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Serbia necesita mujeres

Y depositar su semilla.

Un papá serbio manteniendo viva la llama de la antigua Yugoslavia

La disgregación de la República Federal Socialista de Yugoslavia supuso un duro golpe para Serbia. Eslovenia se quedó con el dinero (¡perra!), Bosnia con la mayor parte de la industria pesada, Croacia y Montenegro con la línea de mar y Kosovo con alguna u otra cosa que los serbios parecen considerar importante. Y, como pasó con aquel amigo tuyo que irrumpió en el apartamento de su ex después de que ésta le echara y le rajó el colchón con un cuchillo de cocina, Serbia no se lo tomó demasiado bien. Tened en cuenta que éste es un país donde el término guerrero de fin de semana hace referencia a hombres que, en los años 90, salían del trabajo el viernes por la tarde, montaban en un APC paramilitar y se pegaban una fiesta de asesinatos y violaciones en Bosnia. También empezaron a darle duro a la botella. Llevo en Belgrado menos de una semana y mi piel ya ha adquirido un tono entre blanquecino y amarillento que recuerda al de algunas variedades de queso, el diámetro de mi barriga ha aumentado dos centímetros y, la pasada noche, empujé con la lengua la parte posterior de mis dientes y uno de ellos crujió y se movió hacia adelante. Nunca había estado en peor estado físico en toda mi vida, y apenas he empezado a relacionarme con la gente del lugar. Serbia sólo ocupa el 25º puesto en Europa en términos de consumo de alcohol per capita, pero investigadores locales afirman que casi la mitad del país bebe a diario y una sexta parte de la población es alcohólica (y esto para los estándares serbios). Aquí no se ve la clase de hilarantes borrachos cayéndose al suelo que Rusia y Polonia llevan tiempo suministrando a internet, sino hombres que han estado empapándose lentamente de brandy durante los últimos quince años. Esto es peor. Prefiero ver a unos viejos riéndose y resbalando uno con el vómito del otro que acabar una noche en un tugurio en el que hombres con rostros que aparentan diez años más de los que tienen se sientan en silencio a trasegar chupitos hasta las 7 de la mañana. “Aquí se dan dos clases de complejo de mártir que tienes que entender”, me dijo nuestro intérprete, Iva, mientras observábamos las ruinas de un cuartel general del ejército serbio destruido a bombazos por la OTAN doce años atrás. “Los bosnios se hunden en la pena, en el derrumbe emocional, mientras que los serbios se deleitan en la idea de ser heridos y así poder mostrar sus heridas”. Serbia, a lo largo de su historia, ha dado a sus ciudadanos un buen número de motivos de resentimiento, pero las dos últimas décadas han sido de traca. Los días laborales empiezan aquí a eso de las 10 de la mañana, según nuestros entrevistados. Eso significa que se empieza a beber a las 11. También significa que hacia mediodía las heridas morales están abiertas y en carne viva y que nos vamos a tener que tragar otra perorata sobre cómo América fue la culpable de la ruptura de Yugoslavia con la intención de suprimir los derechos de los trabajadores serbios, sobre cómo la guerra de Bosnia de 1992 a 1995 fue una lucha de poderes entre los servicios de inteligencia americanos y franceses, y cómo los bombardeos de la OTAN estaban concebidos para obligar a Serbia a depender de los intereses corporativos occidentales. Todo suena como la típica cháchara paranoica de borrachuzo hasta que caes en la cuenta de que todos los periodistas de izquierdas que hemos conocido hasta ahora cobran sueldos de la Fundación Nacional para la Democracia (la CIA), y que nuestro fixer no deja de parlotear acerca del pastel de manzana que una vez cocinó para él un amigo que trabajaba para “la Compañía” (de nuevo la CIA). Sea como sea, es divertido culpar a la política internacional de las melopeas que pillan los serbios, pero el principal tema de cavilación ahora mismo no es ése sino la demografía. La tasa de nacimientos lleva desplomándose desde los años 60, y el índice de mortalidad está apenas un pelo por debajo del de Rusia. Y lo peor de todo es que andan cortos de mujeres. La proporción entre hombres y mujeres en Belgrado se puede comparar a la de un bar universitario con una mala política de admisión, pero es que las zonas rurales más aisladas son simple y llanamente un campo de nabos. El problema en la mayoría de los pueblos es que, aunque todos los chavales quieren largarse pitando de allí, sólo las chicas logran abrirse paso a través de la espantosa situación económica del país (el nivel de paro era en abril del 20 por ciento) y establecerse en las ciudades, dejando a los tíos que se ocupen de ordeñar a las vacas. Visité un pueblo granjero al sur de Serbia (el histórico semillero del más furibundo nacionalismo serbio; la clase de zona en la que no conviene circular con matrícula de Albania) en el que la carestía de mujeres casaderas era tan acuciante que organizaciones benéficas ofrecían a mujeres albanas 500 euros por ir allí y casarse con uno de los lugareños. Se trata, básicamente, de cría de animales, pero con personas.