aparece en la novela, me pusiera a explicarlo, a dar cátedra con sus tesis. Los filósofos: Montaigne, Rousseau, Schopenhauer, son como invitados a la mesa, y más bien hablamos de sus mujeres, de los celos, de la enfermedad y de los hombres. Porque además, qué carajos sé de quién fue Montaigne, ni me importa. Con trabajos puedo explicar mis propios actos, como para además saber quién era Rousseau. Lo que hice fue inventar un personaje a partir de estas figuras y hacer con él una conversación mundana. De ninguna manera eso quiere decir “hacer filosofía”.  Soy un escritor y eso significa ser observador y estar perdido. Bueno, por lo menos el tipo de escritor que soy, o que creo ser. Necesito estar satisfecho con la construcción de la pregunta, esa pregunta que nunca podrá hacerse explícita, pero da vueltas, rondando cada página, y que le da al personaje esa aura de pervertido sicológico. Alguien me preguntó por qué en vez de usar un detective como agente para la investigación de los miedos y obsesiones, no usé un siquiatra. De inmediato, me afectó, porque es cierto: hay ahí una relación con la locura. La diferencia es que el detective aquí es una consecuencia de la manía del escritor. En cambio, el siquiatra tendría intenciones científicas e intentaría dar una dirección a la enfermedad del personaje. Me gustó más el detective, porque el detective es un bufón.

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[Aquí va una alerta parcial de spoiler. Una luz naranja, más o menos]: Además, es mejor la idea de alguien que contrata a un detective para conocerse a sí mismo. Porque para tranquilizarse, cualquiera va al siquiatra. No hay ninguna búsqueda en eso.
Yo nunca he querido ir con un siquiatra. En primer lugar, porque no tengo dinero para siquiatras. En segundo, porque para eso leo literatura y filosofía. Además, dudo de la forma en que los siquiatras puedan orientar mi voluntad. Por eso hablo en la novela del tema. Schopenhauer decía que la voluntad era el coño. Yo diría más bien que la voluntad es el origen y la muerte, lo que no puede ser pensado ni explicado, sino que solamente tiene lugar. Pero para que eso pueda darse, tienes que escribir con libertad: poner la mesa y ver qué sucede. Si me propusiera escribir una novela con una orientación y características determinadas, fracasaría. Todo lo hago a medias. Como Montaigne, que cuando lo nombraron alcalde de Burdeos (él no quería participar en la política, pero era un  hombre querido, a quien veían como un sabio), en cuanto llegó la peste, fue el primero en salir corriendo de ahí. Yo también saldría corriendo. Bueno, en primer lugar, no habría aceptado el cargo. Pero si lo aceptara y llegara la peste, me salvo antes que a los demás. En ése, muy particular, caso… No sé si te parezca una novela redonda, pero a mí me parece una obra inconclusa, abierta.

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Más bien me parece que el final hace que el resto se vea distinto. Pero sí, es como una serie de líneas quebradas o interrumpidas, que uno puede continuar trazando por su cuenta.
Creo que es un afán dictatorial ese intento de dominar la historia. El cine y la tele son magníficos a la hora de narrar historias. La literatura es más bien  una mesa para colocar sobre ella el absurdo. La literatura no sirve para contar historias, ni siquiera se trata de ideas, es más bien una exploración del lenguaje, aunque una exploración interesada. Por eso he repetido tanto que una buena novela no puede ser llevada al cine. Una novela no puede ser transmitida en otro medio que el propio. Se puede trasladar la anécdota o uno de sus temas, nada más.

Si una película vuelve innecesario al libro de donde nació, quiere decir que el libro no era gran cosa.
Sí, que el libro no importaba. Para escribir eso, mejor te dedicas a ser guionista de cine o de series. Hay guionistas magníficos. O dramaturgo, que es algo que hoy está olvidado. Algunos de mis autores favoritos (recuerda que soy un viejo) son Beckett, Ionesco, Brecht, Lope de Vega. He leído algunos guiones, pero prefiero leer teatro que guiones. Y más que el teatro, me gusta la lectura de novelas. Prefiero leer que escribir.

Es raro, porque uno no se salva de nada al leer, ni se resuelve nada.
No, se hace más grave el problema. Crece la conciencia acerca de nunca estar terminado y de ser finito. Dice Pessoa en El libro del desasosiego, que es de mis favoritos (no diría de cabecera, porque si algo odio es hacer de un libro una biblia; las biblias, por lo general, carecen de imaginación), que el más profundo de los dolores es el abstracto, la incertidumbre, la espera de la muerte. Ese tipo de afección es muy propia de la literatura. (Aunque también disfruto el cine. He sido fan de John Waters. Ayer vi Serial mom). Eso, creo, es importante, porque nos enseña que los problemas, en el fondo, no tienen solución. Que todas las explicaciones son medicamentos. En la novela cito a Schopenhauer cuando dice que la risa es la distancia entre el objeto y su explicación. En algún momento te das cuenta de que todas las explicaciones son ridículas, que todo lo que se busca con ellas es afirmarse. Por eso, creo, nos dan tanta risa las personas cuando se caen: porque van muy seguras en dos pies (“gusanos bípedos”, decía Schopenhauer) y de pronto, al carajo, un resbalón y caen de nalgas, como un recién nacido, indefensas. Eso me gusta mucho en la novela de John Kennedy Toole, La conjura de los necios: la seguridad de Ignatius, con todas sus lecturas, todas las teorías de los filósofos que ha leído, y que no es más que una caricatura. Él mismo es una caricatura.

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Parecería que a Ignatius le falló la filosofía. ¿O crees que nos ha fallado? ¿Te ha fallado a ti?
No, la filosofía no puede fallar. El que falla es regularmente el lector. Y más, fallan los políticos, los empresarios decididos a acumular, los radicales y los extremistas. Las filosofías están ahí, las tomas o no. Son un estímulo para reflexionar, pero no es una religión, en el sentido de que no tiene biblias. Por más que Crítica de la razón pura, El mundo como voluntad y representación oSer y tiempo tengan el aspecto de biblias, nunca abordan el mundo de manera cerrada, como algo que está contenido en sus páginas, ni tienen una sola dirección. Son preguntas o invitaciones.  La filosofía es una rama de la literatura y explora sólo una parte del lenguaje. Tan no ha fallado la filosofía que es la falta de ella lo que hace que los ciudadanos sean consumidores o que sean incapaces de hacer que sus gobernantes trabajen para ellos. Aunque no quisiera ser un moralista, porque la época siempre está más allá de uno y se termina siendo un espectador. Pero no, la filosofía no me ha fallado. Me ha dado la oportunidad de reflexionar y divertirme, de reír más. No estoy en contra del entretenimiento, soy un amante del zapping. Si no hubiera mala televisión, mis crudas serían insoportables.

Sí, uno no puede leer a Heidegger en la cruda.
No, claro que no. En la cruda estoy, como dicen en Colombia, tragando techo, y no puedo pensar. Sólo puedo ver la televisión, que es una experta en ofrecer basura. Y yo consumo basura. No creo que el medio sea el mensaje: depende quién lo utilice y para qué. Pero sin entretenimiento, mis crudas ya me habrían llevado a una locura que no quiero imaginar.

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Aunque el personaje de tu novela parece un enemigo de todo eso: del entretenimiento, de lo ordinario y demás.
Yo he sido un amante del arte pop durante muchos años. Incluso, hubo quien presentó a mi primer libro [El día que la vea, la voy a matar] como el primer exponente de la literatura basura en español. Nunca he tenido miedo de lo popular o de la vulgaridad, pero tampoco lo venero. No soy, hoy en día, un amante del pop ni de lo ordinario. Le tengo más veneración a mis vicios, que son la sal de mi vida. Conoces más de ti mismo por tus vicios y tu manera de mentir. No es que buscara específicamente ir contra lo ordinario, sino que mis personajes, mi historia, mis preocupaciones, me van llevando a un soliloquio que se vuelve como la canción de un loco, una especie de no-significado, o de retórica demente. Eso de alguna manera lo tiene también el personaje del detective. Una vez escribí una novela, Malacara, que es sobre un mirón que se la pasa asomado a la ventana, con miedo de todo, y que daba por hecho que todos los que pasaban por la calle eran enemigos en potencia. Esta nueva novela es de alguna forma una secuela de ella, es también el personaje de un voyerista obsesivo… Sí, mira, no me había dado cuenta. Es eso mismo. Para el personaje de El hombre nacido en Danzig el detective es una extensión de su ojo, de su necesidad de controlar.

Sí, y el detective no puede ayudarle en eso. Hasta con las fotos que le lleva, los datos y su informe, no hay nada que pueda quedarle claro al protagonista. Y menos le ayuda a entender algo. Pero también funciona al revés: con todo esto se da cuenta de que antes tampoco sabía nada. Lo que creía saber acerca de una mujer, de vivir con ella, no era nada.
Antes de seguir, es importante que lo diga: la novela no es un tratado de género. Es una novela desde el punto de vista de un hombre. No es la defensa de una postura. Ahora, es un acto inútil vigilar a una mujer. Lo que te destruye son las sospechas, no los hechos. Incluso, una vez que se comprueban los hechos, se descansa. Una de las líneas de la novela que más me hacen gracia es sobre Helena de Troya. Ya se sabe que la ciudad de Troya no se ha ubicado geográficamente, y ahí digo, a la manera de un macho impostado: “Nadie sabe dónde estaba Troya, pero todos sabemos dónde estaba Helena”. Esa sospecha puede ser también, a la vez, el motor del sexo, el estímulo, la idea de aquello que nunca se te entrega, que te seduce con su ambigüedad. Por eso el personaje [OTRA ALERTA DE SPOILER, ÉSTA SÍ EN LUZ ROJA] pone un detective para que lo vigile a sí mismo.  Ponerlo a vigilar a su ex mujer sería un acto poco inteligente.

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En ese sentido, el personaje en realidad va todo el tiempo un paso delante de uno, del lector. Se me hizo un buen truco.
Tal vez se podría leer cada parte de la novela de forma individual y no habría mayor problema. Pero si no llegas al final, puede que no tenga el mismo sentido. Con ese final, se cierra la duda y la obsesión del personaje. Soy un hombre celoso. Algunas mujeres me despiertan los celos, otras no. Reconocer eso es distinto a ser lo suficientemente estúpido como para pensar que una mujer me pertenece.

Sí, eso que dices hace que se me ocurra algo. No sé, creo que es una chaqueta, pero tú me dices qué te parece.
No, no. Tú dale.

Así como uno al leer una novela no puede esperar volverse dueño de su sentido, o que le entregue respuestas, en esa misma medida uno no tiene por qué esperar eso de relacionarse con alguien. Como en este caso el protagonista con su ex mujer.
Pienso que, en general, los hombres somos innecesarios. Todas las mujeres pueden prescindir de ellos, unas menos que otras. Y su ambigüedad, su tendencia a escaparse, el estar y no estar, no es una declaración romántica hacia el hombre, es casi constitutivo del ser femenino. Estoy hablando en el plano sexual, no en el plano político. Hay un cuento de Nabokov, que se llama “El tirano”, en donde el protagonista, harto de vivir bajo el gobierno de un, precisamente, tirano, decide matarlo. Propone incluso fecha y hora para hacerlo. A medida que el momento se acerca, él sigue con su vida y parece que no hace nada al respecto, no prepara el crimen, ni hace nada extraordinario. Llegado el momento que se había propuesto, el protagonista se suicida… Hay pesos que llevamos con nosotros, morales, sexuales, que no desaparecen ni con la terapia sicológica, ni con el tiempo. La única manera de poseer algo es suicidándose.

En tu novela mencionas el ejemplo de un libro que me gusta mucho, La mujer leopardo, de Moravia. Ahí, el protagonista pensaba encontrar una verdad que al final resulta, ni siquiera inalcanzable para él, sino inexistente.
Relaciono mucho La mujer leopardo con Madame Bovary. Las dos parecen ser ajenas a todo y en eso consiste su encanto, por eso nos atraen. Sólo un incauto, un enamorado o un idiota, que es la misma cosa, cree que la Mujer Leopardo o Emma Bovary pueden ser suyas. En ese dilema está el personaje de mi novela. Aunque coja con su mujer, nunca está. Ahí es donde abrimos puertas que nos llevarán a la desventura… o a escribir novelas.

¿Hay algo que quisieras que te hubiera preguntado?
No, ya más bien estoy en otro lado. Una vez que la novela se va a imprenta, yo camino para otra parte.

Sigue a Fadanelli en Twitter:

@Gfadanelli

Y a la Editorial Almadía:

@Almadia_Edit