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Cultură

Fui al café de gatos de Montreal en hongos

Para los que no saben que es un café de gatos, es básicamente una cafetería con un montón de gatitos viviendo dentro.

Todas las fotos por Stephanie Mercier Voyer.

Tengo una relación disfuncional con los gatos. De vez en cuando, se toman un momento para cagar en cajas y acecharme desde los rincones más oscuros con una mirada de indiferencia y desconfianza, pero nada más. Hasta ahora hemos trabajado para crear un acuerdo tácito de ignorarlos. Entonces, cuando VICE me pidió que visitara el nuevo café de gatos que acaba de abrir en Montreal, mi relación disfuncional con los gatos salió a flote.

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Café des Chats es el primer establecimiento de su clase en Canadá. Para los que no saben que es un café de gatos, es básicamente una cafetería con un montón de gatitos viviendo dentro. Creo que el concepto parece un poco forzado. La idea de tomar un expreso en una habitación con ocho criaturas desconfiadas y difíciles de impresionar al principio sonaba como una pesadilla para mí. Aunque, si le daba un enfoque más adecuado, podría ser una gran oportunidad para enfrentar mis miedos y y mejorar mi relación con los felinos. Quizá tenerlos en los cafés del vecindario es una buena idea.

De cualquier forma, probablemente no me iba a divertir ni iba a aprender nada si entraba a ese lugar con mi cabeza en su estado normal, así que decidí tomarme unos hongos antes de cruzar el umbral del café de gatos.

Hablé con Nadine, la dueña, unos días antes de ira al café. Ella accedió a dejarme entrar media hora antes de que abriera el viernes, es decir, a las 9:30 am. Antes de tomar un té de hongos, me reuní con Stephanie (la fotógrafa) para tener una idea clara mientras aún podía. Me senté a la orilla de su sofá a las 8:45. El sol se filtraba desde su librero. Mientras miraba el montoncito de hongos verdes girar en el té, pensaba acerca de lo que me deparaba el tenebroso destino para esta mañana.

Después de terminar mi taza, me dirigí montado en mi bici hacia el café en el vecindario Plateau en Montreal y me quedé parado afuera del establecimiento para que Stephanie tomara una foto de mí riendo nerviosamente.

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Aún me sentía lúcido, pero sabía por la manera en que mis dedos cosquillaban que los hongos ya empezaban a hacer efecto. Vi a Stephanie juguetear con su cámara y en ese momento me di cuenta de que, mientras estuviéramos ahí dentro, ella sería la única persona que sabría sobre mi viaje con hongos. Hice una nota mental para no olvidarme de eso si las cosas se salían de control.

El copropietario Youseff estaba de pie fuera del café y se acercó a saludarnos.

“Bienvenidos”, dijo. “Adelante, pasen”.

Cuando iba caminando hacia la puerta, crucé miradas con un gatito blanco que me veía amenazadoramente desde la ventana. Me pregunté si acaso sabía sobre mis falsas intenciones.

Cruzamos la puerta y llegamos a la sala de espera, en donde había fotos de gatitos en blanco y negro enmarcadas y alineadas en la pared.

Contemplamos las fotografías con las manos en la espalda como si estuviéramos en una galería de arte.

Nadine entró con una sonrisa amplia y una playera polo de gatos y nos invitó a pasar al café. Como no había nadie dentro, se veía como una clase de escuela privada para gatos. En su interior había una fuente, unos tazones brillantes, una pequeña estructura para escalar y una inscripción en el muro principal con la frase Le chat est roi [El gato es rey]. Mientras contemplaba todos los detalles, comencé a ver chispas en el rabillo de mis ojos. Las chispas eran como luciérnagas que iban y venían por todos lados.

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Nadine me dio un recorrido y me habló sobre los gatos. Estaba apunto de cagarme de risa por el lugar. ¿Qué era este ridículo oasis de gatos? ¿De dónde salieron estas bolitas de pelo? Nadine se comportaba como la reina de los gatos; cargaba a las pequeñas criaturas felinas cuando se le daba la gana. Era increíble. Mi boca estaba seca y pedí un poco de agua. Cuando la tomé, sentí algo como un abrazo frío recorriendo mi cuerpo.

En ese momento, las cosas cambiaron. Parecía la habitación que se volvía más lenta, como una máquina que reducía la marcha o como las luces se van atenuando al inicio de una película. Las paredes comenzaban a verse brillosas. La voz de Nadine tenía una textura ondulante y extraña. Estaba intentando mantenerme tranquilo, no perder el contacto visual y aparentar que ponía atención pero sentía como Alicia entrando a la madriguera del conejo. Estaba muy consciente de mi piel. Sentía que era como un traje elástico de rana. Mientras Nadine hablaba, veía cómo sus cejas saltaban de arriba abajo como si fueran dos orugas emocionadas.

“¡Tengo que ir al baño!”, dije con la mayor compostura que pude.

Cerré la puerta del baño y respiré hondo. Fui al lavabo y me eché un poco de agua fría en la cara. El agua es genial. “No, espera, concéntrate”, me dije a mi mismo. “Viniste aquí para poner las cosas en orden”. Di un vistazo a mi reflejo, lo que fue un gran error. La piel de mi rostro inhalaba y exhalaba como las branquias de un pez. Me sentía como Na’vi de Avatar. Mis pupilas se habían dilatado tanto que parecían dos platos negros.

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Di vueltas alrededor y me percaté de la caja del lavabo frente a mí. La luz de la mañana se filtraba a través de la ventana pequeña como dedos color dorado de ángeles. El inodoro me sonreía como el mueble de la tostadora valiente. Me sentía muy cómodo ahí y en verdad no quería irme. Sin embargo, el sentido de responsabilidad fue mayor que mi reciente obsesión, así que salí del baño y volví al café.

Youssef estaba sentado esperándome en nuestra mesa con un café y unos bocadillos. Me senté como si nada y, aunque me trabé, le hice una pregunta: “Entonces, ¿cómo se les ocurrió esta idea que tienen ahora?”.

No tenía ningún sentido.

Me dijo que Nadine y él no habían planeado por un tiempo y que tuvo que dormir tres meses en la tienda con los gatos antes de abrir para asegurarse que no habría ningún problema si los dejaban en la noche. Estaba tan inmerso en mi café y mi postre que no lo había volteado a ver. Después de un rato me di cuenta de que no podía ver fijamente mi postre para siempre, así que por fin miré a Youseff. Sus ojos giraban lentamente como dos bolas de espejos y sus mejillas se despegaban de su rostro como dos rebanadas de jamón. Se veía como un personaje de la caricatura Wallace y Gromit. Mientras él me hablaba sobre apasionadamente sobre su negocio, yo (aterrado y fascinado) lo miraba fijamente para tratar de descifrar su rostro.

Decidí comprometerme a mantener mi cabeza en el mismo ángulo y de vez en cuando voltear a ver la pared detrás de él. Me percaté de que los ladrillos de la pared estaban jugando a algo que parecía ser el juego de las sillas; se acomodaban varias veces pero siempre quedaba uno fuera y tenía que irse a buscar otro juego.

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Youseff había dejado de hablar, fue entonces cuando me di cuenta de que me acababa de hacer una pregunta: “¿Te gustó tu postre?”, me dijo moviendo su mejilla/jamón. “Las mandamos a traer desde Italia”.

De pronto me di cuenta de que había devorado el pastelillo mientras veía jugar a los ladrillos y recordé que sabía delicioso pero dejaba una sensación muy extraña en la garganta. En realidad quería preguntarle si sabía que sus ladrillos se movían pero al final sólo de dije que el pastelillo sabía bien.

Youseff se tuvo que ir y se despidió de mí. Yo me pregunté si sospechaba algo o si sólo creía que yo era el entrevistador más raro que había conocido. Sentí aprecio y un poco de culpa porque los dos se habían portado muy amables. Sin embargo, me sentía exhausto debido a sus rostros mutantes y necesitaba disminuir el ritmo.

De inmediato llamó mi atención la torre de alfombra llena de gatitos trepados cerca de la ventana. Me quedé parado unos pasos atrás mientras los veía holgazanear bajo el sol. ¡Qué criaturas tan mágicas y majestuosas! ¡Qué destellos de vida tan prometedores! Colgaban de varias plataformas del árbol de alfombra. Sacaban sus garritas magníficas para volverse a acomodar y así seguir merodeando con aires de grandeza por todo su reino. Me sentía mucho menos aterrado con ellos que con las personas.

Las personas no importaban dentro del reino de los gatos. Como dijo Nadine: “Ellos son las estrellas del espectáculo”. Me dije a mí mismo: “¿Tendrías a estos monitos raros con dientes gigantes en tu casa saltando por ahí, abriendo puertas y haciendo ruido?”

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Mientras compartía un vaso de agua con uno de los gatitos que tomaban un baño de sol, de pronto, el gato me empezó a platicar sobre la trágica muerte de Joan Rivers. Sentí que él entendía la fragilidad de la vida mejor que cualquier otra persona. Al ver fijamente a sus ojos me quedó claro que él era la reencarnación de Joan Rivers y que esta gran dama de la comedia me estaba permitiendo acariciarle todo el cuerpo, algo que me hizo sentir incómodo y, al mismo tiempo, lo sentí como un consuelo.

No tenía ganas de tocar a estas mágicas criaturas pero Stephanie me animó a acercarme a uno y comenzó a subirme un gato tras otro. Uno de ellos se deslizó por el piso y se trepó en el respaldo de la silla como si fuera una alfombra andante. ¿Cómo pude haber tenido una guerra psicológica en contra de estos seres tan maravillosos?

Me acerqué lo más que pude al árbol para sentir que era parte de la comunidad. Algunos clientes (que eran tan lánguidos como los gatos) me lanzaban miradas de desaprobación. Me percaté de un sujeto sentado con un aura asombrosa cerca de mí, así que fingí que estaba leyendo un libro de gatos y me puse a platicar con él.

Traía puestas unas sandalias y sorbía con ahínco del popote de un café helado mientras leía un libro. Me dijo que fue escritor por mucho tiempo y que había gastado cerca de 600 dólares canadienses [unos siete mil pesos] en el veterinario porque su gato se hacía popó fuera de su caja debido a problemas digestivos.

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Mientras me contaba todo esto, yo me imaginaba que él venía de una dimensión alterna llamada Gork, donde los pepinillos eran la moneda principal y este sujeto era el líder. Nadie se mete con él porque es el dueño de la granja de pepinillos más exitosa en la capital de Gork y porque sus primos pueden ponerte en tu lugar y hacer que mates a tu propio abuelo.

Stephanie y yo ya nos habíamos abusado de la hospitalidad de los dueños porque sólo habíamos acordado una entrevista “breve”, así que decidimos irnos. Me había rendido y ya no intentaba parecer normal porque a los gatos les valía un carajo mi experiencia psicodélica. Me despedí de los ladrillos móviles, del árbol de alfombra, de la fuente, de Nadine y de Youseff y regresé al mundo real.

Comparado con el ambiente terapéutico que tenía en Café des Chats, el ritmo de la calle era como una carrera de locos. No sé si todos los gatos tienen la capacidad de infundir esa sabiduría al mundo, pero estoy seguro de que los ocho gatos dentro del pequeño café en la calle St. Denis sí pueden. En especial si vas en hongos.

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