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Así es crecer en

Así es crecer en… Ourense

Ourense es una ciudad gallega de la que la mayoría de gente no sabe nada. Mi infancia allí fue una mezcla de pandilleo de parque, disfraces chungos y botellones religiosos.
Así es crecer en… Ourense

Cuando dices a la gente que eres "de Ourense", ellos dicen "¡Ah, sí!", pero en realidad se preguntan "¿Y ahí qué coño hay?". No pasa nada, chicos, para eso estamos. Ahora entenderéis por qué todos los ourensanos queremos tanto a nuestra ciudad, aunque la hayamos abandonado para buscarnos la vida en cualquier otro agujero de este planeta.

Pasarlo bien en Ourense no tenía mucho secreto. Si hacía frío, te metías en el Novocine o el Cine Dúplex a ver lo que estuvieran echando. Y si no, te ibas al parque: de niño ibas a jugar, pero de adolescente ibas a "estar". En el céntrico Parque de San Lázaro, "estar" era una forma de ocio en sí misma y las distintas pandillas tenían sus sitios asignados para "estar": los simples mortales "estábamos" en los bancos de dentro del parque, (a veces, si eras muy loser, tenías que compartirlo con abuelitas), pero la peña más guay "estaba" en torno a las galerías. Desde ahí lo controlaban todo, porque cualquiera que fuera al parque acababa pasando por allí a comprar comida. Buf, esas galerías eran un templo a la obesidad infantil: empezabas la tarde con una napolitana de chocolate, luego te metías un granizado y robabas un par de chupa-chups Kojak cuando el dependiente no miraba. Después compartías unas pipas y ya estabas listo para irte a casa a cenar. "Estar" en el parque puede parecer aburrido, pero era nuestra forma de ver y ser visto. En esa época solo teníamos eso y la imagen de "avatar" del MSN Messenger.

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Más tarde, algunos de los parques de Ourense se convirtieron en sedes del botellón. A los ourensanos se nos da bien convertir las cosas en botellones. Por ejemplo, la tradicional fiesta del Magosto, que consiste en ir al bosque a asar castañas y chorizos en una hoguera, se convirtió en ir al bosque a hacer botellón. Pero mi caso favorito es el de la peregrinación de Os Milagres, una caminata nocturna hasta un santuario a unos 30 km de Ourense. Esta muestra ancestral de devoción a la Virgen acabó convirtiéndose en una noche de botellón en movimiento de chavales con chaleco reflectante (la seguridad ante todo). Al llegar de buena mañana al santuario, la mayoría ni cruzábamos la puerta, y los que entraban solo iban a dormir la borrachera durante la misa. Los jóvenes ourensanos vamos a ir al infierno.

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En la Alameda, el parque oficial del botellón, antes había prostitutas y tus padres no te dejaban pasar de noche. Ahora ya casi no hay, pero han puesto esta estatua.

El momento más loco del año para un chaval de Ourense era el carnaval o "Entroido". El Entroido tradicional de varios pueblos de la provincia es único y flipante, como ya os hemos enseñado. En la capital, la gracia es que absolutamente todo el mundo se disfraza. Te ponías tu traje de princesa, de vampiro o de Reina Araña (este pegó muy fuerte) y salías a lucirlo. Solo había una cosa que estropeaba el carnaval: en un desliz creativo, a algún ourensano se le ocurrió que sería divertido enfundarse un mono azul, coger un espray e ir disfrazado de limpiacristales mojando a la peña. Este disfraz, que no pasaba de "gamberro", dio lugar a unos seres despreciables: "los de los monos", grupos de chavales que, además del mono azul, llevaban la cara tapada con pasamontañas o máscaras horribles, y además de agua, llevaban esos esprays de mocos de colores y también petardos. Esta gente se dedicaba a hacer el mal, eran comandos de terroristas adolescentes, te bombardeaban con petardos o te rebozaban en moco rosa. No podías hacer nada. Algunos incluso aprovechaban y te robaban, claro que sí. Pero bueno, a pesar de esa chusma, el Entroido siempre ha sido y sigue siendo la leche.

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En Navidad, el momento más esperado por los chavales no era la llegada de Papá Noel o los Reyes, era la apertura de Pazolandia. A ver, no tanto, pero Pazolandia era lo más: una feria con atracciones, talleres y todo tipo de diversiones flipantes, que cobraba vida por la magia de los duendes en un polideportivo del extrarradio. Allí podías desde tirarte con esquís por una cuesta hinchable, hasta aprender a girar los bastones como una majorette. Pero lo que tenías que hacer sí o sí en Pazolandia era dejar que te maquillaran. Cuando volvías al centro de la ciudad luciendo tu maquillaje de mariposa o de Spiderman, la gente entendía que habías estado en Pazolandia. Entendían que tú sabías lo que es bueno.

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Baltar, nuestro célebre cacique, en Pazolandia. ´l sí que sabe lo que es bueno. Imagen vía.

En verano, pasarlo bien en Ourense se complicaba. El verano ourensano es la muerte. Es la época en que más salimos en las noticias, porque alcanzamos las temperaturas máximas de España (y también porque cada año la provincia se quema por los incendios provocados, pero de este tema no quiero hablar porque me revuelve las entrañas). Un clásico veraniego en las redes sociales de los ourensanos es una foto del termómetro de la Alameda o del Parque de San Lázaro marcando 50 ºC o más.

Ante semejante panorama, no te quedaba otra que buscar cómo refrescarte. Por ejemplo, comiéndote uno de los sublimes cucuruchos de nata de El Cortijo. Tú mismo podías bañarlos en chocolate fundido, pero era una aventura extrema: podías perderlo todo en un segundo si el helado se te caía en el recipiente del chocolate. No hay niño ourensano que no haya vivido este trauma. Y si con un helado no tenías bastante, lo mejor era ponerte en remojo. Ourense es la única provincia gallega sin mar, pero tenemos "playas fluviales", la orilla del río, vamos. Está la traumática Playa de la Antena, un trozo de césped donde hubo que poner una lancha de socorrismo por aquellos que se vieron capaces de cruzar el río y se ahogaron. Otra opción era Oira, donde podías escoger entre las piscinas públicas o, si te parecían demasiado plebeyas, cruzar la calle e ir a las de pago (tenían cero glamour, pero más césped). Eso sí, las emociones más fuertes estaban en las piscinas de Monterrey. ¿El plato estrella? una piscina de olas artificiales. Funcionaban a ratos y cuando las encendían, se desataba la locura: todos corríamos para probar un poco de aquellos tsunamis de mentira que no llegaban al medio metro. Pero qué subidón.

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En cierto momento de la historia ourensana ocurrió un hecho que cambió para siempre la infancia de muchos: Ourense inauguró su primer centro comercial. Lo bautizaron como "Ponte Vella", pero nunca nadie lo ha llamado así, solo "el centro comercial" porque no hay ningún otro. Vaya momento: de repente dejamos de ser un pueblo, de repente éramos como una ciudad de los Yunaited Esteits of America. Ya teníamos McDonald's. Nos convertimos en mall rats. Pero ojo, no podíamos quedarnos ahí dentro siempre o nos robarían nuestro sitio donde "estar" en el Parque de San Lázaro.

Después de una infancia en Ourense, muchos nos fuimos a estudiar o trabajar fuera. Pero estoy segura de que, tanto los que se fueron como los que se quedaron, están tan orgullosos como yo de ser de una ciudad tan riquiña, de la comida, la bebida y la fiesta que se disfruta cada fin de semana en la zona de los vinos, de la movida cultural que siempre han tenido el Torgal o el Auriense, y más recientemente el Café Cultural El Pueblo y todo lo que hace el colectivo PORNO. De las pulpeiras que se ponen cada domingo en la esquina de tu calle, de esas "pozas" desde las que puedes escuchar el ruido del río Miño y ver las estrellas mientras te sumerges en agua termal. Ourense, ¿qué quieres que te diga?, yo no te cambio.