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Música

Los Rolling Stones en Cuba: Cuando dos revoluciones se encontraron

Comentarios al margen de un concierto que marcó el final de una era y el comienzo de otra.

Todas las fotos por Juan Santacruz

Mientras cantaba "Brown Sugar", Mick Jagger recorría frenéticamente la pasarela del escenario de la Ciudad Deportiva de La Habana. Como viejos conocedores, Richards, Wood y Watts tocaban sus instrumentos y funcionaban como eficientes y contundentes máquinas de blues y rock'n roll. Entre el público, cinco adolescentes cubanos bailaban la primera canción del disco Sticky Fingers (1972), tal vez por primera vez en su vida. Una rubia europea, de unos treinta y cinco años, se les acercó e intentó seguirlos. Después de unos segundos de desconcierto los incitó a imitar los movimientos de Jagger. Sin prestarle mucha atención, los cubanos empezaron a bailar en pareja e ir hasta el suelo: habían optado por mostrarle a la turista que era posible bailar a los Rolling Stones como si fueran reggaetón. El concierto era una comunión del rock esperada por cincuenta años, pero también una fiesta a lo cubano.

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Quizás desde hace unos cinco años, la isla siente el pulso fuerte de los días de cambio. Desde la llegada al poder de Raúl Castro se anunciaron una serie de reformas entre las que sobresalen la posibilidad de abrir un pequeño negocio particular o la de comprar un celular. En los últimos seis meses, con la llegada del internet pago –a puntos wi-fi ubicados en sitios concurridos de La Habana—, y con la visita del presidente estadounidense Barack Obama, los cubanos vienen discutiendo en torno a la verdadera efectividad de estas transformaciones sobre su vida cotidiana.

Inmersa en esta coyuntura, la visita de los "Rollin'"—como les dicen los cubanos—se siente como una fervorosa bienvenida al rock'roll por parte de la isla. Mientras en muchos países de Latinoamérica y en Estados Unidos, este género—junto al R&B, el soul y el jazz—había jugado un papel crítico frente al establecimiento, durante los años 60 y 70 el Estado cubano lo había rechazado tajantemente. Independientemente de las manifestaciones a favor de muchos músicos populares, intelectuales, escritores y artistas frente a las primeras políticas revolucionarias, un amplio sector del establecimiento cubano había considerado que el rock era un producto cultural del imperialismo capitalista. Varios miembros del partido habían manifestado que con este género también vendría un estilo de vida contracultural y una ideología contrarrevolucionaria que no se ajustaba para nada con la idea del "Hombre Nuevo" socialista.

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Si bien en las décadas siguientes, el crecimiento del mercado musical masivo a nivel mundial hizo que no quedaran muchos rasgos de esa vieja rebeldía del rock, hoy, los cubanos perciben el concierto como un paso histórico: como el reencuentro entre dos revoluciones. Por un lado está la de los jóvenes de la cultura pop, el hipismo y la contracultura, y, por el otro, la del socialismo, la utopía y el antimperialismo latinoamericano. Ambas cuentan ahora con más de sesenta años, y el resultado es que ya no se miran con el mismo recelo de entonces.

Este ambiente de reencuentro se siente en la vida nocturna habanera, cuyo escenario son las calles de los barrios de Centro Habana y el Vedado. Entre los viejos edificios, las ruinas de los años 40 y 50, y el malecón transitan habaneros que van buscando la fiesta, además de orgullosos oyentes de los Rolling Stones. Como trasfondo, en los patios de las casas y en los bares de La Rampa, suenan hits de reggaetón como "Hasta que se seque el malecón", de Jacob Forever. Esta es la antesala de ese viernes 25 de marzo de 2016, día en el que, provenientes de todas las provincias de Cuba y de países de Europa, Norteamérica y Latinoamérica, llegaron al concierto cerca de 1.2 millones de asistentes, según la cifra oficial brindada por los Rolling Stones en sus redes sociales.

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Días antes del concierto, en el marco de la "Semana de la Música Británica en La Habana", la embajada del Reino Unido y el Ministerio de Cultura cubano organizaron una serie de eventos en bares, casas culturales y espacios públicos de la ciudad. Uno de estos fue una especie de programa de radio en vivo en "El Submarino Amarillo", un bar temático enteramente dedicado a la música de los años 60 y 70 e inspirado en la canción y película de los Beatles. Ese día, entre el público resaltaban, sobretodo, curiosos y melómanos entre los 40 y 50 años, y algunos jóvenes músicos. La cita era para escuchar a dos legendarios periodistas y conductores radiales habaneros, Juanito Camacho y Joaquín Borges-Triana, pioneros en la programación de música británica en espacios como "Disco Ciudad" y "Ultracasual", en la emisora "Radio Ciudad de La Habana".

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Para Camacho, "la asistencia concurrida a todos los eventos de la Semana de la Música Británica es una demostración de que en toda la isla ha habido, tanto en músicos como en oyentes, un interés por el rock desde la época de Presley y Little Richard". Ese día, en su conferencia frente a los asistentes, Camacho trazó una línea histórica que arrancaba a mediados de los 60 con Los Bucaneros y Los Zafiros, seguía a principios de los 80 con Los Dada, y llegaba, a finales de esa misma década, al Patio de María, un espacio fundamental para la historia del rock en Cuba, dirigido por la legendaria gestora María Gattorno.

Según Yoss, cantante y escritor de 45 años que asistió a la cita, el Patio de María era un espacio de encuentro musical fundamental, especialmente para oyentes de metal y rock de los años 70 y 80. Estaba ubicado a casi 200 metros del Comité Central de Gobierno, y, gracias al carisma de María Gattorno y al entusiasmo y fidelidad de un amplio grupo de jóvenes, logró funcionar entre 1987 y 2003 con un éxito inédito para el mundo musical subterráneo de La Habana. Durante toda la década de 1990, el Patio de María impulsó la comunión entre la música y proyectos socio-culturales como "Rock vs SIDA, alcoholismo y drogas". Por medio de ellos se promovió la transformación positiva de la imagen que los cubanos tenían de los 'frikis', apelativo utilizado desde el Período Especial para referirse, sin distinción alguna a punkeros, metaleros y rockeros de toda clase.

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Al relatar la experiencia del Patio, Yoss y Camacho evidenciaron cómo el rock en Cuba se ha enfrentado a varios problemas. Entre ellos, el de los intermediarios oficiales o particulares, quienes, según Camacho, "impedían que la manifestación tuviera un sitio establecido y, aún hoy en día, dificultan que llegue, así sea superficialmente, a nuevas generaciones". Por eso es que Camacho identifica, en este tipo de programación cultural, un paso hacia la desmarginalización del rock en la isla. Para él, el público cubano, que siempre ha preferido la música caribeña y los ambientes de fiesta para bailar, comienza a transformar sus gustos. Por eso, Camacho celebraba que se organizara un concierto como el de Interactivo en la Peña Británica. Este tendría lugar esa misma noche en el Café Teatro Bertolt Brecht, un espacio de encuentro juvenil legendario, y allí se intercalarían temas de funk cubano con versiones de rock y soul británico de los años 60 y 70.

El día del concierto, mientras los Stones tocaban "Paint it black", algunos asistentes entraban al pogo y otros bailaban como podían. Adolescentes, emos y raperos, se acercaban al pogo de punkeros y metaleros con cierto recelo y timidez. Al tiempo, fieles reggeatoneros bailaban abrazados en círculo, mientras, en manos de viejos fanáticos de los Stones, circulaba un afiche que rezaba "¡Más The Rolling Stones, menos reggeatón!". La fiesta a lo cubano era intergeneracional y la ideología ya no parecía centrarse en lo contrarrevolucionario.

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La noche anterior al concierto de los Stones, en el bar Corner del barrio El Vedado, un grupo de jóvenes se reunió para hacer una antesala musical. Los jóvenes, mayoritariamente entre los 17 y 20 años, habían organizado un concierto de la banda "Algo más", con un repertorio de covers de los Rolling Stones, Adele y Amy Winehouse. Mientras los Stones estaban en una fiesta privada en la "Casa de la Música" de Miramar, Yagna, la cantante del grupo, cantaba "Gimme Shelter" en una versión que, según ella, la enorgullecía, pues lograba "alternar en su voz el registro de las voces de Lisa Fisher y Mick Jagger". Con experticia, Yagna recordó cómo, en los últimos años, los jóvenes empezaron a interesarse por bandas fundamentales para entender el rock a nivel mundial. Frente al reinado del reggeatón, Yagna reafirmaba la efervescencia del rock en la noche habanera.

Entre los asistentes a esta antesala estaban José Luis, de 20 años, y su madre, Yadira, de 46 años. La expectativa frente al concierto de los Stones lo había hecho llevar a su madre a cuanto evento relacionado apareciera. Estaba listo para irse desde la noche anterior a esperar el concierto; sin carpa pero con una guitarra. Con esto en mente, José Luis le decía a su madre que "lo único que esperaba ahora era que se hicieran festivales de varios días, con bandas de todo el mundo".

Hace unos días, Juan Camacho había dicho que Los Rolling Stones iban a arrollar Cuba porque "representaban esa bocanada de aire fresco que la isla necesita a rabiar". El día del concierto, ya hacia el final, en la mitad de "Brown Sugar", Yadira apareció de nuevo, bailando y saltando eufórica. Al ver a José Luis, lo abrazó y le gritó que esta y "Wild Horses" eran sus canciones preferidas. Más adelante, entre "You can't always get what you want" y "Satisfaction", Jagger recordó cómo habían bailado rumba cubana, la noche anterior en la "Casa de la Música", y le agradeció a Cuba "por toda la música que la ha dado al mundo".

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Durante la tarde del día del concierto, la Ciudad Deportiva fue llenándose progresivamente de fanáticos del grupo, melómanos, jóvenes emo, punks, metaleros, familias curiosas, y miembros del jet-set de todas partes del mundo. En la fila para entrar resaltaban Nicolás y Guillermo, dos hombres entre los 60 y 65 años, con pantalones bota-campana y chalecos. Guillermo, con pelo y barba larga y canosa, aretes y una camiseta de Jimi Hendrix, se presentó como miembro de la generación que creció con la Revolución de 1959, la que vivió la "prohibición" del rock. Nicolás, por su parte, miraba a los jóvenes con crestas, pantalones negros ajustados y botas punteras que lo rodeaban. Luego de su "inspección", con cierto aire de victoria afirmó: "Yo no podía masticar chicle, ni tener el pelo largo, ni reunirme así a escuchar a los Rolling, los Beatles, Led Zepellin o Pink Floyd…todo esto era visto como diversionismo ideológico", esa especie de sanción social promovida en los primeros años de la revolución para evitar las "distracciones" que traía la sociedad capitalista.

Como en casi todo el mundo, la cultura del rock llegó a Cuba desde comienzos de los años 60. Para los jóvenes cubanos, las guitarras eléctricas, el ritmo frenético, las formas de vestir, entre otros elementos de esta música, reflejaron muy bien la reafirmación de las libertades individuales y el espíritu de cambio que se vivía en diferentes partes del mundo. Pero estos intereses se encontraron de frente con el nuevo sistema de valores que impulsaba la recién llegada Revolución de 1959. En 1963, Fidel Castro pronunció un famoso discurso frente a los estudiantes de la Universidad de La Habana en el que condenaba la "vagancia" y la presunta "homosexualidad" de los jóvenes que andaban por la ciudad con "una guitarrita, pantalones demasiado estrechos, en actitudes elvispreslianas". "Ahora, mira, todo el mundo está cantando I love rock'n roll", dice Guillermo. "Y todos entienden qué dice la letra", agrega Nicolás riéndose. Horas más tarde, ya hacia el final del concierto, entre miradas de sospecha, malicia caribeña o, simplemente, emoción, las actitudes mickjaggerianas sobre el escenario habrían convencido al público cubano.

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En realidad, la "prohibición" se manifestaba, principalmente, en los espacios públicos. Según Nicolás, "durante los 60, y hasta finales de los años 80, la música en inglés sólo se podía escuchar en fiestas privadas y en tu casa. Si te encontraba la policía, te cortaban el pelo, o te enviaban a las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción)". Como en el cuento "Escuchando a Little Richard", de Francisco López Sacha, en los primeros años de la revolución, Nicolás y Guillermo se reunían con sus amigos —escolares becados por el partido—, a fumar cigarrillos, tomar ron y escuchar discos de Paul Anka, los Beatles, y el mencionado Richard. De acuerdo a Nicolás, "los discos debían conseguirse a través de marinos mercantes, diplomáticos, pilotos, y azafatas, y para evitar que te los confiscaran –porque se suponía que "no debías ser así"— le ponías carátulas de los Van Van, la Sonora Matancera o Barbarito Diez". Nunca ver las portadas, nunca vestirse ni verse como ellos, solo escucharlos. Luego, debían grabarlos cientos de veces en cintas de casete y pasárselos a sus demás compañeros.

A la expectativa del concierto, las pantallas LED del escenario proyectaban "Ain't too proud to beg", la versión de Los Temptations que hicieron los Stones en 1974, En ese momento, Guillermo recordó que, durante los años 60 y 70, un concierto así era imposible de imaginar: "Esta es una fiesta esperada desde hace más de cincuenta años; aquí también escuchamos los primeros discos del rock de la ola inglesa—así fuera con meses de retraso—; aquí también hubo, además de quien prefería a la revolución, el enfrentamiento entre quien prefirió a los Rolling o a los Beatles, aunque no se crea."

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Sin embargo, entre el público de la Ciudad Deportiva, el carácter subterráneo de músicas como el rock, el punk y, en los últimos años, la electrónica, era efectivamente un asunto de un pasado lejano. Muchos de los asistentes recordaban cómo, en 2005, el grupo estadounidense Audioslave había hecho un concierto frente a 70.000 personas en la Tribuna Antiimperialista "José Martí", ubicada justo en frente de la Embajada de los Estados Unidos, en ese entonces "Oficina de intereses". También estaba en la memoria el reciente 6 de marzo de 2016, cuando el Dj y productor Diplo y Major Lazer alternaron con productores cubanos frente a casi 400.000 asistentes.

Para muchos han pasado más de 12 horas de espera, para otros ya un par de días. Finalmente, a las 8:35 p.m., el escenario recibió a Keith Richards con su guitarra al hombro. Mientras hace sonar el riff de "Jumpin' Jack Flash", las pantallas gigantes de LED—traídas a Cuba por la producción del grupo—enfocan a cada uno de los miembros de la banda. Durante las primeras cuatro canciones –la mencionada, luego "It's only rock'n roll", "Tumbling Dice" y "Out of control"—, Mick Jagger corrió como siempre por la larga pasarela. Al terminar la cuarta canción, en un español bastante fluido, Jagger le dijo al público: "Sabemos que era difícil escuchar nuestra música aquí. Estamos muy felices de estar en su tierra. Es una señal de que los tiempos están cambiando, ¿no?".

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En los días posteriores al concierto, las guitarras blues de los Stones se fueron apagando de nuevo entre la melancolía del son que suena en el malecón de La Habana. En las conversaciones continuaba todavía el recuerdo de Jagger corriendo por la pasarela; la imagen de Richards y Wood, piratas sonrientes, compaginados entre sus guitarras; y la precisión y constancia de Charlie Watts.

Una vez más, en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en El Vedado sonaba "La Tarde", de Sindo Garay, trovero cubano de comienzos del siglo XX: La luz que en tus ojos arde / si los abres amanece / cuando los cierras parece / que va muriendo la tarde. / Las penas que me maltratan / son tantas que se atropellan / y como de matarme tratan/ se agolpan unas a otras y por eso/ no me matan. Y pienso que entre la melancolía afrocubana y el blues afroamericano hay mucho en común: bien podría estar sonando la voz de Mick Jagger cantando "I got the blues": As I sit by the fire / of your warm desire/ I've got the blues for you".

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