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Aquí, a la vuelta

La magia de los Reyes Magos

La escenografía era azul con nubes blancas y Baltazar sí era negro, aunque venía del sur de Guerrero y no de Oriente Medio.

"¿Qué le vas a pedir a los Reyes?" Y los ojos del niño, negros como capulines, se hicieron más grandes y una capa transparente los cubrió de pronto. No eran lágrimas, pero expresaban al mismo tiempo ilusión y duda ante la pregunta de la madre.

Aquel cinco de enero Paty salió de prisa del minisúper donde trabaja para cumplir su primer propósito de año nuevo: llevar a su hijo a ver a los Reyes Magos. Llegó a casa de su mamá para recoger al pequeño, al que todavía le quedaban dos días de vacaciones. Después de hacer que comiera las calabazas y chayotes con el amenazante "si no te los comes no te van a traer nada los Reyes", le dijo que se lavara los dientes y se pusiera la chamarra que le trajo el Niño Dios. Porque, como en muchas casas mexicanas, la noche del 24 de diciembre no llegó a su hogar Santa Claus, sino el Niño recién nacido. El niño no lleva juguetes, lo suyo es la ropa.

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—¿Qué le vas a pedir a los Reyes? —preguntó Paty mientras le ponía un gorro para protegerlo del frío.

—Una bicicleta, el Lego de Batman y un iPhone —respondió el niño de siete años. Para él, el internet, los videojuegos y demás elementos tecnológicos siempre han existido, son parte de su vida. La Generación Z, les dicen a estos chicos.

—¿Y te los mereces? —cuestionó Paty. El niño sonrió y dijo tajante:

—Pasé con nueve a segundo de primaria.

Nada que hacer ante una respuesta así.

En el camino, Paty lamentaba que su hijo no pudiera ver a Melchor, Gaspar y Baltazar en la Alameda Central, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, como cuando ella era una niña. Cada año sus papás la llevaban a ella y a sus dos hermanos mayores. Tenían que hacer fila en el lugar donde los Reyes estuvieran mejor maquillados, sus animales parecieran reales y la escenografía mostrara un palacio árabe o una luna con estrellas que le recordaba a la bandera de Turquía. Aunque al momento de estar con los personajes de Oriente ellos vieran de frente el palacio de Bellas Artes o la Torre Latinoamericana que se ubican sobre el Eje Central.

Eran los días en que se tomaba la foto con una cámara Polaroid. Era maravilloso no tener que esperar a que se acabaran las 36 impresiones que daba un rollo de 35 milímetros. Esa caja cuadrada era un pequeño laboratorio que funcionaba con un sólo botón. Después de apretar el "click" la fotografía salía de la ranura delantera, el fotógrafo agitaba el papel para que se secara y después quitaba la película de plástico de la foto enmarcada en blanco. Era mágico.

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Después Paty y su familia se subían que a las tazas giratorias, al remolino, o que a la corona y demás juegos mecánicos. Luego compraban un elote con mayonesa, queso y chilito piquín en polvo; ponche con tejocotes y su juliana de caña a manera de removedor para que se enfriara; o un buñuelo con su jarabe de piloncillo. Y se iban a degustar sus antojitos de feria al Hemiciclo a Juárez o a alguna de las bancas del parque. No faltaba el teporocho que les pedía para un taco o el tipo que ocupaba los jardines para ir a orinar. Sin embargo, para la niña, la visita a los Reyes Magos era el cierre perfecto de las fiestas de la temporada navideña y un soñado inicio de año.

Paty suspiró y, mientras miraba la Alameda sin Navidad ni Reyes a través de la ventana del Metrobús, pensó que los Magos de Oriente se había convertido en los peregrinos que piden posada y nadie se las da. Ni de chiste regresarán a la Alameda porque el gobierno del Distrito Federal no quiere que nada empañe el remozamiento del parque, aunque poco a poco la gente se ha vuelto a adueñar de aquel espacio. Alguna vez los Reyes estuvieron en la explanada del Palacio de los Deportes, pero no era lo mismo ir hasta el Oriente de la ciudad. Además ellos tenían que venir de ahí, no uno ir para allá. Parecía que la Plaza de la República, alrededor del Monumento a la Revolución, sería un buen lugar para ellos, pero ese sitio es mejor para el campamento de maestros de la CNTE, que permanecen muy discretamente en el lado norte de la plaza. Hace un par de años la calle de Valerio Trujano, a un costado de la Alameda, fue un buen escenario para los Reyes Magos, pero afectaba el transito vehicular en esa zona. Y ese privilegio sólo lo tienen los devotos de San Judas Tadeo, que cada 28 de mes le van a dar su vuelta en el templo de San Hipólito, cerrando las calles aledañas.

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Por fin Paty y su hijo llegaron a la explanada de la Delegación Cuauhtémoc. Allá fueron a parar los Reyes Magos. Y al igual que su padre hizo con ella, buscó a los personajes que estuvieran mejor maquillados y cuyos animales parecieran reales. Pero le costó trabajo encontrar uno, y no porque no hubiera. Madre e hijo estaban en medio de una masa humana que caminaba sin espacio entre los cuerpos y de cantaletas que repetían: "Tómese la foto con los Reyes, la foto con los reyes", "a 50 la foto, jefa, pero tengo también de a 100, más grandes", "lleve su globo para la cartita de los Reyes".

Con un poco de pericia, Paty vio a los que consideró los mejores Reyes Magos. Se formó y llegó a su nariz el olor a alitas adobadas fritas, tacos al pastor, pozole y algodón de azúcar.

—Mamá, ¿me compras un algodón? —preguntó el niño.

—Sí, ahorita que nos tomen la foto.

Y al mismo tiempo voló sobre sus cabezas una nube convertida en algodón de color rosa.

Finalmente tocó el turno a Paty y su hijo. La escenografía era azul con nubes blancas y Baltazar sí era negro, aunque venía del sur de Guerrero y no de Oriente Medio. La decepción llegó a la madre cuando ya lista para tomarse la foto quedó de frente, no hacia el Palacio de Bellas Artes o la Torre Latinoamericana, sino a la sede nacional del PRI.

—Hacia la cámara, por favor —dijo el fotógrafo.

Paty lo miró y se dio cuenta de que nunca se percató en que momento las cámaras y las impresoras digitales desplazaron a las cuadradas Polaroid de cuando era niña. Las fotografías siguen siendo instantáneas, pero el momento dejó de ser mágico.

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