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Cultură

El tema este de irse a vivir con la pareja. ¿El error?

Ha llegado ese momento en el que tienes que decidir. Está bien pero también es una mierda.

Irse a vivir con la parienta o el maromo o lo que sea es, sin lugar a dudas, uno de los mayores errores que puede cometer un ser humano. Que lo hagan algunos animales no significa que tenga que ser bueno, es más, todo lo contrario. Demuestra que no tiene ningún tipo de sentido. Quiero decir, no te fíes de lo que hagan los osos y los delfines, esa peña no sabe sumar ni escribir su nombre en un papel. De todos modos no quiero que me malinterpretéis, yo soy un tipo romántico y creo en el amor y todo eso. Joder, me gustan canciones preciosas como esta que atestiguan mi sensibilidad. Dios, realmente es la canción más preciosa del mundo. De hecho me iría a vivir con esta canción. Yo y ella. Toda la vida, siempre. En repeat. Da igual que sea siempre lo mismo. Siempre lo mismo me parece bien si se trata de ella (la canción).

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Muchas relaciones terminan en ese preciso momento en el que uno de los dos pide algo más a la otra pieza de la pareja. Pueden ser muchas cosas: querer tener hijos, mudarse al campo y vivir de las verduras y las placas solares o proponerle a la pareja tener una relación triangular con ella y un amante del Senegal que acabas de conocer en una discoteca latina llamada "Cachito". Por lo general estas exigencias son algo que —directa o indirectamente— se supone que afianzan la relación, le pone un candado práctico y moral a toda esta historia que aún no estaba del todo clara —al fin y al cabo NUNCA queda claro, NUNCA te puedes fiar, NUNCA sabrás lo que hay dentro de la cabeza de esa persona cuyos genitales te acercas tan habitualmente a la boca. La cosa va de utilizar ese terrible verbo, me refiero a "establecer". "Establecer la relación". Convertirla en lo normal, que pase de ser algo extraño, especial y *ehem* mágico a ser algo rutinario y tedioso. "Establecer", mis pelotas.

Pero también es cierto que, en el fondo, negarse a compartir un espacio con la persona con la que "estás saliendo" es de cobardes. Y no es por ofender, yo mismo lo he hecho varias veces y me considero un maldito cobarde. Es como si ciertas personas fueran incapaces de amar a alguien de verdad. Siempre sumergidos en la potencialidad. Es como si pensaran que ir a vivir con alguien fuera una forma de cerrar la puerta a futuros amores, proyectos vitales o lo que sea. ¿Cerrar la puerta a qué? Capullo. ¿Pero estamos locos? Si realmente piensas esto, ¿qué coño haces saliendo con esa persona para empezar? Joder tío, le estás rompiendo el corazón a alguien con esta actitud de mierda. Llevas meses durmiendo en su cama y ahora te echas atrás. Esto sucede, esto existe, pero también creo que la gran mayoría de gente acepta el reto y se aventura hacia esa nueva fase en la vida. Yo siempre he sido incapaz y por eso moriré solo. "Encontraron el cuerpo envuelto en celo. No había nadie en la casa. Ese viejo estaba completamente loco, tenía celo por todo el jodido cuerpo".

Y es que para mucha gente esto de compartir techo con la pareja es una maravilla. Se supone que la gente quiere estar con la pareja, quedar después de trabajar e ir juntos a casa, abrazarse por la calle, cocinar juntos, beber vino, tumbarse un rato en el sofá y ver una película o una de esas series que hacen ahora de las que todo el mundo habla. Follar un poco, ir a dormir, levantarse, desayunar, coger el metro juntos y despedirse con un beso en las escaleras mecánicas. "Este viernes podemos quedar al salir del trabajo y compramos algo en el mercado y cocinar y emborracharnos un poco. No me apetece salir hoy con Carlos, María y todos esos. Quedémonos en casa cariño". Esta clase de cosas, ¿no? El amor. Menudo.

Tristemente yo lo relaciono más con la idea de alimentar la idea de familia moderna, ese modelo nuclear capitalista e individualista, donde las familias se estructuran alrededor del consumo. Familias cada vez más pequeñas, estructuras cada vez más débiles. Y no solo esto, cualquier cosa que se convierta en una rutina la considero como un error y la convivencia genera hábitos y costumbres cansinas. También definen a uno —y a una pareja— pero si lo analizamos desde fuera, fríamente, con la cabeza despejada, veremos que la imagen generada nos recuerda más a una gruta infernal que a un camino brillante y precioso hacia el paraíso. Con el tiempo acabareis odiándoos pero ninguno de los dos dirá nada. Viviréis hartos hasta que suceda algo y todo vuelva a estallar y todo gire y cambie y te tirará los discos de las estanterías y lloraréis abrazados y os pediréis perdón y os daréis esos últimos besos salados por las lágrimas que no sirven de nada y entonces ese golpe de puerta que nunca olvidarás y esas miradas que os echaréis años después cuando os encontréis por la calle, cada uno con su grupo de amigos. Dos besos en la mejilla, una sonrisa. Esa mirada. Y todo bien. Adiós. Ya nos veremos. Ha estado bien verte. Le tocarás un poco el antebrazo. Habrá algo ahí, un momento de conexión. Echaréis de menos esos primeros besos pero también estarán esos otros besos de cuando todo se fue a la mierda y mezclaréis los recuerdos de unos y otros y todo será confuso. Antes erais lo mismo. Ahora ya no. Las cosas van así. Un día lo tienes y al siguiente ya no. Ahora tienes otra parienta. Otra parienta, otro problema. Vete a vivir con ella, capullo.

Repítelo todo. En el colegio repetir era el infierno, lo peor que te podía pasar. Pues eso es exactamente lo que haremos el resto de nuestras vidas. Y es que ponerse esto durante las ocho horas que dura la jornada laboral tampoco es, al fin y al cabo, demasiado sano. Os lo juro.