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Cultură

Las taras del ojo curado, notas sobre el Lasik

La operación de la vista es horripilante, pero no se compara con lo que viene después.

I. La operación para quitarte los lentes

Usé lentes de aumento durante 22 años: de los nueve a los 31. Nunca supe lo que era llevar gafas de sol, y los lentes 3D me resultaban tan aterradoramente ineficientes que me negaba a aceptar que nadie en Hollywood haya pensado en los que llevan anteojos, a la hora de impulsar esta nueva industria. Si llovía, quedaba inhabilitada porque se empañaban, si me los quitaba en plena calle era peor. Iba a bodas con lentes, a yoga con lentes, entraba al mar con lentes… Sin ellos estaba incapacitada para sobrevivir.

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Llevé lentes desde hace tanto tiempo que ni siquiera recuerdo el nombre de mi oftalmólogo de toda la vida: un viejito que odiaba el procedimiento quirúrgico del Lasik. Siempre me dijo que no lo hiciera. Por el contrario, me recetó lentes de contacto durante un año, mismos que dejaron una bonita cicatriz en mi córnea, por una infección mal tratada.

Por fin crecí y conmigo crecieron las dioptrías, tanto de miopía como de astigmatismo. Pero este 2014 fue el año en que me hice rebanar las córneas para mejorar mi visión y dar un paso cuántico en términos de mi apariencia física. Creo que la regué. Bueno, no, pero un poco, sí.

Ahora veo perfectamente. Puedo percibir la negrura texturizada de los cables de teléfono, los nidos de cocochitas —pequeñas ratas voladoras— y puedo apreciar la porquería en cada hoja diminuta de los árboles. Quisiera ver el mar pero no se puede. Por el momento tendré que conformarme con postales de caspa y bichos sobre los transeúntes que caminan a unos metros de distancia de mí.

La operación es traumática, a pesar de la pinga que te retacan antes de entrar a quirófano. Si vas a hacer esto, lo más importante que debes tener son un par de cojones extra, que pueden venir en forma de cualquier benzodiacepina de tu confianza. Y una córnea bien ponchada. Según el fabuloso doctor que me operó, la parte más importante del procedimiento de Lasik para curar miopía, astigmatismo e hipermetropía es el diagnóstico, el cual depende del grosor de tu córnea. Si la tienes flaquita no juegas.

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Durante un par de consultas el doctor te manosea los espejos del alma, anota unos números y obtiene las órdenes para un robot que dispara lasercitos, quien es realmente quien te cura.

La operación en sí dura no más de una hora. Llegas, te empastillan, te ponen ropa quirúrgica con la que te ves bien pendejo, te ponen unas gotas horrendas en los ojos (anestesia, dizque), te prohíben abrir los párpados y te sientan en una silla. Te ponen más gotas.

Te meten al quirófano. Luego esperas veinte minutos, a lo largo de los cuales enfermeras bombardean tus globos oculares con más de esas dolorosas gotas mientras platican detalles de sus vidas fuera del hospital. Todo es muy conmovedor hasta que recuerdas que estás en una plancha de acero vestida de telettuby y sin Depend, cagada de miedo.

La operación con láser consiste en lo siguiente: después de ser abandonado a tu suerte en la plancha por las amables señoritas bombarderas de gotas, el doc realiza un “de tin marín de do pingüé” mental para elegir cuál ojo operará primero. Al ojo perdedor (es decir, al primero en ser intervenido) le ponen una especia de fórceps oculares como los de Naranja Mecánica que mantienen fijos tus párpados para que no hagas la malacopez de cerrarlos.

Luego le ponen un chupón y lo jalan. Se siente bien gacho, pero no duele. Acto seguido te rebanan la córnea y te dejan colgando algo aguado y gelatinoso, que nunca hubieras creído que era parte de tu ojo. Llega el robotcito te escribe unos mensajes indescriptibles dentro de la córnea (se supone que eso es la medicina) y todo empieza a oler a carne quemada. Luego el doctor regresa la parte colgante del ojo a su lugar. Te pone cinta en el tomate.

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Creo que en este video se puede ver la operación Lasik completa; la verdad es que no lo vi completo porque me dio onda.

Se hace lo mismo con el ojo ganador. Y todo esto transcurre en medio de instrucciones como “No dejes de mirar el punto rojo”, “Ahora vas a ver negro”, “Va a volver a oler a barbacoa, no te asustes”, “No te muevas”, y pensamientos como “¿A cuál de todos los puntos rojos?”, “¡ESTOY CIEGA!”, “Me acaban de perforar el cerebro, esa madre huele a cerebro quemado”, y “Claro, como si fuera tan sencillo no moverme con tu maldita pinga similar que no me hizo ni cosquillas”.

Pero mi operación, como todas las cirugías bien diagnosticadas, fue exitosísima. Ahora veo chingón. La recomiendo ampliamente.

En México, el promedio de precios para este procedimiento va de 12 mil a 20 mil pesos. Es importante que vayas a un doctor que alguien te recomiende, porque me han contado muchas historias de carniceros, nada padres.

II. No te preocupes, lo más traumático viene después

Todavía ves medio borroso porque la córnea sigue inflamada después de tremenda tronada de ejote, pero aún así ves considerablemente mejor que cuando traías lentes. Ahora el problema es que ves tan bien que te das cuenta de que aquello que llamabas “pómulos” y “nariz” no son sino aberrantes protuberancias de tu rostro al desnudo, sin un armazón que las cubra.

Y actúas como Jack Nicholson en

Batman

.

No te reconoces. No eres tú sin tus lentes, y ya no puedes usarlos porque ahora el aumento te daña la vista. Tu nariz creció, tus cachetes crecieron, tus marcas de acné crecieron, tus ojos son dos puntos minúsculos en ese planeta de carne erosionada. Tus senos y la estatura siguen igual. Los seres que te aman en verdad —los que te llevaron al maldito hospital y te sacaron de ahí— te dirán que te ves fabulosa. Y quizá sea así, en comparación con el paciente de estrabismo crónico en la sala de espera. Pero ahora no estás ciega, ya no más. Sabes que tendrás que pelear para juntar el valor suficiente y salir a la calle con semejante cara, serás la Sísifo del espejo, levantando cada día el peso de tus cachetotes hasta la cima.

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En mi caso, el veredicto más común de mis amigos —no de todos, aclaro— al verme la primera vez después de la operación fue: “Nooooo, ¿por qué te quitaste los lentes? Te ves bien rara, vuélvetelos a poner”. A lo que respondía: “Ay, claro, si quieres de una vez me pongo chichis, me opero la nariz y me rebano la papada, para que no me veas tan ‘rara’”.

En mi búsqueda espiritual para “poner mi mierda junta”, como dicen los gringos, sobre este tema me encontré un librito llamado La visión, de André Perceval (FCE, Breviarios: 1980), que entre otras cosas retoma el impacto psicológico que tienen los pacientes a la hora de empezar a usar lentes. Transcribiré los mejores pasajes al respecto:

“’Bienvenido a las gafas es adiós a las muchachas’.

”[…]

”Los fantasmas de la mala visión: Si se da crédito a los psicólogos (y nada dice que se equivoquen), la mala visión no puede vivirse con serenidad absoluta, ya sea que le afecte a usted personalmente o a sus prójimos.

”¿Por qué? Los especialistas explican: sobre la persona que usa sus primeros anteojos pesan dos fantasmas muy a menudo inconscientes. Por una parte, la preocupación acerca de la potencia que falla, de la desventaja personal que produce, llevada al extremo, humillación en sí misma y burla en los demás. Por otra parte, la tara del ojo afectado, objeto de repulsión.

[…]

”Muy por el contrario, el présbita, que descubre su deficiencia visual en una edad en sí crítica, reacciona a veces mal. El golpe propinado a la seguridad personal es desagradable. Serán necesarios tiempo y prudencia para sortear ese paso difícil. Sólo más tarde llegará la serenidad”.

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Según el libro, las reacciones negativas, conscientes o inconscientes provocadas por el diagnóstico de uso de lentes graduados derivan de las siguientes razones:

“—Porque el rencor con respecto a los anteojos oculta otros problemas de rechazo de sí mismo.

”—Porque el rechazo de los anteojos está ligado a un rechazo de los padres que han transmitido la anomalía visual.

”—Porque el usurario depende mucho de su ambiente y, más o menos conscientemente, cree que sus relaciones con el mismo serían muy diferentes si no usara anteojos.

”[…] La pretensión de indiferencia con respecto a los anteojos puede también ocultar una actitud muy positiva. Son especialmente los hombres quienes no se atreven a confesar que escogen sus armazones con coquetería. Y algunos otros indiferentes poseen varios pares de anteojos de distintos estilos: ‘intelectual’, ‘play-boy’, ‘relajado’, ‘deportivo’, etcétera.

”Según estos matices, usar anteojos por primera vez suscita una reacción hostil, que hace necesaria una serie de contramedidas psicológicas y prácticas.

”1º: Para el nuevo usuario, los anteojos son causa de molestias múltiples, tanto más penosas cuanto que subrayan una situación desagradable que querría olvidar. (Quien tenga ya mucho tiempo de usarlos, formará más fácilmente un solo ‘cuerpo’ con sus anteojos. Puede incluso sentirse inseparable de ellos, en virtud del servicio rendido y del tiempo pasado juntos).

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”2º. El fantasma de la tara hecha visible puede, si no eliminarse, al menos neutralizarse mediante la elección muy personalizada de la armazón.

Y concluye vehementemente:

“En todo caso puede decirse que, una vez dominada la angustia física o moral por los primeros anteojos, el usuario puede descubrir en ellos un elemento gratificante”.

Me dio mucha ternura recordar que pasamos por el mismo proceso de adaptación al ponernos los lentes que al quitárnoslos. Más que un aspecto estético, supongo que es una forma de vida. Yo estaba cómoda con ser una persona que “no veía” o que “veía mal” porque fue así como conocí el mundo. Soy una persona insegura y a veces soy feliz siendo así. Me apena que mi gran colección de tics donde mis lentes jugaban un papel estelar haya quedado desamparada. Ahora no dejo de picarme los ojos sin ninguna razón aparente cada que estoy nerviosa.

Obviamente existe la opción de usar lentes sin aumento, pero no tiene sentido. Me sentiría más boba. Extraño ver las estrellas distorsionadas, extraño buscar a mis amigos en una fiesta en un horizonte de huellas digitales, extraño la marca que dejan los lentes sobre mi nariz… Ya veo bien, veo perfecto. Lo único que no puedo ver es el día en que pueda volver a usar mis anteojos. Según dijo el doctor, con los años volveré a tener un par de dioptrías. Eso me da esperanza. Quiero mis lentes de vuelta.