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Moda errado tb

¿Cuándo volverá a estar de moda la pana?

(Si es que alguna vez lo ha estado).
Imagen de portada vía el usuario de Flickr mmechtley

Entre las cosas que más odian las personas de este mundo se encuentra la avaricia, el egoísmo, la aplastante fuerza que aplica la ley del mercado sobre las personas (esto es odiado en menor medida) y, con mucha más potencia que todo lo anterior, odian la pana. Ya sabéis, ese tejido: los pantalones de pana, las camisas de pana, las faldas de pana, las gorras de pana.

Es tanto el desprecio que se vierte sobre este tejido de algodón que incluso la Wikipedia muestra cierto rechazo y pereza a la hora de hablar del tema (únicamente le dedica 164 míseras palabras). Si lo comparamos con los casi 700 vocablos que recibe el terciopelo en Wikipedia podemos deducir que existe un evidente desinterés mayoritario hacia este tejido ancestral, un 76,6% más de desinterés respecto al terciopelo, de hecho.

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A mí me gusta la pana pero soy un ser lo suficientemente consciente del entorno que me rodea como para saber que la pana es percibida como un tejido arcaico, caducado antes de su concepción; de viejo. Cuando ojeamos los álbumes de fotos de nuestros padres o abuelos, ahí está la pana, en una especie de agujero negro de la moda en la que este tejido fue respetado y adorado. Eran los setenta y la pana acompañaba a todas esas personas afiliadas al PSOE o a esos profesores de universidad que insistían una y otra vez en que la única forma de comprender a Kierkegaard era leerlo en pelotas y con una copa de cava puesta encima de la mesilla de noche.

Aun así también recuerdo como a finales de los noventa se aplicaba la pana sobre anchísimos pantalones cabalgados por fans de Satanic Surfers y NOFX, generando un extraño y anecdótico vínculo entre el intelectualismo barroco de izquierdas y el hardcore melódico. Recuerdo ver pana también en pantalones acampanados, llevados por chicas en plena adolescencia que escuchaban No Doubt, se pintaban el pelo de azul y bebían Malibú con piña. Dios mío, incluso los maquineros llevaban esta prenda.

Todo esto hace que la pana sea un elemento difícil de definir, convirtiéndolo en una suerte de lava inconcreta, en un flujo inabarcable de ideas y compromisos. Pero, ¿dónde está la pana en el siglo XXI?

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La pana, más que un amigo / Foto vía el usuario de Flickr schneertz

Ahora la pana escasea, al menos en los entornos juveniles. Parece ser que es un fiel acompañante de todas aquellas personas que no acostumbran a dedicarle más de diez segundos a la elección de su propia vestimenta. Es la ropa de los que están totalmente fuera de la moda, aquellos a los que no les importa una mierda todo esto del “vestir”. La pana es el ciudadano medio, la persona triste y apagada; el oficinista.

Si es que, joder, no hay ni gente llevándola irónicamente. Está tan olvidada que solamente la calzan aquellos que están totalmente despistados. La pana caza a aquellas víctimas que están tan perdidas ante la vida que no tienen ni tiempo de mirarse a un espejo y preguntarse si su aspecto se parece al de un individuo que lleva tres años viviendo en los matorrales de un parque.

Si nos fijamos, la pana va siempre acompañada por colores sencillos y modestos, como el marrón, el verde jade o el caqui, colores que ya de por sí son deprimentes, con una ausencia de vida y energía apabullante. La pana define a esa persona que se arrastra incesantemente por la vida, soportando el peso de las domiciliaciones devueltas, de los créditos bancarios pendientes y de las miradas de desaprobación cuando se cuelan en el metro; la pana es soportar todo esto y luego morirse y ya está.

Foto vía el usuario de Flickr kellyhogaboom

Esos carriles aterciopelados que definen la textura de la pana no son más que la revelación, aceptación y encumbramiento de este sino vital, son esas carreteras preestablecidas que te llevan de “A” a “B” (lo que vendría a ser tu vida), unas acanaladuras verticales que recorren el largo y ancho de las prendas de ropa y que evidencian la imposibilidad de alterar la ruta o cambiar de carril.

Y esta es su gran belleza, esa conciencia que se aleja de toda la fantasía irreal con la que otros tejidos nos embadurnan y engañan —la durabilidad de la franela; la belleza celestial del terciopelo; la detallista existencia del tul; la delicadeza del c harmeuse—. La pana nos habla directamente, sin eufemismos y sin engaños. La pana es la vida real: no brilla, no está repleta de colores mágicos, no es ligera y tiene un nombre horrible. Pero también es suave, protege, genera calor como un hogar y, a veces, durante ciertas horas del día, si te fijas lo suficiente, la luz se reflejará sobre sus pequeñas hendiduras y se generarán los brillos más preciosos que hayas visto jamás.