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Nadie me odia más que yo

Odio usar camisa

NUEVAS VOCES // "Sonaba inapropiado, salvaje, promiscuo, algo que yo no haría".
Fotografía por el autor

Solía burlarme y hacer chistes prejuiciosos sobre la gente que se quita la camiseta en fiestas. Había escuchado historias de noches en las que sujetos se reunían en una casa o una habitación de hotel, y todos terminaban semidesnudos bailando. Sonaba inapropiado, salvaje, promiscuo, algo que yo no haría. Las juzgaba por el tono de las palabras en que esas noches eran retratadas. Siempre quedaba algún rumor de algún arrebato o desliz. Mala fama.

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No diría exactamente que conozco a esos sujetos, más bien los distingo. Salí esa noche para encontrarme con los sujetos que sí conozco, a los que llamaría mis amigos. Me sentía escéptico, sin ganas, pero salí de todos modos para ayudar a uno de ellos. Él quería hacer unas tomas, grabarnos demostrando gestos de amistad, eso fue lo que me dijo por teléfono. Todo tenía un tono muy incierto, me gusta así.

Llegué al primer punto de encuentro, el parque. Saludé como si todo estuviera bien, de alguna manera lo estaba. No hubo pronunciamiento acerca del objetivo de la grabación, sólo small talken una banca, éramos tres: el del proyecto, mi mejor amiga y yo, esperábamos a otra amiga, llegó usando un abrigo de peluche negro. Hubo saludos efusivos y ninguna cámara por ahora.

Caminamos al segundo punto de encuentro, la casa de otra amiga. Al timbrar ella salió por la ventana para mostrarnos un cenicero que había hecho en cerámica, o algo así, obviamente no podíamos verlo. Bajó para abrirnos, nos mostró su cabello rubio rojizo, lo comentamos, le queda lindo. El cenicero tenía forma de chica acostada en cucos. Cuando entramos el del proyecto recibió un mensaje, era otro amigo que estaba con su novio y se suponía que llegarían, pero escribió para decirnos que el plan original había flayado y ya no vendrían. Fue un poco decepcionante, pero teníamos un plan B. Un plan B que implicaba ir muy lejos a una casa que ninguno conocía. Dudábamos si valdría la pena, decidimos meditarlo yendo a comprar trago.

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En el camino recogimos a otra amiga y comenzaron las grabaciones. La ciudad estaba sola, no era muy tarde en la noche, pero se veía como si lo fuera. La mayoría de los negocios estaban cerrados, sin importar qué vendieran. Dimos varias vueltas para encontrar una cigarrería abierta. Pedimos el primer litro de Néctar. Debíamos tomar una decisión, si íbamos a tomar el plan B debíamos comprar más, cerca de la casa a la que iríamos todo estaba cerrado también. Compramos otro litro.

Volvimos a la casa de mi amiga rubia rojiza para recoger nuestras cosas y emprender el viaje. Bromeamos diciendo que hubiera sido más fácil salir de la ciudad para visitar a una amiga que seguramente estaba viendo llover junto a una piscina en compañía de su familia. En el bus jugamos verdad o se atreve. La primera fue mi mejor amiga, se atrevió a correr por todo el bus hasta la parte del conductor y devolverse, era un reto torpe pero seguro se vio muy bien en cámara. El resto de las chicas eligió verdad. Yo elegí me atrevo, pero sólo me dieron retos bobos como los que se ponían los niños en pre-kinder, como hacer el ocho con la cola y esas cosas. Yo me rehusaba, ni ahora ni de niño pude atreverme a hacer ese tipo de cosas. Además, con una cámara encima, no.

Me retaron a rayar el bus por fuera con un marcador al bajarnos, era un reto más acorde a mis actitudes, así que acepté. Lo hice, pero todo pasó muy rápido y nadie lo vio y el bus arrancó y saludamos a la dueña de la casa plan B que venía a recogernos a esa calle oscura y desolada con su Pitbull. Caminamos a la única tienda abierta, compramos dos six packs. La luna era grande y llena, sé que es un detalle irrelevante, la contemplamos desde varios puntos en el recorrido.

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Al llegar a la casa todos nos dejamos fascinar por la particular decoración. Había algo de estética vapor wave en esas lamparas y candelabros, en esas plantas cuyo verde resaltaba superpuesto a al dorado de esas cortinas. Deambulamos, saludamos a la madre que pronto se fue para permitir que nos pusiéramos cómodos. Grabamos las tomas que el del proyecto necesitaba, pusimos un mix de simpsons wave, bebimos y fumamos a nuestro antojo. El mood cambiaba cada vez que alguien decidía qué poner, todo un popurrí de géneros sonaba en ese equipo de sonido gracias a las facilidades del Internet. De chill wave a aleteo, pasando por reggaetón viejito y electrónica hasta llegar al karaoke de Indie. Por supuesto que no llegamos ahí tan rápido.

El trípode con la cámara en la mitad de la sala, dirigida al cenicero de cristal en forma de corazón, nos daba la sensación de que estamos haciendo algo, además de emborracharnos. Pero fue hasta que la cámara se fue y la luz ultravioleta llegó que la fiesta comenzó a tomar forma. Yo tenía en mi maleta sobras de La Illuminati, una pastilla amarilla fluorescente, decidimos envenenar el litro de Néctar que nos quedaba en la nevera. Lo dejamos reposar.

El baile borracho y torpe me dio calor, yo tenía puesto un saco de rayas, me lo quería quitar. Cambié con mi amiga rubia rojiza, ella tenía un top de Beavis and Butthead. El popurrí no paraba, y nosotros tampoco. No supe en qué momento comenzamos a beber el Néctar envenenado, pero subió rápido. Los niños teníamos calor, así que de la nada hice la declaración, me quería quitar la camiseta y quería invitar al resto a hacer lo mismo, para mi sorpresa todos aceptaron, algunos mostraron resistencia, pero terminaron cediendo.

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En medio de un viaje de pieles en distintos tonos de violeta y sostenes fluorescentes recordé la noche en que una amiga estaba haciendo un fanzine titulado "Grupos de apoyo". En la primera página del fanzine decía "Hola, mi nombre es ________ y yo…" como lo que diría una persona en un grupo de ayuda. El resto de páginas eran dibujos de camisetas y chaquetas con frases como "sigo esperando que colapse el capitalismo", "me gusta la piña en la pizza", "disfruto envejecer", "encontré el amor de Tinder", "soy emocionalmente estable". Esa noche ella nos tomó fotos con el dibujo con el que más nos identificábamos, yo elegí el de un torso desnudo que decía "odio usar camisa".

– Pero tu odias quitarte la camisa – dijo otra amiga.

– Por eso mismo, es el mío en un sentido irónico – respondí.

En ese momento no supe bien cómo explicarlo, pero mi grupo de apoyo era el de "odio usar camisa" precisamente porque odio quitármela, porque no puedo hacer el ocho con la cola o salir del baño usando sólo una toalla alrededor de la cintura, porque no puedo evitar hacer comentarios prejuiciosos y burlones. Y como si nada de eso importara ahí estaba con ellos, tambaleando y balbuceando las canciones que nos recuerdan lo que somos entre nubes de nicotina.

Me acerqué a mi mejor amiga y le di un abrazo, le recordé que estoy enamorado de ella y dejé salir, así como si nada, la razón de mi escepticismo. Sí, ese que me tenía sin ganas en el parque y antes de salir de mi casa. Ese que llegó en un delirio de fiebre y ahora regresa cada noche para no dejarme dormir ni llorar para dormir. Comenzó en mi cama, llevaba horas ahí mirando el techo a oscuras, pero había dormido todo el día, estaba enfermo de una de esas gripas que rompen los huesos y martillan la cabeza. Me sentía de alguna manera indeseado y atrapado en mis propios pensamientos. Hace mucho deje de tener una relación con mis papás, no me dan consejos ni me ayudan a decidir cómo vivir, yo mismo me encargué de eso, pero antes tenía a mis amigos, estaban ahí y no me daba cuenta de lo indispensables que los hice para mí.

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Mis obligaciones mundanas ya no son sus mismas obligaciones mundanas. Esto, en términos de las cosas que son divertidas, implica muchas cosas. Para una persona como yo, introvertida y no muy insistente, las cosas divertidas surgen por las circunstancias, porque uno está en cierto lugar con ciertas personas y una cosa lleva a la otra y algo divertido pasa. Últimamente siento que tengo que esforzarme para hacer que pasen, que los busco a todos, pero nadie está disponible.

La vida no es como las películas en las que se puede decir –Manda a la mierda lo que estás haciendo, yo sé que es importante, pero… te necesito–.

Quisiera, pero más allá de las cosas que entiendo me convenzo a mí mismo de que igual no valgo tanto la pena. Ahí es cuando me siento atrapado, cuando ya no sé qué hacer con esto que la gente llama vida y tampoco encuentro a quién decirle que no sé qué hacer. Cada noche que no me encuentro agotado ahondo más y más en la cuestión. La noche antes de la noche de la grabación estaba en eso, y no era un delirio de fiebre como me gustaría pensar, como le dije a mi mejor amiga que había sido.

Abrazados y sin camisa le dije –En mis delirios de fiebre pensé en formas de suicidarme–.

No fue un acto de desesperación, ni decirle ni pensarlo. Cuando lo pensé fue algo repentino, sólo caí en cuenta. Una vez siendo adolescente me dije a mi mismo que podría hacer cualquier cosa conmigo porque si todo salía muy mal podía sólo matarme y ya. Y así fui por la vida, sin proyectarme y tomando una que otra decisión riesgosa. Por mucho tiempo no pensé en hacerlo porque me apegué a mis amigos y no sentía que nada estuviera saliendo tan mal. Pero en mi cama entumido e insomne, totalmente incapaz de llorar por mí, sentí el impulso de hacerlo, pero caí en cuenta de que nunca había pensado en cómo.

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Por chiste decía que lo haría comiendo semillas de manzana. En algún lado vi contienen cianuro. Pero en un contexto más decisivo simplemente no tendría idea. Cortarse es muy dramático, y no quisiera que pensaran que es todo por llamar la atención. Necesitaría algo más contundente, como un revolver o un rascacielos. En el momento no tenía acceso a ninguno de los dos. Estaban las pastillas, pero también había demasiadas probabilidades de sobrevivir. Todo en mi mente tenía un tono muy calmado e intrascendente, no era un estado de alarma o alteración. Igual que cuando se lo dije.

– En mis delirios de fiebre pensé en formas de suicidarme, no sabía a quién decírselo –.

En medio del frenesí era un acto de simple liberación, como cantar "I Hope You Die" de Molly Nilsson mientras bailábamos en ropa interior. No había morbo, ni celos, ni territorialidad. Era puro. El tipo de situación que es sólo producto de las circunstancias y que no se puede crear intencionalmente.

En la mañana despertamos un día antes de la resurrección. Vimos nuestras historias de Instagram, cada quien había subido una fiesta distinta, pero todos estuvimos en la misma. Algunos decidieron borrar la evidencia, otros sintieron el guayabo moral. Yo simplemente llegué a mi casa, me bañé y me vestí para ir a ver a mi abuela. Cerré la historia con una foto de mí en mi ropa de niño bueno, me dibujé una aureola y me declaré impoluto.

* Este es un espacio de opinión. No representa la visión de VICE Media Inc.

Este texto fue publicado originalmente en el blog MI PC.