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Life Inside

La noche que maté a un hombre

Sentado en esta jaula oscura y apretada, sin poder dormir, atormentado por los recuerdos de lo que me trajo aquí, no puedo evitar odiarme a mí mismo por lo que hice.
Illustration by Dola Sun

Ilustración por Dola Sun

Este artículo fue publicado en colaboración con Marshall Project.

Tiemblo. Grito. Mi corazón late. Salto de la cama y siento cómo las paredes se cierran.

Hay barrotes gruesos frente a mí. Me agarro de ellos.

"Alguien ayúdeme".

Escucho una voz y trato de responder.

"Está bien, Jason… respira… es sólo una pesadilla".

De pronto, despierto en una habitación del tamaño de una cama king-size, que tiene una puerta de metal que se abre y se cierra a voluntad de una mano desconocida. Mi cama es un bloque de metal con un colchón de un plástico delgado. Las paredes están pintadas de verde y decoradas con una constelación de manchas imposibles de identificar.

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Me da miedo volverme a dormir pero como no quiero ver las paredes de la celda, me tapo la cabeza con las sábanas y trato de dormir. Si tuviera que escoger entre una pesadilla y este lugar, escojo la pesadilla.

Hace cuatro horas, la puerta de metal se azotó detrás de mí, como lo ha hecho durante los últimos 18 años. Pero todavía no me acostumbro a ese sonido; me recuerda la noche en que llegué aquí.

Después de cada violación, sentía que mi vida no era mía.

Era Julio de 1997. Yo tenía 18 años, vivía en Sunset Park, Brooklyn, Estados Unidos, y no tenía un historial criminal. Tenía un padrastro con una adicción muy seria a la cocaína y al alcohol. El sólo hecho de saber que el iba a volver a casa después del trabajo me llenaba de miedo.

Si yo veía televisión cuando él quería verla, me daba una cachetada, me ahorcaba y me pegaba tan fuerte en el estómago que me dejaba llorando en el piso y sin aire. Cuando no me comía todo lo que tenía en el plato, me restregaba los restos en la cara y me hacía arrodillar en una esquina, desnudo y con la cara contra la pared. Me obligaba a repetir: "Admito mi error, lo siento, señor".

Mi padrastro no compensaba la culpa con regalos o cariño, como lo hacen algunos abusadores. En cambio, me obligaba a hacer cosas sexuales para complacerlo.

Después de cada violación, sentía que mi vida no era mía.

Empecé a consumir drogas para no sentir dolor y, dos años antes de ir a la cárcel, conocí a un niño llamado Steven, también conocido como Drama.

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Cuando Steven empezó a molestarme, a hacerme bullying por ser flaco y por la forma en la que me vestía, yo no me defendía. Estaba acostumbrado a lidiar con el abuso en silencio, sin importar cuánta rabia estuviera sintiendo. Me decía cobarde y me amenazaba con "desfigurar [mi] puta cara" sí lo miraba mal. Me robaba la plata, me pegaba, me tiraba piedras y me daba con una varilla; lo que fuera para demostrar su dominio. Entre más le pedía que me dejara en paz, peor. Con el paso de los meses comencé a tratar de evitarlo y empecé a caminar por otras calles. Pero el me seguía buscando.


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Me volví depresivo, paranoico. Empecé a cuestionar el sentido de mi vida. Contemplé la posibilidad de colgarme de la lámpara de mi baño, cortarme las venas o saltar de un puente. Decidí que iba a ponerme una pistola en la boca y apretaría el gatillo.

En la noche que tenía planeado suicidarme, llamé a dos amigos —a uno para que comprara trago y a otro para que trajera marihuana—. Me dijeron que me iban a recoger a las 8:00 p.m..

Mi mamá estaba en medio de un sueño inducido por la heroína cuando entré a su habitación. Abrí la puerta del clóset y empecé a buscar hasta que encontré una caja de madera. Adentro estaba la misma pistola con la que mi padrastro me amenazaba si le respondía o le contaba a alguien sobre el abuso.

Cerré la caja y me quedé quieto un minuto. Después la volví a abrir, saqué la pistola, y me la metí al bolsillo. Sentí su peso contra mi pierna.

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Cuando Miguel e Israel llegaron, manejamos hasta una licorería e Israel compró medio litro de Bacardi. Israel nos dejó en un parque cerca, mientras terminaba su turno cómo taxista*. En poco tiempo, me había acabado casi toda la botella. Después prendimos el porro.

Empecé a pensar en mi hermana, Lenamarie, que siempre me lavaba y planchaba la ropa, y se aseguraba de que nunca me fuera a dormir con hambre. Me contaba historias por la noche. Incluso trató de protegerme del abuso de mi padrastro, pero él le pegó y la amenazó. Quería decirle cuánto la quería y lo mucho que le agradecía. Tal vez necesitaba despedirme.


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Cuando llegué a su casa, ella se dio cuenta de lo borracho que estaba y me obligó a quedarme a dormir. Tan pronto ella se fue al baño, yo me fui.

La idea del suicidio se hizo irresistible.

Miguel y yo nos volvimos a ver con Israel, y les dije que me dejaran en el parque. Pararon en una tienda a comprar cerveza y cigarrillos antes de irse a sus casas.

Salí del carro para respirar un poco. Mi cabeza estaba dando vueltas por la marihuana y el alcohol.

Estaba tratando de asimilar mi entorno cuando, de pronto, vi un grupo de rostros que me resultaban familiares. Los monstruos de mi infancia estaban al asecho. Tenía mucho miedo. En ese momento, vi lo que parecía ser un híbrido entre Steven y mi padrastro, golpeándome y pateándome. Sus rostros se mezclaron en mi mente. Escuché cómo la sangre se me subía a la cabeza.

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Saqué la pistola y cerré los ojos. Se escuchó una explosión muy fuerte; un sonido en el que todavía pienso hoy.

Abrí los ojos con la esperanza de ver cómo mi alma se separaba o un túnel con una luz al fondo. Pero en vez de eso, vi a una persona tirada en el piso.

Hoy, pienso que quizá él también tenía un padre abusivo. Quizá alguien también le estaba haciendo daño y por eso quería lastimarme. No lo sé.

Sentado en esta jaula oscura y apretada, sin poder dormir, atormentado por los recuerdos de lo que me trajo aquí, no puedo evitar odiarme a mí mismo por lo que hice. Por convertirme en uno de los monstruos.

Todavía pienso en él, en Steven, y en el bullying que me hacía. Pero lo maté. Hoy, pienso que quizá él también tenía un padre abusivo. Quizá alguien también le estaba haciendo daño y por eso quería lastimarme. No lo sé.

Pero estoy roto. Y no importa cuánto desee que esto no sea más que una pesadilla, la puerta de metal azotándose me recuerda que es verdad.