FYI.

This story is over 5 years old.

Música

Corazón country: un homenaje a Merle Haggard

Una despedida íntima a una leyenda que, con una crudeza devastadora, le cantó a la vida marginal y transformó la música popular estadounidense.

A Merle Haggard lo conocí en una revista. Efe Eme, de España. Mi hermano encontró un número en una barata con Jim Morrison en la tapa, la compró y me la regaló. Corría el año 2001 o 2002, no lo recuerdo bien. Lo que sí tengo claro es que no me la regaló por los Doors, precisamente, nunca me han gustado mucho; fue por Joaquín Sabina y una jugosa entrevista que le hacían. Más allá de dicho artículo, ese número de Efe Eme me abrió las puertas a un montón de cosas más como un periodismo musical hecho con pasión y muchísima altura, por ejemplo, la vida de Brigitte Bardot y la obra de bandas como Los Enemigos y M-Clan. Pero en medio de tanto material un breve texto se quedó en mi memoria para siempre.

Publicidad

Tan bien estaba escrita la reseñita del álbum If i could only fly de Merle Haggard que, imposibilitado de poder escuchar algo de lo que allí se describía, me prometí saber más del hombre del que ahí se hablaba. Por supuesto, la foto del disco y el texto encontraron en mi incipiente gusto por el country todo a su favor para impresionarme. Varios años después, con Youtube y las redes P2P al servicio de la humanidad curiosa, pude escuchar las canciones de Merle y confirmar lo mucho que de él se decía en pocos caracteres. El maravilloso daño previsto estaba consumado.

Tampoco recuerdo ni me explico cómo o por qué empezó a gustarme el country. No es una incertidumbre que me desvela. Simplemente es una música que me desarma y me emociona más que ninguna, bueno, también las rancheras. Sintonizamos, y a pesar de las tristezas, me genera un bienestar enorme. Si miro atrás intentando encontrar una respuesta, no la hallo, aunque podría decir que mi primer contacto consciente con el country fue “I’ve just seen a face” esa gran canción de Paul McCartney que se encuentra en Help. O quizás nació de tanto escuchar y cantar las historias de “Los indios pirulines”, “Pete Cuatrocky”, “Shorty Malone” y “Johnny Cartucho”, de ese fabuloso álbum de Piero que es Sinfonía inconclusa en La Mar, mientras mi hermano y yo nos inventábamos cualquier aventura alcahueteados por mi tía Florinda. No lo sé.

Años más tarde llegó Bob Dylan y con él Johnny Cash. Y a partir de ahí empecé a intentar entender la cosmogonía propia de una música preciosa. Rápidamente deseché los clichés: las botas vaqueras, la mala fama -bien merecida, en parte, por culpa de ese country ramplón, y exitosísimo comercialmente, que se fabrica en la ciudad de Nashville, meca del género, como se fabrica pop latino en Miami- y el estrecho vínculo que tiene con los sectores blancos -ricos y pobres- más recalcitrantes de la sociedad estadounidense. Entonces busqué la raíz, y en esas apareció Merle Haggard.

Publicidad

Esa cosmogonía, que brilla y conmueve, es una historia épica de hombres indómitos, corajudos y solitarios que cantaron las tristezas, pasiones, desengaños y esperanzas de los olvidados. Esos mismos en los que se entronca una historia de infortunio, dolor y tenacidad en los Estados Unidos, fruto amargo de la Gran Depresión de los años 30 del siglo XX: miles de familias arruinadas que migraron al oeste con el alma entre los dientes y las tripas pegadas en busca de un futuro menos gris que el que dejaban atrás, como lo retratara magistralmente John Steinbeck en la novela “Las uvas de la ira”.

Es en ese escenario precario donde se forjó la leyenda de Merle Haggard. Dos años antes de su nacimiento la familia Haggard abandonó Oklahoma para probar suerte en Bakersfield, California, se instalaron en un vagón de tren abandonado y el padre se empleó en el ferrocarril de Santa Fe. El 6 de abril de 1937 nació Merle.

Dos acontecimientos marcaron de un tajo la vida Haggard: primero, la muerte de su padre a causa de un derrame cerebral, cuando Merle apenas tenía nueve años, lo que lo llevaría a alternar su afición por el violín con el robo, y a pasar su adolescencia entre la calle y reformatorios hasta ser condenado a 15 años de prisión por intentar robar, borracho, una cafetería cuando tenía 21. Y segundo, ser testigo de un concierto de Johnny Cash en la prisión de San Quintín, en 1958, donde pagaba sentencia. En 1960 salió libre bajo fianza convencido de lo que quería a hacer para siempre.

Publicidad

Y eso hizo. Haggard regresó a Bakersfield y empezó a escribir canciones que narraban con una crudeza devastadora la vida de los reclusos, de los pobres, de los desdichados, incluso desde la nostalgia más tradicional, en un momento en que el nacionalismo era duramente rechazado por los movimientos antibélicos. La temática y la sonoridad de sus canciones, en donde la Fender Telecaster alcanzaba protagonismo, eran la cara contraria a la exuberancia del sonido dulzón de Nashville, y eso llamó la atención de muchos. Entre 1966 y 1969, junto a su banda The Strangers, editó cuatro discos esenciales para la historia de la música popular del siglo XX: I’m a lonesome fugitive, Branded man, Sing me back home y Mama tried que, además de resultar exitosos comercialmente, le dieron forma a un nuevo estilo en el country que impactó de forma contundente en el rock.

La sonoridad eléctrica, metálica y áspera de las canciones de Haggard concentró la atención de un jovencísimo Gram Parsons que echaría a rodar la fascinante piedra del country rock a mediados de los años sesenta. Así, mientras bandas como The Byrds, CSN&Y, The Band, The Grateful Dead, The Flying Burrito Brothers, The Eagles o Lynyrd Skynyrd expandían el universo del rock y encumbraban a nombres como Waylon Jennings, Willie Nelson, Kris Kristofferson, Johnny Cash, Emmylou Harris, Townes Van Zandt, Guy Clark o Merle Haggard, estos hacían lo propio con Hank Williams y Jimmie Rodgers y le plantaban la cara a la sofisticación pop inocua de Nashville, para darle forma al movimiento ‘outlaw country’ que le retornó los laureles a esos orígenes briosos del género, renovándolo y rescatándolo para siempre, a pesar de los pesares que atestiguamos en cada ceremonia de los Grammy.

Hace unos días murió Merle Haggard. El mismo día que cumplió 79. Al igual que su gran compadre Willie Nelson, con quien grabó varios discos -el último en 2015-, hasta cuando su cuerpo se lo permitió siguió montándose en su camión para ir de una ciudad a otra a cantarle a la gente, a acompañarla, a crear comunión; yo volví a poner If i could only fly y recordé que cuando me he sentido solo, alguna canción de country me ha hecho compañía para demostrarme lo contrario.