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Los bogotanos quieren obras, pero no en su patio trasero

La pelea por la peatonalización de la Zona G puede revelar una cruda realidad: queremos que se transforme Bogotá, pero a costa de otros.

Fotos por: Christina Gómez Echavarría.

Todos los bogotanos queremos obras públicas: queremos autopistas, parques públicos, un aeropuerto más grande, ciclocarriles, trenes eléctricos y vías peatonales, solo que no queremos que las hagan en nuestro patio trasero.

El síndrome de 'No en mi Patio Trasero' ( por sus siglas en inglés, NIMBY) fue acuñado en Estados Unidos y el Reino Unido a principios de los años ochenta cuando comunidades en estos dos países empezaron a oponerse a la construcción de rellenos sanitarios y lugares para almacenar desechos nucleares. En realidad, estas personas no estaban en desacuerdo con enterrar estos residuos en lugares diseñados y construidos específicamente para ese propósito, solo se oponían a que estos lugares tuvieran que estar ubicados precisamente en su vecindario.

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Que una comunidad se niegue a ser vecina de la basura de toda una ciudad o los desechos nucleares de todo un país es bastante comprensible, pero en las últimas tres décadas el fenómeno NIMBY parece haberse salido de control: hoy en día, asociaciones de vecinos alrededor del mundo se oponen a la creación de escenarios deportivos, campos de energía eólica, centros de tratamiento para drogadictos y viviendas de interés social.

La asociación Amigos de la Zona G, un grupo de vecinos del territorio comprendido entre las calles 65 y 75 y la Carrera Séptima y los Cerros Orientales, está haciendo una campaña para oponerse a la peatonalización de la calle 69a entre carreras quinta y séptima y un tramo de 20 metros de la carrera sexta. ¿Es este el último ejemplo de NIMBY en suelo bogotano?

Así se ve la carrera sexta entre las calles 70 y 69a un lunes cualquiera.

En una reunión a la que asistí hace unas semanas, Camilo Reales, vocero de la asociación, se encontró con la gente del Combo 2600, un colectivo que lleva varios años haciendo intervenciones en favor de los peatones bogotanos, para exponer las razones por las que los vecinos de la zona se oponen rotundamente a una iniciativa aparentemente bienintencionada.

Según los Amigos de la Zona G, la peatonalización de este sector es un proyecto improvisado: afirman no haber sido consultados para su elaboración; es costoso, la obra está avaluada en 3.600 millones (un 40% del presupuesto de la localidad para este año); y por último genera perturbaciones a la comunidad. Camilo me explicó, además, que al hablar de perturbaciones los Amigos de la G se refieren al temor de que estas cuadras se conviertan en una nueva zona T, otras dos calles ubicadas en uno de los barrios más exclusivos de la ciudad, las cuales fueron peatonalizadas hace 15 años y desde entonces se han convertido en el centro de la vida nocturna del norte de Bogotá, uno de los metros cuadrados más caros de la capital y un lugar en el que conseguir un porro o un gramo de coca es más fácil que ubicar un taxi vacío.

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Aún así, los Amigos de la G no se oponen a la peatonalización en general. Y, a juzgar por las experiencias de otras ciudades, hacen bien en no hacerlo: Los habitantes de México D.F. la pasan bien en la calle Madero y ya hay planes para extender la medida a otras vías. En Montevideo, la peatonalización de la calle Sarandí en 2011 fue el punto de partida para un proceso que le ha cambiado la cara al barrio más antiguo de la ciudad. Hoy en día los habitantes del centro de la capital uruguaya afirman vivir en un barrio más próspero, menos ruidoso y más seguro. De hecho, un estudio acerca de los efectos de la peatonalización conducido por la Heart Foundation en 16 ciudades, concluyó que la medida reduce los niveles de ruido, revitaliza espacios, favorece al comercio e incentiva a la gente a salir de su casa— así sea a comprar marihuana.

Lo único más odioso que las comparaciones son los renders, pero así se vería la carrera sexta tras la peatonalización.

Los vecinos que se oponen a la restricción del flujo vehicular en la Zona G reconocen que el aumento de peatones, la llegada de vendedores ambulantes y el posible surgimiento de una zona de rumba pura y dura son un precio pequeño a pagar a cambio de todos los beneficios de la peatonalización. Para ellos la injusticia es que sean ellos quienes deban pagarlo. "Chapinero es una localidad muy grande, mejor miremos qué otras zonas se pueden peatonalizar", decía Camilo en su reunión con la gente del Combo 2600, "Nosotros no nos oponemos a LA peatonalización, nos oponemos a ESTA peatonalización"

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¿NIMBYS?

Los profesores Jordi Martí y Clara de Uribe afirman que el principal problema de cualquier grupo de NIMBYS es que ellos "solo reciben parte de los beneficios pero todos los riesgos y los inconvenientes (del proyecto)". Es una lástima, pero vivir en una ciudad no solo implica disfrutar de las comodidades, también nos obliga a tener infinita paciencia ante esos carteles que dicen: "Disculpe las molestias estamos trabajando por su comodidad." Es verdad, tener a pocas cuadras del lugar donde vivimos una zona llena de bares, puede llegar a convertirse en una molestia, pero estas zonas son necesarias para la ciudad y las aprovechamos todos los ciudadanos. Es muy probable que varios de los vecinos que se oponen a la peatonalización de la G frecuenten la zona T.

Durante la reunión en la que los Amigos de la G expusieron sus motivos, fue un vecino paisa, quien expuso la versión más franca y políticamente incorrecta del argumento anti peatonalización: "Cuando les pregunté a mis vecinos por qué se oponían al proyecto, me dijeron que era porque esto se iba a llenar de bares y de gente que no es del barrio y esto se iba a volver una zona de pura rumba y desorden. Me sorprendí porque soy arquitecto y lo que a uno le enseñan es que la peatonalización trae una cantidad de beneficios". El paisa concluyó: "definitivamente estos ricos de acá sí son muy extravagantes".

Y todos nos reímos con él.

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Por su parte, los Amigos de la G siguen firmes en su oposición y periódicamente han organizado plantones en la zona para expresar su descontento con el proyecto y su principal gestor, el alcalde local de Chapinero, Mauricio Jaramillo.

"Cuando hay proyectos con un impacto local pero que traen un beneficio general hay que sentarse a hablar con la comunidad", me dijo por teléfono Leonardo Cañon, especialista en urbanismo y transporte del Banco Mundial. "Pero eso no significa negociar si el proyecto se hace o no, hay que sentarse a exponer los beneficios del proyecto y encontrar las condiciones en que la comunidad pueda aceptarlo. Es ahí donde se mide la madurez de una ciudad".

Jaramillo ya ha hecho concesiones en este sentido, tanto así que el proyecto ya ni siquiera consiste en peatonalizar, al menos no de manera permanente. Para tranquilizar a los vecinos de la G, el alcalde local decidió recurrir al mismo invento que revolucionó la segunda mitad del siglo XX: el control remoto.

"Incluimos en el proyecto unos bolardos a control remoto, para que fueran los propios vecinos quienes decidieran en qué momentos les gustaría detener el flujo de carros en estas dos calles". Según Jaramillo, el control de la discordia quedaría en manos de una junta compuesta por los vecinos y dueños de restaurantes de la zona, a quienes sí les conviene la medida, pues incrementa, en teoría, el flujo de clientela.

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Los únicos peatones que se ven hoy en día sobre la calle 69a son escoltas.

Puede que este sea el caso más reciente de NIMBY bogotano pero no es el único. Un repaso a la historia reciente de Bogotá muestra un inventario de proyectos que, a pesar de favorecer al interés general, se enfrentaron a la resistencia de grupos que sintieron que sus intereses estaban en juego.

Cuando Peñalosa puso sus bolardos, todos los comerciantes de la carrera 15 salieron a protestar porque creían que devolverle la acera a los peatones no solo era un atropello, sino también la ruina segura para sus negocios. La reciente peatonalización de la carrera séptima en el centro de la ciudad también fue recibida de mala manera por los comerciantes de la zona, quienes, encabezados por Fenalco, llegaron a afirmar que un 90% de sus negocios quebrarían con esta "improvisada" medida. Finalmente, la peatonalización prosperó y, al igual que con los bolardos de la 15, las predicciones que hablaban de un colapso del comercio en la zona resultaron no ser ciertas.

De hecho, Los mismos vecinos que hoy se oponen a ESTA peatonalización, se opusieron con argumentos muy parecidos en 2006 a un proyecto para rehabilitar Villa Adelaida y convertirla en un nuevo espacio con tiendas y restaurantes. Hoy en día pocos saben que Villa Adelaida es una casona preciosa que Agustín Nieto construyó para su esposa en 1914. Lo que sí es célebre es esa casa gigante de la séptima con setenta que está abandonada y meada.

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Los proyectos de vivienda de interés social y prioritario han sido otro blanco constante de los NIMBYS en Colombia y el mundo. A finales del año pasado, la Alcaldía de Bogotá anunció sus planes para construir viviendas de interés social en barrios de estrato 5 y 6 desatando una oleada de criticas por parte de los residentes de estos sectores, quienes manifestaron su preocupación por los posibles "problemas de convivencia'' que podría implicar la llegada de personas que hasta hace poco no tenían casa.

Medellín también tiene sus propios NIMBYS. En este momento, los habitantes del barrio Conquistadores, un sector residencial tradicionalmente habitado por familias de clase media- alta, se encuentran en pie de lucha contra un ambicioso proyecto que busca poner bajo tierra a la Autopista Regional para construir sobre ella una red de parques que permita que todos los habitantes de la ciudad puedan disfrutar a la orilla del río Medellín. ¿Las razones? Los residentes de Conquistadores consideran que SUS intereses no están siendo tenidos en cuenta por el alcalde Anibal Gaviria, que hay obras con mayor prioridad para Medellín (obviamente, en otros barrios de la ciudad) y, finalmente, temen que una red de parques y puentes que conecte a su vecindario con los barrios de la margen occidental del río, acabaría con la tranquilidad que, hasta hoy, ha reinado en su comunidad.

Seguramente, las obras que planea la Alcaldía de Chapinero van a aumentar la cantidad de visitantes que recibe la Zona G ¿Y qué?

Pero no solo la gente de clase alta cae en los comportamientos típicos del NIMBY. En 2012, el Gobierno nacional y la Alcaldía de Bogotá anunciaron la creación de un proyecto de vivienda de interés social para desplazados en un lote del Distrito ubicado en la calle 19 con carrera 30 en Bogotá. De inmediato, los vecinos del sector, muchos de ellos desplazados de segunda y tercera generación, salieron a protestar ante la inminente llegada de nuevos desplazados al sector.

Los NIMBYS no son un tipo de personas, son un tipo de conducta. Puro instinto de conservación: nos oponemos, casi por reflejo, a cualquier alteración en nuestro hábitat. Usted y yo podríamos convertirnos en NIMBYS el día de mañana, todo por la tensión constante entre el anhelo de vivir en ciudades cada vez mejores y la desconfianza (a veces justificada) que provoca en nosotros el cambio.

Quienes vivimos en la ciudades buscamos una ubicación central y poder pedir pizzas bajo el régimen de 30 minutos o gratis, pero nos ofendemos si vemos caras desconocidas en el parque de nuestro barrio. Queremos grandes proyectos de infraestructura como metros, puentes y túneles, pero no toleramos la polisombra verde de las obras. Nos encantaría vivir en ciudades verdes y con abundante espacio público, pero también queremos que nuestros clientes puedan parquear sus carros justo en frente de nuestros negocios. Nos rasgamos las vestiduras por una sociedad más incluyente en la que desplazados y víctimas del conflicto puedan vivir en condiciones dignas, pero realmente preferiríamos que fueran vecinos de alguien más.

Somos todos un cuento: queremos comernos el pan, pero seguir teniéndolo debajo del brazo .