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Intenté trabajar como periodista en Irán y casi me mata la paranoia

En general, reforcé mi idea de que puedes aprender mucho viendo una gran serie de espionaje en la televisión.

El autor en Irán. Todas las fotos son cortesía del autor.

A principios del año pasado, decidí pasar un tiempo en Irán para trabajar como periodista. Mi conocimiento del país se limitaba a la poca información básica que había aprendido en la preparatoria y de la película Argo. Me acababan de cortar, así que decidí meterme de lleno a estudiar filosofía en la Universidad de Nanterre en París. Sentía mucha lástima por mí mismo así que decidí alejarme y viajar por el mundo.

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Llegué a Irán a principios de agosto del año pasado. Saqué visa de turista porque era más fácil aunque sabía que esto también presentaba grandes riesgos en caso de que las autoridades descubrieran que era periodista. Al investigar un poco sobre el tema me di cuenta de que llevar la visa equivocada me clasificaría como espía. Por ejemplo, Jason Razaian, periodista del Washington Post, pasó un tiempo en prisión por ser acusado de espionaje. Esto no quiere decir que mi caso sea realmente comparable.


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Me aseguré de tener varios pretextos sobre mi estancia en el país. Me inscribí en una universidad a la que nunca fui, pero siempre llevaba conmigo mi credencial. También empecé un blog sobre deporte que actualizaba diariamente. Incluso mandé a imprimir tarjetas de presentación para el blog, lo cual resultó bastante práctico; se las repartía a la gente que entrevistaba y a otras posibles fuentes.

Siempre me han fascinado las películas y series sobre espías, así que admito que disfruté un poco mi estratagema, pero también alimenté mi sentido de paranoia: cuando llegaba a Teherán, miraba el espejo retrovisor del taxi para asegurarme de que nadie me seguía. Cuando iba por la calle, caminaba en zigzag. Mi fotógrafo y yo discutíamos los artículos en el baño. Para ese entonces ya me estaba excediendo demasiado.

Después de trabajar 10 días bajo el calor de la capital Iraní, el fotógrafo con el que trabajaba y yo nos dirigimos al norte, hacia Tabriz; la capital de la provincia de Azebaiyán Oriental, a 643 km de distancia. Se suponía que investigaríamos un movimiento separatista con ayuda de un joven intermediario.

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Para averiguar si nos seguían o no, utilizamos una técnica que aprendí de Le Bureau des Légendes, un programa de espionaje transmitido por la cadena francesa Canal +. Es simple: tomas una montaña de papeles en blanco, escribes cualquier mamada coherente en una página y la cubres con otra página, mientras pegas pequeños pedazos de goma entre ellas. Si al volver no encuentras los trozos de goma, entonces sabes que alguien esculcó tus cosas. Hicimos lo mismo, y cuando regresábamos a casa todo estaba en su lugar. Al parecer nadie nos seguía.

No obstante, nuestro intermediario nos había comentado que había muchos espías e informantes en el área y nos encontrábamos entrevistando a distintas personas sobre un tema delicado. El tercer día, decidimos ir a ver un partido de fútbol; según mi intermediario, el estadio era como una fortaleza separatista. Cuando entramos, nos percatamos que de había policías y soldados rodeando la entrada. Eran muchos.

Justo después de comprar nuestros boletos, algunos policías encubiertos nos llevaron a un lado y nos pidieron nuestros pasaportes. Tenía la boca seca y me sentía extremadamente débil. Uno de ellos llevaba una camisa muy colorida y una dentadura defectuosa. Me preguntó por qué estábamos en Tabriz y si en realidad éramos turistas. "Ustedes no parecen turistas", dijo. Ese día llevaba puesta una gorra de los Yankees de Nueva York, así que, objetivamente, sí tenía pinta de turista. Pero, aún así, la mirada penetrante de ese hombre me dio escalofríos. Empecé a echarle todo un rollo sobre mi gran afición al fútbol y mi apoyo al Manchester. Fui muy molesto. Después de darle otro vistazo breve a mi pasaporte me dejó pasar. A mi fotógrafo lo retuvieron un poco más.

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Al entrar al estadio perdí de vista a mi intermediario. Caminé por los alrededores y a los 15 minutos, uno de lo tipos que me habían detenido se me acercó y me pidió que lo siguiera. Yo actué como si no lo hubiera visto. Mi intermediario me había dicho previamente: "estas personas no dejan que te des cuenta cuando te arrestan. Te llevan a una esquina donde nadie puede verte, te ponen una bolsa sobre la cabeza y te llevan con ellos".

Me contó que ya lo habían arrestado años atrás por protestar a través de un tweet, así que confié en él. Al parecer, en esa ocasión se le acercaron 10 hombres que le pidieron que los siguiera. Lo subieron a un coche con una bolsa en su cabeza y lo llevaron a la cárcel —una especie de jaula— donde permaneció por dos semanas, le daban una pequeña comida al día, y parece ser que también lo torturaron. Regresó a su casa hecho un zombie; pesaba 5 kg menos y tenía la cara hinchada.

Finalmente los encontré a él y al fotógrafo. A ambos se les había permitido el paso, pero decidimos no entrevistar a nadie durante el juego, así que sólo nos sentamos a verlo. Fue horrible. Cuando terminó, nos arrestaron.

Un hombre nos pidió que lo siguiéramos bajo pretexto de revisar nuestros pasaportes por segunda vez. Mientras caminábamos detrás de él, miré brevemente mi dedo. Como el hombre tenía el rostro sonrojado, estaba seguro de que no se trataba de un procedimiento habitual. Al él se unieron sus colegas encubiertos, quienes nos llevaron a una construcción para interrogarnos.

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Coincidí con la historia que inventamos sobre nuestra amistad con el fotógrafo, pero no pareció servir de mucho. Alrededor de 10 lunáticos nos miraban cuando entramos a la pequeña habitación. Nos inundaron con preguntas. Querían saber nuestra edad, nuestros nombres, nuestros apellidos, cuál era nuestro trabajo en Francia, nuestra religión, los motivos de nuestro viaje a Irán y a Tabriz. Los nombres exactos de los monumentos que habíamos visitado. No hubo manera de planear y anticipar ese tipo de preguntas. Su curiosidad siempre resultaba superior a mi imaginación.

Supe que debía mantener el control absoluto de mi lenguaje corporal. No podía rascarme la cabeza o frotarme la nariz al responder porque podía malinterpretarse. En una hoja de papel, escribían cuidadosamente todo lo que salía de mi boca, así que sabía que si me contradecía a mí mismo, a mi fotógrafo o a mi intermediario, estaríamos acabados.


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Cuando terminaron conmigo, entrevistaron a mi intermediario en farsi. Sus ojos se tornaron vidriosos durante todo el tiempo que duró. Supongo que se debió a que fueron un poco más honestos y directos con él.

Cometí la estupidez de cargar dos o tres números de Charlie Hebdo en mi mochila. Mi intención original era leerlos y después dejarlos en algún lugar del avión. También había impreso varios artículos sobre el Pasdaran —los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica— una rama del ejército iraní, quienes han sido acusados de contrabandear alcohol para el país a través de un aeropuerto secreto. Tuve el impulso descabellado de pedirles permiso para ir al baño.

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Algunos guardias me acompañaron a la puerta de un cuarto de baños sucios. Me arremangué, rompí los artículos en pedazos y quemé lo más posible la bolas de papel en el montón de mierda acumulada en el escusado. No podía jalarle, obviamente. Me lavé las manos en una pipa de agua y salí 20 minutos después rogando que no sospecharan nada. Me llevaron de vuelta a la sala del interrogatorio. Un par de horas después, nos devolvieron nuestros pasaportes y nos dejaron ir.

A pesar de eso, nos dijeron que volverían y no lo dudé. Después de alejarnos lo más posible, mi fotógrafo y yo le preguntamos al intermediario qué le habían dicho sobre nosotros. Él dijo que mi viaje al baño les pareció sospechoso y que los soldados revisarían el tanque séptico para encontrar información. También mencionó que nadie creía que fuéramos turistas. "Me acusaron de encubrir espías y me amenazaron con ir a la cárcel. Les dio asco que fueras ateo. Te creen capaz de violar a mi madre".

Semanas antes, me encontraba recostado a un lado de una piscina en Cannes. Ahora me enfrentaba secuestrado por el Servicio Secreto iraní. Nuestro pragmático intermediario dijo que probablemente vendrían por nosotros esta noche, y nos explicó el tipo de métodos de tortura a la que te someten si no cumples con lo que te piden: primero, meten tu cabeza en el escusado; después, te electrocutan y finalmente, te golpean.


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Trató de hacernos sentir mejor diciéndonos que él había pasado por eso cuando tenía 15 años. "Si yo pude soportarlo a los 15, no será difícil para ustedes". Le mandé a mi padre un correo cifrado para pedirle que contactara al Ministerio de Relaciones Exteriores si no tenía noticias mías la mañana siguiente.

Para olvidarme un poco de todo y no parecer sospechoso, me puse a jugar fútbol con el hermano de mi intermediario. Cuando llegamos al campo, un coche se estacionó a un lado del parque. El hombre que se encontraba dentro nos observó por más de dos horas. Se fue cuando nos fuimos. Ahora estaba totalmente convencido de que vendrían por nosotros esa noche. Decidí transcribir todas mis notas y quemar mis libretas. No pegué ojo esa noche, me preocupaba haber cometido un error tan estúpido y poner a mi intermediario y a su familia en peligro sin querer. Las horas pasaban y nada ocurría. Pasé toda la noche sentado en mi cama con mi mochila lista y dando sobresaltos al menor ruido. Alrededor de las 3AM las mezquitas de la región llamaron a oración. Un poco más tarde huimos a Teherán.

Allí terminamos los proyectos en los que habíamos estado trabajando (probablemente mientras nos seguían y rastreaban nuestros teléfonos). Desconectamos las baterías de nuestros smartphones y tratamos de parecer lo más turistas posible. El intermediario nos había advertido que nuestra libertad sería frágil durante el resto de nuestra estancia. Pero aparte de que nos seguían, no pasó a mayores. Tuvimos la oportunidad de abandonar el país de misma manera en que llegamos, por un avión.

No me enorgullece mi historia ni mucho menos. Pero me abrió los ojos sobre los riesgos posibles de esta profesión y, definitivamente, ya no soy tan ingenuo como antes de irme. En general, reforcé mi idea de que puedes aprender mucho viendo una gran serie de espionaje en la televisión.