Mi vida como ‘sugay baby’ me hizo adicta al sexo
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Mi vida como ‘sugay baby’ me hizo adicta al sexo

Me di cuenta que tenía un problema cuando empecé a desvestirme antes de que mi nuevo sugar daddy llegara a mi casa.

Los ligues por internet siempre me han fascinado. Y por una buena razón: todo lo que pasa en internet puede quedarse en secreto. Pude conocer a hombres mayores solo a través de esta intimidad con mis amigos por correspondencia y mi computadora. Sexualmente, siempre me han atraído los hombres de 40 años para arriba. Pero no buscaba una relación epistolar ni espiritual. Solo me los quería coger. Y la forma más fácil de coger hombres mayores es a través de una de las muchas páginas web que te permiten conocer "sugar daddies".

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Pero antes de alimentar mi lujuria, tenía la vida básica de cualquier adolescente de preparatoria. En ese entonces, no era exactamente una monja pero nadie me había dicho cómo estaba el pedo. O al menos no en mi cara.

Era una chica como cualquier otra: estudiaba, fumaba, tomaba y cogía. Mi vida sexual era relativamente desenfrenada pero, viéndolo bien, podría decir que vivía aburrida durante esos años. Los chicos con los que dormía eran torpes y en poco tiempo me cansaba de ellos. El sexo nunca duraba más de cinco minutos. Además, cuando terminaba, me preguntaban cosas absurdas como "¿Estuvo bueno?". Siempre mentía.


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Ahora me río cuando pienso en todos esos momentos vergonzosos que tuve que enfrentar antes de empezar a dormir con hombres mayores. Porque debes ser paciente cuando le explicas a un adolescente que no puede penetrarte el clítoris y de todas formas lo vuelve a intentar sin excitarte lo suficiente. Creo que mi paciencia se acabo cuando un idiota me dedeó el ombligo. En la universidad fue cuando le puse fin de una vez por todas a todos esos encuentros sexuales fallidos.

Me mudé al sur de Francia, a Montpellier. Para ser más precisa, me inscribí a la Universidad de Artes Paul Valéry. "Paul Va" se conoce localmente como una universidad para los raros—los que están en humanidades— y en realidad sí tenía su colección de inadaptados. Esto produjo un cambio en mi forma de vida. En una ciudad donde no conocía a nadie, sentí que podía hacer lo que quisiera y nadie se iba a enterar. No tenía idea de cuánta razón tenía.

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En mi nueva vida, empecé a conocer hombres que eran más mi tipo, o sea, mayores. En los bares que frecuentaban mis amigas no podía encontrar lo que me gustaba. Y como quería mantener esta parte de mi vida en privado, empecé a buscar un verdadero sugar daddy en la soledad de internet.

Según Wikitionnary, un sugar daddy es un hombre mayor que mantiene a una chica mucho más joven que él a cambio de favores sexuales. A veces puede sonar como prostitución, excepto que durante los encuentros breves con dicho hombre mayor, se establece una relación que se parece más a la de una pareja tradicional. Solo que sin las desventajas.

Cuando me inscribí a sugardaters.fr, la página más popular para encontrar sugar daddies o sugar babies en Francia, me llegaron montones de mensajes. Según las fotos de perfil, la mayoría eran hombres de entre 40 y 50 años con muchas ganas de coger. Algunos de ellos estaban casados; me los imagino entrando a la página a media noche, mientras sus esposas los esperan en la cama. Enfoqué mi atención en los que estaban dispuestos a pagar para llevarme de vacaciones un fin de semana. Poco después encontré a la persona más apta para lo que estaba buscando.

En la página hay todo tipo de hombres. En el nivel más bajo, están los más urgidos. Lo primero que te dicen es que tus fotos "hacen que se les ponga dura". Son insoportables. Pero la mayoría te escriben en una forma decente y tratan de hacerte creer que están interesados en tu personalidad. Debo aclarar que la idea del sugar daddy millonario que se va de viaje todos los fines de semana y tiene cuatro yates y nueve villas no es real. O al menos, no que yo sepa. En general, son hombres de 40 y tantos con dinero, a veces mucho, pero no a un nivel extremo. Normalmente son gerentes, ingenieros o doctores y quieren dejar la rutina que les ofrece su esposa sin tener que divorciarse.

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Como era de esperarse, cogimos todo el fin de semana. Salí de ahí con una bolsa de mano nueva y 300 euros.

El primer güey que conocí me invitó a Aix-en-Provences, en la región de Bouches-du-Rhône. Me dijo que tenía una casa en ese lugar, a la cual iba seguido en fines de semana para "relajarse". Es decir, para coger con mujeres que no son su esposa, como lo demuestra la línea de bronceado en su dedo anular. Debo admitir que eso no me causó ninguna molestia. Todo estaba claro desde nuestra primera conversación: yo no había ido a jugar scrabble. Y él tampoco.

Después de presentarnos y los 15 minutos obligatorios de conversación, nos fuimos a la alberca. No llevé traje de baño. De hecho, pasamos directo a lo que íbamos. Nos desnudamos y cogimos. Esta vez no tuve que fingir ninguno de mis orgasmos, el tipo era muy bueno. Y eso que apenas era la primera vez. Dormir con un hombre es como darse una línea de coca: es una oferta que crea una demanda. Como era de esperarse, cogimos todo el fin de semana. Salí de ahí con una bolsa de mano nueva y 300 euros.

Aunque a la gente le gusta describir la relación entre una sugar baby y un sugar daddy como prostitución, en realidad no lo hago por el dinero —pero eso no quiere decir que rechace los beneficios—. A veces pido un perfume, una bolsa de mano, un masaje o solo un fin de semana agradable. Se podría decir que esos pequeños detalles cambian aspectos de mi estilo de vida pero, más que nada, animan mi rutina. No tengo los medios para mudarme a un departamento más grande. Pero tampoco tengo ganas de hacerlo.

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Como mi primera experiencia fue tan positiva, decidí que no quería detenerme ahí. Me propuse conocer la mayor cantidad de hombres posible. Le escribí a alrededor de diez hombres que tenían un perfil similar al que conocí en Aix-en-Provence. Y en poco tiempo, empecé a conocer a uno nuevo cada semana.

Al aprender poco a poco cómo funcionan los sugar daddies, comprendí que una relación dura en promedio tres meses. Después de eso, se vuelve rutina. Nunca hice una lista pero creo que conocí entre 80 y 100 hombres a través de la página Sugardaters.


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Al principio era solo por placer. Pensaba "¡Cool! ¡Voy a ver a este güey el fin de semana!" y trataba de platicar con él ante de verlo, aunque fuera un poco. Trataba de saber con quién iba a dormir. Con el paso del tiempo, desarrollé un ritmo. Pasé de "cuando quiera" a "cuando pueda". Y de ahí al momento en el que el sexo era lo único que importaba y no necesitaba saber nada de la persona. Me di cuenta de eso cuando empecé a desvestirme antes de que mi nuevo sugar daddy llegara a mi casa. Y lo confirmé cuando empecé a ir a clubs swinger de dudosa procedencia. En ese momento me dije a mí misma: "Ok, tienes un problema".

Además, la facilidad con la que conocía hombres nuevos me volvió indiferente. Sentí que debía subir mis estándares. Empecé a salir con tres hombres por semana. Mientras que antes cada pareja nueva era increíble, la ausencia de una pareja es lo que ahora me parece increíble —increíblemente molesto—. Si no tengo un orgasmo, me aburro.

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Durante el orgasmo, siento como me entra una ráfaga de endorfinas. Cuando empecé a considerar la posibilidad de una adicción al sexo, creí que las endorfinas eran mi droga. De hecho, creo que más bien soy adicta a los orgasmos y no tanto al sexo. Es por eso que no me interesan los hombres sin experiencia. Trato de satisfacer esta adicción con sexo constante para sentirme satisfecha. Siempre es temporal.

Después de mi primer trío, tuve mi primera gang bang (todo en la misma noche).

Estos últimos meses después de estabilizar mi consumo de hombres, empecé a buscar más por internet pero, sobre todo, en clubs swinger. No me importa la belleza física, me importa la experiencia. Me gustan los hombres casados porque eso me da cierta garantía.

Sexualmente, sin tener la pretensión de decir que he probado de todo, podría decir que siempre trato de ir más allá. Los clubs swinger son de mucha ayuda en esta búsqueda constante. En los primeros meses, todos los actos pervertidos me excitaban pero en poco tiempo evolucioné a prácticas más intensas. Después de mi primer trío, tuve mi primera gang bang (todo en la misma noche). Hace poco, participé en lo que podría describirse como "gang bang doble" y me dejó satisfecha, al menos por un rato. Vi como un grupo de hombres se cogía a una mujer mientras llegaba mi turno. También, desde hace un tiempo, siento una atracción especial por los "glory holes". Un pene que sale de un agujero en la pared te penetra sin necesidad de ver el rostro de tu pareja. Es un método típico de "cógeme rápido".

Llevo un año así. Me siento obligada a reconocer que este "mal hábito" es algo que no voy a poder dejar tan fácilmente. Ya lo tengo muy arraigado. Además, hoy en día es una parte muy importante en mi vida. Hay gente que juega videojuegos para matar tiempo. Lo que hago yo es dormir con cuarentones desconocidos. Al volverme una verdadera sugar baby, me convertí en lo que se conoce comúnmente como adicta al sexo.

Al igual que todas las chicas, me gustaría enamorarme, tener una familia, etcétera. Lo que n sé es "cuándo". La vida de un estudiante en Francia es inestable, en especial la mía. Sin embargo, cuando mi situación sea estable y esta adicción termine, voy a buscar una pareja y, como cualquier otra pareja, vamos a comprar una casa, tener hijos, un perro y, con el tiempo, nos vamos a divorciar.

Aunque, por ahora, no veo cómo escapar de mi rutina. Nunca es suficiente. Me conozco a mí misma; sé que me aburriría muy rápido si mi situación fuera diferente.

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