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Cultură

Los Gipsy Kings: bienvenidos a la era del gipsy swag

Cuatro acaba de estrenar "Los Gipsy Kings", la nueva apuesta de la cadena para mostrarnos, sin tapujos ni cortapisas, la cara más lujosa, excéntrica e inclasificable de la comunidad gitana.

Mercadillos en los que se venden DVDs con grabaciones home made de lasbodas gitanas más antológicas: esto sí es street promo y no los mercadillos callejeros de mixtapes de Canal Street. Partidillos de fútbol 7 entre gitanos, payos y latinos que harían enmudecer de miedo y acongoje a los playgrounds más peligrosos del Bronx, Compton o 5th Ward. Reservados VIP en Marbella por los que circula mejor mercancía que en todo Medellín. Fajos de billetes con los que se podría nivelar un Jumbo 747 con una rueda coja. Cortes de pelo y outfits capaces de dejar a Jesé Rodríguez como un miembro del ala conservadora de las juventudes del PP. Chalets adosados más recargados e irrespirables que el Palacio de Versalles. Gipsy swags que dejan a los chavales que se agolpan delante de la Apple Store de Plaza Cataluña, en Barcelona, a la altura de la pandilla de los Goonies. Patriarcas con polos Ferrari y sombreros de cowboy, más imponentes que John Gotti… Bienvenidos a "Los Gipsy Kings", el nuevo programa de Cuatro para las noches del domingo que consigue lo que se nos antojaba imposible y absolutamente inimaginable hace un año: que "Palabra de Gitano", su predecesor en temática de la misma cadena, ahora nos parezca un referente comedido, realista y totalmente ecuánime en su exposición del modus vivendi de toda una comunidad.

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Lo más curioso es que se nos había vendido "Los Gipsy Kings" como un docu-reality sobre Los Chunguitos. Era el reclamo, el anzuelo, la pescadilla para sacar al gato de la cueva. Y resulta que este es con toda probabilidad el aspecto más colateral y secundario del proyecto. Sí: vemos a los hermanos Salazar, ya convertidos desde hace un par de años en celebrities y personajes públicos al servicio del show business, aunque sea a costa de ridiculizarse a sí mismos y a su propia comunidad, inmersos en todo tipo de situaciones de intencionado delirio cómico. Ahora ataviados con un tanga, ahora en el gimnasio haciendo clases de zumba, ahora en un chiringuito de Marbella poniéndose hasta arriba de fritura, ahora en una discoteca departiendo amistosamente con Andrés Pajares, y todo ello siempre con una curiosa y aún sorprendente tendencia a mostrar más pluma de la que nunca les hubiéramos visto o imaginado; luego, dicen, los veremos en Nueva York, tergiversando malévolamente la idea de Bienvenido Mr. Marshall, y en infinidad de situaciones parecidas cuyo único y principal objetivo es el de plantear gags semiprevistos o semipreparados a expensas de que la improvisación, la errata escandalosa y la plena inconsciencia de sus protagonistas devenga en un relato de humor kitsch. A veces funciona muy bien –el encontronazo con Pajares del primer capítulo es memorable– y otras no tan bien –el gag del gimnasio, ya visto antes, más o menos, en las partes grabadas de "Tu Cara Me Suena"–, pero las pautas están muy claras y marcadas.

Pero más allá de estos episodios, a medio camino entre el humor de caca culo pedo pis, la autoparodia racial y el chascarrillo post-Torrente, el programa nos ha enseñado unas cartas con las que no contábamos y que verdaderamente son sus armas de conquista, cuando menos en su arranque: la inmersión en la vida diaria de otras tres familias gitanas, los Fernández Navarro, los Jiménez y los Maya, que presuntamente tiene la misión de brindarnos una panorámica más amplia y variada de lo que es la comunidad gitana en pleno siglo XXI. La exposición pública, ahora sí clara y meridiana, del gipsy swag, el choque cultural entre gitanos de ayer y gitanos de hoy, el paralelismo ya inevitable e ineludible entre los gitanos de aquí y los afroamericanos de ahí; la reivindicación, explícita y nada timorata, de que tenemos nuestro propio star system en los barrios de la piel de toro y de que no hace falta buscar fuera lo que ya tenemos dentro. Revistámoslo todo de una estética y una propuesta formal a caballo entre el formato Callejeros y el formato de realities de Cuatro y tendremos la pócima mágica para no dejar indiferente: los habrá indignados, seguramente gitanos de a pie; los habrá fascinados, el telespectador curado de espantos; y los habrá horrorizados, aquellos televidentes que aún no han aprendido a tomarse las cosas de la tele con la distancia y la capacidad de relativización que merecen según qué espacios e ideas.

Lo que viene a decirnos Gipsy Kings es, en cierto modo, que no deberíamos dejarnos deslumbrar por los iconos y los referentes que vienen de fuera, básicamente norteamericanos, cuando en este país tenemos preciosas, inclasificables y elocuentes versiones propias. Antes de que los negros de Atlanta o Nueva Orleans se pusieran oro hasta en la campanilla nuestros particulares gipsy niggas ya llevaban muchos años convirtiendo su vida en un desfile permanente de 24 kilates. Amigos del dirty south, aquí ya existía el bling bling cuando ni tan siquiera se había inventado el rap, ¿capisci? Y a eso es a lo que va este programa: ¿Por qué sucumbir a la fascinación de esas mansiones prefabricadas que nos enseña "MTV Cribs" cuando aquí podemos acceder a ese templo del kitsch bañado en oro que es la casa de los Jiménez y que le provocaría múltiples orgasmos a Dave LaChapelle? Lo tenemos aquí al lado, en Plasencia. Unos pocos minutos del interior de la casa de esta familia, con todos los sofás, sillas, cortinas e inodoros bañados en oro, versión sui generis del arte rococó (¿lo llamos gipsy rococó? Va, sí), ya nos sirven para entender la magnitud de la tragedia. O los Fernández Navarro, sin lugar a dudas mis favoritos en lo que llevamos de singladura del programa, que ya despuntaron en uno de los episodios más célebres de "Palabra de Gitano", y que llegan con la misión de hacernos ver que aquí, concretamente en Mallorca, tenemos a la mezcla perfecta entre Suge Knight y Tony Soprano: exitoso en los negocios, en teoría centrados en la promoción de conciertos de artistas como Don Omar o los propios Los Chunguitos, un imperio musical cien por cien latino, pero absolutamente fracasado en la vida familiar, donde sus hijos, balas perdidas que desconocen que hay vida entre las 7 de la mañana y las 10 de la noche, el padre de familia de los Fernández Navarro, al que su prole toma por el pito del sereno y tiene todos los números para llevar a la bancarrota a toda la familia, es ya uno de los grandes hallazgos de la temporada televisiva.

Si las asociaciones de gitanos ya se quejaron en su momento por la imagen distorsionada que supuestamente ofrecían "Palabra De Gitano" o también "Mi Gran Boda Gitana", se hace difícil calibrar el grado de indignación que despertará "Los Gipsy Kings", donde además de seguir transmitiendo una imagen bastante alejada de la contención también se juega deliberadamente a ensalzar el concepto bling bling y a brindarnos un retrato poco favorecedor de sus protagonistas, que aparecen aquí como personajes caprichosos, derrochadores, holgazanes, malcriados, erráticos y poco conscientes de la propia imagen que están proyectando al exterior. Poco que decir al respecto, ninguna queja por la cuenta que me trae: sea racista o no, sea autoparódico o no, sea ridiculizante o no, sea ciencia ficción o no, que de todo un poco tiene, "Los Gipsy Kings" es un glorioso e irresistible descenso a los infiernos del gipsy swag del que necesitamos saber más cuanto antes.