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Visitamos el infame campo de refugiados de Idomeni, la vergüenza de Europa

Visitamos el gigantesco e improvisado campamento de refugiados en Idomeni, Grecia, donde unas 15.000 personas que en su mayoría huyen de la guerra, esperan hacinados una oportunidad para continuar su camino hacia el centro de Europa.
Refugiados cocinan cerca de la estación de tren de Idomeni. (Imagen por Albert Pons)
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"¿Qué vida es esta? ¿Morir en casa con los bombardeos sería mejor que morir aquí?", cuenta Abdelhakim Mekawi, un hombre de unos sesenta años, en medio del caos de tiendas de campaña y humo que es el campamento de Idomeni. Abdelhakim tuvo que huir de Homs, una de las ciudades sirias más devastadas tras cinco años de guerra.

"Mi hija, mi yerno y mi nieta han muerto en Siria", añade. Como la gran mayoría, Mekawi quería llegar a Alemania, pero ahora está atrapado en Idomeni, un pueblecito griego fronterizo con Macedonia que ha devenido en un gigantesco campamento de refugiados improvisado. Es un cuello de botella, una trampa.

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Cerca de 15.000 personas — en su mayoría sirios, iraquíes y kurdos que huyen de la guerra — se hacinan en Idomeni y otros campamentos que han ido surgiendo en los alrededores. Todo empezó a finales de febrero, cuando Austria movió ficha e instó a los países de la llamada ruta de los Balcanes — Macedonia, Serbia, Croacia y Eslovenia — a cerrar sus fronteras. En la primera semana de marzo, la amenaza se hizo realidad.

Lo que era un campamento de tránsito, una especie de última parada en Grecia antes de seguir hacia Macedonia, se convirtió entonces en una pequeña ciudad. "En poco tiempo pasamos de unos 2.000 a cerca de 14.000 personas", asegura Giuliano Stroppa, un italiano que se encarga de la logística de Médicos Sin Fronteras. Son prácticamente la única gran ONG que opera aquí.

La mayoría de los voluntarios que han acudido para aliviar el sufrimiento de los acampados son ciudadanos a título independiente que vienen, se arremangan y se autoorganizan. Muchos de ellos critican el papel de ACNUR, la agencia de la ONU de ayuda a los refugiados.

"Hay carpas de ACNUR, pero solo las carpas, ellos no están, aquí nunca ha habido nadie con chaleco azul [de ACNUR]. Nunca nadie en todo este tiempo", explica David Zorrakino, uno de los voluntarios más activos en el conocido como el Eko Camp, uno de los pequeños campos improvisados que han surgido en los alrededores de Idomeni. Se llama así porque ha sido levantado en medio de una gasolinera de la petrolera Eko.

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En imágenes: el campamento griego de Idomeni, el purgatorio de 13.000 almas migrantes. Ver aquí.

Un refugiado sostiene a su hijo en brazos durante una protesta en Idomeni. (Imagen por Albert Pons)

Lo primero que llama la atención al llegar a Idomeni es la increíble cantidad de niños que hay. Según los datos que manejan los voluntarios, el 40 por ciento de las personas atrapadas aquí son menores de edad. Niños que ya han visto de todo. "Los niños no dibujan árboles ni pájaros. No dibujan paisajes bonitos, sino tanques, bombas y gente muerta". Así lo narra Sulta, una mujer kurda de la ciudad siria de Afrin.

Una señora lleva a una niña de unos cinco años en brazo. Se llama Berivan, y es de Alepo. Cuenta que tiene cinco hijos viviendo con ella desde hace un mes en una tienda de campaña. No sabe si su marido logró llegar hasta Alemania. Ahora ellos están atrapados aquí. La historia se repite por todo el campamento. Huyeron de las bombas de Siria y acabaron en Turquía, donde malvivieron hasta que pudieron reunir el dinero suficiente para enviar al más fuerte de la familia — habitualmente el padre o el hermano mayor — hasta el corazón de Europa. Los demás les siguieron unos meses más tarde, pero se encontraron con la ruta de los Balcanes cerrada. Son muchas las familias que se encuentran así, separadas por unas fronteras que no pueden cruzar.

En Idomeni el humo es constante, provocado por las miles de hogueras que se encienden todos los días para combatir el frío y la humedad. El olor es profundo ya que los acampados queman prácticamente cualquier cosa que les pueda proporcionar un momento de calor.

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Estos fuegos están provocando severos problemas respiratorios, especialmente a los niños. Así lo expresa Alberto García, médico voluntario que, impactado por las imágenes que veía por la televisión, decidió viajar a Idomeni para ayudar en lo que pueda. "Aquí la sarna es un problemón, llevamos un par de días pensando cómo vamos a gestionar esto". Un problema que se complica por lo difícil de implementar una solución, ya que el protocolo indica que los afectados tendrían que quemar sus ropas y sanear los lugares en los que duermen, algo imposible para los habitantes del campamento.

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En el campo de refugiados de Idomeni se hacinan cerca de 15.000 personas en unas condiciones muy difíciles. (Imagen por Albert Pons)

Con todo esto, lo que predomina en Idomeni por encima de todas las cosas es la desesperanza, la incertidumbre sobre el futuro. Muchas de las personas atrapadas aquí empiezan a asumir que la frontera con Macedonia, para ellos, no se va a reabrir nunca. "Es vergonzoso que en Europa la gente tenga que vivir en estas condiciones. Están desesperados y frustrados, hace más de un mes que están aquí", opina Guiliano, de Médicos sin Fronteras. El gobierno griego aprovecha esta desilusión creciente para tratar de ir vaciando Idomeni poco a poco.

Todas las mañanas autobuses con el eslogan "Crazy Holidays" [Vacaciones Locas] escrito en sus costados de detienen cerca del centro del campamento. Es un reclamo para los más desesperados. Su destino son los campos levantados por el gobierno griego lejos de la frontera. Un día se suben 50 personas, otro día más de 500.

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Aunque son muchos los que desconfían. Temen que esos campos acaben como el campamento de Moria, en la Isla de Lesbos, convertido en un centro de detención del que no pueden escapar tras el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía para deportar a los refugiados.

"El acuerdo es una vergüenza, nos tratan como si fuésemos mercancía, Turquía lo único que quiere es dinero", dice en un buen inglés Rezan Rasheed, un kurdo de Siria, quien recuerda con miedo el trato que les dispensaron los turcos a él y a sus padres durante la primera etapa de su huida.

Mojados, enfermos y atrapados: miles de niños, víctimas de la crisis fronteriza europea. Leer más aquí

Una mujer rodeada por la policía griega durante una protesta. (Imagen por Albert Pons)

La otra cara, también amarga, de esta desesperanza son las falsas ilusiones. Los acampados se aferran a cualquier esperanza en un lugar donde los rumores vuelan y de la noche a la mañana se convierten en verdades para ellos. En medio del campamento, sobre las vías del tren y a pocos metros de la frontera, presenciamos una manifestación. Un joven asegura que les han dicho que miembros de la Cruz Roja y periodistas van a ir en primera fila para cruzar a Macedonia. Algunas familias incluso ya han preparado sus mochilas para seguir su ruta. La tensión aumenta y la policía antidisturbios griega se prepara con sus escudos.

Tras varias horas, la manifestación se diluye. Otras veces el resultado es más dramático. El domingo 10 de abril, se repartieron entre los acampados panfletos en árabe que afirmaban que ese día la frontera se reabriría durante unas horas. Cerca de 500 personas desesperadas se agolparon en la barrera, exigiendo su apertura. Los militares macedonios reprimieron de forma desproporcionada. Médicos sin Fronteras atendió ese día a cerca de 300 personas por los efectos de los gases lacrimógenos e impactos de balas de goma. Entre ellos había 30 niños.

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"Se les está tratando como animales. Llegan aquí esperando encontrar algo de humanidad y lo que se encuentran es este erial en el que les han abandonado. Realmente quieren desmoralizarlos para que lleguen a la conclusión de que aquí no tienen futuro", afirma Miguel Ángel Fernández, un bombero de Santiago de Compostela que ha empalmado días extra con vacaciones y que es uno de los voluntarios que más tiempo lleva en Idomeni.

"Nosotros somos seres humanos, ¿no? Si quieren dejarnos morir aquí, moriremos aquí", sentencia Surta, la mujer kurda de Afrin. La vergüenza de Europa se llama Idomeni. Dejemos de llamar refugiados a quienes estamos negando el refugio.

Sigue a Dani Campos en Twitter: @danicamposd

Todas las imágenes son de Albert Pons. Síguele en Instagram: @alb.pons

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