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Cultură

El otro futuro

Cine de ciencia ficción del resto del mundo

Imágenes, cortesía de Sylvestre Amoussou, Francisco Laresgoiti y Alex Rivera

Nunca me gustaron las películas de Star Wars. Nada relevante. Hay miles (espero que millones) como yo. Lo genial es que hoy me gustan menos que hasta hace una semana. ¿Por qué? Pues porque en días pasados platiqué largo y tendido con Jorge Grajales, quien es probablemente el tipo que más sabe sobre cine fantástico y oriental en todo México. Él me dio la justificación perfecta para sustentar mi detracción: “Star Wars es una película de aventuras ambientada en el espacio, pero en ningún momento es ciencia ficción.” ¿Lo escucharon? ¡Star Wars no es una película de ciencia ficción!

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“El que una película tenga naves espaciales y se desarrolle en el espacio o el futuro no quiere decir que pertenezca al género de la ciencia ficción”, continuó Jorge para mi deleite. “La narrativa de Star Wars es propia del western, es una historia que pudo haberse desarrollado en cualquier otro ámbito, en el medievo o en la sociedad japonesa de la época samurái, y no habría cambiado en nada. Además tiene guerreros y princesas”, dijo.

Platicamos sobreAlien (Ridley Scott, 1979) y Dunas (David Lynch, 1984), otro par de filmes “maquillados” como sci-fi pero que, en realidad, pertenecen más al horror, el primero, y al cine de aventuras épicas, el segundo. “Las películas de ciencia ficción son aquellas que hacen una reflexión sobre los efectos que la ciencia y la tecnología tienen o tendrán sobre nosotros como individuos y como sociedad”, continuó mi entrevistado mientras se comía una quesadilla. “Son historias que, si bien están ambientadas en futuros no muy lejanos, en realidad nos hablan de la cotidianidad y de nuestro posible destino si seguimos actuando de tal o cual manera, sin que sean indispensables las pistolas de rayos y los sables láser.”

Sin embargo, concluimos, en general persiste una idea errónea de lo que es el cine de ciencia ficción, y Hollywood tiene todo que ver. La influencia de la revolución industrial y su obsesión por conquistar nuevos territorios y sociedades, han forjado el carácter claramente imperialista de la tradición norteamericana de películas sci-fi. Su visión del futuro está llena de aparatos, laboratorios y planetas recién descubiertos. Sumemos a esto su indiscutible capacidad económica y la ecuación no tiene pierde: los norteamericanos son casi los únicos que tienen el dinero para pagar la producción de este tipo de cine, en general muy costoso por los sofisticados efectos especiales que requiere; y además son dueños de una de las dos industrias cinematográficas más grandes del mundo, con presencia en 9 de cada 10 salas en la mayoría de los países.

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Pero no sólo de ciencia ficción yanqui vive el hombre. Japón y Rusia son los otros dos países que comparten el estatus de potencias del sci-fi. Tienen el dinero y los referentes nacionales suficientes: Japón como líder indiscutible en el diseño de electrónicos, y Rusia como pionero en la exploración espacial. Digamos que lo llevan en la sangre y que imaginar un futuro con robots y viajes interplanetarios no es una mamada para ellos.

¿Y qué pasa en el resto del mundo? ¿No hacen filmes de sci-fi ahí? “Sería muy curioso escuchar a la gente de Bangladesh hablar sobre alguien que se fue al espacio o sobre algún adelanto tecnológico”, respondió Grajales. “Es difícil que este tipo de países produzcan narrativas de dicha naturaleza porque les son muy ajenas, y, cuando lo hacen, usualmente repiten el modelo norteamericano; sin embargo, también se ha visto cómo diferentes naciones asimilan el género y lo utilizan para proyectar su identidad y hablar de las cosas que les competen”.

Lo que sigue es un breve paseo por algunas de las cinematografías emergentes o no angloparlantes que, con muchos huevos y desde su propia óptica (ya ni hablemos de los presupuestos), han explorado los nebulosos terrenos de la ciencia ficción.

INDIA

A pesar de tener la industria fílmica más grande del mundo, con una producción de más de mil películas al año, en la India han sido pocos los esfuerzos por hacer ciencia ficción.

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Dentro del género, uno de sus primeros antecedentes data de 1963 y lleva por título Kalai Arasi(A. Kasilingam). La historia de dos extraterrestres que secuestran a una chica para que enseñe canto y baile en su planeta, sirve de excusa para combinar algunos elementos clásicos del cine norteamericano de serie B con el retrato de una de las costumbres más arraigadas de la región tamil: el rito del matrimonio. Los estrafalarios números musicales y los actores que interpretan a varios personajes en la misma cinta, son dos recursos casi obligatorios para el cine indio que el director aprovechó para darle un aire local a esta trama intergaláctica.

La distópica Matrubhoomi: Una nación sin mujeres (Manish Jha, 2003), explora las terribles consecuencias que podría traer en el futuro, la arraigada costumbre hindú de ahogar en leche a las niñas recién nacidas por considerarlas una carga familiar. Kalki es una chica tranquila, educada y quizá demasiado joven para ser la última mujer de su país. Su nombre se traduce como Apocalipsis. Ella acaba de cumplir los 16 y vive oculta en una pequeña granja, protegida por su padre. Las cosas se ponen feas cuando un perverso campesino se entera de su existencia, la busca, la compra (literalmente) y la obliga a casarse con sus cinco hijos, quienes la violan sin piedad y por poco la matan. Según Jorge Grajales “es una película interesante porque habla de hechos muy específicos de la India, de una realidad que sólo les compete a ellos; y pertenece al género de la ciencia ficción porque está especulando sobre cómo sería el futuro en ese país, aunque no sea el futuro romántico que nos imaginamos, lleno de carros voladores”.

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Más acá, en 2010 y 2011, respectivamente, se estrenaron dos películas que aprovecharon el creciente desarrollo de la industria nacional del software para contar historias relacionadas con la inteligencia artificial: Endhiran (de S. Shankar) y Ra One (de Anubhav Sinha). En ambas, la trama es similar: hombres de ciencia crean humanoides que se salen de control cuando empiezan a experimentar sentimientos.

El factor local en estas libres adaptaciones de El moderno Prometeo, de Mary Shelley, está en el contraste de “lo nuevo y lo viejo, de cómo ciertas tradiciones siguen sin cambiarse a pesar de la llegada de las nuevas tecnologías.”

ARGENTINA

“El más europeo de los países latinoamericanos” es dueño de una cinematografía que, al mismo tiempo que mastica y escupe la ciencia ficción anglosajona, francesa y soviética; utiliza al género para proyectar sus traumas políticos, adquiridos luego de décadas de dictaduras militares y golpes de Estado.

No se puede hacer un compilado de sci-fi argentino sin mencionar Moebius(Gustavo Mosquera, 1996), la película que propone una realidad paralela unos añitos antes que Matrix, en la que un tren con más de treinta pasajeros desaparece súbitamente dentro del circuito cerrado de vías subterráneas en Buenos Aires. A este hecho le siguen otros igual de extraños: ruidos de un vagón que nunca llega, túneles que se recorren sin ser vistos, una persona que desaparece dejando respuestas inconclusas. Obviamente, todo esto es una alusión directa al fantasma de los desaparecidos durante la última dictadura militar de Argentina.

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Coescrita por Spiner, Ricardo Piglia y Fabián Bielinsky, La sonámbula trata de una peligrosa sustancia que, al ser liberada de forma accidental por el gobierno, ocasiona que todos los habitantes de la ciudad pierdan la memoria. El componente “dictadura” no podría faltar en esta historia futurista de persecución política, que precede a otra clásica de su director: Adiós, querida luna (2004), sobre una misión espacial que tiene la encomienda de destruir a nuestro bello satélite.

Muchos años antes, el aprendiz de Robert Bresson, Hugo Santiago, se reunió con dos de las mentes más brillantes de su tiempo, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, para realizar un insólito proyecto cinematográfico que, por lo políticamente incorrecto de su contenido, se quedó enlatado durante casi 40 años: Invasión (1969), filme que, en palabras más o menos fieles del propio Borges, cuenta “la leyenda de una ciudad, imaginaria o real, sitiada por fuertes enemigos y defendida por unos pocos hombres, que acaso no son héroes, quienes lucharán hasta el fin, sin sospechar que su batalla es infinita”. Una joya de la ciencia ficción metafísica, tan directa en su crítica al gobierno que ninguno de sus creadores, por más popular o respetado que fuera, pudo luchar contra la censura. Extraña invasión(Emilio Vieyra, 1965), La venganza del sexo (VIeyra, 1966), Hombre mirando al sudeste (Eliseo Subiela, 1986), Picado fino (Esteban Sapir, 1996) y Zenitram (Luis Barone, 2010) son otros títulos recomendables.

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IRÁN

La ciencia ficción no es necesariamente el fuerte de este país reconocido mundialmente por hacer un cine muy humano, en condiciones adversas y con autores como Abbas Kiarostami. Es por eso que Digeh che khabar? (Tahmineh Milani, 1992) destaca entre el común de las producciones. “Esta una película que […] cuestiona muchas cosas que tienen que ver con la creatividad y con la ciencia”, comentó Jorge Grajales, para referirse a la historia de una joven estudiante que, tras ser expulsada de la escuela, conoce a un escritor que tiene a un robot como ayudante.

ÁFRICA

Si la ciencia ficción es un género cinematográfico difícil de realizar debido a sus altos costos, imaginemos qué tan difícil será producirlo en un continente que ostenta los niveles de pobreza más altos del planeta, cuyas películas, en general, se graban en video y se comercializan en VHS y VCD.

En este contexto se realiza África Paradis(2006), del cineasta beninés Sylvestre Amoussou. En el año 2033, los Estados Unidos de África son la nación más próspera del mundo. La Unión Europea, por el contrario, se encuentra sumida en la miseria. Olivier y Pauline, él informático y ella maestra, blanquitos ambos, son una pareja de desempleados franceses que deciden emigrar a África como ilegales en busca de mejores oportunidades de vida. Al cruzar la frontera, sin embargo, son detenidos por la policía y encarcelados. Él logra escapar y comienza una vida de “mojado”. Ella, más suertuda, consigue trabajo como sirvienta en una casa de burgueses africanos. ¿Dolió la patada en las bolas? Amoussou ha dicho que esta película es una protesta por la forma tan “humillante” en que África es retratada por Occidente y un intento por recuperar su identidad.

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También en 2006, Neill Blomkamp presenta su innovador cortometraje Alive in Joburg, una descarnada alegoría sobre la discriminación racial impuesta por el apartheid, contada a través de la hipotética llegada de un grupo de extraterrestres a Sudáfrica, en donde ser “diferente” equivalía a ser peligroso. Con este trabajo, que inspiró su posterior District 9 (2009), Blomkamp fue uno de los primeros en retomar el recurso del falso documental, utilizado con tremendo acierto para retratar la pobreza en que vivían los alienígenas, confinados en miserables guetos.

Kajola(2010), de Niyi Akinmolayan es, además de la película más cara que se ha hecho en Nigeria hasta la fecha (130 millones de Nairas, que equivalen a poco más de 800 mil dólares), una visión de las consecuencias que las guerras civiles traerán a esa región; y Pumzi (2009), de Wanuri Kahiu, plantea un futuro en el que los animales y las plantas se han extinguido.

CHILE / BOLIVIA / COSTA RICA 

Estas tres naciones financiaron uno de los proyectos de ciencia ficción más sui generis de los últimos años. Tercer Mundo (2010) es una película escrita y dirigida por el chileno César Caro Cruz, en la que se cuentan tres historias que ocurren en regiones diferentes de Latinoamérica, todas relacionadas con eclipses, extraterrestres y, por qué no, el fin del mundo. Lo más interesante es la forma en que los indígenas bolivianos se comunican con los ovnis. “Este es un ejemplo de cómo la ciencia ficción es asimilada en Latinoamérica; la película está realizada en un contexto globalizante pero, aun así, nos habla de tradiciones e identidades muy locales”, dijo Grajales.

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MÉXICO

Para hablar mas sobre este género en México, hablé con Aarón Soto. Si no sabes quién es él, es muy probable que hayas vivido debajo de una piedra durante todos estos años (como él mismo diría). Aarón es un cineasta de Tijuana, experto en géneros y subgéneros del horror, cuyo trabajo ha sido elogiado por directores como Guillermo del Toro y Mark Romanek. Se ha dicho que su estilo es una combinación de Clive Barker y Luis Buñuel en el norte de México. Su cortometraje ciberpunk Omega Shell (2001), realizado con apenas 200 dólares, es una fantasía apocalíptica que ha viajado por festivales de todo el mundo. Cuando le pregunté por su top de películas de ciencia ficción mexicana, y estas son las que recomendó: Intrépidos Punks(Francisco Guerrero, 1980), la madre del cine futurista, donde en un México devastado sólo quedan bandidos punks. Esta peli daría inspiración a otros clásicos como Siete en la mira (Padro Galindo III, 1984). En El año de la peste (1978), Felipe Cazals retrata al D.F. como una ciudad perdida de Julio Verne, pero inexplicablemente ignora a los punks de Neza o a los chavos banda, que seguramente serían los primeros en aprovechar el brote de un terrible virus”, opina Aarón.

Pero eso no es todo. “También está Fuerza maldita (1995), de Christian González, una peli de distribución directa a video, pero cargada de una historia política y social. Cuenta la historia de un grupo de guerrilleros que es contratado para rescatar a la hija de un senador en la selva mexicana, pero se topan con una criatura alienígena a su paso. Imagínate las guerrillas de Che Guevara Vs. Depredador, una joya casi desconocida de nuestro cine”, comentó.

2008 es otro año significativo para el sci-fi nacional. Alex Rivera estrena Sleep Dealer, filme que plantea la existencia de sistemas virtuales de trabajo, los cuales son utilizados por los Estados Unidos para explotar la mano de obra de los obreros mexicanos sin que estos crucen la frontera de manera ilegal y “ensucien” sus calles. El comentario de Rivera sobre la complicada situación política de los migrantes mexicanos, y sobre cómo Estados Unidos los rechaza y utiliza al mismo tiempo, se complementa con un retrato de la Tijuana del futuro, idealizada como una ciudad vertiginosa, peligrosa y en la que todos están de paso, justo como en el presente.

Otros títulos como El planeta de las mujeres invasoras (Alfredo B. Crevenna, 1966), La horripilante bestia humana (René Cardona, 1968), La zona del silencio (Marcos Almada, 1990), El camino largo a Tijuana (Luis Estrada, 1991), Depositarios (Rodrigo Ordoñez, 2010), 2033 (Francisco Laresgoiti, 2010) y De día y de noche (Alejandro Molina, 2010), son visitas obligadas para darse una mejor idea de qué hablamos cuando hablamos de ciencia ficción en México.

Ahora bien, ¿se acuerdan de esa chaqueta mental que todas nos hacíamos en los ochenta y noventa al tratar de imaginar a México en el año 2000? Pues les aviso que la fantasía tiene nombre, protagonistas y director.

México 2000(1983) es la última película que dirigió Rogelio A. González, también realizador de La nave de los monstruos, Conquistador de la luna y El esqueleto de la señora Morales (todas de 1960). Chucho Salinas y Héctor Lechuga protagonizan esta utopía sobre cómo sería nuestro país a principios del siglo XXI: sin corrupción, sin problemas de contaminación, sin delincuencia y con altos niveles de cultura y educación. La parte divertida comienza cuando los personajes se ponen nostálgicos y platican del desmadre que era México veinte años atrás. Eso sí es ciencia ficción.

Más sobre la Edición de la Ciencia Extraña aquí.