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Cultură

Sammy Devil Jr.

La relación de Sammy Davir Jr. con Satán tuvo su origen en 1968, al ser invitado a una fiesta en Factory por un grupo de jóvenes actores, luciendo uñas pintadas de rojo, un signo de pertenencia a la Iglesia de Satán.

Sammy Davis Jr. en los créditos de apertura del episodio piloto de la serie de 1973 Poor Devil. Imagen tomada de un pringosa copiaen vídeo de millonésima generación.

Ya que nadie se atreve a decirlo, seré yo quien lo haga, y bien alto: Barack Obama copia descaradamente a Sammy Davis Jr. Estoy dispuesto a pasar por alto sus similitudes generales (un compartido encanto mulato, cónyuges que son auténticas amazonas, fumarse un cigarrito tras otro…), pero es la apropiación que el senador hace del mantra de Sammy lo que de verdad me toca las narices. Y lo que es peor, este supuesto maestro de la oratoria es culpable de citar consignas erróneamente. En serio. El latiguillo “Sí, Nosotros Podemos” de Obama evoca la misma palabrería vacía de contenido característica de la política que él dice querer denunciar, y su insípido sinsentido ha provocado un alud de indigestos vídeos de famosillos en YouTube. Por el contrario, el “Sí Que Puedo” de Davis es una certeza, un compromiso que realmente significa algo. Su “yo puedo” representa su negativa a admitir barreras, ya sean estas la política de Jim Crow, las normas de la sociedad o las normas que penalizan la sodomía. “Sí” es básicamente lo que Sammy le contestaría a cualquiera que le propusiese cualquier cosa. Una invitación es todo lo que Mr. Espectáculo necesitaba para explorar un nuevo vicio. Del típico descenso al infierno de la droga al rebelde gesto de adoptar una ideología republicana, Sammy lo llevó a todo al límite con obsesivo ahínco. ¿Un ejemplo? Todo el mundo se masturba con la pornografía, pero después del pasajero porno-chic de los 70 (cuando Garganta Profunda hizo que los famosos hicieran cola para ver a Linda Lovelace desplegar su talento en pantalla, los días en que no estaba mal visto que las parejas se citaran para ir a un cine porno), Davis pasó años inmerso en una despreocupada indulgencia: en las fiestas proyectaba películas pornográficas en 35 mm., visitaba rodajes tratando a las actrices como a miembros de la realeza y, según explican sus memorias, tomando lecciones de felación de la mismísima Lovelace. Como Sammy dice en Why Me?, su biografía de 1989, “deseaba probar toda experiencia humana posible”. No hay mejor ejemplo de todo esto que las incursiones de Sammy en el Satanismo. Nacido cristiano, y judío por propia decisión, su relación personal con Satán tuvo su origen en 1968, al ser invitado a una fiesta en Factory (un club nocturno del que era parcialmente propietario) por un grupo de jóvenes actores, luciendo uñas pintadas de rojo, un signo de pertenencia a la Iglesia de Satán. Fundada en 1966 por Anton LaVey, un fan del horror cuya hoja de servicios incluía trabajar en un carnaval, cazar fantasmas y tocar el órgano en un club, su “ministerio”, con base en San Francisco, combinaba el interés de LaVey por el paganismo antiguo, su don para atraer la atención de los medios y una filosofía que ponía la indulgencia por delante de la abstinencia. Cuando Sammy llegó a la fiesta (cuyo tema él resumiría como “mazmorras, dragones y libertinaje”), los participantes vestían máscaras o capuchas. El plato fuerte del “aquelarre” consistía en una mujer desnuda y encadenada, brazos y piernas abiertas, sobre un altar cubierto con terciopelo rojo. Davis tenía la seguridad de que ningún sacrificio humano estaba esa noche en el menú. “La chica tenía aspecto feliz”, escribiría, “En su cuerpo no iba a entrar nada más afilado que un consolador”.

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No todos los Satanistas de la orgía tendrían tanta suerte. Mientras Sammy se colocaba y era sexualmente atendido, uno de los líderes del ritual se retiró la capucha, descubriéndose como Jay Sebring, el barbero del cantante. Sebring, el más popular peluquero de todos los tiempos en Hollywood, era responsable del desgreñado estilo de Jim Morrison, ayudó a Bruce Lee a entrar en la televisión y mantuvo relaciones con Sharon Tate. Posteriormente fue víctima de la familia Manson. Amarrado a Tate durante la célebre masacre de 1969, Sebring fue acribillado y apuñalado siete veces. Su biografía en la página web de Sebring International (su compañía de productos para el cuidado del cabello, aún en activo), no hace mención de su vinculación con el Satanismo, a pesar de que hasta hace poco el logo de la compañía era un ankh, un símbolo usado con frecuencia por los ocultistas.

Sammy siguió participando en orgías Satánicas y, con el tiempo, llegó a unirse a la Iglesia de Satán, aunque la cronología de esta asociación que brinda

Why Me?

difiere de la que Michael Aquino, asociado de LaVey (con el que más tarde se enemistaría) ofrece en la historia de la Iglesia que redactó en 1983. Apoyan el informe de Aquino un buen número de memorandos, aunque debe decirse que el que una vez fuese sacerdote Satánico de cuarto grado era conocido por redactar documentos que afirmaba haber transcrito de sus conversaciones con demonios sobrenaturales del más alto perfil (su

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Diabolicon

, de 1970, cita a Satan, Asmodeo y Leviatán).

En 1972, tras años de fiestas con hedonistas encapuchados, Sammy decidió pasarse a jornada completa al equipo de Belcebú, reinventándose como la estrella de la primera comedia de situación satánica. Pese a que programas basados en ideas mucho peores se han emitido por televisión, es obligado decir que el episodio piloto que la cadena NBC emitió el Día de San Valentín de 1973 es realmente patillero. Poniendo del revés la historia de Clarence, el ángel de

¡Qué Bello Es Vivir!

, el episodio presenta a un Davis, incompetente demoniejo cuya función en el Infierno es palear carbón, al que se le ofrece la oportunidad de ascender en el escalafón (y de paso beneficiarse a la bella secretaria negra de Satán) si consigue hacerse con el alma de un contable de San Francisco, papel interpretado por el actor Jack Klugman. Al cabo de 73 minutos de torpones intentos de hacer realidad las amargas fantasías de venganza de Klugman, el demonio tuerto con corazón de oro se apiada y rescinde el contrato de su cliente, regresando a las calderas encogiéndose cómicamente de hombros.

Incluso sin los detalles satánicos, se trata de una película inquietante: Sammy habla con la misma voz “inocente” que emplea en la apertura, medio cantada medio hablada, de “Candy Man”, y la comedieta, no muy divertida, acababa por resultar siniestra al no utilizar el recurso de las risas pregrabadas. Pero lo que de verdad hace destacar el programa es el “realismo” con que se muestra el averno. Puede que aparezcan multitud de demonios de la cultura pop (el diablillo del cómic Hot Stuff, la diablesa de la película de Stanley Donen

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Al Diablo Con El Diablo

…), pero nunca un infierno televisivo o cinematográfico había gozado de tanta atención al detalle. No es sólo que el personaje de Lucifer lo encarne el genuinamente demoníaco Christopher Lee (que en su interpretación no rebajó en lo más mínimo el aura de maldad que despiden sus papeles para las películas de la Hammer), sino que preside su imponente oficina, detrás del escritorio, un enorme pentagrama invertido de brillantes, espeluznantes contornos formados por llamas. Todos los demonios llevan pentagramas como colgantes, y hay un momento en que Lee saluda a uno de sus acólitos haciendo la mano cornuda. Y por si acaso quedasen dudas de si el show le estaba guiñando el ojo al Satanismo, Klugman, en una secuencia en la que busca a Sammy, se lanza sobre el listín telefónico diciendo “Llamaré a la Iglesia de Satán local, ellos sabrán cómo contactar con él”.

Aquino, jubiloso tras ver

Poor Devil

, escribió a LaVey calificando el show de “magnífica publicidad para la Iglesia”. Se decidió ofrecer a Davis el puesto de miembro honorario de segundo grado de la Iglesia de Satán. Dianne, la esposa hechicera de LaVey, no pudo por menos que reflexionar acerca de lo que Davis pensaría al convertirse en “un brujo satánico negro y judío”.

Parece ser que Sammy encontró que era una excelente idea, pues les hizo llegar una invitación a un concierto suyo en la Bay Area; durante su transcurso aceptó alegremente su certificado de membresía, una tarjeta y un medallón de Baphomet que luciría a lo largo de su actuación. Tras el espectáculo, Davis invitó a cenar a Aquina y a la hija de LaVey, Karla; les habló de su interés en el ocultismo y aseguró que los guiños en

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Poor Devil

no eran una coincidencia. Poco después, el mismo LaVey trabó amistad con Davis, quien empezaría a aparecer en público con una uña pintada. Sammy se preocupaba de reservar asientos de primera fila para la corte de LaVey cada vez que actuaba en la Bay Area, dirigiendo la mano cornuda de vez en cuando hacia ellos. El cantante, en conversaciones privadas, revelaba un profundo, apasionado interés en la filosofía Satánica, y se tiene noticia de que LaVey llegó a considerar ascender a Sammy a miembro sénior de la Iglesia.

Eso no llegaría a suceder. El primer tropiezo en la ascensión del Satánico Sammy fue la decisión de la NBC de no hacer de

Poor Devil

una serie regular, en parte porque el episodio piloto era una birria y en parte por las protestas recibidas de distintos grupos religiosos. Sólo podemos fantasear sobre cómo la serie habría podido ser. ¿Se debatiría continuamente Klugman entre el cielo y el infierno, aceptando en última instancia a Sammy como su esclavo satánico cada semana? ¿O se convertiría en un desfile de invitados famosos que semanalmente venderían sus almas en una especie de

Vacaciones En El Mar

en el río Estigia?

El mundo nunca lo sabrá, como tampoco este reino mortal llegará a saber qué nos habría deparado una Iglesia de Satán liderada por Sammy Davis Jr. Muy pronto LaVey decidiría atar corto al séquito de Davis, tachando al relaciones públicas David Steinberg de “judío profesional” cuya intención era alejar al cantante del Príncipe de la Oscuridad. En 1974, probablemente sin ninguna influencia por parte de Steinberg, Davis decidió que ya era hora de pasar a otras cosas. En

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Why Me?

explica que “a la mañana siguiente de un ‘aquelarre’ no especialmente divertido… Cogí un producto limpiador y me quité la uña roja”.

En un extracto de avance del libro de memorias

Hollywood in a Suitcase

(1980), publicado en el New York Post aunque posteriormente eliminado de la edición final, Sammy ponía sus experiencias demoníacas en el contexto de su filosofía del “Sí que puedo”. “Fue un interés pasajero, pero aún conservo amigos en la Iglesia de Satán… Si digo esto es para dejar claro que por muy extraño que sea un asunto, procuro no emitir un juicio sin antes averiguar todo lo que pueda sobre él. Cualquiera que me muestre algo interesante a menudo descubrirá en mí a un inmediato, voluntarioso converso”.

Por supuesto que lo era. Y hasta que cierto político aprenda a pronunciar bien los pronombres de su eslogan favorito, yo seguiré votando por Sammy.