El 'milagro' que ayudó a Alemania a dejar atrás la Segunda Guerra Mundial
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la pelota como sueño

El 'milagro' que ayudó a Alemania a dejar atrás la Segunda Guerra Mundial

Apenas nueve años después de la Segunda Guerra Mundial, Alemania estaba partida en dos y apenas disponía de futbolistas profesionales... y aún así, sus jugadores protagonizaron una de las mayores gestas de la historia del fútbol.

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Es común comprobar la ácida crítica procedente de ciertos círculos intelectuales —o casi mejor decir pseudointelectuales— hacia la naturaleza del deporte más practicado en el mundo: el fútbol.

Es fácil notar que el balompié no atrae a todo el mundo. Desde un ilustrado tuit que busca mostrarnos nuestra infinita ignorancia exclamando "¡pan y circo para el pueblo dormido!" hasta conversaciones con profesores, amigos o familiares, el desprecio supuestamente intelectual por el deporte rey es tan fácil de encontrar como las loas a actividades muchísimo más vacías pero que por algún motivo gozan de mayor prestigio entre las élites.

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El sublime escritor argentino Jorge Luis Borges ya puso el dedo en la llaga al rebajar el fanatismo "deportivo" a mera estupidez. Debido a su agnosticismo, Borges empezó a hacer conjeturas que hoy nos sonarán arcaicas: si rechazas la idea de que se puede conocer a Dios, entonces… ¿cómo explicas a Diego Armando Maradona?

El fútbol es popular porque la estupidez es popular

Jorge Luis Borges, escritor argentino

Parece ser que el deporte encarna el deseo humano por lo trascendental, y de alguna forma nos hace entender cómo podría ser el trabajo de un ente divino. Ponemos reglas basadas en las leyes físicas, jugamos con el tiempo y lo limitamos a nuestro antojo, vemos en tercera persona cómo las criaturas se encaran con problemas morales y los juzgamos conforme a sus reacciones.

Borges murió poco antes de que se jugara la final del Mundial de México'86 en el Estadio Azteca. Tal vez si lo hubiera visto desde Buenos Aires hubiera comprendido que, de alguna manera, entre lo que el escritor hacía y lo que Maradona lograba no había mucha diferencia… lo cual, indudablemente, se debe a que ambas cosas eran arte. En formas muy distintas, sí, pero arte.

Diego Armando Maradona levanta la Copa del Mundo en el Estadio Azteca de México. Imagen vía WikiMedia Commons

Albert Camus, escritor y filósofo francés, aseguraba una cosa radicalmente diferente: que conocía a los hombres a través del juego. Todos los que hemos practicado o admiramos el fútbol sabemos perfectamente el sentido que tiene esa frase; para conocer realmente a alguien hay que verle en un terreno de juego y descubrir cómo reacciona ante los retos que impone el deporte.

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Precisamente de esta manera inició Alemania el camino colectivo que ha llevado al país germano a su preeminenciaactual.

En 1954, escasos nueve años después del final de la Segunda Guerra Mundial, Alemania era un país en ruinas. Su territorio había sido dividido arbitrariamente como botín de guerra y su pueblo había sido partido en dos; la identidad nacional era confusa, y el nacionalismo de cualquier tipo estaba prácticamente prohibido.

Como es posible imaginar, la moral de los alemanes no pasaba por su mejor momento; en esos momentos, y como cabe imaginar, la reconstrucción de la liga alemana de fútbol no era ni de lejos la principal prioridad. A principios de los años 50, sin embargo, existían varios torneos regionales —conocidos como Oberligen— tanto en la República Federal Alemana (RFA) como en la República Democrática Alemana (RDA).

Niños alemanes jugando al fútbol en una imagen de los años cincuenta. Foto de Thomas Hoepker

Los jugadores que fueron al Mundial de 1954 pertenecían únicamente a las cinco Oberligen de la RFA. Estas, debido a la falta de fondos y de sustento económico, eran prácticamente campeonatos amateur: la selección, sobre el papel, debía estar lejos del nivel de las mayores potencias futbolísticas europeas del momento.

En el extremo opuesto a la teóricamente débil Alemania Federal estaba Hungría, una selección conocida como Aranycsapat (equipo de oro). Gracias a una plantilla envidiable, que contaba con futbolistas estelares como Ferenc Puskás o Sandór Kocsis, a los húngaros se les consideraba los grandes favoritos para ganar el Mundial.

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A la RFA le tocó jugar segundo partido del torneo precisamente contra los húngaros. Fue un encuentro terrible para los alemanes: recibieron tres goles en el primer tiempo y cinco más en el segundo, y terminaron perdiendo por una goleada épica: 8-3.

El deseo de los alemanes de seguir adelante, sin embargo, era demasiado grande: había demasiado en juego para ellos como para estancarse después de esta humillación. El país entero estaba decidido a salir de la crisis en la que vivía: el fútbol reflejaba perfectamente ese sentir. La selección de la RFA se levantó: los alemanes fueron derrotando uno por uno a todos sus contrincantes con una ventaja siempre mayor a 2-0. Incluso ganaron a Austria en una increíble semifinal por 6-1.

Todo lo que sé de la moral de los hombres lo he aprendido del fútbol

Albert Camus, escritor y filósofo francés

Llovía en Suiza el día en que debía jugarse la esperada final del Mundial. El partido se disputó en el estadio Wankdof de Berna, una instalación cuyo terreno de juego era más lodo que césped. Irónicamente, ello ayudó al equipo alemán: dado que su liga carecía de infraestructura tras la guerra, los germanos estaban acostumbrados a jugar en condiciones adversas. Como era de esperar, Puskás abrió el marcador al minuto 6 de juego y tan solo dos minutos después ya había caído el segundo gol del cuadro húngaro.

Alemania, no obstante, se sobrepuso con ímpetu. En el minuto 10, Max Morlock logró el 2-1: en el 18, Helmut Rahn consiguió empatar. El partido se fue igualado al descanso… y en la segunda mitad, la RFA dio la sorpresa: en los últimos compases del encuentro, Rahn puso el 3-2 definitivo tras un recorte dentro del área.

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Contra todo pronóstico, el partido —que los alemanes conocen como el 'Milagro de Berna'— terminó con victoria alemana y truncó la racha de 33 encuentros sin perder de los húngaros. Fue el primer título mundial para los germanos… y probablemente la última ocasión de Hungría de levantar un gran título: el Aranycsapat ya nunca volvería a alcanzar una final.

Curiosamente, el capitán húngaro, Puskás, dijo al final del partido que su equipo había sido el "campeón moral" del torneo. Desgraciadamente para Ferenc y los suyos, está claro que eso no es verdad: en todos los sentidos, los campeones fueron los alemanes.

Helmut Rahn supera a Gyula Grosics en la final de la Copa del Mundo de 1954. Imagen vía WikiMedia Commons

Al final de la década de los cincuenta, Alemania finalmente empezó a quitarse de encima la negra sombra de la guerra. Sus ciudadanos volvieron a estar orgullosos de ser alemanes: de la mano de excepcionales líderes llegó el denominado Wirtschaftswunder, es decir, el milagro económico alemán.

El deseo de salir adelante se transformó en un balón y dio alas a los alemanes, que, con la moral renovada, transformaron un país en ruinas en una de las potencia más importantes del mundo. La herencia de aquellos años se recuperó en el Mundial de 2006 con el llamado Sommermärchen, o 'sueño de verano': por primera vez en muchos años, Alemania se atrevió por fin a ser sí misma, a sacar sus banderas a la calle y a sentir orgullo de país —aunque después supiéramos que quizás no todo era tan bonito como parecía.

Por mucho que haya quien intente negarlo, deporte juega un papel clave en la representación simbólica de cualquier sociedad: los atletas se muestran sin máscaras y sus historias nos permiten ver en perspectiva la realidad de un país. Efectivamente, como señala Borges, el fútbol es popular, pero no porque sea estúpido, sino porque como seres gregarios que somos buscamos signos que nos unan como sociedad.

Todos los aficionados —o al menos la mayoría— sufren cuando su selección juega un partido del Mundial. Contrariamente a lo que venden los pseudointelectuales, eso ocurre porque los fines utilitarios y consumistas del deporte se ponen en segundo plano: durante los 90 minutos, solo existe ese partido. En estos casos, el deporte se convierte, simplemente, en el vehículo por el cual se expresan los pueblos.

¿Es esto estúpido? Puede que sí, pero a mi me parece más bien maravilloso.