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Cultură

El trofeo de guerra más maligno de un corresponsal en Siria

Como decía mi abuela: ‘Con los muertos no se juega’.

Los trofeos de guerra han adquirido muy mala reputación. Hace no tanto el presidente de Estados Unidos abrió su correo y encontró el brazo de un soldado japonés, y en Japón se tenía la costumbre de recaudar narices coreanas. Es como cuando estás leyendo un libro de Vietnam y llegas a un párrafo que empieza con: “Un soldado empezó hacer collares de orejas de vietnamitas”. La lectura deja de ser placentera y lugar que te has imaginado luego de tantas páginas deja de ser bonito, ¿no?

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Incluso tomar un souvenir que no es una parte del cuerpo puede asustar a varias personas. La gente intenta abordar este tema desde la ética; dicen que quitarle las botas a un soldado es casi como orinarle encima. Pero la delgada línea de la verdad y el morbo es que la gente teme que las pertenencias de los muertos estén embrujadas. El código militar de la justicia le prohíbe a los soldados meterse con los cadáveres por temor  de “deshonrar a los muertos”. ¿Por qué la ley está interesada en preservar el bienestar de los fantasmas? Porque claro, los fantasmas se encargan de embrujar cosas.

Esto puede sonar muy loco para ti. Usé las palabras “fantasmas” y “embrujada” en la misma frase. Quizá piensas que eres mejor que los fantasmas, que esas cosas son pendejadas. Quizá piensas que la razón verdadera del por qué no dejamos que nuestras tropas regresen a casa con mochilas llenas de la ropa ensangrentada de soldados iraquíes es porque tenemos una actitud más progresista que la de nuestros abuelos. En cuanto a los marines que matan con granadas, no le faltan el respeto a los cuerpos de los muertos. No te quiero arruinar tus creencias, pero las tradiciones funerarias (especialmente las asiáticas) derivan del miedo de que si alguien murió con una prenda o sosteniendo algo, ellos canalizaron la muerte a ese objeto. Por eso la gente prefiere no vivir en casas donde ocurrió un homicidio. En realidad creemos que la muerte puede ser contagiosa.

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Mientras esto nos dice maravillas de la evolución de la psicología humana, es algo interesante para quienes coleccionan estos objetos. Nada eleva el valor de una prenda que la historia que alguien la traía puesta a la hora de morir. Y —en cuanto a fantasmas— entre más malvada sea la persona que murió portando esa prenda, más daño causará.

Entonces los zapatos que compré en la tienda de segunda sin duda le pertenecieron a un muerto, quizá a alguien que no hizo daño. ¿Pero qué tal mi saco? Igual y le perteneció a un violador, ese sí ha de estar embrujado.

Por otro lado, mi abuelo trajo a casa de la segunda guerra mundial cuchillos luftwaffe y brazaletes con la swastika, pero mi familia sospecha que se los ganó en un partido de póker, sea cual sea el caso me pongo a pensar si estos objetos estuvieron en manos de nazis, y si acaso cargan energía negativa y malvada.

Aún más malvado que mis reliquias nazis es esta pequeña joya que me encontré cuando estuve de corresponsal de guerra en Siria. ¿Se entiende lo que es? Es una máscara de un miembro del Frente Al Nusra (rebeldes fundamentalistas) que usaba cuando le volaron la cabeza. ¿Qué tan maldito está eso? Fíjate en el orificio en la máscara, ahí es por donde pasó la bala. Si algo está embrujado, puede que sea este objeto: una máscara de ninja —por tradición la prenda más malandra— que fue usada por un combatiente de Al Qaeda mientras mataba a no musulmanes. No sólo fue esta prenda usada por una persona malvada, sino que fue usada durante un acto malévolo, y puede contener pensamientos negativos y malvados. Te reto a que encuentres algo más malvado que esto.

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Ahora, como un soltero urbano sofisticado, yo tengo pertenencias que asustan a personas, desde mi libro ceremonial de cienciología, mi penacho con plumas de tucán que vive sobre un cráneo de cocodrilo hasta un pequeño feto de plástico vestido en ropa de bebé que es utilizado por cristianos para convencer a las chicas de no abortar. Pero para ser honestos, nada asusta más que esa máscara. Aún se la debo de mostrar a alguien —aunque sí se la he mostrado a gente que en sus pertenencias tienen cosas como cráneos humanos, dibujos de Charles Manson y un manuscrito de un convicto por homicidio— cuya respuesta inmediata sea: “Por favor aléjame esa cosa horrible”.

Me encantaría decir que esa máscara de la muerte es un memento mori o que la tengo como un objeto de introspección acerca de la muerte que llevamos dentro, pero la verdad es que solamente vive en mi cajón de calcetines y la utilizo para espantar a mis invitados. Aunque debo admitir que hay veces que cuando estoy recostado en la cama, me gusta imaginar que dentro del cajón, por el orificio de la máscara brilla en una luz roja mientras un poco de humo sale por el hoyo que causó la bala y la música de Diamanda Galas sale de las paredes. Después de decir eso, me tengo que desear un poco de buena suerte.

Antes de ser llamado idiota por usar un tótem como un objeto para dividir mis calcetines de mis calzones, les puedo asegurar que sé lo que estoy haciendo. Estoy consciente de que jugar con esas fuerzas oscuras resultará en la resurrección de yihadistas fantasmas o en mi transformación a una fuerza del más allá del dueño original de la máscara. De hecho, estoy escribiendo esto porque cuando se encuentren las vísceras de mi cuerpo colgando del techo de mi habitación, entonces sabrán que el responsable de mi muerte fue la máscara de Al Qaeda. Mientras tanto, si alguien conoce de un buen lugar de marcos, ahí me avisan, quiero mandar enmarcar esta máscara.