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Cállate y bésame

Los muchos caminos para predecir nuestro destino amoroso

Es como si desde temprano estuviéramos reclamándole a la vida una ayudita, un mapa de ruta para entender cómo navegar mares tan insondables como los del amor.
Matricula de amor
Ilustración: Camilo Castro | VICE Colombia

Artículo publicado por VICE Colombia.


Tengo una gran amiga que desde niña decía tener la capacidad de leerle las monas de la chocolatina Jet a sus compañeritas de clase, casi como si ella fuera el oráculo de los dioses. Dependiendo del animal, desde un dinosaurio extinto a un excelso ganso, ella era capaz de entrever en ese zoológico de papel un destino posible para esas infantes que, crédulas, la consultaban inquietas por saber si el niño de la ruta las iba algún día a besar.

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En mi colegio lastimosamente nadie reclamaba semejante don, pero sí creíamos ciegamente en los vaticinios que podían traernos las placas de los carros. Si veías de camino a la casa tres ceros seguidos, como un mensaje mágico de la vida, eso significaba que "ese chico que te interesaba te iba a llamar" o si veías una placa con sólo números cuatro la sentencia tenía un carácter más resolutorio: "te iban a pedir el cuadre".

Las niñas de los cursos más avanzados tenían mecanismos más sofisticados: simplemente llenaban los test de la revista , que de forma acuciosa —a juzgar por su fama entre las adolescentes— podía vaticinar si había un futuro romántico con el nuevo prospecto de novio elegido, aunque el pobre ni por enterado se diera de que se llenaban revistas enteras en su nombre.

Todos estos divertimentos apelaban a una misma necesidad que parecía emerger desde muy temprano en el corazón inocente: predecir nuestro camino amoroso. Todos eran juegos que ponían de manifiesto una ambición que quizás ya nunca más termina por desampararnos y que tiene como último fin encontrar un patrón que nos explique cómo se gobiernan los sentimientos del otro y, por sobre todo, cómo se predicen sus incalculables mutaciones.

Es como si desde temprano estuviéramos reclamándole a la vida una ayudita, un mapa de ruta para entender cómo navegar mares tan insondables como los del amor.

Con los años, sin embargo, a pesar de que esa magia que nos hacía creer en los jugueteos prestidigitadores infantiles se va diluyendo —a fuerza, en parte, porque nos empiezan a romper el corazón cuando menos podemos predecirlo— no terminamos de abandonar del todo un pensamiento mágico cuando en asuntos del corazón se trata.

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Sí.

Las solteras empedernidas prenderán velas de miel en su cumpleaños, pondrán rosas rojas en el norte de su casa sin que nadie se entere que detrás de ese gesto decorativo hay todo un llamado a abrir el corazón, posarán cuatro cuarzos rosados debajo del colchón para crear una pirámide de vibración romántica, sin que sus amantes ocasionales se enteren de que, cuando se enredan en sus sábanas, están entrando en semejante geometría sagrada. También llenarán cuadernos en blanco redactando a manera de decreto la llegada del amor que no llega, reclamando, como cuando eran niñas, el derecho de intuir si una pareja va a llegar de una buena vez por todas.

Mientras tanto, las que están en pareja y son más supersticiosas estarán siempre prestas a indagar en los signos zodiacales de sus señores para trazar quizás un rastro de compatibilidad. Oirán también los horóscopos masculinos de los sitios web de moda para saber si hay algo que la astróloga puede entender de su pareja mejor que ellas mismas. Escrutarán sus fechas precisas de nacimiento para que la carta astral les revele cuándo es que finalmente se van a alinear los astros para poder casarse o tener hijos, y querrán saber sus nombres completos para que algún experto les haga la numerología y ver si va a haber fidelidad.

Las más escépticas, por su parte, tendrán su propio oráculo. Su pensamiento mágico estará atado a una atención minuciosa de cómo se repiten los rituales más mundanos como el cenar juntos todas las noches, tener sexo los fines de semana, pasar el año nuevo en la finca, o en la promesa de nunca irse bravos a la cama. Un ligero cambio en ese modelo estricto puede resultar en una señal inequívoca de que algo no anda bien, así esa intuición resulte más imposible de comprobar que los vaticinios mismos de las velas o los cuarzos.

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Supersticiones, rituales o micro rutinas, todas estas prácticas ayudan a crear una idea de que sabemos para dónde es que va la cosa con el otro. Carta Astral o chocolatina Jet, estamos siempre buscando anticipar la acción que pueda alegrarnos en materia amorosa, pero, sobre todo, preparándonos para ver venir la que pueda quebrantarnos y llevarnos al despecho.

En realidad, detrás de cada unas de estas prácticas, las de la infancia y las de la adultez, hay un reclamo de tener alguna certeza sobre el otro que amamos o que anhelamos amar y que siempre se revela como un abismo, un desconocido, un otro que no podemos tragarnos entero, uno que no nos pertenece, una media naranja que, a pesar da la metáfora, resulta que siempre es una naranja entera y que, en tanto, nunca sabemos cuándo decide mejor echarse a rodar.

Ante la incapacidad de saber 100 por ciento qué pasa por las entrañas y la cabeza del otro que amamos o que esperamos que llegue, igual que las niñitas que querían saber si el jovencito del bus las iba a besar, siempre estamos pidiendo señales de guía, siempre estamos buscando tener una información que nos permita aferrarnos a ella.

Ahora que el año se avecina a su final somos más propensas a invocar esa, digamos, “magia” y a entregarnos con fe a lo que los rituales puedan predestinarnos, sin embargo, quedará siempre desvelado que el único e irremediable ritual para el amor es abrirse a su infinita incertidumbre.

Esa es quizás la única señal que la vida entre placas de carros, revistas adolescentes y sofisticadas predicciones siempre intenta darnos.

* Nota del editor: esta columna fue modificada el 26 de diciembre a petición de Chica Polvo, quien manifestó su deseo de adicionarle una parte.