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bendita concacaf

"El Tri", ni con Honduras, puede quitarse el bochorno

Honduras consiguió su pase al hexagonal final y de paso nos recordó que México es más México que nunca.

El Azteca presenció a un solo ganador la noche del martes. Honduras llegaba con la ilusión de que Canadá no le metiera cinco a El Salvador para que pudiera alcanzar un lugar en el hexagonal final; no sólo lo consiguió, sino que de paso también exhibió al anfitrión y puso a su afición en contra.

México, "El Tri", la selección mexicana de futbol, "La Decepción", como te sea mejor llamarle, volvió a demostrar que atraviesa un preocupante período en el que se ha olvidado del poco futbol que le llegamos a ver en la Copa del Mundo del 2014. Después del encuentro de anoche ante Honduras, las gradas del Estadio Azteca resonaron con todo tipo de chiflidos, mentadas de madre, abucheos y un particular "¡Fuera Osorio!"; síntomas de una enfermedad añeja que nunca se cura y que resurge de vez en cuando en el organismo del aficionado mexicano.

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Uno puede acudir al estadio, dar rienda suelta a sus pasiones y, por supuesto, exigir el espectáculo por el que se pagó. El problema es que la mayoría del público que se dio cita en el segundo estadio más importante del futbol mundial, continúa culpando al estratega del conjunto mexicano. Me pregunto, ¿cuántos partidos más con este nivel de mediocridad necesitan presenciar para darse cuenta que el cáncer de nuestro futbol son los jugadores y no el pobre hombre encargado de pastorear a once ovejas infladas?

¡Cerca — TDN (@tdn_twit)7 de septiembre de 2016

El tema está más que quemado. Se ha hablado infinidad de veces del poco o nulo compromiso de parte de los seleccionados, de sus aires de intocables y divas, y un sinfín de etcéteras. Ni siquiera los llamados "jóvenes redentores" parecen perfilados para sacarnos del hoyo que hemos cavado —la falla vergonzosa de Hirving Lozano ante el arco hondureño es una prueba, tal vez diminuta mas no insignificante, de la gravedad de la epidemia de "El Tri"—.

Si fuiste unos de los cientos, miles o cientos de miles de aficionados que optaron por aprovechar dos horas de su existencia en cosas mucho más productivas y trascendentales que sintonizar un partido de la Selección, te puedo asegurar que tomaste la mejor decisión. Lo mejor del partido fue que terminó, en algún punto, pero terminó. De no haber sido por la carencia técnica de los delanteros hondureños, podríamos estar hablando de una derrota.

Como ya es costumbre en la era Osorio, México sólo hizo acto de presencia, tocó el balón por inercia, fingió que sabe jugar al futbol, y llegó una que otra vez al arco rival "para que no digan que no nos esforzamos". La vieja fórmula de los seleccionados mexicanos sigue siendo efectiva, y la pasividad de los fanáticos el mismo placebo.