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Cultură

La gente como Nosotros no de debería Reproducirse

Hablamos largo y tendido con Amanda Lear, la musa de Dalí y chica de portada de For Your Pleasure. Interesa.

Sueño con un film coral sin palabras que contaría con Amanda Lear, quien encarnaría a todos los personajes. Grabaría la luz cambiante bajo su rostro desmaquillado, que iría trepando y mostrando todos los estratos que la componen, todas las mujeres que ha sido, los tíos con los que ha salido, el hombre que, en apariencia, no es. Para hablarle de este proyecto tan serio quedamos con ella en Maurice, donde vivió con Dalí, hace ya siglos. Nos habló de las reuniones con clientes, discutió con la gente que pasaba por allí y nos atrapó con tal lluvia de palabras que apenas nos dio tiempo a decir nosotros nada.

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Vice: Pasaste la primera parte de tu vida en silencio, ¿no?

Amanda Lear: Sí, sé guapa y cállate. Fui modelo…

¿Cuándo empezaste a hablar?

Ah, ah. Desde entonces nadie me ha parado… cuando empecé a tomar confianza en mí misma, creo. Ahora me veo fea: era muy grande, como un espárrago, los dientes salidos, el pelo andrajoso. Paco Rabanne buscaba a alguien de piernas largas, pero nadie dijo que tuviese que hablar. Cuando contaba mis penas -que tenía muchas- siempre me decían: “No te preocupes, Amanda, sonríe, enseña los dientes. Ponte de tres cuartos, así te vemos los dientes, los pómulos, sonríe, sonríe, sonríe”.

Como un caballo.

Salvador Dalí se dio cuenta de que lo que le atraía de mí era mi lado depresivo, vulnerable.

¿Cómo le conociste?

Me topé con él por casualidad en un desfile de Paco Rabanne. Yo llevaba tupé y pestañas postizas. Salía del desfile vestida de Paco Rabanne con las medias rotas. Dalí me mira: “Oh, sí, date la vuelta, así. Tienes un cráneo muy bonito”. Así que yo le di una bofetada al instante, no me había pasado tres horas maquillándome para que me llamasen calavera.

¿Qué eras para él, una decoración?

No. Nadie entendía por qué estaba conmigo, porque creían que le gustaba dejarse ver con chicas muy vistosas, cubiertas de joyería, pero eso sólo lo hacía para las fotos –para ir al Lido le endiñaban modelos. Llamaba a todas las agencias de modelos de Francia y decía: “Enviadme un camión de modelos”. Siempre aparecían cinco o seis chicas espectaculares muy maquilladas. A mí él me quería desmaquillada. Decía: “Esta chica… me gustaría hacerte muy feliz”. Y yo respondía: “Pero ¿qué me hace feliz? Quiero a un chico guapo, a un caballero andante”. Soñaba con el amor eterno, como todas las chicas de mi edad. Era absolutamente idiota.

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Al principio querías ser pintora… se reía un poco de tu pintura, ¿no?

Me advirtió: “Nunca se te ocurra enseñarme tus cuadros, si algo tienen las mujeres es una absoluta falta de talento”. Así que le dije: “¿Y Frida Kahlo? ¿Suzanne Valadon? Hay muchísimos ejemplos”. Y él: “No, eso es muy ñoño, les gustan los ramos de flores, etc. Ninguna mujer ha sido capaz de pintar la Capilla Sixtina”.

Sí, ya se sabe. ¿Qué ocurrió cuando empezaste a tener éxito?

En cuanto me hice vagamente célebre, entré inmediatamente en competición con él, algo que se tomó muy mal. Una vez, en Nochebuena… Dalí era muy tradicional, y aquella Navidad estábamos en casa de Maxim con su mujer, Gala, que acababa de estrenar su precioso vestido de Chanel, sus collares… Así que yo, aquella tarde, acabé diciendo: “hoy invito yo”, y saqué mi tarjeta American Express. Pusieron una cara… Gala dijo: “¡Pero si no tiene dinero!”. Y yo: “Tengo una tarjeta American Express…”

Bien hecho.

Eso les dejó helados, y creo que aquello fue el principio del fin, porque acababa de hacerme independiente, ya no les necesitaba.

¿Fue entonces cuando tuviste la necesidad de expresarte a toda costa?

No. En fin… eso fue después, cuando empecé a cantar y David Bowie me dijo que iba a pagarme las lecciones de canto, y ¡zas!, se me acomodó la voz y empecé a confiar en mí misma, porque como acababa de hacer un disco, me preguntaban mi opinión sobre cualquier cosa. “¿Y qué piensas de la moda, y qué piensas del Papa? ¿Y del aborto, y de la liberación de la mujer?”. No empecé a ir a un psicólogo hasta tiempo después. Luego empezaron los problemas existenciales: ¿a dónde voy, quién soy, qué como hoy?

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¿Cómo acabaste en la carátula de For Your Pleasure, de Roxy Music?

Vivía en Londres y trabajaba de modelo para un costurero inglés llamado Ossie Clark, y para Antony Price, el Thierry Mugler inglés. Él sólo conocía mujeres estilizadas con tallas raras. Vestía a Bryan Ferry, que se creía dandi con hombreras y el pelo teñido de negro cuervo. Le dijo que yo quedaría genial como pin-up para Roxy Music. Bryan Ferry vino a verme desfilar y me dio el visto bueno. Así fue como aparecí en la famosa portada con la pantera negra.

¿Una pantera de verdad?

Sí, yo estaba aterrorizada, dije: “No pienso acercarme a ella si no la atiborráis de Valium”. Le pusieron una inyección y la maldita pantera se durmió. La arrastramos con la correa. Duró toda la noche.

¿Y Bowie? Es muy distinto a Bryan Ferry, al menos.

Perdió la cabeza con la foto. “Esta chica… esta chica… tengo que conocerla, tengo que encontrarla”. Yo sobre todo salía con los Stones –había salido con Brian Jones- así que llamó a Marianne Faithfull. Una noche, estando ellos dos juntos, le dijo que me llamase. Me dijo que estaba con él, y yo creí que estaba sola, como siempre, pero Bowie cogió el auricular, envió su limusina y me llevó a su apartamento.

¿Y?

Estaba un poco griposo, así que me encontré con un hombre deshecho, pálido, el pelo rojo como Regine, sin cejas. Me dije: “¡Pff, qué aburrido!”, pero luego fue todo un encanto. Marianne, que no es tonta, se fue. Fuimos a cenar a un club nocturno del Soho, con Mick Jagger y Bianca. Bianca estaba de mal humor, como siempre. Así que Mike y David Bowie parlotean toda la noche, y yo me aburro como una ostra pensando qué hago allí. Se enamoró de mí y estuvimos juntos un año y medio. Le seguí a Nueva York, y todo empezó así. Después empezó a drogarse, así que le dejé y volví a Londres. También se había acabado la historia con Bryan Ferry, porque se había enamorado de Jerry Hall.

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Ninguna pareja duraba demasiado.

Las personas eran intercambiables. Jerry Hall que pasaba a Mick Jagger, que pasaba la máquina…

¿Y la música disco? ¿La viste llegar?

Una casa de discos alemana se interesó por mí. Para mí, que sólo frecuentaba a rockeros, el disco significaba la vergüenza más absoluta. Bien entendido, y repensado… pero en aquella época era una vergüenza. Porque acababa de salir esa película, Saturday Night Fever, con Travolta. Así que estamos en 1978, la música disco es sobre todo culpa de los Bee Gees. Fue mi casa de discos quien dijo: “Tienes que cantar música disco”.

Habrías preferido hacer rock.

Les dije: “Yo no pienso cantar disco, soy una cantante de rock”. Tuve un “perfecto”. Acepté: “Escúchenme, veo bien hacer un disco comercial de música disco, pero después no se vuelve a tocar el tema”. Evidentemente, como el primer disco tuvo éxito, quisieron producir un segundo. Dije: “No, vamos a ver, a mí eso no me gusta”. Porque hacían contratos de siete años, en aquella época. Era prisionera de aquel contrato que firmé con mi casa alemana de discos así que al final del quinto año –y de cinco álbumes- dije que ya no quería seguir haciendo eso, que quería enfocarme en otra dirección. Rompieron mi contrato. Procedimientos. Fue entonces cuando apareció Berlusconi, como un regalo caído del cielo. Estamos ya en 1980.

Es muy raro imaginar a Berlusconi vestido de regalo caído del cielo.

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Veía en mí cierto estilo. Un buen día recibí una llamada telefónica: “Buenos días, señora, me llamo Silvio Berlusconi. Venga a verme a Milán, tengo una proposición que hacerle”. Me envió su avión particular. Llegué a su casa. Tenía a Canaleto en las paredes, etc. Lanzó su propia cadena de televisión en Italia. Me dijo: “tengo un show por animar el sábado por la noche. Con parafernalia, vestidos de moda y cosas así. Usted podría animar la velada y entrevistar a los invitados”. A partir de ese momento empecé a enfundar los vestidos de los modistos italianos en la tele. Y a entrevistar a Tina Turner. Poco a poco afirmé mi posición desarrollando un personaje que gustaba mucho al público italiano, y con el que me quedé una decena de años. A currar para Berlusconi. En aquella época era un buen productor, un hombre del espectáculo. Aún no hacía política.

¿Qué opinas de él hoy?

Siempre tuve un trato estrictamente profesional con él [pasa un japonés con un poncho y botas]. Hay clientes muy raros en este hotel…

Ajá.

Pues eso, Berlusconi. Sobre todo simpático, tenía un carácter muy fuerte, siempre ligando con las bailarinas de la tele. Yo nunca le interesé porque no soy su tipo. Prefería las morenitas con vello en los sobacos y tetas grandes. Me acuerdo, grabábamos en mitad del caos total, italiano, con horarios absurdos. Una vez intentó que fuese al estudio a las dos de la mañana y le envié a la mierda. Después de eso siempre tuvimos historias muy similares. Trabajé con él una decena de años.

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[Se acerca una dama, dice que quiere invitar a Amanda a un hotel nuevo y que se verán más tarde] La celebridad es esto, te invitan a todo. En todas partes. Cuando una consigue por fin ganarse la vida… “Pero es usted mi invitada”. Pero sólo ocurre en los lugares lujosos. Por el contrario, en el Monoprix pagas como todo el mundo.

Hablábamos de la tele… ¿Nunca te arrepentiste de haber trabajado en la tele italiana? Pienso, por ejemplo, en una cámara oculta en la que tu novio se deja tocar por un montón de niñas vestidas de enfermeras.

Ah, eso… Fue un auténtico desastre. Muy mal. A partir de aquello me dije que yo merecía más. Hay un montón de chicas que son capaces de todo con tal de salir en la tele. Ya sabemos cómo funciona. Se llama raccomandazione. “Sí, tengo a una pequeña, me la trabajas, sí, te la reenvío en el ascensor y me la coges”. Es infecto.

La raccomandazione de sofá.

Sí, justamente. Le dije a mi agente: “Lo dejo, me vuelvo a Francia”. Así fue como empecé a hacer teatro, hace tres años. Y desde entonces no he vuelto a Italia.

De acuerdo. No tiene nada que ver, pero ¿crees que el hecho de que hubiese aquella ambigüedad sobre tu género contribuyó a hacer de ti un icono gay?

No… creo que todos los iconos gays son mujeres que gustan a los gays porque encarnan un tipo de mujer que les fascina. Y la ventaja del público gay es que es fiel. Ya has visto en qué estado se encuentra Sylvie Vartan… pero aun así la quieren. “Ah, sí, es nuestra Sylvie, ¡la queremos mucho!”. Todas las peluqueras de París la quieren. Para lanzarme hace treinta años se dijo que era un hombre. En aquella época chocaba mucho. Era el periodo en el que David Bowie se maquillaba, en el que Patrick Juvet se maquillaba. Se hablaba de homosexualidad en voz baja. Y ahora, en el último número de Têtu, Charles Berling cuenta que se deja encular.

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Argh, sí, yo también lo oí. ¿De dónde sale el rumor que dice que eres un hombre?

Salvador Dalí, como siempre. Dalí, que se refería siempre a todo el mundo en masculino. De ti habría dicho: “Allison es muy guapo. ¡Ah, este Allison!” Incluso hablaba de su mujer en masculino. Y después viví en un ambiente muy homosexual. Al final todo aquello me sirvió de ayuda. Se hablaba de mí. En una época en la que todas las semanas tenías una nueva cantante disco, había que hacer cualquier cosa para que los medios hablasen de ti. “Sí, Amanda Lear, te digo que es cierto, yo la he visto en pelotas -¡Yo también!”. De hecho, he posado en pelotas para Playboy.

¿Para probar que eres una mujer?

Sí, pero al final encontraron la forma de ampliar las fotos. Decían: “Mirad el vello. No va en el sentido correcto.” Porque, al parecer, el vello no va en el mismo sentido en los hombres que en las mujeres. Como mínimo es extraordinario. Estaban las Brigadas Rojas en Italia, había atentados, muertos, terrorismo. Y lo que fascinaba al pueblo italiano era el vello púbico de Amanda Lear.

Sorprendente, sin duda.

Fasciné tanto a la opinión pública que me convertí en una estrella y –hay que decirlo bien alto- no fue por la calidad de mi música. Sobre todo aprendí bien la lección de Salvador Dalí. Conseguí provocar, chocar. Escandalicé y conseguí que hablaran de mí. Si quieres hacer carrera, tienes que hacer que hablen de ti, que alimenten tu historia con información, verdades, falsedades, así me funcionó, soy un mero producto de todo eso, del rumor, del cuchicheo, de la mediatización. Evidentemente a día de hoy pido ser reconocida como un verdadero talento, una artista de verdad, y aun así me cuesta. También con la pintura me cuesta. Incluso con la comedia. Tengo tal imagen de escandalosa o de tonta que si mañana quiero representar Andrómaco, me negarán el papel. Siempre me van a encasillar en el papel de Absolutely Fabulous. En las cuatro piezas de teatro que me han propuesto después de esta hago siempre el mismo papel. Sigo caricaturizándome.

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¿Qué más aprendiste de tu relación con Dalí?

Lo que era la celebridad. Dalí era una especie de estrella del rock. Para él lo importante eran los trajes, la postura, el bigote, posar para las fotos, el ambiente, las secretarias, las máquinas de fotos. Toda una maquinaria basada en su persona y en su personaje, y yo aprendí mucho de todo aquello. Y también aprendí lo que no debía hacer, porque veía hasta qué punto los músicos que frecuentaba en Londres estaban fuera del mundo. La celebridad te aleja por completo del mundo, vives en una pecera. David Bowie nunca salía a la calle, nunca bajaba a comprar el periódico. Y Dalí era muy parecido. Vivía rodeado de secretarias. Yo me niego a vivir así, no tengo secretaria, ni chofer. No quiero nada de eso.

Ya veo.

Porque la celebridad no es nada envidiable. Ganarse bien la vida es una cosa, te paga el alquiler, puedes comprarte vestidos muy bonitos, pero ser célebre no aporta nada en absoluto. “Hey, eres tú, te he visto en la tele”.

Sí, es sobre todo un coñazo.

Mi vida no ha cambiado nada por eso, y la tuya tampoco. Sólo soy consciente de las molestias. De hecho, las personas del mundillo del espectáculo como nosotros…

Sí, “como nosotras”.

… no deberían reproducirse.

Oh. Para terminar ¿quién fue el mejor de tus chicos?

Salí con un chico italiano que se llamaba Riccardo. Cubría a GQ en América. Un morenito de Florencia. Estuve muy poco tiempo con él, no tenía ninguna ambición, ninguna. Acabó de vendedor de bolsos en una tienda de Florencia. Le vi hace poco vendiendo bolsos, él, que podría haber estado a la altura de Brad Pitt.

ENTREVISTA: VALERIA COSTA-KOSTRITSKY Y ALLISON NELLA FERRERA
FOTOS: CHRISTOPHE BRUNNQUELL