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Cultură

¿Por qué no ganó "El abrazo de la serpiente"?

No se le apostó con tiempo y fuerza (y plata) a la estatuilla.

Imagen por Álvaro Corzo.

No tendríamos que haber estado nominados al Óscar para voltear a mirar a nuestros olvidados indígenas. Pero así somos: ante las cámaras de televisión, minutos antes de la ceremonia del 28 de febrero, el Presidente Juan Manuel Santos llamó a nuestro Karamakate, Don Antonio Bolívar, a desearle suerte.

Más que un reconocimiento para nuestros ancestros parecía una bofetada: al día de hoy ha sido incapaz, por ejemplo, de poner a la comunidad indígena a participar en las negociaciones de paz que se desarrollan en La Habana, Cuba. En nuestro país la suerte ya está echada, justo como lo estuvo anoche para el peliculón de Ciro Guerra en los premios Óscar.

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Lo que vimos no fue más que una pelea entre David y Goliat. Para llevarse el Óscar hace falta mucho billete, y eso lo saben bien los grandes estudios de Hollywood, que han ganado 87% más que los estudios independientes en los últimos 60 años. Según Variety, la Biblia de este mundo de ego y champaña, una campaña a mejor película puede estar entre uno y dos millones de dólares. Para colosos como Warner, Universal, Disney, Fox y Sony esto es una bicoca: aseguran que sus producciones tengan una exhibición prolongada en el mundo entero.

Se necesitan mínimo seis meses de lobby para asegurar que cada victoria en los distintos festivales de cine internacional comience a recolectar votos antes de la ceremonia de los Óscar. En el caso de El hijo de Saúl, de Sony Classic Pictures, sin duda la más poderosa y engrasada maquinaria de Hollywood, la campaña por la estatuilla empezó a rodar el pasado mes de mayo, luego de que la cinta del húngaro Laszlo Nemes se llevara el Premio del Jurado en el Festival de Cannes el año pasado.

Por su parte, para El abrazo de la serpiente y para Ciro, aunque vinieron los premios claves para soñar con el Óscar, no se le apostó con tiempo y fuerza a la estatuilla. Haber ganado en Cannes durante la semana de realizadores a mejor película y no haber pedido un préstamo para empezar este lobby fue uno de sus grandes errores. Sin embargo, es difícil para un film colombiano, que no sabe si logrará pasar la burocracia local, hacerse con la postulación nacional, meterle el diente con los ojos cerrados a por lo menos unos cien millones de pesos para poner a rodar las relaciones públicas y la promoción con miras a los premios de la Academia.

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Y es que para la producción de Ciro pensar en contratar una agencia de relaciones públicas en Estados Unidos desde mayo pasado era algo de locos. Ahí sí hubiera hecho falta la lagarteada de Santos y su combo para conseguir el billete con qué mostrar la película siquiera un fin de semana en California, requisito para competir en los Globos de Oro, la segunda premiación más importante en Estados Unidos después de los Oscar.

En la historia reciente ninguna película que se haya llevado el Óscar a mejor película extranjera ha estado por fuera de los Globos de Oro. Estar ahí garantiza que gran parte de los miembros de la Academia vea el film meses antes de marcar su voto. En fin, según fuentes cercanas a la película, fueron cerca de 80.000 dólares lo invertido desde octubre pasado en la campaña por la estatuilla. Eso no supera, ni siquiera el 10% de lo que invirtió El hijo de Saúl en exhibiciones, eventos, recepciones con los medios, miembros de la Academia etc.

Esto no quiere decir que en este casino de las artes cinematográficas todo sea billete. Ni más faltaba. Esto, como en la política, se gana a punta de votos, y los votantes este año tenían el corazón desviado por el film húngaro. La mayoría de los miembros de la Academia son judíos entre los cincuenta y setenta y cinco años: la descarnada historia del holocausto de El hijo de Saúl tenía sí o sí el voto en el bolsillo. Un voto amarrado a esa memoria colectiva que prevalece en el corazón de los dinosaurios de Hollywood.

Sin embargo, como dijo Ciro, más allá de los premios y la imprudencia de la vanidad, lo importante es que la gente en nuestro país vea la película. No sólo en Bogotá, Cali y Medellín, sino en todas las ciudades intermedias y, por qué no, en zonas rurales. Que volvamos a soñar con nuestros ancestros, el medio ambiente y aquella riqueza que parece destinada hoy a replicarse únicamente en películas.

Otra vez será.

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