En México, de los apodos nadie se salva. Vaya: ni los mismos aspirantes a la presidencia. Ahí tenemos a El Bronco, el Peje o incluso a uno que en pleno debate presidencial fue bautizado —en vivo y en cadena nacional— como Ricky Rickín Canallín (o Canayín, por aquello del juego palabras con su apellido). Para nadie es un secreto que la costumbre de poner apodos está muy arraigada en el habla mexicana. Juguetones y festivos como somos, basta que alguien tenga una particularidad física, una historia curiosa o incluso que su nombre “nos suene a algo”, para que de inmediato nos brote del ingenio un apodo que puede ir desde lo divertido hasta lo ofensivo o traumático.
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Ni siquiera los estados, ciudades o colonias de la república se salvan: Establo de México, El Defectuoso, Nezayork, Iztaparrata, Cavernícola Oriental. Y es que por más que digamos “ahora sí voy a madurar”, siempre se nos saldrá una risita o una sonora carcajada ante apodos como La Sapodrilo, El Glande, o La rata de hoyo.Aquí van algunas historias cortas 100 por ciento reales de personas que, o fueron bautizadas por un apodo del que les costó mucho deshacerse, o fueron los bullies que dejaron marcados a otros para siempre.Cuando estaba en la secundaria llegó la hora en que todos teníamos suelta la hormona y yo no era la excepción. Se corrió la voz de que yo iniciaba a mis amigos heteros en los caminos de la homosexualidad y como estaba de moda la canción “Golosa y Glotona”, durante toda la secundaria me llamaron La Golosa.A mi hermana le decíamos —qué horrible me siento ahora— La Gargamel porque tenía una nariz muy grande. Se debía a que de chica la bulleaban y una vez mientras iba corriendo, le pusieron el pie y su cara rebotó en el suelo. El resultado: 17 fracturas. No pudo operarse hasta que tuvo la mayoría de edad y por cuestiones fisiológicas, pero sé que su nariz le causó muchísimos complejos que no se le han quitado aunque ya esté operada.Yo era la mejor para poner apodos, y los que los sufrían eran mis profes y compañeros: El Tío Baches, El Compamierdito, La Pasa, La Ballenata, La Morsa, Putía, entre muchos, muchos otros. Tantas historias qué rememorar y me río como mongola.Yo no los puse ni me tocaron, pero recuerdo cuando, en un viaje a Acapulco, alguien no pudo más y se cagó en los pantalones en plena carretera. Ese incidente bastó para que se le quedara de por vida el apodo de El Cacas. Tampoco es que fuera muy original, pero sí era divertido.Otro le tocó a un amigo que estaba romanceando con su novia y PUM, un pequeño coágulo de su vagina se le quedó pegado en la pierna y se le ocurrió contarlo. Desde entonces se le quedó para siempre el apodo de El Coagus.
La Golosa, por Juanjo
La Gargamel, por Paco
La Ballenata, La Morsa, Putía, por Alejandra
El Cacas y El Coagus, por Pablo
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